(N. en Angol, en 1877). Desciende de una familia de esclarecidos guerreros. En 1898, publicó su primer libro de poesías Veinte Años, que recuerda a Numa Pompilio Llona y a Juan de Dios Peza. Inició su carrera diplomática, en 1902, como segundo secretario de la Legación de Chile en Francia, país desde el cual enviaba correspondencias literarias para «El Sur de Concepción y «El Heraldo» de Valparaíso.
En 1903 apareció su principal obra poética Del Mar a la Montaña, que fue todo un éxito de librería. Aquí canta la naturaleza de Chile central, el propio terruño, con sus aguas, sus montañas, sus campesinos, en un ambiente netamente criollo. Es un primoroso paisajista nativo, y en esto se diferencia esencialmente de Pezoa Véliz, quien ahonda mucho más en los repliegues del alma chilena, por lo cual supera a Dublé en el calor y movimiento líricos.
Desempeñó la Secretaría de nuestra Legación en Río Janeiro desde 1906 a 1908, año en que fue ascendido a Encargado de Negocios en Austria. La casa Garnier de París le imprimió su hermoso volumen Del Mar a la Montaña, que contiene las poesías publicadas aquí con igual título, lo más selecto de Veinte Años y algunas composiciones inéditas. La «Revista de América» correspondiente a Enero de 1913, da a conocer cuatro capítulos de otra obra de Dublé: «Le Muria, Títeres para niños grandes, Vida y aventuras de un lemur en Le Muria y Tierra firme, novela humorística y filosófica». En Diciembre de 1913 dictó en la Biblioteca Nacional de Santiago una conferencia sobre el notable escritor chileno Ignacio Pérez Kallens (Leonardo Penna), tal vez nuestro mejor estilista. La Biblioteca Internacional de Obras Famosas, tomo XII, dice que Dublé tiene en preparación varios trabajos literarios: Don Pedro de Torres, Doña María de los Nidos, San Bruno, Doña Catalina de los Rios y Don Diego de Almeida, explorador del desierto de Atacama.
Se publicó aquí, en 1915, su bella composición «Fontana Cándidas, en la cual se nota una marcada renovación de su estilo descriptivo hacia una tendencia menos detallista. La juventud ha aplaudido francamente este poema. Ojalá sea él la iniciación de una faz más trascendental de la intensa labor de Dublé, un tanto olvidado por su forzado alejamiento de nuestro actual ambiente artístico.
España?... Francia?... Roma?... No! no!... No turba el vuelo de mi alma la nostalgia de sus campañas de oro en donde habita y reina, como un distante abuelo, el viejo sol latino: ¡Risueño sol!-No lloro, ni tiemblo, ni me agito por los brumosos montes de la Germania heroica o el setentrión distante, ni arranca al ojo mío sus, patrios horizontes la enorme y formidable visión del balbuceante imperio que hasta el cielo remonta sus viviendas: mansión de águilas locas, laboratorio augusto; que hace temblar a Hohenzollern sobre su trono adusto y estremecerse al Anglo bajo sus viejas tiendas.
Pequeño como un grano de arena, sueño, espero, perdido aquí, en el fondo de mi nativo estero. No aspiro a la mar honda de que hablan los alciones errantes que atraviesan, volando, las naciones y los mares... Me basta, para la gloria muda de mi ambición, tendido sobre la arcilla ruda que holló mi planta siempre, saber lo que le cuenta la savia engendradora a la raíz sedienta; oír el rumoreo del encinar futuro en la simiente muda; bajar al reino obscuro del porvenir; ser hombre, ser hijo, ser esclavo, ser bardo, serlo todo por este pueblo bravo, por este mundo nuevo sumido en la penumbra, que desde el alto polo la Cruz del Sur alumbra; por esta virgen ruda que adora mi alma inquieta con fiebre evocadora de amante y de poeta!
¡Ay, del cachorro torpe que las maternas ubres desdeña, porque en ellas no está la leche fuerte de la africana leona! Desgarra oculta mano con hierros de nostalgia, la frente que no advierte la luz y en ella mora. Precisa ser gitano plumón de cardo loco para entregarse al viento, cruzar tierras y mares con su turbión violento, ser paria en este mundo, y errar por él proscrito, sin detenerse nunca, como Caín maldito!
