“ No es de esas mediocridades vejestoriamente definitivas, como la de un Antonio Bórquez Solar; no es de esas meiliocridades que nacen y mueren en desgracia de mediocridad, como el aludido Bórquez.
Suele creerse por ahí, entre los bajos fondos (le la multitud, que es más apreciable un vejete autor de medía docena de volúmenes atiborrados de nulidad, menesterosos y churrescos de arte e inflados de pretensión a lo pavo real (me refiero a Antonio Bórquez), que un poema vibrante de lirismo, de emoción y juventud, de cualquiera de los adolescentes casi anonimos que figuran en ésta y en la serie anterior de nuestra obra.
No se toma en consideración el verdadero mérito, sino los años, las arrugas, los bigotes, las dimensiones y las tatuidades de ciertos poetas.
No se piensa en que son más dignas del aplauso, antes que una mediocre realidad estancada, una mediocre esperanza en movimiento, y antes que una chochez churrullera, tatuada con timbres, cascabeles y vistos buenos de academias venales y liliputienses para el Sano Juicio, una juventud discret a, moderna y honrada, que repecha por sus propios esfuerzos y lucha por ideales propios, que, en su gran modestia, jamás llegará il colgarse alit banzas que son un sambenito y una demoscración de cojera espiritual, y que, para trascender al público, no necesita andar a la caza de directores de diarios o vegetando en las salas de redacción de cualquiera levista, como un vulgar principiante.
Enrique Ponce es una mediocre esperanza en movimiento, no una mediocre realidad estancadit. Es una juventud, no una chochez. Es un poeta que será, no tanto por lo que representa ahora sino por lo que significa para el futuro.
Publicó su primero y único libro, Flores de Espino, a fines del año 1916. No fue ni una revelación, ni un apóstrofe al buen gusto; nació en pañales tibios. Y, sin embargo, en todos los corrillos literarios se oliju: Hé ahí un hombre, un hombre poeta! : Y, en realidad, sus versos son los de un poeta, de uno que se inicia cobijándose bajo banderas más () menos nobles.
Y sus primeros poemas-reminiscentes de los de Herrera y Reissig, Carriega y lrancis Jammes-- hablan de un temperamento fuerte de pintor realista, de un cantor descriptivo del alma nacional, y de la rapsoda romántico que fracasa cada vez que gime ante las muchachitas suburbiales creadas para el espiritu esmirriado de un Carlos Barella.
Dura, maciza y casi libidinosa, es la corteza de los poemas de Flores de Espino, como los trozos de vida que palpitan bajo ella. Cuadros íntimos del hogar y del terruño, tipos característicos del pueblo, animalis domésticos, útiles de cocina, menestras caseras y películas de la vida ordinaria y vulgar, adquieren en las estrofas de Ponce un vigor tragi-cómico de poesía criollista. No porque sean productos bastardos de un espíritu incapaz, sino porque así los coge su retina de pintor lírico y porque así los reproduce su emoción artística.
Si este poeta abandonara las fórmulas exteriores de Herrera y Reissig (lenguaje argentinesco) que resalta en casi todo su libro), podría figurar en nuestra literatura como un tipo original y de inérito.
Sus temas nuevos y sus ideas bizarras, desconocidos entre nosotros, hablan cle todo 117 Ciricter, ahiti ya de buenos versos comunes y sediento de renovación.
Publicará próximamente: Cuentos perversos. Es empleado de Banco en Valparaíso.
Muy grave entre los graves, lo espera el tabernero; salúdanse cordíales, con gravedad patricia, y discutiendo el tema: «la clausura edilicia», le sirve una botella al «artículo primero».
Achácale en su halago la muerte de un cuatrero y en la hora de almuerzo, con ladina malicia, le brinda de un clarete que es todo una delicia... (La cuestión es que al guardía se le agoten los «peros»).
Y triunta de un hortera el consejo erudito; la jugada al esbirro regocija al distrito, pues mientras el Domingo se anuncia en las vihuelas mejor que en la apostólica unción de la parroquia, del guardía desarmado, el cual ya soliloquia, se burlan los compadres bebiendo sin cautela. …………………………………………
LA ALACENA
Empotrada en el grueso paredón de la cocina, esparce su bucólica fragancia la alacena... Tesoro agrario guarda: viejos mostos, cecina, los quesos y los higos con la harina morena.
