(En Chañaral, el 8 de Agosto de 1886) Su adolescencia fue sobria, mística, serena. Profundamente observador, sus primeros pasos en la literatura, dejaban en la senda las huellas de una filosofía prematura y el oro de una poesía exquisita. Su primer amor, romántico e ingenuo, hacia una muchacha materialista y desdeñosa, le hizo romper la monotonía de su quietud habitual.
Y el poeta amoroso, el filósofo prematuro, abandono la situación expectable de su hogar, arrastrado por el dolor de su pasión desdeñada. Y su carácter dulce, apacible, se transformó en levantisco y desordenado, que le ha hecho saborear las más complicadas y ásperas bohemias.
Su espíritu, libertario desde entonces, ha atravesado por las alternativas más dolorosas y más blandas. Ha vivido los placeres más intensos y mordido las angustias más amargas. Juguete de las raras intrigas del destino, ha ocupado un asiento en la mesa de un magnate y cenado entre canallas en los mesones amanecidos de una última fonda de arrabal. Ha tendido su cuerpo en los lechos más severos y dormido a ras de tierra bajo toda intemperie. Es el tipo del verdadero bohemio.
Su modo atormentado, su manera mística de formular las cosas y el dejo misterioso de su voz grave y lenta, palpitan elocuentes en su extraña naturaleza de artista.
Desapegado de toda escuela o tendencia literaria, vive su poesía con la fuerza del náufrago. Se interna por los vericuetos de la vida espiritual como una hormiga que preparara sus provisiones para el próximo invierno. Captura las psicologías más humildes, ignoradas y abstrusas, que escapan a la simple vista, y las transcribe al papel con una propiedad pasmosa, deleitable.
Alberto Moreno es el cantor exquisito y único de la vida ordinaria con sus múltiples zozobras espirituales.
Su refinamiento es voluptuoso, dentro de la forma velada y mística de sus concepciones líricas.
A veces sus pensamientos son sutiles, vaporosos; otras, mezcla de naturalismo y relativa obscuridad. Pero siempre sus expresiones alcanzan un objeto: transfiguran radiósamente, sacan a luz, como un tesoro virgen, la vida anónima y polvorienta de las cosas ínfimas que cantara Guerra Junqueiro, y el silencio menudo de la hora vulgar. Una científica naturaleza de arte coloreada de misticismo ibseniano, arrastra sus versos a una fórmula única y personal entre nosotros, que bien puede ser la del futurismo poético. El poeta nos ha dicho: «Tendencia literaria-podría decirse-no tengo ninguna. Únicamente escribo por la necesidad psíquica de fijar ciertas bellezas interiores florecidas por el contacto de otras bellezas circunstanciales de la vida ordinaria. No escribo sólo por escribir poesías cuando se me antoje o cuando quiera hacerlas. No; escribo cuando la emoción me hace nacer esa necesidad psíquica de que hablo, y entonces trato de exteriorizar el trance con la mayor honradez posible y exactitud en la introspección, a fin de que resulte originalidad, es decir, la verdad....»
A pesar de que Moreno abomina del carnerazgo de las escuelas literarias y cree comulgar en la eucaristía de una tendencia propia y desconocida, nosotros estimamos que, por el lustre y subjetividad de su poesía, debe figurar como el primero de los poetas simbolistas, a la cabeza de ese fuerte núcleo de combate que forman Pedro Prado, García Huidobro, Jorge Hübner, Ángel Cruchaga, Luciano Morgado y otros.
Hay poemas de Alberto Moreno que un Baudelaire o un Maeterlinck prohijarían sin vacilar.
Lástima que exquisiteces como las de este artista se pierdan en la sombra de un cuaderno personal desastroso, y es sensible que por el orgullo y la indiferencia de Moreno. su talento no haya ocupado el lugar que le corresponde en las Letras Americanas.
Poeta de talla muy superior a la de su amigo íntimo el perdurable Pezoa Véliz, heredó de éste la forma impecable y el fondo ácido de escepticismo de su poesía. Jamás vibra su verso sin que un temblor nuevo conmueva las miradas y el alma del que le escucha. Siempre encontramos en sus poemas ese destello vigoroso y lancinante que hace destacar entre todos su personalidad de una manera inconfundible.
