(En Santiago, el 7 de Diciembre de 1892) Nada más sugestivo y regocijante, dentro de nuestro limitado ambiente artístico, que ver a esos muchachos que de cuando en cuando suelen venir a la Metrópoli desde provincia y especialmente desde Valparaíso con el objeto de leer un cuento o un poema en el Ateneo. Vienen dos, cuatro, seis.
El día lo ocupan en visitar a los amigos, otros bohemios como ellos, o en recorrer las librerías para adueñarse de las últimas novedades modernistas.
Por la noche la bulliciosa comparsa de donceles melenudos se dirige a la sala del Ateneo; cada uno a su turno sube al paraninfo, al lanzadero de reputaciones literarias.
Leen, declaman; se hacen aplaudir; y a la salida son rodeados por amigos y admiradores.
Después regresan triunfantes a su terruño, con la cabeza plena de nuevos ideales y la imaginación caldeada por el aplauso estimulador.
Así han venido entre otros Carlos Pezoa Véliz, Víctor Domingo Silva, Ernesto Montenegro, Ignacio Verdugo.
Así también, Carlos Barella: leyo un poemín, se le aplaudió, y satisfecho del éxito, regresó al puerto».
Eso es todo. Estos trovadores no ambulan de pueblo en pueblo como los antiguos juglares y rapsodas. Tienen residencia fija y llegan acá, en viaje rápido, sólo a hacer una diligencia, una diligencia literaria.
Campanas Silenciosas (1913), con fraternales preliminares en verso por Daniel de la Vega y Vicente García Huidobro-contiene lo más selecto de la labor lírica de Barella.
Sonatas musicales con suavidades de seda, tibias, palpitantes de sentimiento.
¡Con qué sencillez y sinceridad le dedica estrofas a su madre! ¡Con qué filial ternura le escribe a su madre!
Hay mucho que espera: de un poeta que transmite al papel, blanco y pío, los estremecimientos de sus propios nervios, las palpitaciones de su sangre, los nobles movimientos de su espíritu.
Ese es el verdadero rumbo; nada de artificios, extorsiones o rebuscamientos para construir una obra absurda o inverosímil.
Un revistero ha dicho de él: <<Es de los que valen por lo que ya han escrito, pero mucho más por lo que les queda que escribir>>.
Este año tú no prendiste tiernas flores en mi ojal: estabas pálida y triste y yo muy sentimental.
Herido por los extraños dardos de viejos dolores ¡cómo pensé en esos años en que tú me dabas flores!
Cómo pensé en la lejana ternura de tus abrazos, cuando como una alma hermana te dormías en mis brazos.
Nunca más mis manos frías acariciarán tu frente, ni leeré poesías a tu lado, dulcemente.
Ya nunca más volverá tu acento sereno y leve a leer con pena «La Sinfonía de la Nieve».
Nunca más mimosa y buena besarás mi frente mustia, nadie espantará mi pena, nadie espantará mi angustia.
Si me dejas tú, que fuiste la más tierna sensitiva, la más romántica y triste y la más meditativa;
¿quién ha de prestarme alientos, quién ha de prestarme ayuda, para tantos sufrimientos, para tanta pena ruda?
En esta vida de abrojos aunque el dolor me taladre: ¿dónde encontraré unos ojos como tus ojos de madre?
Ojos sedientos de luz, ojos hondamente humanos para mirar una cruz y crepúsculos lejanos.
Este año tú no prendiste tiernas flores en mi ojal: estabas pálida y triste y yo muy sentimental....
Nuestra charla fue imprevista, trivial, monótona y fría, y tuvo nuestra entrevista aplastante cortesía.
Y aunque yo sentía sed de hablar contigo de amor, tuve para ti un usted brutalmente aplastador.
Se iba llenando de sombra el salón: desencantadas se clavaron en la alfombra nuestras penosas miradas.
Y éramos dos angustiados, dos enfermos de pasión, que teníamos llagado por la pena el corazón.
