Información hasta el año 1917 de la publicación de Selva Lírica
El ex-Ministro de Instrucción Pública y escritor don Jorge Huneeus Gana, deseoso de crear una institución que estimulase el desenvolvimiento de la Literatura y las Bellas Artes, dictó, el 31 de Mayo de 1909, el decreto orgánico del Consejo Superior de Letras y Bellas Artes, que tendría la supervigilancia de la enseñanza artística en los institutos del país, y tendería, por medio de certámenes, al acrecentamiento de la producción intelectual. Posteriormente, el 15 de Junio de ese mismo año, nombró las personas que deberían constituir el Consejo y que fueron:
Primera Sección, de Letras y Arte Dramático: Señoras Inés Echeverría de Larraín y Maríana Cox de Stuven; y señores Luis Rodríguez Velasco, Augusto Orrego Luco, Gonzalo Bulnes, Juan Agustín Barriga, Carlos Silva Vildósola, Daniel Riquelme, Luis Orrego Luco, Samuel Lillo y Miguel Luis Rocuant.
Segunda Sección de Artes Gráficas: señora Rebeca Matte de Iñiguez; y señores Raimundo Larraín Covarrubias, Luis Dávila Larraín, Paulino Alfonso, Enrique Cousiño, Fernando Álvarez de Sotomayor, Rafael Correa, Simón González, Alberto Mackenna S., Alberto Valenzuela Llanos, Álvaro Casanova Z., y Ernesto Courtois Bonencontre.
Tercera Sección, de Música: señora Amelia Cocq; y señores Manuel Fóster Recabarren, Luis Arrieta Cañas, Marcial Martínez de F., Daniel Amenábar Ossa, Pbtro. Vicente Carrasco, José M. Besoain, Jorge Balmaceda Pérez, Luis S. Guiarda, Alberto Ceradelli y Enrique Soro.
A fines de aquel mismo mes, las personas nombradas se reunieron en sesión, y después de oír su exposición sobre los motivos que lo impulsaron a crear el Consejo, y de dar las gracias, a nombre del Gobierno, a las personas que habían aceptado formar parte de este nuevo organismo intelectual, se procedió a elegir Presidentes y Secretarios de cada Sección.
Fueron designados, Presidente de la Sección de Letras, don Gonzalo Bulnes; de la de Artes Gráficas, don Enrique Cousiño; y de la de Música, don Carlos Silva Cruz; y Secretarios, los señores Tomás de la Barra, Hernán Castillo y Agustín Cannobbio, respectivamente. Secretario General del Consejo, para cuando sesionaran las tres Secciones reunidas, fue designado el señor Miguel Luis Rocuant.
El Consejo ha celebrado concursos en diversas ocasiones, pero con resultados medíanos. Porque debemos hacer presente, a sus certámenes, como a todos los que se celebran en el país, no se presentan nuestros mejores literatos y artistas por temer la incompetencia o la parcialidad de los jurados, que son elegidos casi siempre de entre los intelectuales de criterio más rancio y más estrecho.
Esto no sólo sucede en las justas poéticas o literarias, sino también, y en una forma más lamentable, en el Salón Oficial de Pintura, que se celebra cada año. Así hemos visto con verdadera indignación formar parte del jurado de Pinturas, a señores de muy buena presencia, muy respetables en todo sentido, pero que entienden tanto en materias artísticas como cualquier alumno del primer curso de la Escuela de Bellas Artes.
Entre estos dignos caballeros, diletantes los más, mencionaremos a varios, para que alguna vez siquiera dejen el camino expedito y entreguen sus puestos, a las personas que tienen verdadera preparación para servirlos: don Paulino Alfonso; don Álvaro Casanova, pintor mediocre de marinas que, a decir de don Fernando Álvarez de Sotomayor, el gran artista español que dirigió nuestra Escuela de Bellas Artes, serían indignas de llevar la firma de Martínez Abades, insignificante borroneador de telas por ese estilo; Alberto Valenzuela Llanos, nuestro gran paisajista, pero a quien, por haberse educado en las más añejas escuelas, le falta espíritu de juventud, y, por lo mismo, carácter de imparcialidad y entusiasmos propios de un maestro que debe estarse renovando hasta morir y no hundido en un estancamiento hermético, alejador de simpatías y provocador de recelos casi justificables.