Ha aspirado la vida a todo pulmón. Alejado de los corrillos o montoneras literarias, en que las discusiones prejuiciadas oponen un código a las ideas avanzadas y rompen el fuego sobre todo aquello que significa un gesto de rebelión contra las normas rutinarias del día, él ha podido hacer sus jornadas espirituales sin arrepentirse ante una palabra que tratara de cortar las alas audaces de sus pensamientos, y ha sacado a luz su brillante cosecha y lucido su personalidad como un bello infante desnudo sobre los pañales de la cuna.
La labor de este poeta es vasta, pero desconocida. Tendría material para tres libros, si sus poemas, esparcidos al azar entre sus compañeros de arte y enamorados de sus versos, no tuvieran un destino dudoso. : Hace mucho tiempo nos prometió Los cuatro reinos (cien poemas en verso), título que tuvo que modificar por motivos de una ingeniosa y muy humana observación de Pezoa Véliz.
Últimamente nos ha prometido De las zonas vírgenes, libro que estamos seguros jamás aparecerá si no se interesa directamente un editor.
Como dramaturgo Alberto Moreno es un anónimo absoluto. En su obra Los Inculpables, drama en prosa y tres actos, hace palpitar en sus personajes, de una manera fuerte y emocionante las luchas sordas que entablan las eternas víctimas del amor, que caen inmoladas en alas de sus ideales, maldecidas por medía humanidad y sin tener más culpa que la de ceder ante el misterio de los destinos irrevocables. Como en la poesía, Moreno triunfa en el drama.
Sus diálogos son reposados y penetrantes. Convence con la actitud serena de una frase resignada. El epíteto es su fuerte. Una palabra, un monosílabo cualquiera, revela la tragedia dolorosa de un instante.
Sus personajes se mueven en una zona de profundo realismo. Nada de supercherías, de aditamentos teatrales. La vida íntima con sus múltiples aspectos resbala por las escenas como un viento huracanado que viniera de las nieves. Y pasa y concluye con la misma vulgaridad de siempre, pero dejando en el alma la amargura sin límites, la tristeza infinita de la fatalidad que suele atravesarse como un fantasma en el camino de los humanos.
Alberto Moreno es un Pezoa Véliz, más refinado, más grande, más fuerte. El examen de la obra de ambos colocará a cada uno en el lugar que le corresponde. Ocupa actualmente un puesto en la Municipalidad de Valparaíso.
Y fue en el meridiano de un día amplio y callado, como una fiesta nueva del espíritu. El cielo,
puro como la muerte, inmune como el sueño, estaba decorado por sol ávido y grueso.
Vagaba en la inconsciencia de asuntos familiares, en esa hora sabia del último silencio;
del último silencio de nuestra alma; silencio que nos da la certeza de la última jornada y el reciente destino.
Vagaba. El pensamiento, en la destreza frío, con sus parcas maniobras saltaba los objetos;
se posaba en los duros desgastes de las cosas, ante los espectáculos enanos de la alfombra;
bien discurría, ajeno al diapasón violento del sol, entre las huellas de su propia pasada;
bien hacía capturas, de gris psicología, en la charla indolente de hermana laboriosa;
de la joven inquieta que resume mi espíritu y da fruiciones vagas a los diarios afanes.
....El timbre que resuena.... Es la amada que llega.
Ella entró vulgarmente, en ropas de negruras.... La familia riendo, los abrazos, los besos, las rancias atenciones.
En ropas de negruras surgía aquello grave: (ni emoción y mi ensucio, mi objeto de terrores, ¡mi único paraíso!)
Surgía el rostro blanco algo cansado y triste.
Esta mujer antigua -para mí que soy niño ante el tiempo y el alma- es una mujer joven;
pero ha vivido tanto en la existencia mía, ha removido tantas visiones y quimeras, que en el misterio claro de su belleza aún queda un remoto espejismo y una vieja añoranza de tiempos misteriosos.
Estamos frente a frente, fingiendo indiferencia, (y se explosionan todas las fibras más sutiles!)
