(N. en Santiago, 21 de Julio de 1879.-M. el 21 de Agosto de 1908) Es uno de nuestros mejores líricos. Otros epopeyizaron la raza de los aucas. A él correspondio modelar en el poema el alma de nuestro pueblo, amasado con sangre ibérica a base araucana.
Ninguno como él ha usado palabra más enérgica y colorida para estereotipar los rasgos burdos, los altivos gestos, la lengua dicharachera de nuestro roto legendario.
Nadie como él ahondó más adentro el alma chilena para desentrañar en cultas estrofas lo que en ella hay de natural malicia y simpatía, plebeya nobleza y arranque sentimental y dramático.
Los grotescos cuadros de nuestra vida campesina, al reflejarse en las azules pupilas del poeta, imprimen imágenes de graciosas líneas y contornos refinados, como si esos cuadros se mirasen mejorados al través de prismas multicolores.
Pezoa observa la vida real y delinea su objeto con toques precisos, a la vez que sobredora lo descrito con ese tinte de perenne tristeza que emerge, aun en horas aparentemente alegres, de la idiosincrasia fatalista del bajo pueblo.
La mansedumbre del labriego derecia musculatura en contraste con la bizarría de ese mismo labriego cuando se le toca la fibra del patriotismo o del amor propio; el pobre peón embrutecido en incómoda e inhumana vivienda; el perro vagabundo, hambriento,--hambriento de justicia como un socialista,-que al pasar gruñe al perro aristócrata, que ostenta inútiles y molestos cascabeles; el movimiento de los donkeys y embarcaciones en la bahía del puerto; el vaivén de cargadores y granujas que en la pampa salitrera sudan bajo el peso de los fardos hasta convertir en oro esterlino el yacimiento salobre; el ambulante organillo arrabalesco que distrae las penas del vulgo con entrecortados sollozos de una vieja canción. He ahí algunos perfiles del alma chilena que, trazados por Pezoa, resultan gestos de una fisonomía lírica propia.
Como nadie este vate ha comprendido el silencioso sufrimiento del pueblo, su resignado pesimismo, su mansa tranquilidad con rebalses bravíos.
Mas, la lira de Pezoa no es unicorde. También fue rimador galante, sin que jamás pueda confundirsele con la turbamulta de románticos grafómanos. Sus canciones de amor acusan un sentimental delicado y exquisito, así como es de tierno y conmovedor aquel poema en que Pezoa se dirige a su madre y le consuela con frases de arrepentimiento propias de un hijo roda-tierras que vuelve al lado de los «buenos viejos»...
El estilo de Pezoa es inconfundible. Verso o prosa, es de un sabor criollo neto, como las costumbres y paisajes que evoca. Su descripción tiene color elocuente, vigor de agua fuerte. Frase concisa, y a veces áspera; pero hasta este detalle que pareciera un defecto, contribuye a dar impresión de la rudeza del alma criolla. Su estrofa semeja en ocasiones, a fuerza de pulimientos y retoques, la obra de un paciente orfebre El continente podrá no ser siempre un ánfora; pero el contenido que Pezoa nos ofrece es siempre un sorbo del divino licor. En sus cuentos y bocetos costumbristas en prosa, que pensó coleccionar en un volumen denominado Tierra Bravia, se revela no sólo un folklorista de los sentimientos de nuestro pueblo, -como observa Augusto G. Thomson,-sino un verdadero folklorista del lenguaje popular, rico en sabrosos dichos y oportunas «salidas».
Ernesto Montenegro quiso vincular su nombre al del poeta publicando en Valparaíso (1912) un volumen con el título de Alma Chilena, que contiene lo más escogido de la poesía y de la prosa literaria de Pezoa. El núcleo central de esta obra póstuma se ha formado,--dice Montenegro, con los manuscritos y recortes que el poeta entregó a uno de sus íntimos, después de corregirlos cuidadosamente en las horas de tregua de sus males, y es el mismo del libro que Pezoa proyectó publicar con el nombre de Las Campanas de oro.