¡Mozo! la tierra agreste que te sustenta, cava; pídele fuerza y sea tu amiga y no tu esclava. Respeta, roble joven, el bosque: genio suyo es tu potente genio y es gloria dél, tu orgullo. Alma sensible que oyes à la distancia y sabes hasta lo que preludían las errabundas aves, escucha en torno tuyo y acoge el peregrino cantar que tu alma busca, y alegra tu camino!
Y tú, alma mía, canta las penas y ternuras de tu progenie amada. Sé lumbre en sus obscuras cavernas. Canta, canta, la mar gloriosa, el llano fecundo, la montaña que aún guarda un eco indíano, y esparce sueños dulces y luz de estrellas nieva sobre esta cuna agreste que abriga un alma nueva!
En las amargas horas del gran camino, en donde nadie protege a nadie, ni humana voz responde cuando el altivo llama, hasta para tu guerra dos báculos gigantes del cielo y de la tierra. No desprecies la ortiga, ni el vendaval contrario, ni las silentes bocas, ni el coro tabernario de los batraquios: todo para el potente es bueno como la miel; le alegran el odio y el veneno. Que no es el himno grande la nota dulce y pura, sino el clamor unánime que el águila en su altura recoge: tempestuoso, tiernísimo, protervo, mezcla de insulto y ruego, de amor y de odio acerbo.
¡Oh, espíritu! ¡Sé fuerte! ¡La tierra intacta espera tu amor: arraiga en ella, y arriba! siempre arriba remóntate, cual llama de incendio, prisionera del suelo que la nutre y del azul cautiva!...
Para mí, nada pido, dadme una rama de árbol, una roca, y las tendré por nido.
Mi nombre, pronunciado con ánimo gentil por vuestra boca, me hará creerme amado.
Evocad mi memoria al ver una luciérnaga, una estrella, y me daréis la Gloria.
Pobre es mi celda, pero a veces canta o se lamenta en ella el universo entero.
¡Mi Ideal!...lo harta un perfume de yerba fresca; en la oblación de un beso su mole se consume.
Llama que al cielo amaga es mi ambición...que un niño cruza ileso, y una lágrima apaga.
Todo lo tengo; y, breve, cabe en un verso mi caudal: más grave es un copo de nieve.
Detesto el mal, y amigo del malo soy, -mi carne bien lo sabe- pero a mis jueces digo:
Dolor me apacentara. Soy el loto que sorbe en agua impura Su aroma y su miel clara.
Mi cuerpo, con sus lodos, dejádmelo, que es mío; con su albura, mi espíritu es de todos…
Y así, aspirando al cielo, y aspirando a la tierra, y aspirando a la quietud y al vuelo.
en este inquieto viaje me siento derribar de cuando en cuando por el contrario oleaje.
Y duermo... y en el sueño me pregunto: ¿quién soy?... ¿quién me conoce?... ¿Estoy despierto o sueño?...
¿Es crimen, es mentira el placer que me aflige?.... ¿santo goce el dolor que me inspira?...
Y alguien responde: acaso el ángel bueno que me guarda; el malo que me perturba el paso;
Dios mismo: acaso Cristo, por la boca del lodo en que resbalo o el lirio que conquisto...
Y el dictamen obscuro, bajo el aire celeste, en la vigilia, deformo o transfiguro.
en dádiva secreta; en salmo de esperanza a la familia, al amigo, al poeta;
En hieles del despecho; en áspid que amenaza por la espalda y me emponzoña el pecho:
En un meditar solo; o en hoja y flor que en ática guirnalda tiendo a los pies de Apolo...
Ya aletazo aquilino toca mi ciega fuente, y va a los vientos el chorro cristalino:
Milagroso fantasma que enloquece a los pájaros sedientos, y a los árboles pasma.
Ya mi ala a Dios exalto, y mi pluma se inflama como loca en su fanal más alto.
Ya mi bordon requiero, y no aquieta mi labio hasta que toca la sandalia de Homero…
¡Tu cielo azul, tus lares! ¡Patria! Nevado monte! Casa vieja! roble de mis cantares!
Que tu amor me apacigüe quiero ser en tu rama dulce abeja, solitario copigüe…
Y, tú, que el agua acreces del mar en que me esperas, con tu llanto ¡Madre!...¿no fui mil veces
golondrina en tu alero; Rey Mago en tu Pesebre; en tu quebranto serenador lucero?...