Las charlas familiares hacen común atmósfera con... (no legible) de... (no legible)
Está bella, sonriente, en su ardua compostura; ni un pensamiento mío se envuelve en sensualismo, ¡como si fuera diosa, como si fuera mármol!
Transcurre el tiempo, sólo para formar las redes de los destinos todos. Y el cañamazo nuestro ¿aún no termina el Tiempo?
No lo termina, porque sentimos vago aviso, un llamado perenne a zonas más intensas;
y nuestras manos, nuestras miradas; las presencias, las risas, las palabras, los silencios inquietos
de este amor estupendo, van tejiendo la trama para que las compuertas del infinito se abran!
Esperamos milagros del Gran Todo; una fuerza rica, suprema, augusta, portadora de edenes afrodisíacos; hondos paraísos de hechizo,
que sacudan los nervios, conquisten el Silencio y avasallen los cuerpos inmóviles y místicos.
para que surja la hora maravillosamente gloriosa del poema de la carne y la vida.
* Los arreos mundanos, los convencionalismos, aguardan tras las puertas del misterio. Las almas -nuestras almas- dejaron de oficiar. Es la hora de la vida ordinaria. Diosa que desconoce los tesoros que guarda
De pie para marcharse, ella ríe con todos y muestra movimientos graciosos y sencillos, como para ocultar la vida verdadera del espíritu, esa que trasciende furtiva en los bellos relámpagos de su mirada triste hacia mi alma en suspenso.
Y como siempre, siempre, como todos los días, su fina mano blanca estrecha el temblor vago de mi mano. Y entonces los efluvios astrales intervienen. Nostalgias de algún remoto cielo, en los nervios unidos vibran como un poema.
Nos apartamos como dos fuerzas misteriosas, sabedoras que un día -o talvez miles de años después de estos encuentros- comulgarán unidas en el connubio psíquico de las constelaciones! ……………………………………
DE LOS POEMAS NUEVOS Sol extraño, de patología, se ha desdoblado en mi corazón, y quema implacable, noche y día, como una vil brasa de carbón.
Es sol fantasma del otro sol y su alma diluye en las arterias, con la dinámica del alcohol y los progresos de las bacterias.
Esta atroz calentura oculta está transformando la vida, sus lógicas fuentes sepulta y deja el alma suspendida.
Intensifica los latidos, procrea todos los terrores, pone un gris vuelco en los sentidos y escalofrío en los dolores.
Mi buenas tierras humanas, mis dominios de existencia, sólo serán zonas vanas de monstruosa virulencia;
como las fosas comunes con la virtud de un sol fuerte, y en donde quedan impunes los trabajos de la muerte,
hasta que la muerte tuya. ¡amor duro, de delito! mi pobre cuerpo reconstruya y apague el fuego maldito!
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MI GIGASTA (A Carlos Baudelaire, como inspirador).
Maestro: Yo no sueño con las gigantas tuyas; tengo una mujer viva, más real y fabulosa: es moderna, vibrante-para que tú te instruyas de los raros progresos de esta edad contagiosa.
Mi giganta no tiene las perezas serenas, no es matrona, ni diosa, ni estatua simbolista; sus carnes, sus ensueños, sus linfas y sus venas, son savias, floraciones, de una magia realista.
Si la vieras, poeta, con su gran compostura, tú que siempre soñabas artificios extraños, en sus pasos ambiguos y en su inmensa figura pierden sus agresiones la ceba de los años.
Si la vieras cruzando las plazas dilatadas, con su belleza rubia y el aire distraído; los muslos prepotentes, las piernas ignoradas: todo el firme tesoro debajo del vestido.
La veo en las mañanas, las siestas y las tardes -viviente hechicería de la ciudad atroz- como un poema enorme sin énfasis ni alardes, nacido en el silencio para el vicio de un dios.
A veces he seguido su vasto encantamiento, el hondo poderío de este fruto, salud de rancios desdichados, sin más resarcimiento que madurar sus sueños dentro del ataúd.
He visto en sus ojeras y el mirar clandestino telepatías hondas de noches solitarias, tatuajes que no marcan vulgaridades, sino divinos espejismos de sexos y plegarias.