En realidad, esta edición contiene varios trabajos de Pezoa en verso y prosa (cuentos, apuntes, pensamientos) que bien podrían formar un segundo tomo, el que por supuesto sería de un mérito inferior al primero, aunque no menos interesante.
Adornan esta obra piadosa un Prólogo de Montenegro y un Epílogo de Thomson, en que se compendía la vida y la labor de Pezoa.
El prologuista lo presenta como el poeta más chileno, como un noble «poeta popular» y afirma que al morir el poeta, el Pueblo-ese gran huérfano-ignoró que era una vez más desheredado.
En su afán de comprobar documentalmente esa especie de tesis, de que Pezoa estaba destinado a ser el genuino poeta de nuestro pueblo, y engañado por las apariencias y antinomías que caracterizaron la vida del bohemio, Montenegro aludio con insistencia a una supuesta genealogía bastarda.
Con este motivo, D. Samuel Lillo y un primo del vate, D. Efraín Jaña Véliz, publicaron en la prensa sendos artículos («El Mercurio» y «La Mañana», año 1912) en que se expone la verdadera biografía de Pezoa.
Por ellos sabemos que sus progenitores fueron «personas de modesta, pero holgada condición social»; que hizo sus estudios en el Colegio de los Padres Agustinos, de esta metrópoli, y que después de una corta interrupción, termino las Humanidades dando exámenes en calidad de estudíante de clases privadas. Enrique Oportus fue su profesor de literatura y filosofía.
(A menudo, el alumno había de ambular en busca del maestro para darle la cotidíana lección; se sabe que varias veces fue a encontrarle en San Bernardo, en casa de Nemesio Martínez Méndez, talento literario tan luminoso como estéril que a Oportus atraía). Con la ayuda pecuniaria de sus padres, Pezoa se embarcó en Valparaíso y peregrino por el Norte hasta el Ecuador.
Poco después, recorrió la pampa salitrera. Allá se acercó a los trabajadores, escribe Lillo,--participó de su vida, les dio conferencias y aún les facilitó libros.
En 1898, vistió la casaca de aspirante a oficial. Acompañado de sus padres y algunos «alegres primos», solía pasar largas temporadas veraniegas en una hacienda colchagüina.
En esta época floreció su vocación artística. Sus primeras poesías se publicaron allá por el año 1900 en las revistas santiaguinas «Pluma y Lápiz», «Instantáneas» y «Luz y Sombra».
Formada ya su reputación literaria, se radica, si así puede decirse, en Viña del Mar. A pesar de sus ribetes de enguantado rastá y de su inconstante carácter, se vio sinceramente estimado. Augusto G. Thomson, V. D. Silva, Magallanes Moure, Labarca Hubertson, Isaías Gamboa, Ernesto Montenegro y otros perseguidores de quimeras, concurrían a los curiosos tées literarios que Pezoa, chispeante charlador, les ofrecía en su modesta buhardilla con humos señoriales.
En 1905, aparece nuestro movedizo portalira frecuentando las imprentas de los diarios de Valparaíso.
Su trabajo periodistico en pro de determinada candidatura política le valió ocupar en 1906 el puesto de Secretario de la Municipalidad de Viña del Mar. Cuando empezaba a estabilizarse, a disfrutar del at home más o menos holgado, vio romperse súbitamente los soportes del desplomado castillo de sus fantasías.
También el Caso Fortuito había de atentar en su contra, fatalmente. El bardo, pletórico de juventud, cuando más anhelaba la caricia de la Vida, se vio aplastado por los escombros que sobre su Destino precipitara el Terremoto del 16 de Agosto.
Desde entonces fue una ruina viviente que debía arrastrar, por algún tiempo, con ayuda de muletas, el cuerpo dolorosamente deforme de quien se esforzó otrora parecer un mozo gallardo.
Convencido que pronto debía marchar al Reino Sombrio, se hizo trasladar al Hospital de San Vicente de Paul en Santiago. Allí, como Pedro Antonio González, pocos años antes, murió, descansó de su infinito martirio.