¡Oh, Amor!... Para invocarte unjo de aromas finos mi piel ruda, mírome en tu agua, aparte…
Para ablandar tu reja pido al hambre su súplica más muda; a la torcaz, su queja…
Y si me das oído, y me entrega su miel tu labio joven, en tu más hondo nido
vuelo a asilar mi aurora, para que las alondras no me roben la eternidad de tu hora!...
Mas, ¡ay! cuán poco dura... Murciélago me ve la tarde triste, candil, la noche obscura.
Cabe la turbia poza gime la rana humilde: por su alpiste mi ruiseñor sollozal...
Dios, patria, amor, ensueño, se me apartan... Embriágame el Olvido con su fatal beleño;
y me entrego a mi suerte, frágil alga que azota enfurecido un aquilón de muerte...
Y al vendaval, el alga: ¡Muévate, oh Dios, mi lóbrego destino! ¡Mi confesión me valga!...
Y al alga, el vendaval: flota y canta; serás carbón divino: te mudaré en cristal.
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TIENEN LAS CAPUCHINAS…
Tienen las capuchinas una campana, colgada de una viga desvencijada; laúd de mal agüero, que sólo tañe cuando las capuchinas se mueren de hambre.
Cuando a la medía noche su voz resuena, la misteriosa esquila no pide, ruega... Ruega, y con tanto acierto, que al otro día ya no se mueren de hambre las Capuchinas…
Cuántas almas hambrientas, abandonadas, cruzan por nuestras calles sin ser notadas!... es que nunca han tenido las pobres almas, como las Capuchinas una campana; un esquilón de hierro que al mundo advierta que ya se mueren de hambre! que ya están muertas!...
Almas que por la tierra cruzáis calladas: la caridad del mundo quiere campanas!...
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EL CARACOL
Cuando la brisa barría apenas las nieblas grises de la mañana y al arrastrarse por las arenas, con sus espumas como azucenas jugaba, en sueños, la mar cercana, junto a la choza de sus mayores, se despidieron los pescadores.
La bruma triste los envolvía: ella gemía ¿qué haré yo ahora?...
Y una gaviota revoladora oyo al marino que le decía que era su virgen, su pescadora, que no llorara, que volvería…
Y como urgiera ya el tiempo: «toma --le dijo el mozo-ya el viento asoma, la gente sale ya viene el sol...>> y recogiendo del agua clara que entre las rocas la mar dejara, más armiñado que una paloma puso en sus manos un caracol:
«Que él te recuerde lo que te quiero, que oigas mis quejas en sus rumores; de cierto, vale poco dinero, pues que son pobres nuestros amores, pero es eterno su rumor suave, y aunque es humilde, su labio sabe de los remotos mares bravíos y de los mundos que voy a andar, más que tus padres y que los míos y más que el viento que habita el mar…>>
Ambos lloraron: un ave inquieta grazno sobre ellos; el humo lento de las chozuelas de la caleta blanqueaba apenas, como un aliento; y bajo el cielo más transparente, tras la fortuna que se ama en vano, partió el navío, rumbo a Occidente, sobre el inmenso y augusto océano.
