Carta Abierta


                                    


Santiago, Enero de 1917.-
Señor Antonio Bórquez Solar.-
Presente.

---Muy señor mío:

Impreso lo anterior, he leído en el último número de la revista «Zig-Zag» un artículo en que, después de tratar sobre algunos de los libros poéticos aparecidos en Chile durante el año 1916, expresa usted tener noticia de la publicación de una Antología de poetas chilenos formada por dos señores de buena voluntad y totalmente desconocidos en las letras nacionales.-Indudablemente usted se refiere a los autores de <<Selva Lírica>>, y, a pesar de que usted no los conoce, les lanza una andanada de frases que tendrían alguna fuerza despectiva si el que las ha proferido poseyera el prestigio literario suficiente para alcanzar ese resultado..

Al leer tales improperios, pensé:
Este escritor habla en forma inculta de lo que no conoce; carece per consiguiente de honradez literaria. No sabe que «Selva Lírica» es un reto a la crítica adocenada que repara únicamente en faltillas gramaticales o retóricas y descuida los verdaderos rumbos y los nuevos horizontes del Arte.

Este escritor, pensé, ignora que existe en nuestro país una brillante muchachada de genuinos artistas,-poetas del buril, el pincel, la pauta o el verso, que por sus solos méritos empieza a irruir y a imponerse triunfalmente en nuestro limitado ambiente artístico.

No sabe, no quiere saber, que ha so. nado la hora de acompañar fraternalmente a esa juventud y marchar con ella so pena de que los mentores literarios se queden rezagados y hagan obra anacrónica y puramente estéril o negativa.

Este escritor ha trabajado profesionalmente en literatura durante muchísimos años; pero jamás ha producido poemas tan intensos como los de un Daniel Vásquez ni tan originales como los de un Eusebio Ibar, para no citar sino dos muchachos, poetas de verdad.

Todo eso, me dije, lo ignora el gratuito detractor de «Selva Lírica.
Si 26 ¿cómo ha podido esgrimir la lanza quijotesca, mejor dicho la pluma emponzoñada, contra un libro de juventud que atesora nuevas savias y nuevas orientaciones, las últimas palpitaciones y los últimos estremecimientos de nuestra poesía lírica?

Así reflexionaba, no sin admirar una vez más el espléndido florecimiento de nuestros poetas que preponderan a pesar de la envidia de ciertos pseudo-críticos y del servilismo de algunos crédulos que no juzgan con pensamiento propio.

Empero, no crea usted, señor detractor de «Selva Lírica», que la lectura de sus malévolas apreciaciones haya alcanzado a causarme la menor molestia.

Muy por el contrario. Cuando tales cosas pensaba sobre los valores estéticos de nuestros mejores poetas y los parangonaba con la pequeñez del proceder empleado por cierto escritor caído en desuso, llegó al cenáculo que ha servido de hogar artístico a muchos de los escritores, bohemios o no, que figuran en este libro, un grupo de jóvenes poetas que bulliciosamente comentaban el destemplado artículo de marras.

La risueña y chispeante muchachada escuchó la lectura de los improperios escritos por usted.

Para el regocijado grupo y especialmente para los autores de «Selva Lírica», aquello era como sentir cosquillas.

Pero cuando la alegría del grupo juvenil llegó al colmo, fue al leer el auto-retrato que usted se hace modestamente en estas líneas: «Alguno que es considerado en el país y en toda tierra hispano parlante como uno de los más grandes de América y consagrado por las traducciones de sus poesías en revistas extranjeras de fama mundial».

En el grupo de jóvenes escritores estalló una estrepitosa carcajada.

