(N. en el Mineral de Tamaya, 28 de Septiembre de 1868). Hay en la vida de este poeta no sé qué predestinación extraña. Nació en un bohío, nido de águilas, entre bocaminas y torrenteras. Nada se sabe de su juventud literaria, si es que la tuvo. Para darlo a conocer en Santiago, fue menester que don Samuel A. Lillo leyera en el Ateneu una composición del poeta ignorado, «La fuga de los cisnes, y la insertara en el pequeño florilegio, «Veladas del Ateneo), que ese instituto publicó en el año 1906.
Desde esa época el nombre de Winter se ha hecho famoso. Hasta se ha pretendido adornar la personalidad del poeta lejano con fantasías de leyenda.
La revista «Austral» (Valdivia), de Alberto Mauret Caamaño, publicó en 1915 algunas de las últimas producciones poéticas de Winter: no ha decaído ni evolucionado; continúa siendo el poeta espontáneo, sencillo y sin asumo de exotismo literario, que ha cantado los cisnes, las gualas y los flamencos.
Actualmente el bardo reside en Nueva Imperial, cerca del Lago Budi que él evocara en el poema a que he aludido. Este Lago es el alma de un pedazo de naturaleza, exuberante, paradisíaco. Alucina con el espejeo de sus aguas, el rumorear de sus florestas y la quietud misteriosa o la polífona estruendosidad de sus islas montañosas, aún pobladas de indios que suelen ir a tierra firme en canoas labradas en gruesos troncos. En la lejanía se divisan como manchas verdinegras las selvas que bordean en sinuosa línea la extensión azulosa del Lago. El viento marino riza las superficies verdes y azules arrancando una orquestación de grandiosa harmonía. Y en las noches de luna, puede remarse hasta las islas o cerca de las grandes rocas que sobre el agua plateada proyectan sombras fantásticas.
En ese Lago encontró Winter el motivo de su mejor poema: Al alba, todo es alegría. El Lago sonríe. De súbito aparece en el horizonte una columna blanca. Es una bandada de cisnes. Sin perder su simetría ciérnanse a gran altura sobre el Lago. Se les mira descender hacia la ribera lejana. Pero divisan en ella la obra del hombre: desembarcaderos y viviendas. Ven usurpados sus naturales, sus propios dominios, y arrastrados por un solo instinto, sin tocar como antes la arena de la playa lacustre, trazan en majestuoso viraje el vuelo de regreso y se alejan para no volver más. Ese estremecimiento íntimo, nostálgico, doloroso, de los blancos plumajes, es lo que Winter ha conseguido aprisionar en «La fuga de los cisnes».
Es autor de un poema simbólico: Las hadas, y de un poema montañés: Carmela.
Reina en el lago de los misterios tristeza suma: los bellos cisnes de cuello negro de terciopelo, y de plumaje de seda blanca como la espuma, se han ido lejos porque del hombre tienen recelo.
Aún no hace mucho que sus bandadas eran risueños copos de nieve, que se mecían con suavidad sobre las ondas, blancos y hermosos como los sueños con que se puebla de los amores la bella edad.
Eran del lago la nota alegre, la nota clara, que al panorama prestaba vida y animación; ya fuera un grupo que en la ribera se acurrucara, ya una pareja de enamorados en un rincón.
¡Cómo era bello cuando jugaban en la laguna batiendo alas en los ardientes días de sol! ¡Cómo era hermoso cuando vertía la clara luna sobre los cisnes adormecidos su resplandor!
El lago amaban donde vivían como señores los nobles cisnes de regias alas; pero al sentir cómo implacables los perseguían los cazadores, buscaron tristes donde ignorados ir a vivir.
Y poco a poco se han alejado de los parajes del Budi hermoso, que ellos servían a decorar, yéndose en busca de solitarios lagos salvajes donde sus nidos, sin sobresaltos, poder formar.
Quedaban pocos; eran los últimos que no querían del patrio lago las ensenadas abandonar, sin contagiarse con el ejemplo de los que huían, confiando siempre de los peligros poder salvar.
Mas, desde entonces fue su destino, destino aciago, ser el objeto de encarnizada persecución: vioseles siempre de un lado a otro cruzar el lago, huyendo tímidos de la presencia del cazador.
Y al fin, cansados los pobres cisnes de andar huyendo, se reunieron en una triste tarde otoñal, en la ensenada, donde solían dormirse oyendo la cantinela de los suspiros del totoral.
Y allí acordaron que era prudente tender el vuelo hacia los sitios desconocidos del invasor; yendo muy lejos, tal vez hallaran bajo otro cielo lagos ocultos en un misterio más protector.
Y la bandada gimió de pena, sintiendo acaso tantos amores, tantos recuerdos dejar en pos! Batieron alas; vibró en el aire frú-frú de raso que parecía que era un sollozo de triste adiós!
