Revista Chilena.com


           











 

                 Antonio Orrego Barros





(N. en Santiago, el 19 de Septiembre de 1880).
Es uno de los más aventajados cultivadores de la tendencia criollista de nuestra poesía. Pezoa Véliz nos exhibe la ruda psicología de nuestro pueblo; Dublé Urrutia describe sureños paisajes de Chile con motivos, cromos y tropos netamente criollos.

Estos poetas, así como Lillo y Winter, de tendencia que pudiéramos llamar nacionalista, han empleado, salvo rarísimas excepciones, el lenguaje que hablan corrientemente las personas cultas de nuestro país.

Orrego Barros, no sólo se singulariza por el colorido local de sus descripciones y narraciones sino que usa el idioma, viciado si se quiere, en que el pueblo chileno acostumbra exteriorizar espontáneamente cuanto siente y cuanto piensa.

Esa jerga salpicada de pícaras palabras y matizada de pintorescos giros es la terminología que Orrego Barros ha empleado generalmente en sus versos, en forma de constituir en él, medíante tal procedimiento, una personalidad literaria con rasgos definitivos.

Estimulado por el sabio lingüista don Rodolfo Lenz, estudio empeñosamente el Folklore chileno, es decir la lengua, las costumbres y las tradiciones de nu
estra nación; y pensando que esa hermosa ciencia es útil al Arte la čplicó a los motivos de sus poemas.

Así, este escritor ha conseguido en sus versos, hablar la lengua guasa de nuestro pueblo, especie de díalecto o «patois», que no es otra cosa que un castellano desfigurado; y aunque pertenece por su nacimiento y educación a una familia de patricios abolengos y aristocrática cultura, ha logrado escribir como lo habría hecho un poeta espontáneo surgido del seno del Pueblo.

Nuestro escritor se interesó vivamente por las teorías y orientaciones folkloristas del Dr. Lenz e imagino que la labor del artista debe reflejar los caracteres y tendencias que, en los órdenes étnico, demográfico, tradicionalista e histórico, constituyen la idiosincrasia de su propio país.
A su juicio debe escribirse en el idioma del pueblo que, por cierto, no es el de la alta sociedad ni el científico de una época sino una lengua más propia de la raza y más fácilmente comprendida por todos, como que es arrancada del corazón del pueblo, y es,-como lo ha expuesto nuestro autor,----«sangre de su sangre y alma de su alma».

Orrego Barros ha sido acaso el primer escritor culto que entre nosotros ha empleado sistemáticamente el habla guasa.
En esto no ha hecho sino lo que el poeta argentino Estanislao del Campo, que escribió poesías en estilo gaucho y lo que el poeta español Vicente Medina que emplea el lenguaje típico de La Huerta, Murcia, su florida y humilde cuna.

Por lo demás estos escritores no han hecho sino fijar, en obras de mayor aliento, dándole patente literaria al habla criolla que ya había usado el pueblo, con anterioridad, en sus cantares y narraciones en verso.

Las primeras producciones poéticas de Orrego Barros están contenidas en el hermoso volumen Alma Criolla, publicado en Enero de 1903.

Siéntese en él una impresión real de la sencilla vida campesina y montañesa en la región central de nuestro país: ahí está singularmente estereotipado el monte con sus quebradas y vertientes, sus árboles, majadas y ranchos; ahí se reflejan las fugaces alegrías y las penas largas de los pobres hombres y de las pobres mujeres que trabajan la tierra allá en el bajo y ordeñan cabras allá arriba entre los riscos; ahí se ven los fieles animales de labranza y de pastoreo como también las cantoras avecillas atemorizadas por los bravíos pajarracos de rapiña, semovientes todos cuya suerte se entrevera e identifica con la vida del rudo campesino y del montañés taciturno.

Así nos exhibe escenas y paisajes de una sencillez encantadora. Empero es necesario observar algo que ha olvidado la erítica: el poeta mira un poco distraídamente el campo y la montaña.

Cuando se lee Alma criolla parece que se ve al bardo recostarse a la sombra de frondoso árbol, respirar oxígeno a pulmón lleno y solazarse en la tranquila contemplación del torrente que a saltos baja de la sierra; del pajarraco que pesadamente desciende en busca de carroña; del labriego que tras la yunta empuña la esteva y ensurca la simiente....

