(N. en Santiago, en 1894). Flaco, pálido, de apariencia enfermiza es este adolescente que lleva en el alma la tristeza descolorida de los campos otoñales y en el rostro el reflejo de su poesía apacible. Rodea sus actos, un silencio y un misterio de prestigio, reveladores del incurable misticismo que palpita en sus poemas. No habíamos escuchado aún canciones más dulces y tiernas que las suyas.
En lenguaje humilde y en lirismos de una emoción sutilísima, vacía la sombra azulada de sus crepúsculos interiores y tristes. Sus versos lloran, pero no tienen lágrimas. Son como una queja desgarradora empapada de piedad y resignación para la vida. Hay temblores de luna en los ensueños de este muchacho. Su espíritu sólo vagabundea por los parajes alejados del ruido fastidioso de las ciudades y sus abruptas pasiones; y las fuentes, los jardines, los ocasos, los cielos y el amor, adquieren en sus versos una consistencia de serenidad campesina, olor de primavera y matiz de lontananza.
Este poeta es de los inadaptados, de los que arrastran su vida en la metrópoli, asfixiados por el ambiente hostil a su organismo, a su temperamento, el que, allá en los dominios naturales, se sacudiría de los estragos urbanos y recobraría sus perdidos vigores, apareciendo en todo su esplendor. Su estilo es modesto y manso como los pensamientos que encierra. Es un hermano de Juan Ramón Jiménez. No sería hiperbólico asegurar que es un gemelo de éste.
No mentiríamos tampoco si dijéramos que Alberto Valdivia tiene poemas de mejor cuño que los del cantor de «El Laberinto». Sus defectos son pequeños ante la bondad e intuición de su obra: descarríos de juventud que más tarde borrarán los años, la experiencia y un criterio artístico ya más conformado.
Todo se irá, la tarde, el sol, la vida, será el triunfo del mal, lo irreparable; sólo tú quedarás, inseparable hermana del ocaso de mi vida,
Se tornarán las rosas en un cálido ungüento de otoñales hojas muertas; rechinarán las escondidas puertas del alma y será todo mustio y pálido.
Y tú también te irás hermana mía. Condenado a vivir sin compañera he de perder hasta la pena, un día,
para acechar, cual triste penitente, a través de mi pálida vidriera, el último milagro de la fuente. ………………………………………
LAS PUERTAS ESTÁN CERRADAS.
Las puertas están cerradas y me canso de llamar. ¡Oh las pupilas amadas!
¡Oh las almas desgarradas que se tornan a cerrar!
Las puertas están cerradas. ¿Cuánto tiempo llamaré? ¡Oh las pupilas amadas! ¡Almas, puertas entornadas que a abrir no me atreveré!
Las puertas están cerradas. ¿Cuánto tiempo llamé yo? ¡Oh las almas desgarradas a cuyas puertas guardadas tanto tiempo llamé yo!
………………………………………
ANTE EL OCASO
He tenido en mis manos el oro del ocaso. ¡Qué tristeza tenía el paisaje legendario! era como una rosa de ilusión o de raso, arrancada de un blanco jardín imaginario.
Los árboles goteaban con rumores de seda hojas amarillentas sobre la tierra yerta; era la hora del sol en que el banco y la alameda toman un pensativo color de carne muerta.
Yo iba, solo y errante, por una senda roja de lilas perfumadas.... La tarde se adormía, y de un jardín lejano vino a rodar una hoja, palabra de oro puro, sobre la yerba fría.
Los senderos huyeron... El lejano poniente se diluyo en la gasa sedeña de las horas, y un suspiro distante, musical y doliente, fue a dormirse a los besos de las ramas sonoras.
¡Cuántas quimeras tristes, entre sus dedos rotos acarició mi alma yerta en su primavera, en esa hora en que nuestros sueños más remotos vuelven a ser cual muerta fuente que reviviera!
………………………………………
LAS ROSAS DEL CREPÚSCULO
Las rosas del crepúsculo se van poniendo tristes. Alma! toda cubierta de Chopin y arrebol, prepárate, que iremos por sendas amatistes -estrellas errabundas-donde vaya este sol;
este sol amarillo, ingrato, de bonanza, que se hace a nuestros ojos en los días de bruma, como un lírico rayo de mística esperanza, que muere en las arenas mullidas de la luna.
Este sol todo ruinas de antiguos ventanales que al orín de los siglos y el luto del olvido, mostrará sempiterno, a ras de los cristales, una mano enjoyada y un rostro humedecido.
Este sol todo música, olvido, adolescencia, que tiene brisas de alma, tristezas de caminos, y tiene sueños de oro, miradas de inocencia, y todo lo que piensan los pobres peregrinos.
Tras él, tras él, iremos, alma mía doliente, buscando como el pájaro el árbol, la fontana, y el arroyo más verde. En el oro del poniente seremos dos estrellas puras de la mañana.
………………………………………
CIELO GRIS
Cielo gris. Monotonía de viejo amor en las cosas. Bajo la pena del día flota un ensueño de rosas.
Oh! ¿qué fue de aquellas manos refinadas y olorosas, lirios de pasión, hermanos hoy del musgo de las fosas?
Tarde gris. Tristeza, calma... Las fontanas se han callado. En el ramaje de mi alma, hay un nido abandonado.
Flota en las blancas vidrieras lejano olor de jardines, caricias de primavera, tañer de viejos violines;
mientras los viejos marfiles de la clave abandonada sueñan caricias sutiles de una mano perfumada.
Cielo gris. Melancolía de adolescencia en las cosas. Bajo la pena del día se han marchitado las rosas.
Agonía de canciones.... En invisibles bandadas las últimas ilusiones, van emigrando calladas.
Sólo va quedando mi alma en un remanso de olvido para no mover la calma de este ocaso adormecido.