En nuestras almas había ansias de amor y de arrullo; pero ¡ay! fue cruel tu porfía, e irreflexivo mi orgullo,
y en implacables excesos el silencio triunfó impío, y todos, todos mis besos agonizaron de frío.
Después sentí que muy leda- mente dejaste el salón, gimió tu traje de seda y me dolió el corazón.
Entre la penumbra incierta a tu andar lloró la alfombra: cruzó tu imagen la puerta y se hizo sombra en la sombra.
Y al quedar solo en la estancia humillada mi altivez, sentí irresistibles ansias de ir a llorar a tus pies.
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EL SUICIDIO DE LAS ROSAS
Estaban entreabiertas sobre el piano simbolizando la melancolía.... La helénica blancura de una mano se preocupaba de ellas cada día. Y las ponía al sol. Ellas, las rosas fueron palideciendo poco a poco: ¡rosas! como mujeres, caprichosas, se enamoraron de un ensueño loco Y tenían inmensos devaneos; soñaban con el campo y el rocío y a coro salmodiaban sus deseos, hasta que un día cálido y doliente sobre el piano también muerto de hambre se deshojaron silenciosamente....
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CUADROS DEL PUERTO
Cómo está el figón de obscuro! La vieja lámpara abyecta sobre la sombra del muro sus contorsiones proyecta.
Hay mucha melancolía, el viento rumores trae, la llovizna densa y fría monótonamente cae.
Es de mañana; el hastío hace bostezar y abruma; en el mar pone un navío su vaivén entre la bruma.
Una que otra embarcación, y un hombre, canturreando, con bruta resignación, remando, siempre remando.
Sobre el gris del cielo enarca su angustiosa contorsión el humo gris de una barca que llegó de otra nación.
Y junto a un pretil de piedra extático, mudo, yerto, se traga su pena negra un vagabundo del puerto.
Una maritornes pasa, un marinero la mira, otro más audaz la abraza y un gringo pobre suspira.
Suspira y para apartar la amargura que lo aqueja se pone a mirar el mar y enciende su pipa vieja.
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ALBORADA ESPIRITUAL
Por fin, por fin, un nuevo resplandor, una dulce, una pálida alborada inefable de amor bajo la castidad de tu mirada.
Bendita tú que puedes ayudarme a salir de este interno frenesí: he de purificarme para llegar purificado a ti.
Bendita tú que llenas, mi alma de un raudal de poesía, y en la oscura penumbra de mis penas deshojas tus camelias de alegría.
Bendita tú que todo lo iluminas y que en la tarde de mi ensueño vago como una sombra pálida caminas escoltada por cisnes, junto al lago.
Calmas mis decepciones y mis dolores hondos y perversos, y transformas en dulces oraciones mis angustiados versos.
Eres como ninguna, pobre flor de pasión, desencantada, doliente como una Ofelia eternamente enamorada.
Yo alabo los sonrojo que tu mirada cariñosa efluvia, me extasío mirándote los ojos y tu sedeña cabellera rubia.
Algo místico tienes: un halo sacrosanto de pureza, palidez en las sienes, y en los labios un gesto de tristeza.
Eres en el idilio que yo enhebro la pureza ataviada con sus galas, que por el bosque en flor de mi cerebro furtiva sombra de un amor resbalas.
Eres diáfana y casta y eres buena, con la bondad suprema de las rosas, que de puro dolor mueren de pena encantadoramente silenciosas.
Oh! benditos sean tus ingenuos y dulcísimos candores: alma que ciegas con tu propia luz, estrella de mis últimos amores.
Yo llegaré a tu lado y al contacto amoroso de tu seno seré un enamorado como ninguno espiritual y bueno.
A tu lado el dolor se dulcifica, la pena matadora se adormece, el deseo de amar se purifica y la materia desfallece.
A tu lado otra vez me siento niño, resucitan mis ansias de llorar, se puebla de quimeras mi cariño y me estremezco bajo tu mirar.
Bendita seas ya que a mis canciones las transformó tu virginal candor, en dulces, inefables oraciones de un imposible amor.