Oh! esa carcajada!... Ella regocijará hasta el último día de mi vida como un eco erlico y dilecto que viniera desde el fondo de un austral archipiélago a través de un campo lírico á medio segar o de una lírica floresta poblada de sátiros y leones.-
Su admirador,


                                                             JULIO MOLINA NÚÑEZ

                                     
Revista Chilena.com


           











 

               Antonio Bórquez Solar





(Ancud, 1874)
Necesitaba visitarlo, saber de sus íntimos gustos literarios y de su labor inédita. Un joven poeta me condujo hasta el Internado Barros Arana, plantel de Humanidades situado en un barrio tranquilo, como un monumental castillo, entre avenidas y copiosos árboles.
Al transponer la verja, me pareció que, aparte del portero, ese fiel cancerbero de los estudiantes, no habría alla persona alguna.

Grandes patios, pasadizos, corredores, varios cuerpos de edificios, pisos bajos y segundos pisos.

Todo vacío, silencio; pero un vacío y silencio en que parece flotar el recuerdo del moscardoneo de la colmena estudiantil, del cristalino coro que forman gritos, voces y risotadas de los muchachos durante el recreo.

Al fondo de aquel laberinto, se cruza un jardín fantástico, sombrío, húmedo; se sube por una escalera en caracol, avanzase por un balcón corrido y se llega por fin a la celda solitaria (le Bórquez Solar, internado allí lejos del mundo, para mejor ritinar sus ensoñaciones o escribir combativos artículos de prensa.
En su carácter de profesor de Castellano), en receso durante aquellas vacaciones, Bórquez estaba allá a solas en una amplia pieza, algo mejor que la buhardilla de bohemios que Ambrogi antaño describiera, tal vez para solaz de esos infelices que gustan mofarse de los pobres diablos que se llaman ellos mismos artistas.
Sobre una mesa grande, muchos libros, revistas, carillas recién borroneadas.
En los muros, oleografías, retratos y caricaturas del poeta, suficientes para hacer una interesante iconografía.
A un lado anaqueles llenos de libros favoritos, mezclades en heterogénea promiscuidad lo antiguo con lo moderno, lo barroco con lo exquisito.
Y en medio de esa capilla artística, Bórquez, mira hacia el azur a través de sus lentes, se inspira metódicamente, salmodia sus ritmos con voz zigzagueante, mefistofélica...

Cuando declama, su rostro moreno, curtido con sal cómica, iluminado por una alegría satánica, con su actual gesto de fraile demoníaco, contribuye al regocijo de sus auditores.
¡Es de oírlo recitar satiresas! Su charla es festiva, con chispa de ingenio, tendenciosa.

De este Bórquez (porque hay otro, su hermano Humberto), se han propalado muchas exageraciones.

Pero en toda exageración, dijo un pansofo, hay un fondo de verdad.

Según sus croniqueurs, Arturo Ambrogi inclusive, Bórquez dio sobrados motivos para que se hablara mal de él.

Sólo que se les ha pasado la mano.

En tiempo de Pedro Antonio González, es cierto, tuvo sus ratos de bohemia en compañía con el gran lírico; pero, en tratándose de tabaco y alcohol, de ajenjo o haschich, suelen urdirse tantas suprisiciones, tantas....

Hacia el año 1887 empezó a publicar en «La Juventud”, periódico (le los alumnos del Liceo ancuclitano.
Por aquel entonces, Bórquez era un perfecto retórico, un clásico a la española. Llegado a Santiago, el hombre evoluciono.

Se enroló en el movimiento modernista iniciado en Chile con la publicación de «Azul> de Rubén Darío. Bórquez, el chilote, curtido por el Austro, venido de allá del fondo del Archipiélago, se sintió catequizado y quiso ser un raro. Afrancesó su indumentaria y su estilo literario.

Así la característica de su «rareza», llegó a ser una abigarrada mezcla, parte exótica y parte criolla.

Fruto de un extraño forzamiento del nato temperamento artístico por una influencia poco afín a él fue su volumen de versos Campo Lirico (Primera Siega), publicado en Santiago en 1900.

El libro éste, llamó extraordinariamente la atención de los intelectuales y acrecentó la popularidad de Bórquez.

Aunque su valor intrínseco fuese discutible, se trataba de una obra que al fin y al cabo debía influir grandemente en la renovación y modernización de nuestra lírica.
No fue un libro original, pues la cosecha se hizo con semillas de Francia, especialmente de Baudelaire y Banville.

