(N. en La Serena ; 2 de Julio de 1877). Conocidos son sus dos libros de poesías: Ráfagas y Olcajes (1904). En los Juegos Florales de Copiapó (Diciembre, de 1911), gano La Flor de Oro (primer premio), con su comedía en verso, «Don Pantaleón». En la pequeña Antología «La Joven Literatura Hispano-Americana» (París, 1906), de Manuel Ugarte, (libro deforme, urgido, hecho--según Rufino Blanco-Fombona---«para que lucrase un librero europeo»), figura F. González con un soneto, y sin una breve nota. También está embutido este poeta, tras un chaparrón de frases bombásticas, en la «Antologia Chilena», de Pedro Pablo Figueroa, libro en que aparecen revueltos viejos y jóvenes, poetas y políticos, médicos y periodistas, y en que no están todos los que son ni son todos los que están...
Federico González mide, cuenta y pule sus ritmos hasta alcanzar la perfección retórica, y es correcto sin academicismo. El cordaje de su lira es grueso, de vibraciones sonoras, épicas. Su verso, recio y fuerte. Su idea, generalmente trascendental. Canta a la Patria, al Super-hombre, al Heroísmo. También-como todo poeta-ha escrito estrofas para expresar sus cariños y sus sentires íntimos. Sin embargo, González no ha descubierto ninguna veta. Sus temas suelen ser lugar comunescos. Repite correctamente lo dicho, lo ya conocido. Esto hace que su personalidad literaria no se destaque única, distinta, a pesar del calor, fuerza y vehemencia de su frase.
Armando Rojas Molina ha dicho de González: «Juez, en el más pintoresco de los pueblos,-Vicuña, de clima paradisíaco-asoma la devoción de su arte (en medio del prosaísmo de su labor), con la lozanía de un crisantemo».
Don Juan, en el marmóreo pavimento, con falsa beatitud, cae de hinojos; y en el altar de Dios fija los ojos y en el Díablo tal vez el pensamiento. Casta doncella de beldad portento, del pudor dominando los sonrojos, siente, curiosa, de mirarle antojos, al escuchar su fervoroso acento. Don Juan las cuentas del rosario gira con mentido ademán indiferente, mientras la hermosa de inquietud suspira y dichoso del triunfo que presiente, de vez en cuando a la doncella mira cual mira al pajarillo la serpiente. ………………………………………
Nerón entreabre la pesada puerta con mano firme y ademán sombrío, y contempla en su loco desvarío cual yace el cuerpo de Agripina muerta. Lívido el rostro, la mirada incierta, siente en sus venas sensación de frío. Mas, luego avanza y la despoja impío del tul con que su carne está cubierta. Cree admirar de Venus la escultura, el asombro refléjase en su vista y le llena su crimen de amargura. Otra belleza igual duda que exista; ...y extraño el pecho a la filial ternura siente y llora a su madre como artista. ………………………………………
MAR ADENTRO...
Adornada de blancos azahares se columpia en las ondas la Barquilla. Los Amantes, en busca de otros lares, muy pronto en ella dejarán la orilla. Cielo azul. Mar tranquilo. Suave ambiente. Sobre la proa, la ballesta armada, Cupido, malicioso y sonriente, aguarda a la pareja enamorada. Mientras él la recibe placentero y le brinda magnífico hospedaje, el Destino, que sirve de barquero, viejo lobo de mar, apresta el viaje. Y henchida al viento la gallarda vela, la Barquilla, al País de la Fortuna, en pos dejando reluciente estela parte, bajo los rayos de la Luna. Y se aleja y se aleja la Barquilla... Cediendo de su amor a los excesos, los Amantes se estrechan...A la orilla llega el cálido ruido de sus besos. -¡Buen viaje! Procurad tiernos Amantes, halagar a Cupido y al Barquero, Las costas que buscáis están distantes y el mar es peligroso y traicionero… ………………………………………
LA MUERTE DEL CISNE
El cisne está triste. Como antes no hiende con regia apostura las ondas del lago. Sobre o pecho inclina, silente y sombrío, el inmaculado cuello de alabastro. El cisne está triste. Las ninfas contemplan en mudo reposo su angustia infinita; sus corolas,---húmedas de rocío, -abaten los blancos menúfares que bordan la orilla. El cisne está triste. Ha tiempo, una noche de estío, que su alma sensible recuerda, surcando las ondas, miró reflejarse en ella la imagen fatal de una estrella. Como cien puñales, sus destellos fúlgidos claváronle el pecho tranquilo hasta entonces. La amó con delirio... Sufrió intensamente al verla ocultarse tras el horizonte... Desde aquella noche que jamás olvida, en que despertaron sus hondas ternezas, no ha visto en los diáfanos cristales del lago la imagen hermosa de su amada estrella. El Cisne está triste. El cisne ha cantado. Y al par que sus notas al cielo se elevan y en una angustiosa convulsión perece, las ondas del lago suspiran de pena… ………………………………………