¿Quién sabe los misterios de este vasto organismo? ¿Quién llega a los dominios de su rica nirvana? ¿Será desmesurado como el cuerpo el abismo de su quimera sobre la forma sobrehumana?
Poeta: no la quiero como fría giganta, como tú, al desear los encantos serenos, los pródigos regazos de una ternura santa «al dormirte besando la sombra de los senos»;
la quiero como un monstruo bendito y formidable de estas pobres ciudades, de estos pobres poetas; su fenómeno adoro -bálsamo saludable- para mi gran fastidio, mis torturas secretas.
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FRUTO MÁXIMO
Después de los intensos desgastes en que explotamos nuestra doble alma, y hacemos elixir del fastidio con aleaciones malas;
después de olvidar el otro mundo y el misterio de esta vida vasta, para poder sonambulizarnos e invertir el karma;
después de la inmersión en la noche anterior, y de violar la parda brujería de horas evasivas, sorpresas visionarias,
heme aquí, solitario, cobarde, tendido cual espectro, en la cama, rodeado de una sombra inquieta en una tarde larga.
El pasmado silencio se activa con sus redes enormes y raras, forma un aire eternal en las cosas, de sorda represalia.
Los temblores nerviosos aumentan y el miedo del espíritu horada. (Un viento huracanado, furtivo, entreabrió la ventana).
Y se puebla de luces y ruidos y figuras hundidas, la buharda, como alguna invasión de visiones que mandara la Nada.
Anochece. ¿Qué número toca a esta noche mortal como tantas, esta noche que es sólo una angustia sobre la hora urbana?
El crepúsculo inmenso desciende, y como un abismo que se vacía, forman una atmósfera de terrores, una órbita macabra,
temblorosa de presentimientos, embriones de pesadillas vagas y dislocaciones de recuerdos en épocas hermanas. El presente entra al organismo y de nuevos misterios lo baña. El espíritu avizor palpita por la implacable saña,
de los ungüentos de la vida, los maleficios de jornada, ¡condenación final y negra! ¡y la nada, la nada!
Y con ázoe en los dolores, revulso de infinito y alma, quisiera ser irresponsable cual muerto que alentara....
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MUSA MODERNA
Mi musa está incurable, destruida. ¡Si la vieran, Dios mío! Los terrores, los vértigos, fatigas de la vida, la ahogan con enormes estertores!
Pobrecita! Tendida en los escombros de un violento existir, mira, recuerda.... Con la fatalidad sobre los hombros, no hay reptil ni dolor que no la muerda.
Mi musa está incurable. Las promesas de los sueños, no existen. Las quimeras se fueron como tropa de posesas, cual fastuosas y bellas calaveras.
Agotó su vendimia de ideales; ni una brizna encontró para su nido, ni restañó la sangre de sus males el curandero vago del olvido.
Hoy adora placeres misteriosos, donde hay fósforo, azufre, valeriana; donde hay espasmos tétricos, nerviosos, y un regusto supremo de nirvana.
Irónica, impotente, ya no hay plectros que encanten el retiro en que se abisma; tan solo se solaza con espectros redivivos del fondo de sí misma.
En las tardes el pecho le tortura un deseo voraz al cual se aferra: sed de una apocalíptica ternura, hambre de nuevo cielo y nueva tierra.
Pero no hay fuego, sueño ni embeleso, las venas muertas y los brazos rotos, los labios impotentes para el beso, los éxtasis obscuros y remotos....
Musa. Un secreto fuego te reanima: prepara tus miserias, tu tesoro; el éxodo supremo se aproxima con sones de arpas y mirajes de oro.
Cuando la eterna pálida te encuentre pronta para partir, tal vez recobres el inmenso ideal de abrirte el vientre para nutrir el sueño de los pobres.
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LIBERACIÓN
Llenaste los minutos agresivos de mis duelos, terrores y pobrezas, con tu pequeño amor sin incentivos, con tu ruda y anónima belleza.
Llenaste de mi vida los vacíos donde florecen todos los venenos, donde el virus fatal de mis hastíos, me aparta de la vida de los buenos.
Con tu afán de matar las vastas penas buscabas paraísos de ternura, en las noches tan rancias y tan llenas, de una pasión vulgar, áspera y pura.