Como González fue llevado al barrio de los nichos, un día brumoso; tristemente brumoso, como su espíritu, como su obra, como su vida. Sus amigos musitaron aquella vez silenciosamente, como una oración dolorosa, estas últimas estrofas del poeta, no escritas, sino recogidas de sus labios moribundos, en que alude a su soledad de enfermo:
Sobre el campo el agua mustia cae fina, grácil, leve; con el agua cae angustia; llueve... Y pues solo en amplia pieza, yazgo en cama, yazgo enfermo, para espantar la tristeza duermo. Pero el agua ha lloriqueado junto a mí, cansada, leve; despierto sobresaltado; llueve... Entonces, muerto de angustia, ante el panorama inmenso, mientras cae el agua mustia, pienso».
Así, prematuramente, murió cantando como un cisne, uno de los poetas hispano-americanos más originales y romanescos y acaso el más propio para caracterizar el ambiente étnico en que floreciera.
Cantando va el alegre carretero frente a sus bueyes mustios y cansados: en su carreta lleva el limonero que me daba en las tardes de Febrero la sombra de sus ganchos inclinados.
Qué alegre vas buen hombre! dije al guía, y al seguir canturreando por la vía me respondio:-Cómo anda siempre el pobre! Aquí es donde se compra la alegría ganando el pan que a muchos tal vez sobre.
Y no encuentro el dosel de mis amores en los sitios del bosque, despoblados, Y tú llevas los verdes cobertores en que mi amada y yo, ebrios de olores, hablábamos de amor, entrelazados!
Oh rústico feliz! Sigue el camino conduciendo tu carro a la leñera; esos nervios del bosque donde el trino más de una vez a desgranarse vino, llevan mi sueño a la chispeante hoguera…
Tú del hombre feliz la imagen eres, tú, cuya fuerza a la labranza uncida, te hace vivir sin pena ni placeres arrastrando la carga de la vida entre los cantos de tu amor a Ceres.
Tú no vienes al bosque a hablar de amores con la alegre y coqueta Poesía, ni te amargan los besos seductores de esa florista que nos da sus flores escondiendo el puñal de la ironía!
Canta! Canta feliz, buen carretero, frente a tus bueyes mustios y cansados! Llevas en tu carreta el limonero que nos daba en las tardes de Febrero la sombra de sus ganchos inclinados! ………………………………………
Criadita alegre, vé a dejar el café frío; bebí mi sorbo de hastío y no quiero ese café.
Ni té.-Quiero de ese que hierve en tu genio bravio, donde el sabor del hastío se mezcla al sabor del té.
Así el espíritu mío tendrá su ensueño zahareño, calor de ensueño y ensueño con torvas brumas de hastío.
Y así no verás ya que, hastiado, sombrío y torvo, paladee sorbo a sorbo el sabor de ese café. ………………………………………
EL PERRO VAGABUNDO
Flaco, lanudo y sucio. Con febriles ansias roe y escarba la basura; a pesar de sus años juveniles, despide cierto olor a sepultura.
Cruza siguiendo interminables viajes los paseos, las plazas y las ferias; cruza como una sombra los parajes, recitando un poema de miserias.
Es una larga historia de perezas, días sin pan y noches sin guarida.
Hay aglomeraciones de tristezas en sus ojos vidriosos y sin vida.
Y otra visión al pobre no se ofrece que la que suelen ver sus ojos zarcos: la estrella compasiva que aparece en la luz miserable de los charcos.
Cuando a roer mendrugos corrompidos asoma su miseria, por las casas, escapa con sus lúgubres aullidos entre una doble fila de amenazas.
Allá va. Lleva encima algo de abyecto. Le persigue de insectos un enjambre, y va su pobre y repugnante aspecto cantando triste la canción del hambre.
Es frase de dolor. Es una queja lanzada ha tiempo, pero ya perdida; es un día de otoño que se aleja entre la primavera de la vida.
Lleva en su mal la pesadez del plomo. Nunca la caridad le fue propicia; no ha sentido jamás sobre su lomo la suave sensación de una caricia.
Mustio y cansado, sin saber su anhelo, suele cortar el impensado viaje y huir despavorido cuando al suelo caen las hojas secas del ramaje.