*
Reina en el lago de los secretos tristeza suma, porque hoy no vienen sobre sus linfas a retozar, como otras veces, los nobles cisnes de blanca pluma, nota risueña que ya no alegra su soledad.
Si, por ventura, suelen algunos cisnes ausentes, volver enfermos de la nostalgia, por contemplar el lago amado de aguas tranquilas y transparentes, lo hallan tan triste que, alzando el vuelo, no tornan más. ………………………………………
La luz de la tarde, que va fugitiva corriendo hacia arriba detiene su paso del monte en la altura, por ver a las sombras salir silenciosas y andar vigorosas cubriendo del lago la tersa llanura.
Ya sobre las ondas sombrías del lago se siente aquel vago clamor, que remeda la voz lastimera de huérfanas almas... Ya cantan las Gualas, plegadas las alas, flotando en el lago su queja postrera.
Son muchas... van juntas... su número asombra, nadando en la sombra, la onda obscurecen del lago sombrío; el viento recoge sus quejas... su canto es lúgubre llanto, que infunde en el alma pavores y frío.
Oíd cómo lloran las Gualas del lago; su mísero, aciago destino deploran: «Nosotras tenemos tristeza infinita: con muerte maldita llegamos al mundo y en hora fatal, decimos, Natura, ¿por qué nos regalas inútiles alas si nunca con ellas sabemos volar?
En medio del agua vivimos nosotras, mirando a las otras alígeras aves del vuelo gozar, las ondas nos mecen a todos instantes, vivimos flotantes sin nunca, en la orilla, descanso buscar...
Amamos las sombras... Dejamos que guarde la pálida tarde en hondo misterio los restos de luz, y luego entonamos las quejas tan hondas que lleva en sus ondas el lago sereno, sombrío y azul.
Y vamos muy tristes... y somos hermosas!... nosotras las cosas secretas del lago sabemos hallar, lo bello, lo triste, la pálida bruma, la frágil espuma, la onda que gime la brisa al besar.
De nuestras canciones el dulce concento, vibrando en el viento, dilátase en ondas de inútil pesar!... llenando del valle los ámbitos queda la rítmica y leda plegaria, que nadie comprende quizás!» Hay almas que llevan, cual llevan las Gualas, plegadas las alas y sobre las olas de un mar de dolor, cantando a la sombra, se quedan flotantes; son almas errantes sin grandes ideales, sin fe, ni valor… Reina en el lago de los misterios tristeza suma: los bellos cisnes de cuello negro de terciopelo, y de plumaje de seda blanca como la espuma, se han ido lejos porque del hombre tienen recelo.
Aún no hace mucho que sus bandadas eran risueños copos de nieve, que se mecían con suavidad sobre las ondas, blancos y hermosos como los sueños con que se puebla de los amores la bella edad.
Eran del lago la nota alegre, la nota clara, que al panorama prestaba vida y animación; ya fuera un grupo que en la ribera se acurrucara, ya una pareja de enamorados en un rincón.
¡Cómo era bello cuando jugaban en la laguna batiendo alas en los ardientes días de sol! ¡Cómo era hermoso cuando vertía la clara luna sobre los cisnes adormecidos su resplandor!
El lago amaban donde vivían como señores los nobles cisnes de regias alas; pero al sentir cómo implacables los perseguían los cazadores, buscaron tristes donde ignorados ir a vivir.
Y poco a poco se han alejado de los parajes del Budi hermoso, que ellos servían a decorar, yéndose en busca de solitarios lagos salvajes donde sus nidos, sin sobresaltos, poder formar.
Quedaban pocos; eran los últimos que no querían del patrio lago las ensenadas abandonar, sin contagiarse con el ejemplo de los que huían, confiando siempre de los peligros poder salvar.
Mas, desde entonces fue su destino, destino aciago, ser el objeto de encarnizada persecución: vioseles siempre de un lado a otro cruzar el lago, huyendo tímidos de la presencia del cazador.
Y al fin, cansados los pobres cisnes de andar huyendo, se reunieron en una triste tarde otoñal, en la ensenada, donde solían dormirse oyendo la cantinela de los suspiros del totoral.
Y allí acordaron que era prudente tender el vuelo hacia los sitios desconocidos del invasor; yendo muy lejos, tal vez hallaran bajo otro cielo lagos ocultos en un misterio más protector.
Y la bandada gimió de pena, sintiendo acaso tantos amores, tantos recuerdos dejar en pos! Batieron alas; vibró en el aire frú-frú de raso que parecía que era un sollozo de triste adiós!
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Reina en el lago de los secretos tristeza suma, porque hoy no vienen sobre sus linfas a retozar, como otras veces, los nobles cisnes de blanca pluma, nota risueña que ya no alegra su soledad.
Si, por ventura, suelen algunos cisnes ausentes, volver enfermos de la nostalgia, por contemplar el lago amado de aguas tranquilas y transparentes, lo hallan tan triste que, alzando el vuelo, no tornan más. ………………………………………