Todo eso es bello, encantador sin duda. Mas ¿es eso todo? ¿no es verdad que al observar el poeta detiene su misión, dándonos una bella impresión meramente platónica y bucólica, en vez de una observación más honda que enseñase a las gentes cultas el por qué de esas «penas largas» de nuestro campesino?.

Este dolor replegado en el alma del labriego lo ha desentrañado Pezoa Véliz, en poemas vigorosos que exhiben el alma criolla en toda su plenitud.

No basta hacer hablar a los montañeses su rústico idioma de palabras truncas; es menester que se nos muestre toda su alma tan criolla como es ella, en muchos casos amargada por la opresión del amo y del capataz, resignada bajo una errónea creencia fatalista, cohibida en estrechisimo radio espiritual por el analfabetismo y el abandono en que la mantiene cierta burocracia agraria en consorcio con cierta autoridad oligárquica.

Es preciso llegar al origen del sufrir de las almas criollas, de esas almas huérfanas que no saben o no se atreven a expresar sus sentires. Puede ser que así el artista logre despertar, a través de la lectura íntima de un poema, sentimientos humanitarios y compasivos en quienes deben aliviar la condición moral y material de los humildes.

La nave vieja, es una histórica narración en verso del combate de Iquique, hecha por un marino, viejo lobo de mar, con todo el colorido de su modo de hablar criollo.

Tal vez nuestro autor ha hecho bien en evitar en este poema el uso de ciertos modismos y barbarismos propios de la gente de mar, que aunque constituyen un matiz del alma popular, no está al alcance sino de muy pocos lectores.

Escrito también en jerga guasa, está su hermoso drama «La Marejá», cuyos protagonistas son gente montañesa. No nos corresponde analizar esta obra teatral, como tampoco su último drama «El Capitán Trovador», en que rememora la vida aventurera y romántica del épico autor de «La Araucana», don Alonso de Ercilla y Zúñiga.



                                                                                                                     --------------------------------------------------------------







                       

MARGARITA LA LAVANDERA





                                                Como un perfume que se ha aspirado,
                                                como un murmullo de voz lejana,
                                                como un buen sueño que se ha olvidado
                                                y se recuerda por la mañana,

                                                Surge la historia vaga, infinita,
                                                de aquella vida de primavera;
                                                la historia alegre de Margarita,
                                                de Margarita la lavandera.
 
                                                Un rancho viejo, junto a un estero,
                                                un jardincito lleno de flores,
                                                y una batea, bajo el alero
                                                que sombreaba los corredores.
 
                                                Junto a unos ojos llenos de risa,
                                                una boquita siempre sonriendo,
                                                y en la batea, más que de prisa,
                                                sus manecitas yendo y viniendo.

                                                En los cordeles ropa tendida,
                                                ropa tendida sobre las breñas,
                                               ¡ropitas blancas que a mi venida
                                                me parecía que hacían señas!

                                                Aunque vivía desamparada
                                                lejos, bien lejos del caserío
                                                y aparentaba no saber nada
                                                de lo que pasa próximo al río,

                                                me relataba con voz sumisa
                                                los mil enredos de aquella aldea,
                                                mientras batía, siempre de prisa,
                                                la ropa blanca de la batea.

                                                La eterna historia del amorío
                                                con sus enjuagues y sus enredos,
                                                que perturbaban al pueblo mío,
                                                me relataban sus labios quedos.

                                                Tal fue la historia de mi alborada,
                                                siempre escuchando su voz parlera;
                                               ¡esa voz suave y acariciada,
                                                de Margarita la lavandera!.

                                                Pasó mi infancia, vino la vida;
                                                dejé mi casa; dejé el lugar...
                                              ¿Cómo lloraron mi despedida
                                                las buenas gentes de aquel hogar!

                                                Ella me dijo, desvanecida,
                                                con su lenguaje vago y sincero
                                                que no me fuera, que era su vida,
                                                que me quedará junto al estero.

                                                De aquella vida ¿qué es lo que queda?
                                                Pasó mi infancia... pasó mi gloria...
                                               ¡Como un perfume de la Árboleda
                                                guardo en el alma sólo una historia!

