Algunos párrafos sobre esta Obra



Por

JUAN AGUSTÍN ARAYA


   

(0scar Segura Castro)




Chile, por su situación geográfica, es para los habitantes del Viejo Mundo y aún de las Repúblicas vecinas, uno de los países más desconocidos y olvidados de la América.

No es raro, pues, que se nos juzgue de una manera ligera o despectiva, cuando no estrafalaria, al tratarse sobre nuestra etnografía, sobre nuestros sistemas político, social o económico, de las corrientes científicas, artísticas o literarias, o de cualquier otro aspecto de nuestra vida intelectual o material.

Esto, nos perjudica enormemente, pues nos envuelve en un descrédito que no merecemos y en un olvido que nos coloca en lugares impropios de nuestro verdadero valer.

Plumas extranjeras, eminentes unas, y de cierto prestigio, otras, han cometido errores realmente diabólicos al comentar algún tópico de nuestra actividad nacional, creándonos, a veces, atmósferas de ridículas e ignominiosas decadencias ante los otros países, las que, si no han encontrado terreno propicio que fecundizar, por lo menos han contribuido a despertar recelos y recular simpatías en embrión.

Se ha llegado a presentarnos roídos por antiguos defectos que hoy repudiamos y con juicios formulados frente a una falsa o incompleta apreciación de nuestra verdadera nacionalidad.

Así, se ha pretendido colgarnos poetas que no tenemos, Presidentes indígenas y revoluciones civiles a cada paso.

Deteriorando nombres se ha suprimido algunas de nuestras personalidades científicas, y, desmembrando otros, se nos ha medido ayer por lo que fuimos en tiempos ya lejanos.

Pero, mucha culpa de estos errores y desconocimiento que existen en el extranjero sobre nuestro país, se debe a la negligencia de nosotros mismos, al carácter apático y desdeñoso de los que valen algo, y al espíritu audaz, arribista y pretencioso de los que nada significan.

Los intelectuales de mérito, muy poco se preocupan de que sus obras sean difundidas más allá de los mares o de la cordillera, y los insignificantes procuran ignominiosamente exhibirse fuera y dentro del país, como los representantes de la más avanzada generación de nuestro intelectualismo.


De la poesía chilena, por ejemplo, producto firme y valioso, de una originalidad y belleza superiores a cuanto pueda imaginarse del «país del salitre y del roto», se tiene formada una idea deleznable y una concepción profundamente errada.

Poetillas de cajón, versificadores de chamarasca, zarandeados por la indiferencia o la censura de casa, son los culpables directos de tales fracasos y errores.

Huyendo de la justa indignación de sus compatriotas, han acudido a pedir amparo a la bondad tolerante de los extraños, de los de afuera, de aquellos que no los conocen a fondo, y han mendigado páginas para sus versitos, en diarios u obras extranjeras, loando la capacidad artística de sus dirigentes o autores y ofreciéndoles una réclame o un bombo recíproco para su apoteosis en el país.
Por la labor de esos Longinos del arte se nos ha juzgado muchas veces, y, lógicamente, el juicio sobre ella-producto bastardo de una representación intelectual apestada y absurda-ha tenido que resultar en la forma que era de presumir.

En otras ocasiones se ha saltado por sobre nuestros mejores poetas, y medido nuestro lirismo por el de algunos añejos o incipientes versificadores. Así, un Doctor y Catedrático de Literatura en la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio, que en 1911 publicó en Madrid su obra Autores Españoles e Hispano- Americanos, consagra poquísimas palabras a la poesía chilena.

Para él no existen sino dos poetas de esta nación: Pedro de Oña, poeta colonial, y el lírico. Eduardo de la Barra a quien dedica dos y media líneas en un apéndice de su libro.

Con conocimientos sobre nuestra literatura tan hondos y honrados como los que representamos, no es extraño se nos considere entre los más prosaicos y los menos idealistas de los habitantes del Nuevo Mundo.

                                                        *   *   *

El presente libro tiende a llenar diversos vacíos:
Los autores extranjeros que se propongan elaborar antologías, diccionarios o historias literarias, encontrarán en esta obra la verdadera representación de la poesía chilena, de cuya calidad podrá juzgarse por los trabajos que en ella se insertan.
Estas páginas, vibrantes de verdad y sinceridad, irán a destruir muchas glorias falsas que se yerguen injustificada y artificiosamente, dentro y fuera de Chile, y levantarán a los modestos, a los misántropos, a los meritorios, que pasarán a ocupar el lugar usurpado por indecorosos versificadores.

Probamos: que Chile tiene también su grupo de poetas altamente apreciables, que, por lo menos, están muy por encima de muchas mediocridades coronadas de otros países.

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A muchos, sin duda, va a espantar la factura de este libro, nueva, sincera y audaz, como pocas de esta índole, acostumbrados como estamos a rendir tributo con nuestro silencio pecaminoso a ciertos ídolos de papel chinesco, que hasta hoy permanecen envueltos en una aureola de falso prestigio, y a callar cobardemente ante la invasión funesta de los gualdraperos de la literatura.

Es esta, una obra de juventud, de arte, de sinceridad, sin prejuicios ni animosidades bastardas, de combate y estímulo, de acción y evolución.