Cerca de los lugares donde hay fiestas suele robar un hueso a otros lebreles, y gruñir sordamente una protesta cuando pasa un bull-dog con cascabeles.
En las calles que cruza a paso lento, buscan sus ojos sin fulgor ni brillo, el rastro de un mendigo macilento a quien piensa servir de lazarillo. ………………………………………
EL PINTOR PEREZA
Este es un artista de paleta añeja que usa una cachimba de color coñac y habita una boharda de ventana vieja donde un reloj viejo masculla: tic tac…
Tendido a la larga sobre un mueble inválido, un bostezo larga, y otro, y otro: tres! Díablo de muchacho, pobre díablo escuálido, pero con modorras de viejo burgués!
Cerca de él, cigarros fingen los pinceles, sobre la paleta de extraño color: sus últimos toques fueron dos claveles para un cuadro sobre cuestiones de amor.
Cerca un lápiz negro de familia Faber enristra la punta como u alfiler; hay tufo a sudores y olor it cadáver, hay tufo it modorras y olor a mujer.
Juan Pereza fuma, Juan l'ereza fuma en una cachimba de color coñac, y mira unos cuadros repletos de bruma sobre un hecho que hubo cerca del Rimac.
El pintor no lee. Lil lectura agobia, y anteojos de brumit pone en la nariz; Juan odía los libros, re horrible a su novia, y todas las cosas con máscara gris.
Su mal es el mismo de los vagabundos: fatiga, neurosis, anemia moral, sensaciones raras, sueños errabundos que vagan en busca de un vago ideal.
Si piensa, ni pinta, ni el humor ingenia. Qué ha de pintar, si halla todo sin color! Tiene hipocondría, tiene neurastenia, y hace un gesto de asco si oye hablar de amor.
Mira un cuadro antiguo sin pensar en nada; mira el techo, el humo, las flores, el mar, una barca inglesa que ha tiempo está anclada y unas acuarelas a medio empezar.
De un escritorillo sobre la cubierta un ramo de rosas chorrea placer y una obra moderna, rasgada y abierta, muestra sus encantos como una mujer.
El pintor no lee. La lectura agobia: Juan Valjean es bruto, necio Tartarín; Juan odía los libros, ve horrible a su novia y muere en silencio, de tedio, de esplín.
Sudores espesos empapan los oros que el lacio cabello recoge del sol, y se abren al beso del aire los poros del rostro manchado con tintas de alcohol.
Y mientras el meollo puebla un chiste rancio, que dicho con gracia fuera original, una flor de moda muere de cansancio sobre la solapa donde está el ojal.
Hay planchas que esperan el baño potásico; un cuadro de otoño y una mancha gris, una oleografía de un poeta clásico con gestos de piedra y ojuelos de miss.
Juan Pereza fuma, Juan Pereza fuma en una cachimba de color coñac, y enfermo incurable de una larga bruma, oye a un reloj viejo que dice: tic tac…
Ni piensa, ni pinta, ni el humor ingenia, qué ha de pintar si halla todo color gris! Tiene hipocondría, tiene neurastenia y anteojos de bruma sobre la nariz.
Así pasa el tiempo, Solo, solo el cuarto ... Solo Juan Pereza sin hablar. ¿De qué? Flojo y aburrido como un gran lagarto, muerta la esperanza, difunta la fe.
La madre está lejos. A morir empieza, allá donde el padre sirve un puesto ad hoc; no le escribe nunca porque la pereza le esconde la pluma, la tinta o el blok.
Hace ya diez años que en el tren nocturno y en un vagón de última dejó la ciudad; iba un desertado recluta de turno y una moza flaca de marchita edad.
Un gringo de gorra pensaba, pensaba... Luego un cigarrillo... Y otro. ¿Fuma usted? Luego un frasco cuyo líquido apuraba para tanta pena, para tanta sed.
Tanta pena, tanta! Su llanto salobre secaba una vieja de andrajoso ajuar; iba un mercachifle y un ratero pobre y una lamparilla que hacía llorar.
