(En Bulnes, el 25 de Julio de 1877 y fallece en Santiago en 1960) (97 años).
Bajo una presencia modesta, huraña y francamente antipática a los ojos, se oculta una personalidad refinadísima.
Completamente desconocido es este poeta en las esteras populares, y en los cenáculos artísticos se discute poco su labor intensa que alcanza a cuatro libros, dos de los cuales son de mérito innegable.
Guzmán odia la populachería, las gentes incultas, los neófitos del arte y las discusiones literarias.
Su retraimiento, su hurañez y sus actitudes silenciosas de escéptico profundo, le han abierto las puertas de una aversión natural, inevitable.
Los intelectuales le miran como a cualquier hijo de vecino burgués, sin admiración, sin afecto especial y sin envidia.
Le conocimos en la Universidad del Estado.
Su aspecto sencillote, indiferente, glacial, nos molestó, nos fue desconcertante.
No creíamos, no queríamos convencernos que era él el poeta de Vida Interna, enmarañado, robusto, nervioso, íntimo.
Se nos figuró un empleadito de casa de trapos, prematuramente envejecido y amargado por los sinsabores de la trastienda y del mostrador.
Su misma conversación nos fue hondamente desagradable.
Su gesto impasible, apático, y su palabra sin vibraciones, nada revelaron.
Es cierto que hay personas que en la intimidad, en el despliegue de sus facultades amistosas, sufren una gran transfiguración.
Despierta en ellos el ángel que dormía en el fondo de sus almas filosóficas, herméticas y displicentes.
Cae la pesadez artificial de la materia y se llena ésta de un fluido magnético, de un encanto exquisito que atrae, fortalece y despierta la simpatía exterior.
Hasta los animales domésticos parecen comprender estos estados especiales de alma.
Tal sucede con Ernesto Guzmán.
En las calles, para los indiferentes, será siempre una figura vulgar, innecesaria, hostil; pero, en el fondo de las amistades predilectas de la vida familiar, aparecerá su verdadera personalidad, con el tesoro que lleva oculto en sus entrañas bajo un exterior humilde, como para evitar el robo, la codicia o el vocerío de ciertos pilluelos del arte y la rutina.
La verdadera acción literaria de Ernesto Guzmán, empezó en 1909, con su libro Vida Interna.
Ya, en 1902, había publicado Albores, versos adocenados, infantiles, bien modelados y gruesos y sonoros a lo Díaz Mirón.
En este libro se respiran los buenos aires que soplan a toda juventud que aún no penetra a los linderos de los veinticinco años: amalgama de escepticismos dudosos, de ensoñaciones altruistas que, como blancos vellones, se dejan en las zarzas del camino, y de gritos de animación, de exhortación para un combate futuro, cuyos luego, cuya sangre y cuyas heroicidades no pasan de ser una humareda, un relámpago de la juventud entusiasta, idealista.
Así son los versos de Ernesto Guzmán en Albores y en pos que publicó en 1906.
En aquellos tiempos era un loco «enamorado de las detonaciones de la rima», como lo dice en una de sus poesías.
Por eso sus versos tienen cortes de espada y ruidos de cañón.
Carecen de substancia íntima, pero son calurosos, con el calor de las trincheras.
No conmueven, pero fortalecen, envalentonan.
En Vida Interna, ya tenemos al poeta siguiendo el derrotero de una personalidad propia y robusta.
Sus poemas revelan un temperamento estudioso, atormentado y original.
En ellos discurre con la sutileza abstrusa de la metafísica.
Los primeros principios de las cosas y las almas, el origen y la suerte de las vidas inmóviles y menudas que para los vulgares son piedras del camino, provocan en el poeta una mente en el rodar fatigoso del mundo.
Ya vemos a Guzmán sentado frente a la lámpara, en la soledad de su alcoba, revolviendo sus cabellos con las manos crispadas por la nerviosidad de la idea que se escapa o que no acude con la limpidez y claridad engendradas por su emoción, y agitarse a veces desencantado y displicente ante la maraña de una frase rebelde que ha traducido pálidamente los hondos pensamientos que hierven en su interior.
De aquí la visible obscuridad de algunas de sus estrofas que, no obstante su diletantesca substanciación, incorporan borrosos los relieves macizos de un audaz pensar.
De aquí también que ciertos críticos de sacristía y péñola de ganso, le hayan colgado al pecho cuando no la cruz del decadentista, el capotillo del imitador.
Ellos han sorprendido en la poesía de Guzmán, un fraude de la obra lírica de Miguel de Unamuno.
Sin embargo, éste le ha tendido la mano sin protestas, aunque con afecto ridículamente yoísta, en un prólogo a su libro Los Poemas de la Serenidad, publicado en 1914.
En los versos de este volumen encontramos latente la personalidad definitiva de Ernesto Guzmán.