Para llegar a este resultado hemos tenido que valernos de toda clase de recursos, hasta de agudas estratagemas, ya que la natural apatía de muchos de nuestros poetas y los recelos e indiferencia provocados por nuestros modestos nombres literarios, les hacían desconfiar de la labor de los autores de Selva Lírica.

Y, a pesar de todo, hemos luchado impasiblemente para obtener nuestro objeto, nuestro principal objeto de depuración y consagración artísticas. Y sólo entonces, en medio de esta lucha, en medio de esta serie de dificultades y negativas de quienes estaban obligados a ayudarnos, casi hemos justificado los errores y deficiencias de algunos autores extranjeros al tratar sobre nuestra literatura.

Pero, así como algunos poetas nos han hecho sonreír amargamente con sus ridículas poses, otros, los más grandes siempre, nos han tendido fraternalmente las manos... Para éstos, nuestro más íntimo reconocimiento. Para aquéllos, nuestro más orgulloso desprecio.

En la composición de este libro y en los juicios sobre los poetas o pseudos poetas que en él figuran, no ha intervenido ningún resentimiento personal, ningún prejuicio escolástico, ningún ceremonial amistoso.

Es un producto de nuestra visión y percepción psicológicas, después de haber servido de receptáculo a las emociones del autor mismo y a la consciente opinión de 12 multitud expectante.

Véase en nuestros pequeños estudios no el fruto de un análisis crítico de laboratorio, sino una impresión lírica emanada del espíritu de dos entusiastas cultivadores del ideal.

Este libro no es una antología poética, no es una obra de rigurosa selección, pues, para señalar las diversas etapas o modalidades del poeta estudiado hemos tenido que exhumarle las composiciones que responden a cada una de sus metamorfosis, con todos sus defectos y virtudes.

Así, no es de extrañar que algunos autores figuren con trabajos que acusan caídas de estilo o de fondo, ya que, para llegar a revelar su perfeccionamiento o su evolución, hemos procurado siempre seguir al poeta desde su período inicial hasta sus últimas demostraciones artísticas.

Va dividida esta Selva Lírica en dos grandes partes:
Primera: Los neo líricos, y
Segunda: Los poetas de tendencias antiguas.

La Primera Parte va subdividida en tres:
Los precursores y representantes de las diversas tendencias modernistas;
Los poetas que les siguen en mérito, y
Los nacionalistas y criollistas.

La Segunda parte contiene los poetas clásicos, románticos, tropicales e indefinibles.

Además, figura una Reseña sobre los poetas no comprendidos en las series anteriores; y, para completar nuestra obra, hemos agregado diversas estudios y trabajos sobre:

Poesía Araucana;
Poetas Acráticos;
Escritores festivos en verso;
Fabulistas;
Ateneo de Santiago;
Consejo Superior de Letras y Bellas Artes, y
Concursos Poéticos.

Caben en esta obra todos aquellos autores que han actuado en nuestro Parnaso con o sin éxito durante los últimos veintidós años, colocados dentro de cada grupo por orden cronológico de nacimiento.

Van algunos intercalados en secciones de mérito, a pesar de nuestro juicio adverso a su labor poética, no porque los consideremos dignos de ellas, sino porque a fuerza de tanto y tanto llamar la atención con libros o publicaciones periódicas en la prensa, se han hecho conocidos en tal forma que suele considerárseles con derecho a mérito, y porque vulgarmente se estima por ahí, en ciertos barrios extraviades, que la popularidad de que gozan marcha en relación directa con el valor artístico real de sus producciones, y, sobre todo, para no arrebatarles un lugar que tendrán que ceder a otros con menos pretensiones y mayor valía.

Otros poetas van en secciones de menos mérito, que a las que podrían aspirar, porque su obra escasa o incipiente, aunque prometedora, no nos ha permitido darlos a conocer más ampliamente y formarnos un concepto cabal de sus labores líricas.

Si faltan algunos (nos permitimos dudarlo), no será culpa nuestra, puesto que por hacer este libro lo más completo posible, hemos recurrido a todos los resortes imaginarios, desde los avisos en toda la prensa nacional, hasta las invitaciones particulares en forma de solicitudes.

Estamos seguros que la mayor parte de los autores que figuran en Selva Lírica, especialmente los que van maltratados y los descontentadizos que nunca faltan, fustigarán nuestros buenos propósitos y verán alzarse de entre éstos el móvil de una venganza o de un sectarismo que jamás hemos sentido.
En cambio habrá otros, tal vez los menos, que nos estimularán con sus consejos y razonamientos honrados, para que la segunda edición de este volumen, que necesariamente habrá de seguir a la presente, carezca de los defectos naturales a una obra primitiva.
Estamos seguros que la mayor parte de los autores que figuran en Selva Lírica, especialmente los que van maltratados y los descontentadizos que nunca faltan, fustigarán nuestros buenos propósitos y verán alzarse de entre éstos el móvil de una venganza o de un sectarismo que jamás hemos sentido.
En cambio habrá otros, tal vez los menos, que nos estimularán con sus consejos y razonamientos honrados, para que la segunda edición de este volumen, que necesariamente habrá de seguir a la presente, carezca de los defectos naturales a una obra primitiva.


                            Juan Agustín Araya


                                      (0.Segura Castro)






                                   Revista Chilena.com


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