Hay en este libro una influencia evidente de «Ritmos, de Pedro A. González.
Pero ante todo Bórquez supo presentar en él la técnica de la escuela llamada decadente, y eso, aunque era ya viejo en Francia, fue aquí una novedad, una bella novela, una original novedad.

Darío con su « Azul» había imitado ya a los modernistas franceses; pero, a cierta dosis de imitación (lecadentista unió el bardo nicaragüense, otra que era producto de su temperamento propio.

La paráfrasis de Bórquez fue más estrecha, más servil y por lo mismo que se parecía muchísimo al original fue esa importación de exotismo literario más comprensible y útil en nuestro medio ambiente artístico, ya muy decaído y anémico a fuerza de ceñirse siempre y siempre a anticuados cartabones.

Para señalar nuevos moldes a los rutinarios explotadores del verso endecasílabo, Bórquez, siguiendo a González, cultivó el decasílabo, el dodecasílabo y el tripentálico.
Hizo versos libres; tercetos y cuartetos. monorrítmicos; sonetos sin el sonsonete de los pareados dobles.

Restringió las rimas pobres que arrastran al renglón siguiente o subsiguiente la palabra consabida. Intercaló versos asonantes y prosas rimadas.

Ojeó el Diccionario e incrustó palabras raras, poco o nada conocidas.

En aquella época pareció vituperable audacia eso de emplear vocablos raros (v. gr. ofiuro, rictus, gongo, plúmbeo, cariofilo, lamantina, crag, idea-cima, ritornelo, aquelarre, nictálope), con una profusión que para algunos constituía abuso de la paciencia e ignorancia del lector.

Hoy, por fortuna, esas palabras desentrañadas del Léxico chocan menos y por lo mismo que la cultura artística se ha intensificado, ya empieza a aceptarse ese enriquecimiento del lenguaje poético, aunque siempre será condenable el abuso o amontonamiento de palabras rebuscadas.

Otra novedad trajo Campo Lirico: el leit motiv de la literatura exótica.

Bórquez, el chilote, habla de su copa de whisky, de su perro bodeleriano, de nereydas y egipanes, de parisinas tardes grises.

Y parodia en todo: imita a Pedro Antonio González, a Bécquer, a Rubén Darío, a Baudelaire.... y quién sabe a cuántos más.

De ahí resultó un libro heterogéneo, mezcolado, escrito en «estilo zurdos, como en alguna parte dijo Francisco Contreras.

Gestos verlenianos y exóticos snobismos caracterizan la obra; pero nadie puede negarle sus valientes impulsos de progreso artístico.

Campo Lírico es todo lo transplantado que se quiera; mas, eso no quita que sea la obra más trascendental de Bórquez.

La Floresta de los Leones (1907), acentuó definitivamente la personalidad de Bórquez.

En este libro hay calor de humanidad, amor al desamparado, al paria que espera su hora de justicia y de redención.

El literato argentino Manuel Ugarte, en su obra «Las nuevas tendencias literarias, dice:
Otro poeta batallador y demócrata es el chileno Antonio Bórquez Solar, cuyo notable libro «La Floresta de los Leones, ha cosechado tantos elogios en su país y en el resto de la América.

Si algunas veces decae el estilo, otras cobra un empuje singular, como la composición titulada «Los Huelguistas».

«Antes, con algunos trabajos de Campo Lírico («Hablo a Cristos) y una serie de sonetos publicados en el díario «La Epoca", bajo el título «Las Tristezas del Suburbio», este poeta había exteriorizado sus doctrinas igualitarias, sus altruistas anhelos de mejoramiento de la vida en las esferas populares.

En la prensa del país, especialmente en los diarios. que han usado el trapo rojo del radicalismo, como «La Ley» y «La Razón», Bórquez Solar ha publicado valientes artículos doctrinarios. Así se explica que ese su fervor libertario se haya infiltrado en gran parte de sus versificaciones.