                                                Como un extraño llego a mi tierra,
                                                sin que se alegren de mi venida
                                                ni las aldeanas de aquella sierra
                                                ni los amigos de aquella vida.

                                                Ya nada resta del pueblo mío;
                                                nuevas viviendas y nuevos dueños,
                                                entre las gentes del caserío
                                                nuevos amores, nuevos ensueños.

                                               ¡Y allí en el rancho, junto al estero,
                                                no hay jardincito lleno de flores,
                                                ni ya hay batca bajo el alero
                                                que sombreaba los corredores!

                                                Si se ven ojos llenos de risa,
                                                ni esa boquita siempre sonriendo,
                                                ni aquellas manos yendo de prisa
                                                entre la ropa que están batiendo!

                                               ¡Vil pobre rancho de lavandera,
                                                sin ropa blanca que me llamara,
                                                sin niña alegre que sonriera
                                                ni jardincito que me alegrara!

                                                Llegué a la puerta... llamé en voz clara...
                                               ¡ni un eco amigo que respondiera,
                                                ni un conocido que se acordara
                                                de Margarita la lavandera!!…

                                                  ………………………………………




                                         

CHUMA





                                                 ¿Te acordáis de la Rosa? de aquella
                                                 que queríais ser vos el pairino
                                                 cuando el niño del plano le hablara
                                                 y allá, onde el cura, ijieran lo mismo?
                                                ¡Qué pareja tan bien hermanáa
                                                 cuando andaban corriendo juntitos
                                                 por los bien re empinaos faldeos,
                                                 o, al caso. trepaos arriba en los riscos!
                                                ¡Quién ijiera lo qu’ iba a pasarles
                                                 a Rosa y a Chuma,
                                                 a esos dos chiquillos,
                                                 a la Rosa tan pobre y tan güena
                                                 y a Chuma pa too tan ágil, tan listo!

                                                 Yo creia qu'estaban templaos,
                                                 y todos en el monte creían lo mismo,
                                                 por lo bien hermanaos
                                                 qu'eran dende niños.
                                                 Es el caso que el taita c Chuma
                                                 le icía e icía al chiquillo:
                                                 mira qu' eres criao en el plano,
                                                 tenis plata y al fin cres m'hijo,

                                                 Y no quiero que andis con la niña
                                                 que vive allí arriba, trepá por los riscos.
                                                 Y el chiquillo queaba callao
                                                 pus, pa mí, no pensaba lo mismo.
                                               «Tú mereces, icíale el viejo,
                                                 una niña que tenga destino,
                                                 más mejor presenta på la gente,
                                                 y que lleve mejor apellío>,
                                                 y el chiquillo queaba callao,
                                                 pus pa mí no pensaba lo mismo.

                                                 Siempre que los paires
                                                 arman los festejos,
                                                 resultan las cosas tan feas tan malas;
                                                 amorcs armaos al tin por los viejos.

                                                 Quién iba a pensarlo,
                                                 quién iba a creerlo
                                                 que al pobre e Chuma
                                                 con una «del plano le armaron enrreo,

                                                 Jué un día domingo
                                                 el que descogeron;
                                                 como sin destino
                                                 partió la pareja camino del pueblo.

                                                 Di aquellos contornos
                                                 lo que o ve primero
                                                 es el cerro e las cruces
                                                 allí amarillando como un pelaero.

                                                 T too el que del monte
                                                 se apea pal pueblo
                                                 tiene que mirarlo
                                                 con su cruz de palo, con su pasto seco.

                                                 Bajaron los novios,
                                                 y bajó el cortejo
                                                 siguiendo los rastros
                                                 que dejan las chanchas e los leñateros.

                                                 Toititos bajaron
                                                 y toititos vieron,
                                                 en lo ondo del valle,
                                                 al cerro e las cruces amarillo, seco.

                                                 Y sobre el picacho
                                                 que corona el cerro,
                                                 onde están las cruces
                                                 allí colocáas por lo misioneros,

                                                 allá, onde encienden
                                                 la vela a los muertos,
                                                 estaba la Rosa
                                                 calláa, llorosa, vestía e negro.

                                                 Y dende allá arriba
                                                 batía el pañuelo
                                                 di un moo tan raro
                                                 que apenaba el alma, daba esconsuelo.

