(N. en Concepción, el año 1896). Poco se puede decir sobre este poeta que hace sólo hace unos meses irrumpió de su obscuridad, desde el difunto mensuario chillanense «Primerose», con primicias reveladoras de un dúctil temperamento artístico que busca disciplina: en nuestras más modernas escuelas literarias.
Se desprende de sus versos, vestidos con ropaje ultra n. dernista, un hiriente perfume de romanticismo, producto visible del aula escolar con sus crestomatías añejas de perfumes conventuales. Por eso encontramos que su poe tiene dos caracteres: uno vicioso, la idea anticuada, yo virtuoso: el molde moderno. Se nos antoja su espíritu poético, el último figurín de la moda parisiense, con actitudes y movimientos de un cortesano de principios del siglo XVI.
Los últimos trabajos de G. de León nos revelan el esfuerzo que hace por sacudir el agua que vierten sus estrofas, y l éxito que le asiste en este noble ideal.
Después de Roberto Meza Fuentes, este poeta es el que, de entre todos los de esta serie, levanta una personalidad artística de más seguros arrestos. Julio Arriagada Herrera v sea Gabriel de León, desempeña una modesta oficialía en la Biblioteca Nacional de Santiago.
Amiga: el exorcismo doliente de tu mano ha roto los altares de mi culto profano. Los ídolos-la Muerte y el Amor-han caído de bruces en la huesa sin fondo de mi olvido. Las llamas de los cirios -sangre de mis angustias- se han deshojado lánguidas como las rosas mustias. El cáliz encharcado por mi boca sensual se ha deshecho a mis plantas con gritos de cristal. Tu mirar-flor de luna-mi templo ha iluminado y ha ahuyentado a los negros fantasmas del Pecado. El maternal arrullo de tus palabras suaves ha puesto un soplo de primavera en las naves.
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Y ante el conjuro mágico de tu mano de armiño mi yo se ha estremecido como si fuera un niño. Y en sus telarañados sarcófagos abiertos han sonreído los labios marchitos de mis muertos. ……………………………………
LA HORA MUERTA
Aquella hora tronchada por la fatalidad... Cuando mi alma no pudo perfumar su ansiedad de dolor, con un dejo de espiritualidad…
Hora, roto fragmento de mi ser, y blancor de luna en la madeja de una historia de amor... ¡Un zarzal del camino arañó tu fulgor!...
Hora despedazada ¿eras piadosa o cruel? ¿A negras asechanzas servías de broquel o traías los labios saturados de miel?
En la noche te he visto caminar al trasluz de mis sueños como una mujer hecha de luz... ¡Y tu cuerpo intangible arrastraba una cruz!...
Tras de ti seres raros formaban procesión: algunos entonaban un litúrgico son y los otros aullaban salmos de maldición.
Hora en pena, no llegues a empañar el cristal del sueño de la amada con tu corte infernal... ¡Hazme el solo culpable!... ¡Clava en mí tu puñal!...
Enυίο
Amada: En aquella hora muerta para los dos ¡habría sido la última queja de nuestra voz la fecha de la cita próxima... o el adiós?... …………………………………………
LA CANCIÓN DEL JUGLAR
Con rastros perdidos de ensueños, Señora, bordé este cantar. Son pajes dormidos que aguardan la aurora de vuestro mirar.
Llegó el viajero ante la hermosa niña de azules ojos y de suave tez color de rosa. Cayo de hinojos. Y habló así:
«Niña, si fuese yo guerrero deshojaría a vuestros pies la altanería de mi acero y el lema audaz de mi pavés.
Si fuera rey adornaría vuestros cabellos blondos con la más excelsa pedrería que se forjara mi ambición.
Pero ¡ay! no soy rey ni tampoco guerrero. ¡Soy el que al hablar: para los cuerdos es un loco; para los locos, un juglar!...
Perdón para este peregrino si en vuestras manos coloca el cantar más raro que el destino talló con trágico cincel.
Huyo el viajero. Y a la hermosa niña de azules ojos y de suave tez color de rosa, dejó el cantar, que empieza así...
No! Yo no podría decir cómo empieza la triste canción. ¡Se derramaría sobre mi cabeza como maldición!
Cayo la niña enferma. Y una noche serena halló su fin bajo los besos de la luna entre las flores del jardín.
Las malas lenguas divulgaron que era embrujado aquel cantar. Y las viejas se santiguaron ante el recuerdo del juglar.
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¡Ay! nunca falta en el sendero de nuestra vida una canción, que como aquella del viajero nos envenene el corazón!
Con rastros perdidos de ensueños, Señora, bordé este cantar. Son pajes dormidos que aguardan la aurora de vuestro mirar. ………………………………………