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LOS VIEJOS
Cuando se quedan solos, ¿qué pensarán los viejos? Los pobres viejecitos que vienen de tan lejos por los caminos llenos de abandono y tristeza. ¡Qué encorvados los hombros! ¡qué blanca la cabeza! Vienen tristes, sombríos; los engañó el destino, los asaltó la angustia; ah! qué largo el camino, qué camino más largo, y tener que seguir rendidos de cansancio, enfermos de sufrir. Andando por las sendas con paso lento y tardo, los hombros agobiados por el pesado fardo de los años, parecen decir con la mirada el frío del sendero y el mal de la jornada. Los pobres viejecitos con qué tristeza miran... Miran como a través de lágrimas, suspiran y con las manos juntas y los ojos clavados, acaso en un recuerdo que torna en indecisas vaguedades de ensueño, se quedan extasiados, y por sus labios pasan llorando las sonrisas. Los ojos de los viejos! Apagados de olvido, sueñan con las miradas de algún muerto querido. Ojos que las pasadas alegrías añoran, y se tornan risueños, pobres ojos que lloran cuando pasa, entre calles desvalidas de flores, como una virgen blanca, como una sombra incierta, aquella a quien amaran con todos los amores, la pobre niña débil, la dulce novia muerta. Y acaso más lejanos, más tristes todavía, como dulcificados por la melancolía y la muerte y el tiempo, los grandes ojos buenos, los ojos de la madre, esfumados, serenos, que sugiriendo ensueños retornan a mirar las cosas de la vida como para alumbrar al hijo que está viejo, al viejo sin cariño, que vive entre la sombra, que muere como un niño.. Los ojos de los viejos llenos de evocaciones acopian los arcanos de infinitas visiones; cansados de la vida se van cerrando a ella con una dulcedumbre de crepúsculo y flor para abrirse, dormidos, entre lampos de estrella a las contemplaciones del azul interior, en donde se destacan lejanos e indecisos bajo una luna de oro radiantes paraísos.
Los pobres viejecitos que todo lo han sufrido a un golpe de la suerte gimiendo habrán caído, y solos, con la horrenda soledad del fracaso, dolientemente solos, sin tener un regazo donde hundirse a llorar en las horas fatales; sin tener unos senos, piadosos cabezales para la frente triste que acongojó la suerte, cuántas veces soñaron en la noche callada, cuántas veces soñaron llorando con la muerte, la gran consoladora, la pálida enlutada! Y así, almas cansadas de la existencia, en guerra con el dolor, siguieron su paso por la tierra cayendo un día, al otro levantando, perdidos en medio del camino, fatalmente impelidos, por las huracanadas ráfagas de la suerte, por senderos de angustia al valle de la muerte, como si los guiara un misterioso sino. Almas desengañadas, fueron en el camino: oración, las humildes; las tristes, desencanto, blasfemias, las rebeldes, y las débiles, llanto. Como son viejecitos tienen la certidumbre de que han de morir pronto; sienten la pesadumbre de la vejez; por eso se llenan de una extraña melancolía, advierten que un resplandor los baña cuando cierran los ojos. La hora se aproxima y pronto han de ascender a la invisible cima; pero sufren; sollozan, Bien saben que no es buena la vida, sin embargo ¡dejarla! da una pena.... No ver ni el sol ni el campo, abandonarlo todo, dejar todos los seres que se quieren, las cosas familiares ¡morirse! perderse en el recodo último de la vida, trasponer las borrosas riberas de la muerte, y ser entre la bruma un sueño que termina y un alma que se esfuma!