Libros en prosa, ha publicado: Dilectos Decires (1912), que contiene ensayos filosóficos, y la Belleza del Demonio (1914), que es una «novela histórica, dramática y bárbara), de ese bello monstruo que se llamó Catalina de los Ríos Lisperguer, alias «La Quintrala».

Este autor tiene inéditos varios libros: La Gesta de Ercilla, drama histórico en versos clásicos y modernos; Estrella romántica, drama en prosa que obtuvo una distinción en el Concurso de Bellas Artes de 1914; La Conquista del Sol, leyendas heroicas de la Guerra del Pacífico, en verso; Al quebrar l'os Albores, cuentos rimados; Amorosa Vendimia, poema dramático en verso; Epifania de la Quimera, poema dramático en verso y prosa; Dilectos Decires Nuevos, prosas filosóficas. Varios volúmenes de poesías líricas: Laudatorias Epicas de Arauco, Aurora Epica de Chile; El Antifonario de Afrodita; El Trovador del Archipiélago; Loas del Cielo, de la Tierra y del Mar; y Laudes de las Islas de Esmeralda. Además bosqueja La Tragedía de Carrera, en verso.

Tan enorme bagaje basta para llamar a Bórquez el más laborioso de nuestros literatos.

Una de sus excentricidades: jamás ha querido gastar un céntimo para publicar sus libros.
Como los bohemios de Henry Mürger, espera siempre la ayuda del Acaso o el desprendimiento de algún amigo.
                       



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LOS HUELGUISTAS




                                                         Levantados de su charca
                                                         de sangre fresca y de barro,
                                                         fueron tirados al carro
                                                         los veinte que hirió la Parca,
                                                         en el carro donde embarca,
                                                         boca arriba y a destajo
                                                         a los muertos del trabajo
                                                         esta justicia del hombre,
                                                         tan inicua v tan sin nombre
                                                         cuando se implora de abajo.

                                                         Y allí van los veinte muertos
                                                         cuyas sangrientas heridas
                                                         para clamar por sus vidas
                                                         llevan sus labios abiertos;
                                                         y aunque estén ya todos yertos,
                                                         en la pupila que brilla
                                                         hay un fulgor de cuchilla,
                                                         y hay amenazas de huelga
                                                         en cada brazo que cuelga
                                                         fuera de la barandilla.

                                                         Muda la ciudad reposa.
                                                         Desde los cerros al mar
                                                         viene la niebla a llorar,
                                                         más humana y más piadosa,
                                                         sobre el dolor de la esposa
                                                         en tan tristes funerales
                                                         y son los blancos cendales
                                                         de la neblina que baja
                                                         la fría y blanca mortaja
                                                         de sus despojos mortales.

                                                         Cayeron, porque pidieron
                                                         esos pobres que allí van,
                                                         otro pedazo de pan,
                                                         a los que se enriquecieron
                                                         con el sudor que les dieron

                                                         esos tristes del salario
                                                         que, al desplomarse al osario,
                                                         vieron brillar a sus plantas,
                                                         como las víctimas santas,
                                                         el resplandor del Calvario.

                                                         Bajaron como el lobato
                                                         que echa de la madriguera
                                                         el dolor del hambre fiera
                                                         sobre los campos ingratos,
                                                         dando alaridos a ratos,
                                                         para morir en los crueles
                                                         colmillos de los lebreles
                                                         que, en las sangrientas batidas,
                                                         acabaron con sus vidas,
                                                         con sus hambres y sus hieles....

                                                         Y han dejado en un minuto
                                                         a sus vástagos sin padre
                                                         y a la miseria que ladre
                                                         sobre el horror de su luto.
                                                         ¿A quién culpar de este fruto
                                                         que han dado las barricadas?...
                                                         Tras las horas desoladas
                                                         de los hijos de la estiva,
                                                         se alza más trágica y viva
                                                         la Aurora de otras jornadas.