La vida... Sus penas. Chocheces de antaño! Se sufre, se sufre. ¿Por qué? Porque sí! Se sufre, se sufre,... Y así pasa un año y otro año... Qué díablo! la vida es así… ………………………………………
EVA
Alba de amor. alba nueva, sorbo de vino francés, en cuyo agridulce nieva su frío el esplín inglés.
Tu pubertad se subleva y no obstante indúctil es: si mi amor pide una prueba respondes: después, después…
Flor que reclama el estambre, por ti se olvidó de su hambre un bardo sentimental.
Y en una tarde de invierno te hizo un distico moderno en su laúd de cristal. ………………………………………
EL ORGANILLO
Para el dolor de los vagos que hacen a gatas la vida, bebiendo su vino en tragos de un sabor casi homicida,
también hay consuelo. El pobre suele encontrar quien le entienda cuando echa su cuerpo sobre el jergón de la vivienda.
En los rezongos lejanos de algún organillo viejo que masca versos indíanos y polkas de estilo añejo.
Cuando al son de un aire aciago llora, o mata su fastidio en las espaldas de un vago que envejeció en el presidio.
O hace vibrar la pereza de polvorientos cantares en la inaudita tristeza de los versos populares.
Pobre peón! Sus padres idos eran brutos y hasta idiotas que no hicieron otros ruidos que el de sus toscas ojotas.
Porque el patrón, los consejos, la huasca y el aguardiente, se echaron sobre los viejos brutalmente, brutalmente.
Porque la barra, el calambre de la fatiga, o la guerra, los echaron muertos de hambre a lo largo de la tierra.
Pobre peón! En otros días la tierra era de los viejos; de ellos el parrón, sus guías, las bestias, sus aparejos.
Cuando la tierra era buena: cuando no había patrones que hicieran siembras de pena y vendimias de pulmones.
Cuando el amo aún no había echado su cuerpo sobre la carne de la alquería o sobre la hija del pobre.
Y cuando sobre los piques de los rotundos faldeos, iban los viejos caciques a contemplar los rodeos.
Y eran dueños de la tierra, del arado y la picota, del machete y de la sierra que rasga el árbol que brota.
Pobre peón! más tarde vino a la aldea. (Adiós, montaña!) Y fue ladrón y asesino con gente de estirpe extraña.
Y hoy es un andrajo errante que en los quiebros de la vía se echa sobre el caminante y lo mata a sangre fría.
Pobre peón! De día cruza la calleja solitaria, donde el hambre viste blusa y la blasfemia es plegaria.
Para entrar allá en la fonda donde el fausto de algún pillo paga al hermano la ronda o una polka al organillo.
O alguna mazurka ambigua, que en una cadencia larga cuenta una historieta antigua, tan amarga, tan amarga…
Sí, al armatoste andariego que a lo largo del camino contó en el rancho sin fuego la historia del inquilino.
La de ese peón presidario para quien la alegre vida fue una labor sin salario o una batalla perdida.
Y la de todos los bravos que por obra de las leyes eran buenos cuando esclavos y eran fuertes cuando bueyes.
No escuchais el estribillo? El peón calla y frunce el ceño... Está enfermo el organillo, enfermo, enfermo de ensueño!
Y del pobre can que aulla mezcla la nostalgia inmensa cuando en rezongos masculla lo que el vagabundo piensa.
Bien se sabe el osco pillo, bien se sabe el perro huraño lo que dice el organillo en sus canciones de antaño!
Bien lo sabe. Su agrio trino es de un dolor sin remedio, como el sueño, como el vino, como el vicio, como el tedio.
Y hediendo anticuadas danzas, deja al pasar por la vía, andrajos de remembranzas, hilachas de poesía...
Y sus rezongos salobres hacen pensar en sus yerros a las meretrias pobres y a los nostálgicos perros.
Hasta un indio de Bolivia que vende drogas y yerbas halla un sabor que lo alivia en sus mazurkas acerbas!
Mientras un muchacho pobre hunde los ojos sin brillo en un cuadrito que hay sobre la tabla del organillo.