Fueron la disciplina de los besos, de la cita, el abrazo y los proyectos, los que con sus poderes inconfesos derribaron mis vicios más abyectos.
Supiste en las silvestres inconciencias, dominadoras de tu amor bendito, poner bálsamo y sol en mis dolencias y una quimera más en mi infinito.
Maravilla o milagro de los lentos paseos rutinarios por la vía: tus extraños, tus vagos crispamientos, incubaron en mí la profecía
de que todo era un fraude del destino, a pesar de ser mías tus visiones, mio tu cuerpo nuevo y el divino deseo de vivir con ilusiones.
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AGONÍA DE UNA BELLEZA
Tu belleza se muere, pobre princesa mía; ya tus ojos reflejan zonas crepusculares, el otoño en tu carne pone su boca fría y en tus labios fallecen los azules cantares.
Esas voces de sueño, nunca más las alcobas llenarán con sus oros rítmicos y suntuosos; ya tus flancos se pierden, no como antes arrobas con los senos redondos, firmes y milagrosos.
Nunca ya sobre el piano vendrán resurrecciones de primaveras vastas y deseos de amar, no llenarás tus ojos con las mudas visiones de navíos y diques y un domingo en el mar.
Todo el mundo bravío, los imperios del Nervio, las lejanas comarcas de fiebre de pasión, no tendrán sus riquezas ni el empuje soberbio, ni savia de la tierra, ni sed, ni rebelión.
Ya las grandes quimeras buscan las sepulturas; el Ideal, inválido, guarda sus armas rotas; los besos han perdido sus divinas locuras y las manos se alargan glaciales y devotas.....
¡Y pensar que un poema indefinible llega a morir como tantas frías vulgaridades, en el turbión monstruoso de pavura que ciega; en la vida que pasa con sus obscuridades!....
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LO INEVITABLE
Consuelo de mis agrias depresiones cuando creo enemigos los mortales, son tus memorias llenas de emociones, llenas de besos y de llantos reales.
Es un consuelo tu recuerdo. Vivo ese trozo de tiempo extraordinario para obtener el hondo lenitivo como la azul virtud del incensario.
Resucito las horas distraídas donde el cansado espíritu se embarque: cuando con nuestras manos reunidas forjábamos proyectos en el parque.
Con los ojos cargados de visiones nos amamos sin goces, sin alarde, sin más certezas ni otras confesiones que ver dos paraísos en la tarde.
Diálogos lentos, roces extenuados, querellas y locura perdurable; espectros del Destino entrelazados para el fin descompuesto, abominable.
Tus fiestas, tus perfumes, tu organismo se consumieron como buenas flores en el escalofrío del abismo donde se transfiguran los amores.
Moriste con la inmensa poesía de los que van con su pasión divina y tu vida la lleva el alma mía como sol, amuleto y medicina.
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UNA MARITORNES
Morena, bravía y sólida, sin lujos y sin histeria, llevas el campo en el alma, la ciudad en la cabeza.
Ulpo, leche, agua de río cuando estás en la taberna- resucitan en tus vasos con nostálgica belleza;
y tus ojos ciudadanos, de hembra obscura, firme y nueva, se cierran como un ensueño de remembranza y de pena.
Tus sensualismos son sanos como tu piel y tus venas. La maternidad ansías ¡y vives como ramera!
Y en los lechos mal pagados donde el goce apuñalea, rezas tu oración antigua olor a ruca y a selva.
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NUESTRO AMOR
Se plasmó en las mareas de ocultas potestades, en los linderos mismos de nuestro azul destino; nutrido de silencio, de nuevas claridades, fue obra de infinito que asombró lo divino.
En las largas veladas florecía su sino, como en los interiores las secretas verdades; la muerte de los días le trazó su camino y un vértigo de cumbres lleno sus soledades.
Así se eclosionaba el prodigio; así en medio de nuestra vida absorta sofocó el duro tedio, transfiguró los cielos y hechizó nuestras flores;
y en una noche fuerte, lejos de los humanos, bajo todo el dominio de vastos esplendores, pudo, al fin constelarse, temblando, en nuestras manos.