                                                         Y surgen sobre los llantos
                                                         el fulgurar de una hoguera,
                                                         una cruz y una bandera,
                                                         un hosanna y unos, cantos:
                                                         y en su carrera de espantos
                                                         sobre esos veinte ataúdes
                                                         pasan millares de aludes
                                                         empujados desde el lodo
                                                         en un magnífico éxodo
                                                         de lágrimas y virtudes.

                                                         Ahora nadie acompaña
                                                         a los que van a la huesa,
                                                         que el que muere en la pobreza
                                                         es una ruin alimaña
                                                         cuya muerte a nadie extraña;
                                                         ni en la torre el funeral
                                                         dice la esquila glacial,
                                                         que ella sólo dobla y toca
                                                         cuando el badajo en su boca
                                                         es oro del capital.

                                                         Flores caigan en la tierra
                                                         de tan humildes sepelios,
                                                         que a los nuevos EvÁngelios
                                                         estos pobres que hoy encierra,
                                                         cuando concluya la guerra,
                                                         han de salir del osario
                                                         y juntos con otros tantos
                                                         han de ser ellos los santos
                                                         de otro nuevo calendario.

                                                  ……………………………………

                     

                                                             
                            

LA MONTAÑA CHILOTA




                                                Bajo la blanca claridad del orto
                                                desde el escarpe de un ribazo asciendo
                                                y frente a la montaña quedo absorto.
                                                Mensuro la osadía de mí mismo
                                                y su grandeza sin rival contemplo:
                                                como un gusano soy ante un abismo,
                                                como una brizna en el umbral de un templo.

                                                El cielo allá. Y el sol pálido emerge:
                                                en un brillante cataclismo de oro
                                                sus cien diluvios hacia aquí converge.
                                                Preludia el mar un wagneriano coro,
                                                y cuando los alerces más enhiestos
                                                el sol pálido baña,
                                                se estremece en un vuelo de anapestos
                                                la santa catedral de la montaña.

                                                Es tan impenetrable, tan inmensa,
                                                tan imponente, gigantesca, altiva,
                                                que parece que piensa
                                                como una esfinge que estuviera viva.

                                                En su grandiosa majestad se yergue.
                                                Su dombo enorme hasta el azul se enarca.
                                                Es que es acaso el misterioso albergue
                                                del genio-Rey de la insular comarca.

                                                Venzo mi temor y entro;
                                                y como si esto fuera
                                                lo mismo que esperara la montaña,
                                                parece toda entera,
                                                que me sale al encuentro.

                                                ¡Oh, qué indecible sensación, qué extraña!
                                                Bajo los pabellones de verdura
                                                los troncos en desorden, o enfilados,
                                                en un silencio que jamás perdura,
                                                cortos, gruesos, o altos y flexibles,
                                                se parecen millares de soldados;
                                                otros caídos en la sombra larga
                                                se agazapan y atisban en la sombra
                                                como si en la revuelta de una carga,
                                                en su actitud postrera de combate,
                                                caído hubieran en la verde alfombra.
                                                Hay brazos retorcidos y robustos
                                                sin una hoja en su extensión entera,
                                                sólo en su extremo su florón de ramas
                                                que cuando el viento temblador lo bate
                                                se parece el florón, una bandera.

                                                Y no hay una palabra, no hay un símil
                                                para esa trabazón que se hace arriba:
                                                bóveda de una Alhambra inverosímil.

                                                En la arquería de verdura espesa
                                                de laureles, de alerces y de robles,
                                                bajo la cual la medía sombra reza
                                                y el Austro canta sus liturgias nobles,
                                                la trepadora de robustas hebras
                                                asciende por los troncos y se añuda
                                                en la rama más alta y más desnuda
                                                como una enredadera de culebras;
                                                o salta al árbol que se erige al frente
                                                y en espiral se tiende por su espalda
                                                y queda en el espacio como un puente
                                                que hubieran hecho de una gran guirnalda.