Y cuenta el viento que desde aquella mañana triste ¡fatal mañana! acariciada por la doncella la humilde concha de porcelana, le habló en su lengua de rumoreos de viajes locos, de pechos fieles, e remembranzas y devaneos junto a la borda de los bajeles, de aves errantes que van a pares buscando albergue sobre los mares, de tempestades y de ciclones y de esos tristes besos perdidos que van con rumbos desconocidos bajo las altas constelaciones… Y el tiempo vino, silente y grave, siguiendo siempre su ruta ciega, con el misterio de aquella nave que en una extraña canción noruega lleva invisible su casco lento bajo las brumas del mundo aquel, siempre azotada de un mismo viento con un fantasma por timonel… Y con los años la niña hermosa cuya frescura ya ajaban canas, mirando al agua desde la choza, vio marchitarse la tinta rosa de sus mejillas, antes lozanas... Aún no clareaba detrás del monte y ya copiaban el horizonte sus grandes ojos color de mar; y en ellos iban las golondrinas, en sus revuelos de peregrinas, a ver las barcas ultramarinas que en lontananza solían cruzar. Y siempre, siempre la suspirante y humilde prenda de amor, seguía contando historias del nauta errante llenas de inmensa melancolía: ya eran nostalgias desconsoladas, en lo infinito del mar lloradas, noches de nieve que el viento azota, miserias y hambres en tierra ignota; triste cortejo que siempre avanza por esas rutas, en que sus huellas deja, guiada por las estrellas, la banda loca de la esperanza. Y el tiempo alado siguió en su vuelo, y en sus mudanzas siguió la mar, y al campo santo más de un abuelo en la caleta fue a descansar: siempre escuchando la voz lejana la pescadora tornose anciana; barcos ignotos aves de paso ya del oriente, ya del ocaso la mar surcaban cada mañana; sólo aquel loco bajel risueño que al occidente partiera un día tras la fortuna, que es sólo un sueño, en lontananza no aparecía. Y de la concha susurradora, la amable historia, doliente asaz, seguía oyendo la pescadora vaga y distante cada vez más; la sombra triste de otros amores cruzaba a veces por sus rumores; hasta que un día trajo el destino, con los clamores de un torbellino y entre infinitos ecos perdida, la última queja del peregrino sobre una roca desconocida... Y entre las brumas de la mañana de un taciturno día de invierno sobre cuatro hombros subió la anciana, vuelta hacia el cielo la frente cana, por las colinas del sueño eterno...
Dejó la tierra como paloma que abandonada su alero deja y errante sigue de loma en loma tras del amado que se le aleja... Le dio la tumba refugio blando y allí a su lado siguióle hablando junto a los mares, el caracol, del sueño eterno la eterna espera, y de ese humano vivir soñando sola y distinta dicha sincera que el hombre alcanza y alumbra el sol.
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LAS MINAS
Ante el eterno y vago rumor de las mareas australes, bajo un cielo que enormes chimeneas mantienen siempre obscuro y en la ribera en donde bajo las verdes ondas el Nahuelbuta esconde sus ya domadas cuestas occidentales, medra la tierra en cuyo seno vive el carbón de piedra bajo nacientes bosques de resinosos pinos exóticos, en hondos filones submarinos, y hasta en el fondo mismo del mar, de cuyas aguas lo extraen los rastrillos para encender las fraguas y los fogones pobres.
Cuando los estivales meses la costa alegran, llegan los temporales para aquel mar; los vientos del sur sobre las rocas empujan las oleadas rugientes y las locas espumas, levantando su risueña blancura hasta los mismos árboles, sobre la tinta obscura de los ramajes, posan su lividez de nieve. Luego viene el invierno. Llega la niebla. Llueve, y alto, sobre los verdes cerros de la ribera pasan las ventolinas sin que la más ligera ondulación enturbie los trémulos cristales del mar. Entonces bajan las lianas invernales a acariciar su imagen sobre las aguas. Chilla la pálida gaviota pescando por la orilla, y en la tranquila borda de algún lanchón posados meditan, largamente, los cuervos enlutados, mientras que allá en la altura cruzan con vuelo lento las nubes, en rebaños, arreadas por el viento. Pero ni el sol, ni el aire, ni las heladas brumas de los meses de invierno, ni el mar con sus espumas blanquísimas sonrien para los pobladores de aquellas tierras hartas de brisas y de flores; hombres descoloridos y adolescentes, viejos antes de tiempo, viven en aquel mundo, lejos de toda luz, en lo hondo de las obscuras minas, a rastras y arañando sin fe, con sus felinas uñas, la virgen roca donde el carbón se encierra... rasgando, tristemente, los senos insalubres de esta fecunda madre que se llama la tierra, madre con tantos hijos y con tan pocas ubres!...
