(N. en Curepto; 11 de Julio de 1879). Autor de Auroras y Crepúsculos, versos (1898), y de cinco micro-poemas publicados en un solo folleto (1910): En el Edén, Amor patrio, Aurora vespertina, Idilios del jardín y En el baile. También es autor de otro poema, Rosario.
Es acaso el rimador chileno más laureado. Su pequeño poema Creo (1903), lo fue en un certamen de «La Revista Católica». Con una colección de poesías líricas obtuvo un segundo premio en el concurso abierto en 1910 por el Consejo Superior de Letras y con su composición «La Flor de Oro», de sabor medioeval, el premio de honor en los segundos Juegos Florales de Valparaíso. En 1912, gano otro segundo premio en el certamen auspiciado por dicho Consejo, con una colección de poesías líricas y descriptivas: «Versos viejos». En los terceros Juegos Florales de Valparaíso (1913) conquistó la Flor de Oro con su composición «El canto al tordo».
Si hubiera de juzgársele como se juzga generalmente a los colegiales, ¡por el número de premios obtenidos!, Abel González, entre otros, sería uno de nuestros mejores poetas. Pero, no podemos darle tal calificativo. Se oponen a ello, principalmente, sus versos de intención patriótica o social, en los cuales ostenta, como mortal estigma, un sello de pesada vulgaridad. Sin embargo, es justo reconocer que González tiene momentos de verdadero lirismo.
Cuando toca la fibra romántica, sabe ser sencillo y delicado. Mas, esto no significa que su técnica, sus argumentos y su manera de ver y sentir salgan de lo común. A veces no es de los que, ajustándose escrupulosamente a los cánones retóricos, producen renglones medidos que dejan frío o molestan al lector, pues suele comunicar a sus estrofas el calor poético propio de la inspiración.
Linda Betsy, vida mía: yo codicio la flor de oro, disputada en esta justa de galana poesía: ¡Oh, qué hermosa, coronando de tus bucles el tesoro, oh, qué hermosa se vería! enredada en tus cabellos, donde el ébano y el oro sus colores han mezclado se diría un rizo de ellos florecido en tu peinado... Pues por eso es que tu amante, bardo oscuro y sin historia, a probar también sus armas sale al campo de la gloria; a probar su vieja pluma que es su lanza de combate, su arma noble, que al caído con sus golpes nunca abruma, que no hiere por la espalda, que a los grandes no se abate Si, por eso aquí me tienes paladin en el torneo; conquistar para tus sienes la flor de oro yo deseo; conquistarla en lid gloriosa, peleando al son vibrante de cornetas y clarines, contra hueste vigorosa de esforzados paladines; y después de la jornada, en tu frente toda pura de azahares coronada, colocarla con mi mano, temblorosa de ventura, y prenderla con un beso de mi boca apasionada. Es tu amor el que me anima, eres tú la que me impeles a lanzarme en raudo vuelo, como un cóndor, a la cima do se cogen los laureles. Hay quien dice que son necios los que hoy cantan sus amores; que los tiempos han pasado de los viejos trovadores, de las nobles castellanas tan altivas como amantes, de las lides amorosas, de los hechos arrogantes, de las citas misteriosas; que los siglos han caído, como losas sepulcrales, sobre plazas, y palenques y castillos señoriales y han trocado en increíbles fantasías insensatas las hazañas y los cantos de los bardos provenzales, los románticos amores, las sentidas serenatas; que fantasmas en el vasto cementerio de la historia son las rancias tradiciones que aún conserva la memoria de esas eras opulentas en bizarros campeones, en alegres cancioneros, en andantes caballeros, en encuentros y en asaltos a bastiones y castillos, en idilios de princesas y de hermosos pajecillos, en homéricas batallas, en magníficos torneos, en brillantes cacerías y amorosos galanteos... Diz que todas esas cosas que parecen estupendas, hoy apenas si son mitos y fantásticas leyendas. Es verdad que en el abismo misterioso del pasado el gentil romanticismo es celaje ya apagado. De esa edad de desafíos, de proezas y de andanzas, de locuras y amoríos, de palenques y de lanzas, todo muerto ya se mira, y el cadáver en la sombra descarnado se presenta, mientras tanto, cual gusanos, la verdad y la mentira se disputan su osamenta. Es verdad que ni vestigios se conservan ya de aquello; mas ¿quién niega que era todo tan grandioso como bello y que todo despedía un perfume de nobleza majestad y poesía?...