Doce poemas son éstos que acusan en su autor la concepción amplísima del arte verdadero.
Modelados libremente, en blanco, sin trabas de rima que por lo general modifican lastimosamente, desperfeccionan la médula de las ideas; escritos como al correr de la pluma después de una triunfante exploración almática, llevan en ellos el estigma sereno de un misticismo acendrado, sutil y aromoso.
La serenidad inefable de esta poesía emigra al espíritu del lector, lo conmueve con su majestad bondadosa y optimista e infiltra un extraño calmante que reanima y fortalece las miradas y dulcifica la actitud dolorosa de la vida en el cuerpo:
Los poemas de Guzmán tienen el incentivo de poder plasmar bellezas intensísimas con audaz colorido; sin envolverlas, como sucede a muchos poetas noveles, en las propias sombras que las amparaban.
Por esto, sus versos, aunque de envoltura ideológica abstrusa, tienen un alumbramiento glorioso y fuerte.
Aparecen en toda su forma, en todo su esplendor.
Nada queda oculto en los montículos del cerebro y su dignidad denuncia al artista sabio que explora los horizontes luminosos y lejanos y trae la perfecta visión de éstos asomada a las pupilas como un claro de luna.
Hay una secreta aristocracia en el movimiento y en la presencia de su poesía que, con su gesto noble y sereno, parece prohibir a los profanos y al vulgo la entrada al templo de belleza donde oficia bajo la solemnidad del silencio y de la hora.
Todos los poemas del libro de Guzmán son de un mismo abolengo.
Parecen hostias de una misma eucaristía.
Y son dolorosos, pero nó como las heridas que chorrean sangre, sino como las angustias que socavan lentamente el espíritu.
Y tienen ternuras de madre y de perro.
Son sanos y virtuosos como Jesús, como el agua de riego y como los caminos; humildes y blandos como una acción de gracias; cariñosos, activos y buenos como las manos y los ojos del poeta; hospitalarios y afables como el recinto de una casa; ignorados e inadvertidos como la vida superflua del destino de las hojas de un árbol, y felices y luminosos como el regreso al hogar vacío, símbolos todos que el poeta ha cantado en Los poemas de la serenidad.
En su último libro El Árbol Ilusionado,(1916), el poeta nos habla de su eterno panteísmo fervoroso, que, en comunión íntima con la naturaleza, desarrolla un calor admirable de humanidad y de fe para las luchas diarias, mucho más intenso que el de su obra anterior.
Si algo podemos esperar de Ernesto Guzmán, poeta, no es ya la profundidad de las ideas sino una mayor suavidez y armonía en la expresión de sus versos; menos rebuscamiento de palabras para hacer comparaciones diametralmente opuestas entre sí, y tal vez un poco más de corazón...
Con esto habrá cumplido la alta misión que se ha impuesto.
Es profesor de castellano en algunos colegios de Santiago.
Aquí bajo este sol que me liberta de las malas pasiones, porque es tibio como mano de madre; en esta tierra toda nueva de flores y llamados sucesivos y pródigos, suprema por la reciente lluvia y puesta hermosa de solemnes comienzos; bajo todo ésto que solemniza en mis adentros y de envíos me sacia, en que el espíritu es resplandecimiento y es propósito, Jesús, yo te comprendo. Eternizaste tu yo en algún instante parecido, pero más grande que este mismo instante que me hace soberano de la hora y de la eternidad y de la tierra. Ahora te comprendo, Jesús! Fuiste en todos los minutos de tus años sereno enteramente; como hierba húmeda sobre el suelo, tus acciones y tus voces sumían sus raíces lozanas en tu cuerpo ¡qué de extraño que sintieran los hombres un callado rumor de tierra que elabora y nutre al acercarse a ti! porque en tu cuerpo hacía resonancia toda cosa y dentro de tu alma se agrandaba el alegre universo! Saturado de todos los aspectos, poseído de los ecos diversos y la gracia de horizontes sobrantes!.... Tus dos ojos eran dos corazones, e infundían en la profundidad del organismo cálidos crecimientos; suscitaban en los hombres maduros una fuerza que los hacía niños, y ponía bajo los rudos sueños la confianza, que fertiliza todos los instantes. Eras el admirado permanente del minuto y la brizna: los hallazgos acudían a ti desde la hierba, desde el astro lejano o la partícula de polvo del camino; ningún hecho te negó su recóndita substancia, ninguna sensación, su preferencia, y ningún pensamiento dejó su obra para ti sin cumplirse: tú tenías más atención que el sol y penetrabas todos los hemisferios del espíritu.
¡Oh Infinito Remanso serenado de mirar a los cielos cara a cara!