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Es triste y miserable, como la muerte triste la vida de las minas: el hombre allí no existe; la pobre bestia humana gastada y sudorosa, arrastra allí sus miembros entre la luz dudosa de míseros candiles, como cualquier gusano... El hombre es en las minas un simulacro humano. No es aire el vagabundo bostezo que en las frías labores olvidadas y ardientes galerías pesadamente flota, sacando los sudores más acres de los cuerpos de aquellos luchadores de las tinieblas; de esos humanos desperdicios que viven encorvados al peso de mil vicios y pasiones ajenas, porque para los hombres aún no ha llegado el brazo que aprobará que hay nombres y hombres, y hará sin vanos egoísmos ni utopías cargar a cada uno con las miserias propias! Pero en las hondas minas no alienta esa esperanza; la estrella anunciadora del nuevo albor, no alcanza con sus risueños rayos a calentar la pena de aquel obscuro siervo que ignora su cadena. Alguna vez, la bestia, cansada de tan cruento dolor, despierta y pide, con el ruidoso acento de las revueltas locas que encienden las angustias, un pan de limpio trigo para sus fauces mustias. Y ruge, pero entonces, ¡oh justa y santa mengua! el plomo o la metralla le destrozan la lengua, o acaso un calabozo sin luz ni amor, en nombre de los amables, dioses o de la paz del hombre, sepulta para siempre bajo su techo helado hasta el clamor sin eco del que pidio un bocado!
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A veces en la negra ciudad de los ausentes del sol, entre el helado gotear de las vertientes y el son opaco y hondo que vibran las barretas al arrancar el bloque de las obscuras vetas, se escucha un misterioso clamor, el dolorido clamor de un gran cetáceo que se sintiera herido... algo como si un fuerte y extrahumano minero clavara, rudamente, su barreta de acero en las entrañas mismas de aquel país en penas; algo como distantes rumores de cadenas... es que allá arriba, en lo hondo del mar que, sobre el lomo de las cansadas minas, su pesadez de plomo descarga... algún risueño bajel, tal vez venido de las distantes tierras del sol, entre el rugido de las alegres olas y el vocinglero acento de cuervos y gaviotas, sus áncoras fondea, en tanto .que los rudos marinos dan al viento, largando las cadenas su eterna melopea... Arriba la esperanza, la luz, los sonrosados crepúsculos, el aire que alegra o que restaña cualquier dolor; abajo, los dorsos encorvados, la fuga de la sangre y el hambre cruel que araña. Y mientras en el fondo del mar, en lecho blando, las áncoras dormidas se sueñan navegando; y mientras el marino respira el aire fresco y alegra sus nostalgias, mirando el pintoresco paisaje de la orilla, las nubes que semejan fantasmas y los barcos que llegan o se alejan; abajo, en esas cuevas sin luz, en donde anida la tisis, los forzados bastardos de la vida empujan, arrastrando sus torsos por el barro tiznados y desnudos, un miserable carro; el carro en que al incierto fulgor de los candiles destella el rico bloque que arrojarán mañana, -hecho díamante u oro- las impudicias viles de algún viviente inútil, sobre el jergón de Nana!
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El bienestar es pobre de amor y el egoísmo en la corriente humana sólo se ve a sí mismo. Aquel que sueña bajo la luz del sol, ignora las lágrimas del triste que en las tinieblas llora. De ahí que alguna mano caritativa y sana tenga que abrir los ojos a la miseria humana; mostrar sus pobres ropas a los demás mortales, desenterrar del tiempo la clave de sus males, romper la venda de oro que cubre tantos ojos y echar simientes nuevas en ruinas y rastrojos. Hoy que por donde quiera se alegran los caminos al eco de los cantos de aquellos peregrinos que ha tanto que dejaron la tierra: la olvidada Justicia, la risueña Esperanza y la sagrada Fraternidad; recuerden los que su voz escuchan a aquellos que en el seno de las tinieblas luchan. Y tú, mortal, que cruzas la tierra con los ojos clavados en ti mismo, levanta los abrojos que pisas, y contempla, si tienes alma, tantas espaldas como sirven para aliviar tus plantas! Y tú, viajero amable, que en los serenos días de la estación del trigo, piadosamente guías la paz de tu conciencia por esas ya taladas colinas, donde surgen las minas arruinadas; por esas rumorosas riberas de los mares de Arauco, donde sueñan las rocas seculares, en tanto que chicuelos desnudos, de los riscos arrancan encorvados, malezas y mariscos; al asomarte a un pozo colmado de aguas muertas donde las ranas cantan sus canciones inciertas, y en cuyos rotos bordes, hundidos y deshechos, los frescos musgos brotan y crecen los helechos.. piensa en los tristes días en que por allí mismo, ceñudos y callados, bajaban al abismo los que hoy acaso duermen, hundidos con sus penas en el rincón más hondo del infeliz venero, sin que a turbarlos lleguen, ni el son de las cadenas, ni el eco de las anclas, ni el paso del viajero…