                                                 Y cuando en la tarde
                                                 los novios golvieron
                                                 ya echaas las cruces,
                                                 y bien recansaos con toos los festejos,

                                                 Allí la encontraron,
                                                 trepá sobre el cerro,
                                                 tan triste, tan sola
                                                 que apenaba el alma. daba esconsuelo.

                                                 Creen por el plano
                                                 que naide en el mundo se muere e pena
                                                 ni naide en el mundo se muere e contento
                                                 y aquello lo creen, a pie e juntillas,

                                                 Porque nunca en la vía han trepao a los cerros,
                                                 porque nunca en la vía han mirao estas gentes
                                                 que ponen en too su querer entero.

                                                 Jué tanta la pena que tuvo la Rosa,
                                                 que ni trt pó al monte
                                                 ni bajó pal pueblo,
                                                 y allí lo pasaba, metía en el rancho,
                                                 amurra e pena y callá sufriendo.

                                                 Felices los ricos que pasan sus males,
                                                 que tienen amparo, que tienen contento,
                                                 ellos no se saben lo que es una pena
                                                 cuando se está solo, trepao en un cerro.

                                                 Sufrió mucho Rosa
                                                 mucho y en silencio,
                                                 de ná se quejaba
                                                 mas la calentura la ejó en los güesos.

                                                 Empezó el verano,
                                                 llegó el mes d' Enero;
                                                 con toos sus calores,
                                                 con toa la alegría e los días güenos.

                                                 Y por fin un día,
                                                 de pascua pa ellos,
                                                 tan solo por verla,
                                                 por hablar con Rosa jué Chuma pal cerro.

                                                 Toos le icían que estaba tan mala,
                                                 que e estaba muriendo,
                                                 que si no iba pronto ya no la vería,
                                                 y que era tan solo un puñao e güesos.

                                                 Los dos no lloraron
                                                 cuando allí se vieron,
                                                 pus que no queaban
                                                 con los paeseres lágrimas en ellos.

                                                 Le tomó las manos,
                                                 la miró en silencio,
                                                 luego hablaron bajo
                                                 unas palabritas tan solo pa ellos.

                                                 Hablaron de too.
                                                iQué no se ijieron!
                                                 Naide les oía,
                                                 pero daba pena tan solo del verlos.

                                                 Hablaron de too
                                                ¡Qué no se ijieron!
                                                 Ella hablaba cosas llenas e margura
                                                 y él icía cosas llenas e consuelo.

                                                ¡Qué triste, Dios mío,
                                                 ese paesimiento!
                                                 él siendo e l' otra
                                                 mientras mande el cielo,
                                                 el querer, en l' una,
                                                 y en l' otra el derecho.

                                                 Dios mío, Dios mío,
                                                 que e cosas se ijieron,
                                                 viendo el uno angustias
                                                 y l' otra sufriendo!
                                                ¡Dios mío, Dios mío,
                                                 daba pena el verlos!

                                                 Se pasó el verano con toos sus calores,

                                                 se renubló el cielo
                                                 y las avecitas, unas se volaron,
                                                 otras se murieron,
                                                 con too aquel frío,
                                                 con too aquel hielo.

                                                 Los días pasaron a prisa
                                                 y los días malos se reamanecieron,
                                                 esos días malos en que llueve a chuzos,
                                                 en que no hay trabajo, ni pan, ni en qué hacerlo.
                                                 En que el rancho cruje con las granizáas
                                                 y si baja nieve se nos viene al suelo;
                                                 llegaron los días que vienen aprisa,
                                                 esos días malos sin pan ni en qué hacerlo.

                                                 Pobre e los viejos que viven arriba,
                                                 sin hallar amparo, sin tener consuelo,
                                                 cuando en días güenos sufren tantas penas,
                                                 estos días malos, qué serán pa ellos!
                                                 Pobre e los viejos e la cordillera,
                                                 sufren en verano, mueren en invierno.

                                                 Jué un día Domingo
                                                 el que descogeron
                                                 pa bajar la Rosa, sobre parigüelas,
                                                 de lo alto del cerro.

                                                 Chuma iba ailante,
                                                 más que vivo, muerto,
                                                 atrás iba el otro, po hacer caridaes
                                                 a esos pobres viejos.