Valenzuela Llanos, nos han declarado varios pintores jóvenes, es el polo díametralmente opuesto al venerable maestro don Juan Francisco González, todo corazón de siglo XX; y don José Backaus, flamante y petardista rastreador de los pintores franceses.
Por lo demás, ha sucedido que todo el que confía en la justicia de los fallos, tras una primera prueba se pliega al enorme grupo de la juventud que ve en las justas literarias y artísticas una repartición de galardones a nombres obscuros, preparada audazmente antes de iniciarse los concursos y como para satisfacer a los miembros de una misma familia.
¿No hemos visto acaso, a un Antonio Bórquez Solar, colgar el primer premio a su hermano Humberto, concursante de versos dignos de cualquier pallador?
¿No hemos visto acaso a un José Backaus prenderse a las solapas de su chaquet, el premio de honor en el Salón Oficial del año pasado, a pesar de ser miembro del mismo Jurado que le concedía tamaña distinción?
Juventud: es necesario reaccionar,
Es preciso que también vosotros forméis parte en este concierto antes que toque a difuntos. No se ha de abandonar todo en manos de esa desteñida y respetable matrona: la costumbre, con su séquito de calvas aceitosas y manos temblantes.
¿No se ha visto que la juventud de mérito triunfa estruendosamente cada vez que sus esfuerzos son solicitados?
¿No hemos compartido con orgullo y satisfacción fraternales, el triunfo de Gabriela Mistral, Munizaga Ossandon, Pedro Sienna y David Bari, en los más bellos Juegos Florales celebrados en Chile bajo el control de Armando Donoso y Magallanes Moure, espíritus sutiles eternamente jóvenes?
¿No nos hemos estremecido de placer frente al arte laureado de Pablo Burchard, Julio Ortiz de Zárate, Almina Moisin, Camilo Mori y Fernando Mesa, en el último Salón Oficial, por un Jurado de que eran miembros el admirable retratista Exequiel Plaza y el esforzado y fervoroso Oscar Lucares; ambos representantes de la joven y viril generación?
¿Acaso Pedro Prado, Víctor Domingo Silva, Jorge González Bascías, Gabriela Mistral, Daniel de la Vega, Ángel Cruchaga, Jorge Hübner, Julio Munizaga Ossandon, Max Jara, Mondaca, Alberto Moreno, no son criterios dignos de controlar el valor lírico de nuestros poetas?
¿Acaso los jóvenes artistas, Arturo Gordon, Carlos Isamit, Jerónimo Costa, J. Ortiz de Zárate, Laureano Guevara, Pablo Burchard, Alfredo Bustos, Luis Meléndez O., Juan Carrera, Alfonso Leng, Humberto Allende y Rengifo, no representarían con verdadero prestigio el papel de fiscalizadores de las obras pictóricas y musicales?
Nosotros no somos sectaristas ni exclusivistas: pedimos igualdad de fuerzas, distribución equitativa de criterios dentro del Jurado de los certámenes artísticos y literarios.
Vamos contra la exclusión de la juventud por absorción de la madurez. Contra la primacía numérica de ésta sobre aquélla. Contra la inferioridad intelectual de la edad sobre los entusiasmos modernos.
¿Obtendremos el triunfo? Esperemos algún tiempo.
Si no, ya sostendremos con más furor nuestra campaña, ya demoleremos ciertas estériles figuras decorativas, desde las columnas de una próxima revista... Esperemos algún tiempo...