                                                Y por entre los mirtos y las lumas
                                                y por entre la blanca quilineja,
                                                el cándido copihue se asemeja
                                                un copo de blanquísimas espumas.
                                                Y otras mil flores con sus mil matices,
                                                en una conjunción de maravillas,
                                                en la maraña entreabren sus matices
                                                todas rojas, azules, o amarillas.
                                                Y cada arbusto grave y solitario
                                                y cada madreselva pudorosa
                                                que en el misterio forestal se goza,
                                                son como un regio y místico incensario.

                                                Toda la gama del perfume embriaga
                                                olor de nidos y de tierra nueva
                                                que regada en la noche hubiese sido
                                                por la mano filial de alguna maga.

                                                Y luego a cielo abierto,
                                                bajo el diáfano azul del horizonte
                                                irrumpe la armonía de un concierto
                                                con las liras magníficas del monte.
                                                Son los jilgueros, diucas y chingolos
                                                a los cuales responden los zorzales
                                                y los tordos, detrás los matorrales,
                                                con el mágico silbo de sus solos.
                                                Entonces la montaña está de fiesta
                                                y en su gigante catedral se oficia
                                                al refulgente sol, a toda orquesta.

                                                Mas, yo pienso en las noches del Invierno
                                                cuando pasa en ruidosa cabalgata
                                                con sus locas fanfarrias y su cuerno
                                                el Austro fiero con su hoz de plata.
                                                Entonces la montaña es más la iglesia
                                                bajo cuyos macizos de arbotantes,
                                                a medida que el viento más arrecia,
                                                se escuchan las salmodias más gigantes....
                                                cada gancho del árbol más escueto
                                                al azote del Austro que le hiere,
                                                se alza con el fervor de un esqueleto
                                                que alzara de un halcón un miserere.
                                              -Así mi fantasía lo columbra....
                                                Los mañíus se chocan con el muermo
                                                mientras el trueno estalla en la penumbra
                                                y rueda de las nubes hasta el yermo.
                                                Las hojas rezan con temor extraño,
                                                y cuando el viento rompe y hace lonjas
                                                los troncos, llenas de íntimos temblores
                                                favor imploran con su voz de monjas....
                                                Y es el canto magnífico y terrible,
                                                y ronco y grave es él;
                                                se inclinan al oírlo pavorosos
                                                los robles, los cipreses y el laurel;
                                                canto de imprecación y de sollozos,
                                                de anatema, de súplica y perdon,
                                                dice de los misterios dolorosos
                                                y tiene los rugidos del león.

                                                Esta montaña impenetrable vive,
                                                se fecunda, florece, se agiganta,
                                                se vuelve más tupida, más espesa,
                                                más dura hace en sus troncos la corteza
                                                que más firmes arraigan a su planta,
                                                más al cielo sus árboles levanta,
                                                con más fuerza entrelaza sus ramajes
                                                más encanto coloca en sus misterios,
                                                más dulzura en sus cantos y salterios,
                                                más resiste del Austro los ultrajes,
                                                más perfume en sus cálices derrama,
                                                más tibieza en sus nidos de paloma,
                                                más calor en sus folias de retama,
                                                más a las nubes à mirar se asoma,
                                                y más su vida exuberante ama,
                                                para entregarse toda entera, asina,
                                                con todos sus tesoros à su dueño
                                                que la ama con amor que la asesina,
                                                al brazo domador, al brazo isleño!
                                                Y no le importa ni el dolor del hacha
                                                que abre en su corazón el hondo tajo,
                                                ni le importan los dientes de la sierra,
                                               ¡oh, bendita Montaña de mi tierra,
                                                premio de oro al esfuerzo del trabajo!
                       