En el que una mancha invalida muestra un fondo de taberna y una bailarina escuálida que al aire enseña la pierna.
El peón calla. Ah, esos días están lejanos, lejanos... El rancho, las noches frías, las hermanas, los hermanos.
¿Nada, buen Dios? ¿Nada? Cada son masculla: nada, idiota! La música sigue: nada! El eco salta, rebota...
¿No escuchais el estribillo? El peón calla y frunce el ceño... Está enfermo el organillo! Enfermo, enfermo de ensueño!
El organillo le acosa... ¿Y cómo quieres que calle toda esa vida penosa que a su paso no hay quien no halle?
Y el peón huye. La grosera polka le sigue, le amarga, mientras anda por la acera que se estira larga, larga...
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NADA
Era un pobre díablo que siempre venía cerca de un gran pueblo donde yo vivía; joven, rubio y flaco, sucio y mal vestido, siempre cabizbajo... Tal vez un perdido! Un día de invierno lo encontraron muerto dentro de un arroyo próximo a mi huerto, varios cazadores que con sus lebreles cantando marchaban... Entre sus papeles no encontraron nada... Los jueces de turno hicieron preguntas al guardían nocturno: éste no sabía nada del extinto; ni el vecino Pérez, ni el vecino Pinto.- Una chica dijo que sería un loco o algún vagabundo que comía poco, y un chusco que oía las conversaciones se tento de risa... Vaya unos simplones! Una paletada le echó el panteonero; luego lió un cigarro, se caló el sombrero y emprendio la vuelta... Tras la paletada, nadie dijo nada, nadie dijo nada!... ………………………………………
TEODORINDA
Tiene quince años ya Teodorinda, la hija de Lucas el capataz; el señorito la halla mui linda; tez de durazno, boca de guinda... ¡Deja que crezca dos años más!
Carne, frescura, díablura, risa; tiene quince años no más... ¡olé! y anda la moza siempre de prisa cual si a la brava pierna maciza mil cosquilleos hiciera el pie…
Cuando a la aldea de la montaña con otras mozas va en procesión, su erguido porte, fascina, daña... y más de un mozo de sangre huraña brinda por ella vaca y lechón.
¡Si espanta el brío, la airosa facha de la muchacha... ¡Qué floración! Carne bravia, pierna como hacha, anca de bestia: brava muchacha para las hambres de su patrón!
Antes que el alba su luz encienda sale del rancho, toma el morral y a paso alegre cruza la hacienda por los pingajos de la merienda o la merienda de un animal.
Linda muchacha, crece dc prisa... Cuídala, viejo, como a una flor! Esa muchacha llena de risa es un bocado que el tiempo guisa para las hambres de su señor.
Todos los peones están cautivos de sus contornos, pues que es verdad que en sus contornos medio agresivos tocan clarines extralascivos sus tres gallardos lustros de edad.
Sangre fecunda, muslo potente, sono tan fresco como una col; como la tierra, joven, ardiente; como ella brava y omnipotente bajo la inmensa gloria del sol.
Cuando es la tarde, sus pasos echa por los trigales llenos de luz; luego las faldas brusca repecha... El amo cerca del trigo acecha y la echa un beso por el testuz… ………………………………………
PANCHO Y TOMÁS
Pancho el hijo del labriego, y su hermano el buen Tomás, serán hombrecitos luego: Pancho será peón del riego y su hermano capataz.
Porque los chicos son guapos de talladura y de piel: viven como unos gazapos entre un bosque hecho guiñapos o algún llano sin dintel,
o montados en el anca frescachona v montaraz de alguna arisca potranca que ha crecido en la barranca sobre la avena feraz.
Son ya mozos. Pancho lleva cumplidos veinte y un mes. Es un mozo a toda prueba: no hay bestia, por terca y nueva, que no sepa quien Pancho es!
Porque el muchacho es bravío; rubio como es el patrón; como él detesta el bohío; ama el poncho, el atavío, y usa un corvo al cinturón.
Ah, qué cosas las de Pancho! qué alegrote y qué feraz! Cómo se alborota el rancho cuando echa a una moza el gancho en una frase mordaz!