Desde la madrugada, róndala con inquina un gato taumaturgo de facha nada buena, y aunque la maritornes se precia de ladina, es fijo que ese gato ganará al fin su cena…
Al caer de la tarde, le corren un cerrojo confiadas en que el bicho no logrará su antojo, mas nunca falta, en cambio, un hijo calavera que arriba, a medía noche, borracho como parra y cediendo al empeño del compinche que espera, sustraiga el viejo mosto para seguir la farra.
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LOS ESPINOS
¿Quién fue el señor y dueño de toda esta montaña de cuyo reino apenas quedaron los espinos? ¿Qué brujas de leyendas cruzaron los caminos por donde aún se escurren siniestras alimañas?
¿Por qué es su nevazón retorcida y huraña cual si una maldición pesara en su destino? ¿Por qué hiere los pies del dócil peregrino que en la noche se acerca rezando a la montaña?
¿Quién descifra el misterio del árbol saturniano que a los buhos perversos acoge como hermanos y a las mansas palomas desgarra sin clemencia? Si son vidas prolíficas y han rendido tesoro y a cópulas de díablos debieron su existencia ¿qué gnomo bajo tierra cosecha el fruto de oro? ………………………………………
LA SIESTA
Dan las dos de la tarde. La merienda concluye. Por ser bueno el hartazgo nadie hay que de él se duela; si alguien deja la mesa, es que del calor huye; los más, repantigados, explóranse las muelas.
Del meollo embotado el chiste ya no fluye y a poco la modorra nuestras miradas vela y en los cerebros chatos los proyectos destruye del cura, apotecario y maestro de escuela.
Todos duermen. En tanto la bravía mucama, a quien un ardor único todo su ser inflama, cautelosa e hipócrita, se acerca a los postigos, y viendo que sus amos son presas de la siesta. como una ninfa impúdica de helénica floresta se escurre entre las viñas tras un sátiro amigo. …………………………………
EL PUENTE
Eliana grita y jura que en él no ha reparado, que suya no es la culpa si el puente no resiste y al agua van los dos... «Debía haberse guardado, pero como él no cede, ella, sonriendo, insiste…
Y hay ansias y caricias... mil ansias de pecado y voces incitantes en todo lo que existe y el efebo ardoroso que el amor ya ha gustado contiene su deseo como a un toro que embiste.
Mas, de pronto, él advierte en las aguas tranquilas las gracias ondulantes de unos muslos desnudos, y al mirarse de nuevo en las claras pupilas, contémplanse febriles, en un éxtasis mudo, y retroceden juntos por el puente que oscila para echarse en el césped mullido hechos un nudo…
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EL MATE
Arden con llamas verdes las lámparas cobrizas, el corrillo decrépito trasunta a Zuloaga, y en torno del brasero se pierde entre sonrisas un charlar cacofónico sobre penas aciagas.
Con manos sarmentosas, la criada sumisa, va peinando a la tía trenzas y moñas vagas; los chiquillos, dormidos, sueñan, y en la repisa los íntima Jesús mostrándoles sus llagas.
Pensando en su «mañana» cuando el sol ya no alumbre gargariza la abuela con santa mansedumbre, y mientras los cedrones prodigan sus fragancias, de pronto, el sahumerio de la azúcar tostada erige una columna serpentina en la estancia y escapan por los muros arácnidas mesnadas. ………………………………
EL CORTEJO
Una nube de polvo va dejando el cortejo que antes de anochecer llegará a la montaña. ¿Quién lo hubiera creído? Morir por fin el viejo que parecía el alma de toda la campaña. Ponía en lo que hablaba siempre tanto gracejo, que daba gusto oírle contar de alguna hazaña y aunque era aficionado un tanto al vino añejo, él nunca con sus bromas sembraba la cizaña. ---«Varón más bueno y santo (afirma el pobre cura que supo del difunto quizás mil amarguras) no se verá en el pueblo, ni lo verán mis ojos...) Y asienten los labriegos, llenos de pesadumbre, mientras van con el féretro por entre los rastrojos y miran la agonía del sol sobre las cumbres.