(N. en Cauquenes, en 1886) Adolescente aún, lanzó dos opúsculos de versos: Primeras Flores y Floración agreste. Su libro de poesías y cuentos A fior de tierra fue bien recibido por la crítica.
El prologador de esta obra, Alberto Mauret Caamaño, escribe: «Acuña, en cuanto a poeta original, siente y observa por cuenta propia; los ripios importados no han ahogado las corolas de su fronda lírica.
Va por ruta no trillada; por donde echará a andar pastoreando sus ensueños el futuro cantor de nuestra raza».
No es esto mucho decir. En Acuña Núñez, hay, ante todo observación propia. Su expresión es llana, tomada del natural; pero sin adoptar los vicios del lenguaje de nuestro bajo pueblo, error en que han incurrido algunos escritores en verso y en prosa hasta hacerse majaderos.
Caracteriza gestos, espontaneidades, varoniles actitudes de nuestros tipos criollos y delinea cuadritos de costumbres y sucesos lugareños, con sencillo y verdadero colorido.
La obra de Acuña N. está en el mismo plano que Alma criolla, de Antonio Orrego Barros, y el criollismo de ambos se acerca a una de las fases del estilo de Carlos Pezoa Véliz, ese enorme poeta de corazón netamente chileno.
Cuando tu brazo moreno gracioso pones en jarra, y presuroso tu seno late al son de la guitarra; hay en tus ojos rasgados el fuego de un vino viejo de racimos asoleados y la dulzura y el dejo de un panal de las montañas lleno de mieles extrañas… ………………………………………
Florcita que se moría ¡cuánto la quería yo! En la vendimia olorosa juntos íbamos los dos y su mirada era dulce como la uva del parrón.
Bajo las hojas, sus dedos, del racimo en el negror, eran tan blancos, tan blancos, así como el pan de Dios; y si rozaban los míos ¡cómo temblaban, Señor!
Mi mano cogió la suya, y ella quedó sin color, sin una gota de sangre, de un lienzo con el albor... -¿Me quieres? Y ella me dijo: “Te quiero”... y reía el sol.
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Los Sarmientos están secos: ni del racimo el negror, ni las hojas de la parra muestran su fresco verdor. ¡Los ojitos-granos de uva se secaron de mi amor!
Y cuando se reverdezcan y ría otra vez el sol, bajo las hojas, qué dedos cojerás, vendimiador, si hoy vendimia su manita en la viña del Señor? ………………………………………
EL PONCHO
Lo tejieron las manos de mi chiquilla, la misma que me tiene muerto de amores, y al sol, como una erada llena de flores, cuando me lo echo al hombro, su trama brilla. Cuando monto el mulato para la trilla, el viento arremolina sus mil colores, y, amarrado en el brazo, ni los mejores me han probado la sangre con la cuchilla... El me sirve de almohada en las noches duras, cuando se duerme al raso en la cordillera bajo el toldo sereno de las alturas. Y, cuando así lo pongo, yo me dijera que mi poncho, al oído, tenue murmura: «¡Piensa en la dulce niña que me tejiera!» ………………………………………