Todo lo más pequeño, lo superfluo y lo insignificante se tornaban magníficos en ti: se hacían hondos los gritos de las bestias; la montaña turbadora y estéril, florecía meditaciones altas; el comienzo del balbuceo humano se llenaba de grandes pensamientos; los endebles y diminutos brazos se cubrían de resueltas acciones; y la nube tenía una conciencia bienhechora. Maravillado y Pródigo, tus manos, mensajeras de ti, manos de siembras, no pudieron cerrarse, como fuentes que por las altas cimas con el cielo comunica, y agotarse no puede.
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AGUA DE RIEGO
Agua de manos blandas y livianas, agua maravillada, agua de riego!....
Como frase de niño que refresca los áridos pensares del abuelo y le ablanda durezas del espíritu, así vas penetrando en el sembrado y haces tuya la tierra: te agradece el terrón; y los brotes te hacen sombra con ingenua insistencia, porque no halles tan caluroso el sol; y te saludan con temor infantil aquellos tallos todavía distantes....y tú sabes que gravita en el aire un regocijo y una inmensa ternura; y nada dices que son los hijos tuyos!
Agua, corre y fecunda este valle, y pon tus labios en todas las raíces: tú refrescas el corazón del campesino; agrandas sus ocultos monólogos; y abrigas de santidad su aspiración. Son hondos tus rumores para él, pues que le saben a encantos de arboledas, a cercanas desenvolturas de hojas, a visiones de creceres continuos, y le envuelven en un sonar de espigas el espíritu. Vienes a ser impulso en su latido; verdura y claridad, en su esperanza; acelerada sangre, en el abrazo; calor de besos y arrullar de cuna.
Algún grano de trigo saldrá un día de estos endebles tallos que hoy empapas a contar en las hostias el milagro continuo de tus dedos fervorosos.
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MI CASA
Corazón del amigo, estás presente en el recinto de esta casa; en ella resuena el ritmo de tu sangre, pleno, presuroso de acción!
Seas bendita, casa mía, por todo: por la ayuda a que debes tu origen y el apoyo que te doy con mi afán, y la confianza que pones en los ojos y en las manos de mi buena mujer; en ellas siento aleteos de pájaros que me hablan de las fatigas y ansias de los viajes y la promesa del descanso.
Nunca he sentido a las cosas más humanas, ni todos los objetos más amigos, ni he olvidado mejor lo pasajero: al detener la vista en tus rincones yo los pueblo de ensueños, de los míos y también los ajenos de las varias personas que han venido, y se han dejado un poco de sí mismas en cada una plenitud personal que desplegaron; así son desde entonces, y las palpo presentes todavía; alguna hermosa actitud yo diviso en este sitio y que me da frescuras de agua clara; y en ese otro, algún gesto cariñoso de un amigo; y surgiendo del conjunto, esta materna paz que me serena.
Eres abrigadora: yo he aprendido, dentro de ti, el valor de lo pequeño, cuando ha entrado un insecto diminuto a alguna de tus piezas y buscaba la salida angustiado; y poseído de una piedad fecunda, lo he tomado y dado libertad, porque de nuevo fuera a sentirse poderoso y útil. He aprendido el valor de toda cosa, y he vivido la vida de las plantas que ha plantado mi mano: cuando he visto marchitarse sus hojas y he notado endurecerse el suelo, he comprendido que padecían sed y que sufrían con algún corazón como este mismo corazón de los hombres y las bestias; y que al abrir sus flores, florecían sus visiones internas. Tú me tornas abundante: comprendo los afanes de la tierra por darse; de los frutos, por entregar sus jugos; y del agua y el sol para verter su impulso. Miro por tus puertas el cielo, y se hacen blandas y serenas mis luchas: me avergüenzo de las malas pasiones que los otros me impusieron con gestos y con actos, y procuro que el barro del instinto vaya fertilizándote y bendiga tus amparos.
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NUBES!....
Buenas y santas nubes de verano que me hacéis los obsequios de esta sombra reconfortante y fértil!... Porque siento en mí la agitación de vuestra marcha y vuestra liviandad; porque ha llegado vuestra sonoridad imperceptible hasta mi corazón, y habéis venido a darme juventud y me habéis hecho poderoso de anhelos; sed tan sólo portadoras de anuncios: que ninguna de estas manos que os ruegan, logren nada concreto de vosotras. Sed promesa visible y alejada, ésa que siempre guarda en polen su fruto y santifica a estos dedos que esperan y no cogen... dedos magnificados por el ansia, y que son más humanos y más puros!
Así amorosas en ofertas, pródigas de probabilidades, haréis bella y sonora'la vida; a la manera de la amada perfecta, la Suprema que hemos puesto distante y que nos hace inmensos y profundos; soberanos de todo lo que vemos; moradores del encanto continuo; los profetas de nuestras voces íntimas.... Sed, nubes, la caridad suprema, ésta que sabe prolongar el minuto de la oferta hasta la eternidad....