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En la edad en que vivimos no hay amor ni sentimiento. ¡Ay de aquellos que amar saben, ay de aquellos que sentimos cómo te amo y cómo siento! Triunfadora la hermosura por el mundo ya no avanza, ni ya es ella la que hoy día a los brazos da pujanza, a las frentes bizarría y a los nobles corazones entusiasmo y esperanza. El progreso con sus alas ha aventado las cenizas de los tiempos medioevales, que se hundieron hechos trizas, y ha traído para todos los mortales, nuevas lumbres, nuevos usos, nuevos modos, nuevas leyes y costumbres. Ha cambiado hasta los nombres de las cosas y los hombres: lo que el mundo llamó un día fe, nobleza y heroísmo, hoy se llama tiranía, necedad y oscurantismo; hoy las lanzas son cañones, los corceles, dirigibles, codiciosos mercaderes, los bizarros campeones, y aventuras en la Bolsa, las proezas increíbles. Hoy el guante o el pañuelo perfumado de una dama no es de bravos paladines en las justas oriflama, que los lleve a la pelea y en sus ánimos despierte el arrojo temerario y el desprecio por la muerte. ¡Hoy peligros nadie afrenta por preseas de tal monta! Son más altos intereses los que mueven, sin fatiga, a los hombres de estos tiempos, a dar tajos y reveses con las armas de la intriga. Hoy quien ama es un Quijote, hoy la espléndida presea en las lides es la dote de una hermosa... o de una fea. Tal el mundo rueda ahora, como un bólido de nieve; el dinero, esa es la fuerza misteriosa que lo mueve, y en su atmósfera de hielo la armoniosa poesía, del amor hermana santa, con las alas en letargo, no es paloma que alza el vuelo, ni que arrulla ni que canta. De esta edad en el ambiente vibrar se oye solamente del metal el yerto ruido, cuyo son más grato suena de las damas al oído que el acento más sentido de amorosa cantilena El antiguo sentimiento ya no alienta ni respira en cantares o en las notas de un laúd o de una lira; ya no se oyen dulces trovas, ni ya cuenta en sus romances el piadoso peregrino los peligros y los lances asombrosos del camino; ya no entona, apasionado, su canción a la cristiana desdeñosa a quien adora, el gentil abencerraje, a compás del son templado de la suave guzla mora; ni ya en alas, se dilata, de la brisa, en el espacio, la nocturna serenata junto al gótico palacio. ¡Ah, las musas de estos días ya no riman dulcemente sus tristezas y alegrías! Hoy inspiran otros cantos a los nuevos trovadores, donde el torpe escepticismo lanza histéricos clamores; donde muestra el realismo al desnudo la impudicia de sus férvidos amores; donde en vez de alegres trinos, y rumores de cascadas y de arroyos cristalinos, se oyen sordas carcajadas y rabiosas negaciones, arrancadas por la duda a los pobres corazones, a que yerta y venenosa como víbora se anuda. La divina poesía ya no canta, ya no siente, cual cantaba y cual sentía: cuando hoy ríe está impregnada su sonrisa de amargura, cuando gime o cuando llora de su pecho mana hieles y si airosa quiere erguirse con brillante vestidura a la vista se presenta con ropaje de oropeles. ¡Pobres musas! ya no tienen blancas alas de querubes; han cambiado como todo: ya no vuelan por las nubes, hoy se arrastran por el lodo.
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No es extraño, linda Betsy, no es extraño, ya lo creo, que al salir, como me miras, a la arena del torneo, ostentando una armadura de otros tiempos a la usanza, con mi pluma como lanza y tu nombre por divisa, no es extraño que provoque mi presencia a todos risa. Mas ¿qué quieres?... Aunque sea por lo rancio mi atavío de fantásticas edades creación estrafalaria, no tengo otro, tú lo sabes, y ataviado con lo mío, salir quiero sin disfraces a esta justa literaria. De lo grande y de lo bello soñador enamorado, peregrino en el presente soy un hijo del pasado: pues por eso es que, vertiendo mi alma toda en mis estancias al palenque me adelanto, sin orgullos altaneros; pero erguida sí la frente, con altivas arrogancias, como antaño los valientes trovadores caballeros. Soy obscuro, nada valgo; pero al toque del combate siento un fuego que me inflama, y a. luchar a los torneos y a las justas siempre salgo por mi Dios a quien adoro, por mi patria y por mi dama. A luchar por mis amores, por mis nobles ideales: por mi fe, que es la fe santa que heredé de mis mayores, la que al hombre da consuelos y esperanzas inmortales; por mi patria idolatrada, donde el cóndor libre impera, paseando entre sus garras, azul, blanca y encarnada, la magnífica bandera de la estrella nacarada; y por ti paloma mía, mi esperanza, mi alegría, de mi pecho soberana, la arrogante castellana del palacio de mis sueños de ternura y poesía... Por ti, Betsy, aquí hoy me tienes paladin en el combate; por ti siento que, ambicioso de vencer, mi pecho late; a tu frente los laureles que conquiste ceñir quiero; soy tu bardo enamorado, tu rendido caballero; para mí no quiero nada, que a mi frente ya cansada, donde entierran los pesares hondamente sus raíces y aparecen las arrugas, cual profundas cicatrices, a mi frente que su lustre ya ha perdido en luchas crueles, ya no cuadran, vida mía, ya no cuadran los laureles. Mas si alcanzo la Victoria y si dejo, cual quisiera, la flor de oro del torneo enredada entre los bucles de tu espesa cabellera, como premio de mi hazaña sólo un lauro yo deseo: ¿Sabes cuál? con ansia loca por laurel para mi frente quiero un beso de tu boca.