                                                 Era una obra güena
                                                 la qu' iban haciendo,
                                                 d'esas que Dios paga con más alegría
                                                 que si jueran rezos.

                                                 Bajaron del monte,
                                                 vadearon esteros,
                                                 con las parigüelas onde iba la Rosa
                                                 hela, como un hielo,

                                                 bajaron del monte,
                                                 llegaron al pueblo,
                                                 y el pobre e Chuma, en tierra sagráa
                                                 socavó un ujero.

                                                 Le miró los ojos pa siempre 
                                                 le juntó los labios medios entreabiertos,
                                                 esos labiecitos que si algo icían
                                                 eran amarguras, llenas d'esconsuelo;
                                                 le entibió los labios e tanto besarla,
                                                 y luego la puso entro del ujero,
                                                 la cubrió con tierra, y pa no olvidarla,
                                                 puso una cruz negra sobre aquel entierro;
                                                 y allí queó too,
                                                 menos el recuerdo,
                                                 menos las angustias qui arriba del monte
                                                 quearon por ella sufriendo los viejos,
                                                 menos esas penas que quean gravás
                                                 como puñalazos, aeitro del pecho!

                                                  ………………………………………


  
                              

E LA CORDILLERA




                                                              ¡Qué alegre es la vía
                                                              e la cordillera,
                                                              al menos en los días
                                                              e la primavera!

                                                              Mi paire era el dueño
                                                              e toa la nievera,
                                                              e la mina e cobre
                                                              y e la cantera,

                                                              y e la quebráa
                                                              e la lastimita,
                                                              qu'eran unos riscos
                                                              onde naide habita.

                                                              Que en l'ondo tenía
                                                              ranchos e vaqueros,
                                                              y un corral a un lao
                                                              pa guardar terneros.

                                                              Y arriba unos riscos
                                                              tan bien re negríos,
                                                              allá onde las águilas
                                                              hacen sus nios.

                                                              Y arriba e los riscos
                                                              el rancho el lionero

                                                              tapao e nieve
                                                              dende Enero a Enero.

                                                              En la puerta el rancho
                                                              siempre el tío Floro
                                                              con toa paciencia
                                                              enseñando un loro,

                                                              vivía allí solo
                                                              con ña Maalena,
                                                              una vieja pobre,
                                                              más que pobre, güena;
                                                              y con sựs chiquillos
                                                              y con sus chiquillas,
                                                              siempre por los cerros,
                                                              andando en pandillas.

                                                              Qué via tan güena
                                                              cuando éramos niños,
                                                             iya no hay d'esos goces
                                                              ni d'esos cariños!

                                                              Yo, con mis hermanos
                                                              y con mis hermanas
                                                              íbamos a verlos
                                                              toas las mañanas.

                                                              Yibamos pal cerro
                                                              toos reuníos
                                                              con too cuidao
                                                              pa campiar los nios…

                                                              ……………………………………………

                                               ¡Y pensar que aquello too está pasao!
                                               ¡Y pensar que aquello too se ha perdio,
                                               que ya la bandáa toa se ha volao
                                               y que ya no quea ni siquiera el nío!

                                                              Vendimos las tierras,
                                                              vendimos la mina,
                                                              y toos, re tristes
                                                              nos juimos asina.

                                                              Seguimos la via
                                                              bien desemparaos,
                                                              unos por los riscos,
                                                              otros por los praos,

                                                              y toos pensando
                                                              en lo güeno qu'era
                                                              esa via alegre
                                                              e la cordillera!


                                                  ………………………………………






                          
                      

¿QUE LA IGA LO QUE SIENTO?




                                                           ¿Qué la iga lo que siento,
                                                             pero menos enreao?
                                                           ¿que yo mi humille e nuevo?
                                                             pa que responda más claro?

                                                            ¡Si ella quere a too el mundo!
                                                             si el puchero es su guisao,
                                                             onde hay papas y cebollas,
                                                             onde hay e too mezclado...!

                                                            ¡Si toos le han prometío...
                                                             y a toos les ha acectao...!
                                                             y pa toos ha tenío
                                                             lo que pa mi no ha gastao!
                                                             Si too lo sé! Y con too
                                                             la quero, como al pecao!

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