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CONTIGO
Eres, mi corazón, una limosna que no pidió la Vida y que le dieron: En ti siento sonoro y siento cálido a todo el universo: en ti registro la piedad de las nubes por las hierbas y la misericordia de las plantas por las bocas hambrientas. Tú eres todo para mí; me has dado el infinito dolor de mis pasiones, porque has puesto esta pareja del amor y el odio que transmitan sus sangres a mis obras; y porque en ti ya olvide, ya recuerde o arraigue ensoñaciones, la conciencia de mí mismo es tu dádiva. Tú fuiste un vago ofrecimiento impronunciado ya en la ansiedad de ser que aquellas rocas primitivas soltaron al ambiente.... Y por eso eres triste; y por la espera infinita, también eres humano. Eres mi compañero y mi enemigo; eres mi regocijo y mi diatriba; mi rechazo y mi aplauso; mi alabanza y mi reconvención. Yo te mantengo de realizaciones; tú, de impulsos.
Te hago senda a lo largo de mis brazos y la pongo nutrida de anhelantes deseos silenciosos, cuando te echas camino de mis manos a ofrecerte a las manos ajenas, a las buenas que se dan en alivio con la hostia y el vino de la ingenua preferencia. Las invades ansioso, y allí entero se te acaricia el rostro a flor de palma. Eres la cara interna, la que tiene sólo gestos sinceros; la que pide, asomada a mis ojos, que la entiendan....
Yo te pongo en mi boca y en mis labios, que saben de tu carne y que la muestran en el mundo exterior para dejarlo restregado de ti; por eso suenan con ansia y con pasión mis alaridos.
Yo te pongo de sello en toda cosa y en la vida del rostro, porque tienes las acciones sencillas, los pensares de ingenuas transparencias; porque sabes las palabras profundas que no mienten y las meditaciones ampulosas.
Y cuando para todos te repartes como una hostia humana ¡por qué entonces has de ser, para mí, incansable puño que agolpa sobre el pecho de mi vida su infinito tesón de destrozármelo!....
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MIS MANOS
Oh, buenas manos mías, precursoras de la entrega, sembradoras felices de mí mismo en los actos, compañeras de mis íntimos gestos; no hacéis nada que no sea resumen, y no muestre el temblor del intento y las calladas palabrerías de mi ensueño! Fáciles se tornan en vosotras los sentires, y a las realizaciones vais seguras como alas que se comban. No os sustraigo a los diarios quehaceres: cada uno da la miel que se puede, y el intento queda justificado en lo que resta.
No rechazáis oficio; habéis sentido, al cultivar las flores y las plantas, cómo os iba la tierra penetrando del estremecimiento de sus fuerzas; y cómo de los tallos se vertían calladas resonancias en vosotras; y hasta igual conmoción habéis tenido al guiarme esta pluma, cuando llena de vibración, en sendas de palabras ha fijado una huella al pensamiento!
Devotas manos mías! Temblorosas de irrealizados actos; fuertes, cálidas por la sangre del ansia, en ocasiones habéis estado plenas de llamados fervorosos y amargos, porque nadie, sino vosotras mismas, ha sabido de ellos y el objeto: erais entonces bocas que se torcían y estiraban bajo las turbulencias del secreto y las desesperanzas del contacto.... Devotas manos mías! los llamados que os han solemnizado, sean santos para la eternidad! y que por ellos no os puedan confundir! Ninguna cosa dejará de saber, al ser tocada, la fértil devoción de lo que os resta!
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CAMINOS!....
Caminos del terruño, caminitos tendidos en el campo por la mano piadosa de algún hombre para el viaje de los sueños del niño! Me habéis dado religiosos deleites cuando han ido por vosotros mis pies, y muchas veces un ágil fantasear: tras de los bosques de la orilla del río, he colocado maravillosas tierras, guardadoras de todo lo anhelado. Me he sentido, en vosotros, señor: las cosas eran súbditos obedientes; mensajeras de mandatos, las aves; la llanura, un reino dilatado; y renacía la tierra ante el dominio vigoroso de mi infantil espíritu,
Caminos de los anchos potreros y los verdes y espacioso trigales! os adeudo la devoción de inmensidad y el voto de robustas acciones, que no cesan de trabajar en mí. Como unos brazos largos y abrigadores, acudíais a recibir mi encuentro: encima de ellos, glorificado el cuerpo, mis sentidos se abrían plenamente y recibían, sin ningunos propósitos ni fines, lo que les daba el cielo, el sol, la tierra y la vega cercana. Caminitos de mi mejor visión, yo aún os debo la intención del recuerdo: sed lo mismo que brazos llamadores para todos los niños que se acerquen a vosotros, y haréis mi gratitud resplandeciente!