                                                     …………………………………


                                                    

                                   

LOS POBRES





                                                Una cabeza fiera y fosca, como
                                                la cabeza de un búfalo salvaje.
                                                La barba le temblaba como a un Cristo
                                                cansado bajo el peso del madero
                                                que tuviera la enorme pesadumbre
                                                de veinte siglos de pecados trágicos.
                                                Pálido, con la lúgubre y terrosa

                                                palidez de una vieja calavera
                                                puesta en el paño negro de los túmulos,
                                                iba marchando en medio de los frailes
                                                hacia el maldito patio del patíbulo.
                                                Y sus grillos crujían y sonaban
                                                su sonido de angustia, corto y seco,
                                                como el sonido de una esquila rota
                                                donde doblara sus maitines fúnebres
                                                con su huesuda mano un esqueleto.
                                                El maldito grillete rechinaba,
                                                y este rechinamiento era maldito....
                                                Cuando cayó su cuerpo estrangulado
                                                por las negras angustias de la muerte,
                                                sentí en mi pecho un doloroso luto,
                                                sentí en mi pecho germinar el odio,
                                                la santa compasión por esos pobres
                                                que ha siglos son las víctimas alzadas
                                                por sobre los calvarios más sangrientos,
                                                clavados en las cruces más infames,
                                                apurando las hieles más amargas,
                                                sufriendo las torturas más horrendas.
                                                Y yo pensé en los lodos más abyectos,
                                                en las horribles vidas del suburbio
                                                donde unos flacos perros lengüetean
                                                las rojas carnes que manchó la lepra,
                                                los pobres cuerpos que floreó la llaga.
                                                Y ví los pobres cuerpos flagelados
                                                por los sangrientos látigos del hambre,
                                                destrozados los vientres de las hembras,
                                                en la gélida noche de los partos,
                                                por la Miseria escuálida que marcha
                                                aullando su canción de los presidios
                                                donde hay un pan amargo y un sepulcro,
                                                donde está la gran boca del patíbulo,
                                                gran boca de un enorme Minotauro
                                                que nunca llena la Justicia humana.
                                                Y ante mí desfilaron en cortejo:
                                                la procesión triunfal de las tabernas
                                                donde danzan las llamas demoníacas
                                                de los turbios alcoholes que envenenan;
                                                y los rojos puñales afilados
                                                en una sed rabiosa de venganzas;
                                                y la negra cucarda del harapo;
                                                la legión explotada en la faena;
                                                todas las pobres vírgenes cloróticas
                                                que manchó con su fango la impudicia
                                                de los grandes y ricos de la tierra;
                                                y los lechos que infaman las forzosas
                                                prostituciones; todas las angustias
                                                de los que crucifica la miseria....
                                                Entonces una santa compasión
                                                tuve yo por el pobre del banquillo
                                                y pensé en las augustas redenciones
                                                de todas esas almas de ojos ciegos.
                                                ¡Y vi que no era justa la Justicia
                                                con los que crucifica la Miseria!

                                                 ………………………………………


                                  

                                   TRIBULACIONES




                                            Anatolio es un hombre mezcla de luz y lodo;
                                            tiene ansias infinitas y hastiado está de todo.
                                            Al Abismo en la noche se confiesa a su modo
                                            sonambulesco y triste, de amarguras beodo:
                                            -Oído del Abismo, tú que estás en mí mismo,
                                            Óyeme bien y dame tu gran palabra, Abismo:
                                            ¿de qué barro estoy hecho? Pero, ¿de qué fermento
                                            de unas cosas protervas como zumo de yerbas
                                            venenosas? ¿De qué blancuras, de sacramento?
                                            Todas mis horas pasan estranguladas, siervas
                                            del Pecado maligno y del Arrepentimiento.
                                            Sí; tengo envenenada mi pobre carne flaca
                                            y busco muchos años sin encontrar la triaca.
                                            Yo quisiera ser humildemente bueno, bueno
                                            como un árbol modesto perdido en la montaña,
                                            dar mis flores y frutos y estar siempre lleno
                                            de ese dulce reposo que las florestas baña;
                                            pero son mis pasiones como potros ariscos
                                            que corbetean, piafan y quebrantan su freno;
                                            y desbocados saltan torrenteras y riscos,
                                            borbotantes de espumas estos potros ariscos.
                                            Ya todo lo he probado, lo bueno y lo vedado,
                                            el amor inocente con el amor comprado
                                            y de los dos, no acierto cuál mejor me ha engañado;
                                            pero tras ellos corro como un desatentado..
                                            No me sacian los besos y amo hasta el sufrimiento
                                            sin compasión ninguna, de la vida que gasto,
                                            hasta llegar las horas del arrepentimiento:
                                            las horas mordedoras, pero sin eficacia,
                                            en que me torno bueno y en que me torno casto.
                                            Y después que estas cuitas me acribillan de heridas,
                                            me parece que vuelvo otra vez a la gracia
                                            de mis horas de armiño, de mis horas floridas.
                                            Primero sufro mucho y me doy horror yo mismo,
                                            me avergüenzo y me envuelvo en un puro misticismo;
                                            con rudas disciplinas me sangro y me flagelo
                                            hasta que el dolor me hace como un bloque de hielo.
                                            En seguida viene la paz, un dulce consuelo
                                            que ilumina mi alma como una luz del cielo.
                                            Y amo todas las cosas, las piedras y las rosas,
                                            la palma del martirio, el humo de la gloria,
                                            y torno en oro puro hasta mi misma escoria.
                                            Más cuando ya parece que estoy regenerado,
                                            caigo otra vez de nuevo en las fauces. del Pecado...
                                            ¡Oh Padre y Señor mío que estás en el Abismo,
                                            socórreme; no puedo socorrerme yo mismo!
                                            Y angustiado Anatolio le preguntó al Abismo:
                                            -¿Qué debo hacer?
                                            Y Él:-Pues, ¡véncete a ti mismo!