Qué continente! Es el vivo retrato del buen patrón; como él, nervioso y activo, gesto brusco y agresivo, pendenciero y socarrón.
Tomás cumplió los veintiuno, pero no es mozo de ley; es honrado cual ninguno, ni es pendenciero, ni es tuno, pero es fuerte como un buey.
Y su hondo deseo fragua una dicha que es mejor: tener chacra, un surco de agua, una mujer, una guagua... Todo un ensueño de amor!.
Ama el rancho, las faenas, ama el rancho, la mujer…
a veces le asaltan penas si las tierras no son buenas, si el agua tarda en caer.
Y así los dos muchachones viven en juerga feliz; Pancho ondea a los gorriones; Tomás canta; sus canciones huelen a trigo y maíz.
Pancho es alegre. Su frase lleva el chiste y la intención; su frase robusta nace y en risotadas deshace su endíablada perversión.
Tomás bonachón, sumiso, monta en precoz gravedad, si Pancho horada el carrizo o si atrapa de improviso fruta de ajena heredad.
Pancho corre, Tomás mira crecer al viento la col; Pancho, abrupto, monta en ira si el pobre Tomás suspira en la caída del sol…
Y en las noches Pancho se echa sobre el colchón de maíz. El viejo habla de otra fecha... Tomás lo sigue, repecha otra edad y otro país.
Otro país en que hay reyes bondadosos y en que hay bien, vacas encantadas, bueyes de oro, pastores y greyes con astas de oro también.
Y en que no hay mejillas flacas ni hombres que ultrajados son; y en que hacen mil alharacas, chicos, trigales, y vacas, en eterna floración.
Y en que el labrador, buen amo y siervo de sí mismo es, y en que la encina, el retamo, sólo se entrega al reclamo del que la encontró al través.
Luego Tomás se va al lecho y el viejo y todos en pos: todos miran hacia el techo; y las manos en el pecho, cuentan sus penas a Dios.
Y pasa un día, otro día, una semana y un mes; pasa un tiempo de alegría otro de melancolía y otra alegría después.
Y pasa un año y otro año, otro año más y otro más... Pancho siempre alegre, extraño, el viejo hablando de antaño, y oyendo absorto Tomás.
La tierra es siempre fecunda, duro el amo, manso el buey; su testa meditabunda se hunde en la huella profunda del pastor y de su grey.
Como si eterno desdoro le hiciera por siempre andar en busca de algo incoloro; una hembra, un potro de oro que viera en sueños pasar…
La tierra es siempre robusta; el amo es siempre señor bajo la herencia vetusta: siempre el peón bajo la fusta, la oveja bajo el pastor.
Pancho ha crecido en la brega como un potro brusco, audaz; Tomás el terruño riega... (El amo ha dicho en la siega que lo haría capataz).
Tomás es padre. Un año hace que Teodora es su mujer: un rancho, un niño que nace... Cerca un corderin que pace... Todo un ensueño de ayer!
Pancho es un mozo bizarro, vicioso, alegre y mordaz; gusta el licor y el cigarro... (Y hasta haría un despilfarro por la mujer de Tomás!)
Porque ésta que es moza guapa, revoltosa y de intención, a todo el mundo se atrapa; y de sus ojos se escapa algo como una canción.
Y por eso Pancho ronda su rancho al anochecer; y cuando ella va a la fonda,
Pancho convida a una ronda por Tomás y su mujer.
Ah qué cosas las de Pancho! El es mozo y ella es más: los dos se tienden el gancho... No hay en la comarca un rancho como el rancho de Tomás!
Y mientras Tomás trabaja, Pancho llega. Y si ella ve, vuelve el caballo; lo ataja y hace cantar la rodaja en la espuela de plaqué.
Qué garbo! El mozo es bravío, rubio como es el patrón: sus ojos destellan brío, ama el poncho, el atavío y usa corvo al cinturón.
Y su ademán que perturba y sus ojazos de curva, noble, su porte, su tez, son bellos. Su frase turba... Vaya un muchachón cortés!