El crepúsculo borda bellas ráfagas de oro. Se colora de lilas el brumoso horizonte y la tarde se alhaja con el regio tesoro de un desbande de estrellas; en el llano y el monte, en el bosque y el prado, la emoción se silencia; hace el sauce dormido una gran reverencia y se plagia en la limpia soledad del bancal, donde cantan las ranas a la tarde estival. ¡Oh, qué paz más intensa! A esta hora los viejos, a esta hora en que todo se entristece y se apaga, y la iglesia y los montes se van viendo más lejos, a esta hora tan honda, tan sugestiva y vaga.... ¿qué pensarán los viejos? Sentados a la puerta de la casa sencilla, o andando lentamente por el jardín florido o la florida huerta; los ojos muy cansados, muy pálida la frente, los viejecitos piensan. La tarde silenciosa se recoge, dormida de claridades muere con un rumor de hojas que sabe a miserere.... Melancólicamente una esquila solloza y por las soledades de los senderos-rosa que tranquilos se duermen, el Ángelus se aleja, y pasa por los valles lo mismo que una queja. Y vuelven los gañanes y balan los corderos; se van desdibujando los campos y senderos, y ya es de noche; lejos, entre la fronda brilla en una casa pobre una lumbre amarilla.
Los viejos, ¡han llorado? ¿han dormido? ¡quién sabe! Se quedaron solitos meditando. «Qué suave la voz del abuelito»--canta la voz de un niño; «Papá, ¿por qué estás triste»? preguntan con cariño; y ellos nada responden, se quedan silenciosos, en la lámpara fijan sus ojos dolorosos, y en un éxtasis vago permanecen perplejos, con el alma dormida y los ojos muy lejos. ¿Qué pensarán los viejos, qué pensarán los viejos cuando se quedan solos? .... Viejecitos del alma, yo no vengo a turbar torpemente la calma de vosotros ¡tesoro de excelsitud! yo llego y traigo a flor de la bio un cantar que es un ruego; yo traigo hasta el silencio de vuestras soledades, mi cantar que resume todas las humildades, y todas las dulzuras; poeta, antes que nada, tengo el alma de sol y de amor hechizada, y porque os amo mucho, hasta vosotros vengo a daros este poco de ilusión que mantengo viva en mí. Si mañana otros soles me doran el alma, si no puedo llorar con los que lloran, mis versos os dirán que no os pongo en olvido. Por eso hoy por vosotros piadosamente pido, por vosotros los buenos, los tristes: «Padre Nuestro libra de la amargura, de todo mal siniestro a los viejos que tanto han luchado y sufrido, y guíalos, Señor, por un sendero ungido de rosas, un sendero que los lleve de aquí en alas de un ensueño de dulzura y de amor, sendas de paz y gloria y de perdón, Señor. Que bien caigan tus iras sobre los pecadores.... pero ellos que no pecan! que son los resplandores últimos que se extinguen, las almas que a ti llevan su tesoro de amor ¡todo lo que les diste! Pero ellos que no sufran. Verlos sufrir ¡qué triste! Pero ellos que no sufran sellos que hacen el bien con mirar solamente! ¡que no tengan dolores! ¡Sálvelos tu grandeza y tu bondad! Amén.»
Traed flores, más flores, traed flores, doncellas, despojad los rosales de las rosas más bellas, y traedlas, traedlas en silencio ¡Murieron! ¡Ya descansan los viejos!.... ¡Ah! qué pena! se fueron en el mes de la lluvia, de la niebla y el frío, en el mes de la lluvia, en un día sombrío entre nubes borrosas y gemidos del viento, ¡en el mes de la lluvia! En la iglesia cercana sollozó todo el día, sollozó la campana. ¡Y era un día de lluvia!.... Traed flores, doncellas, despojad los rosales de las rosas más bellas.
¡Oh, dolor de la vida!.... ¡oh, dolor de la vida! Tan larga la jornada, tan triste la partida. Desde niños sufriendo, hasta viejos llorando, isolos por los senderos de la mala fortuna! siempre buscando algo y siempre sollozando.... ¡Y pensar en los niños que duermen en la cuna!.... Larvas de la tristeza en capullos de armiño, irán envejeciendo, ¡oh, almitas de niño! Todos sois de la angustia y en un tumulto santo, todos vais a la vida bautizados con llanto. ¡Oh, Tristeza, son tuyos, son tuyos los que yacen durmiendo para siempre, tuyos los que vinieren a la Vida! Lloremos por los niños que nacen, oremos por el alma de los viejos que mueren....