                                                     ……………………………….



                          


                               

LOS OJOS DEL MAR




                                                           Gelatinosos y obscuros,
                                                           ojos graves, ojos muertos,
                                                           perdurablemente abiertos
                                                           son estos ojos del mar.
                                                           Enigmáticos, sombríos,
                                                           muy abajo se abren todos
                                                           y en sus cuencas de mil modos
                                                           por la fuerza hay que mirar.

                                                           Sugestionan y fascinan.
                                                           Como un gancho, de allá al fondo,
                                                           se me clavan en lo hondo
                                                           de mi sentir y pensar:
                                                           y horas de horas yo me paso
                                                           frente a esos ojos tan graves
                                                           que hablan en lenguas sin claves
                                                           desde las cuencas del mar.

                                                           ¿Qué saben, o qué me dicen
                                                           esos ojos, ojos muertos
                                                           perdurablemente abiertos
                                                           sin cansarse de mirar?
                                                           Talvez sean las pupilas
                                                           de los millares de isleños
                                                           que se hundieron con sus leños
                                                           entre las algas del mar.

                                                           Y que hace millares de años
                                                           ahí guardan su leyenda
                                                           para quien audaz pretenda
                                                           una gloria secular...
                                                           Y como son mis hermanos
                                                           me fascinan juntos todos
                                                           y me llaman de mil modos
                                                           con sus ojos, bajo el mar.
                              
                                                    ………………………………

                                       

EFÍMERA




                                            El conventillo es largo, muy largo y triste;
                                            una ansiedad suprema cada puerta reviste.
                                            El sol apenas cae, su flecha se resiste....
                                            Y en esa abierta puerta, una vez te sonreíste.

                                            Era tu faz morena
                                            como de una azucena;
                                            yo creo que valías más que el sol, más que el sol....
                                            Entonces fue que dije:-Tengo melancolía,
                                            mucha pena y dolor;
                                            de tu viñita pura, al terminar el día,
                                            dame siquiera un poco de su intensa alegría.....

                                            El grito de un chiquillo....
                                            También un vendedor.
                                            Se alegró el conventillo
                                            y brilló más el sol.

                                            Es que tú eres ya viejo;-de ese modo dijiste.
                                            Yo me puse triste con mi pena más triste.
                                            Tomé mi blanco vino
                                            y este vino tenía un sabor peregrino.

                                            Quise darte un abrazo. Pasó el mismo chiquillo
                                            como una flor abierta. Rióse el conventillo.
                                            Una intención de idilio puso el sol en su brillo.
                                            Y se alegró de nuevo el largo conventillo....


                                                  ……………………………………