No es humilde su aparejo, ni es rústica su expresión, ni es campesino el gracejo con que se burla del viejo, serio, brusco y socarrón.
Y como es igual al amo, todos preguntan por qué... Decid al leño, al retamo, de donde ha venido el gamo de alto cuerno y ágil pie!
El mozo entra... Afuera hay ruidos tristones. Canta un gorrión e imperceptibles tañidos hablan de insectos perdidos como ecos de una canción.
Los jilgueros revoltosos y hasta un errabundo tril, cantan versos olorosos en los troncos achacosos o en la viña juvenil.
Allá lejos los ganados guía un muchacho pastor por los potreros hastiados... Los bosques ensimismados beben con ansia el calor.
Y un riachuelo clandestino se queja... Allá una perdiz... Y lejos hay un espino y un jilguero campesino que se oculta en el maíz. Pobre Tomás! Pancho toma fruta de ajena heredad. Pobre! En la vecina loma se ha perdido una paloma... Aves del bosque, llorad! Nunca el agua que se estanca junto al rancho del peñón, borboteará en la barranca que vio pan y leche blanca en la mesa del peón! La labranza ni el sosiego nunca, nunca volverán... ni sus noches de labriego, ni su mesa junto al fuego, ni sus charlas junto al pan. Todo se irá. La faena, el rancho, la ágil mujer... Labriegos de faz morena, llorad, llorad por la pena de Tomás y su querer! Nunca el agua que se estanca junto al rancho del peñón, borboteará en la barranca que vio pan y leche blanca en la mesa del peón! Y pasa un día, otro día, otra semana y un mes... La noche impasible y fría deja su melancolía sobre los campos en mies. Y pasa un año y otro año; otro año más y otro más hallan al peón siempre huraño... El viejo no habla de antaño, porque ha tiempo duerme en paz.. La tierra es siempre fecunda, duro el amo, manso el buey; su testa meditabunda se hunde en la huella profunda del pastor y de su grey. Como si olfateara el paso de aquel alegre peón, de aquel mozo, de aquel huaso que usaba en la bestia el lazo y un puñal al cinturón. ¿Donde está? Cuatro años idos... La guerra... Morir, matar… Una tarde los bandidos, de kepí y dormán vestidos, asolaron el lugar. Pancho se fue. Los sargentos daban orden de partir; iban cantando. Los vientos repetían los lamentos de las madres. A morir!
¿Por qué la guerra? La tierra no es de Pedro ni es de Juan. Desde el mar hasta la sierra el amo es dueño. A la guerra los amos no van, no van.
Y los hombres que peleamos de esta y otra patria, son todos víctimas con amos... Somos pobres. Nos amamos, y peleamos en la acción.
...Pancho, el hijo del labriego y su hermano el buen Tomás llegarán a ancianos luego; ni Pancho fue peón del riego ni su hermano capataz.
Pancho es un hombre aun guapo y hace vida de cuartel: ama el dormán y el guiñapo; en Tacna sostuvo el trapo y salvó a su coronel!
Es un sargento aguerrido y usa sable al cinturón. El buen Tomás ha caído: torvo, enjuto y carcomido ha caído en la inacción.
Y pasa un año y otro año, otro año más y otro más... Tomás vive solo, huraño; el viejo no habla de antaño, porque ha tiempo duerme en paz.
Duerme... la tierra le oculta... Duerme Teodora... Dormid! Dormid que el tiempo os sepulta! Gente pobre, vieja, inculta, mejor es morir... Morid!
La noche, la sombra, el frío, la torrentera, el peñón donde envejece el bohío... la queja eterna del río, la montaña en oración.
Todo le habla! Tomás llora... Junto a la vieja heredad, la casa en que el amo mora se alza. Su provocadora techumbre suda crueldad!
Las ruinas de hoscos tapiales se enfastasman... Un torreón canta diez golpes iguales: los profundos matorrales prestan extraña atención...
Duerme el viejo... También ella! Ella, el hijo, su niñez; Tomás llora. Allá una estrella... ¿Cuándo hallar la dicha aquella? El viento sopla: después… ………………………………………