(N. en Santiago, el 12 de Septiembre de 1888). Si el ser poeta estribara únicamente en tener vocación artística, mentalidad suficiente y dicción fácil y clara, y la poesía consistiera en un simple ejercicio de palabras y pensamientos colocados al capricho de un autor, en cada renglón de una página en blanco, sin sujeción a cánones de estética, despreciando la música, el artefacto de la estrofa, la euritmia invisible de sus ideas, arrugando la forma y el fondo, haciendo de la poesía toda una substancia alotrópica cuya deformidad heriría la vista, el oído o el sentido común; si la poesía no fuera la expresión artística de la belleza por medio de la palabra sometida al metro y al ritmo del verso, cuando no de la rima; y si la gracia, la riqueza, el encanto indefinible, la elasticidad y la divinidad, no fueran más que una prerrogativa del arte poético, que cualquiera pudiera dejar a un lado como un bagaje de mampuesto, tomado sin responsabilidad alguna, resultaría que todo escritor o literato con talento, sea cual fuere su tendencia artística, podría ---más, aún,-debería ser poeta. Bastaría que, para ello, llenara sus páginas con frases bellas colocadas a su antojo, en una ringlera de extensión indeterminada.
Esto no es lógico, ni siquiera sería justificable en un principiante. La poesía como el drama, la novela, la pintura y el arte en general, descansan sobre una base vital e imprescindible: la estética.
Cada acto artístico tiene que someterse a una especie de legislación que es la resultante de una serie de procedimientos mecánicos depurados y llevados a su más severo y refinado destino, después de innumerables ensayos y morigeraciones.
En el arte plástico o en el pictórico, la estética se referirá al conjunto exterior, al golpe de vista intimo que nos de la obra, y, en la poesía como en la música, a la intangible armonía de sus escalas. Tendremos entonces que, en estas clos últimas ramas del arte, debemos respetar también una estética que, en este caso, sería una estética de sonidos, confiada al buen gusto del lector o del auditorio.
Debemos estar seguros de que no hay novedad ninguna en torturar, en desarticular la forma, puesto que antes de que se conocieran los reglamentos poéticos de hoy, se debe haber principiado necesariamente por donde quieren terminar algunos, es decir, por hacer versos malos, disparejos y disonantes, como los de Bouch, Prado y otros, ya que entonces había amplia libertad para ello, por la misma razón de no existir trabas que impidieran éstos.
La rareza y la novedad en la forma de las actuales producciones de algunos de nuestros poetas, fue un pan demasiado ingrato y ordinario de que echaron mano los primeros cantores del mundo, allá por los ciempos prehistóricos del arte, cuando el lirismo era una cosa vaga, presentida pero inasible, necesaria pero rebelde.
Después, vino la modificación lógica, la regeneración, la perfección del verso, para lo cual se implantaron metodologías propias, a las que debieron acogerse con verdadera unción y regocijo aquellos que des. conocían el ritmo y la armonía que encierran las estrofas bien acondicionadas.
Por cierto que es noble y bello reaccionar contra las antiguallas y lo rutinario, pero, siempre que haya probabilidades de establecer en su lugar algo que sea revelador de un positivo progreso, no de un receso posible. Y mientras esto no se entrevea ¿para qué innovar con cambios violentos, con degeneraciones y extravíos que conducen a hacer más patente la añeja virtud y la empolvada serenidad de aquello mismo de que se abomina, y, sobre todo, si se trata de hacer esto oponiendo al prestigio de un arte, precisamente, la bazofia de este mismo arte?
¿Para qué recurrir a los elementos rudimentarios de que se valieron nuestros más lejanos antepasados al hacer sus primeras cruzadas artísticas? ¿Acaso ellos agotaron para siempre el caudal rítmico de la poe. sía, de la perfección lírica, de las fórmulas métricas, para que se intente un movimiento subversivo de imperfecciones y amaneramientos, que son desastrosas decadencias de arte? ¿Acaso no es más honrado y menos baldío escribir en prosa pura que en versos maliciosamente deformados pour épater le bourgeois? ¿No hay acaso versos modernos, enormemente líricos y armoniosos, en que poder vaciar la poesía moderna?
Escríbase en buena prosa lo que no puede hacerse en buenos versos; no se pretenda modificar estérilmente la una ni los otros, pues el único resultado que se alcanzará es demostrar incapacidad para hacer ambas cosas. Estas consideraciones nos hemos hecho leyendo la obra rebelde y retrógrada de Guillermo Bouch, escritor que ha encerrado en conatos de versos (que son conatos de prosa), ideas nuevas, hermosas y fuertes. Su arte es personal, individual, al menos en nuestra literatura. Respira celos ardientes de un panteísmo misantrópico, cuyo egoísmo le hace merodear por campos diametralmente opuestos a los de Luciano Morgad, su hermano mayor. Esto, en cuanto a la índole moral, humanizante-diríamos-de sus poemas.
Mientras L. Morgad es un «unanimista», Guillermo Bouch es un «unimista» en ciernes. Mientras el arte de aquél es sano, óptimo, soliviantado, el de éste es enfermizo, pesimista, escéptico.
He comparado a estos dios artistas por la profunda discrepancia espiritual que hay entre ambos (almas yuxtapuestas en la vida por una atracción extraña), siendo casi idéntico el modo de operar en la forma, no obstante la más perceptible musicalidad del verso de Morgad.
Los poemas de Guillermo Bouch son trozos de una filosofía ácida, casi siempre hermética y anómala, sin fin determinado, cuyos elementos vacilan en la obscuridad y se revuelven en contradicciones y repeticiones de frases que apenas sugieren uno que otro punto imperceptible del estado nervioso especial del autor. Son piedras de valor extraídas, más que de la vida misma, de las páginas de Whitman, Rodó, Nietzsche y otros filósofos.
Bouch hace una mezcla de todo lo leído y acumula y da forma viciosa a una substancia espiritual heterogénea que toma ambiguamente por buenos y malos derroteros. Pero siempre se ve en los poemas de Bouch destacarse su yo, anémico, agostado prematuramente a fuerza de jarabes y revulsivos demasiado violentos para su organismo artístico.
Al contacto de la naturaleza, Bouch siente las más fuertes emociones que le hacen transformarse en un pensador que, más que recalentarse en la aridez de la filosofía canosa, desearía refrescar sus labios jóvenes en las fuentes de la verdadera poesía.
Es un fisiócrata decepcionado de la humanidad, y, sin embargo, está presto para recibir de ésta las semillas que fecundan su espíritu. Pero, ante todo, no es un poeta. Es un cazador de fórmulas filosóficas fáciles; un literato de biblioteca, un turista del arte.
Cuando niño yo tenía un ensueño de campanas y este amanecer claro me lo recuerda todo, ¡este amanecer claro!
Tendido en el lecho pienso mientras la claridad invade las cosas todas, en mis amores, en mis libros, en la vida toda, mientras la claridad invade las cosas todas!
No soñemos, alma imposible, levántate y trabaja que el vivir es acción... Y el alma mía toda pereza se deslíe en la ilusión. No soñemos, alma…
En la parroquia cercana tañe melancólica la campana y es un gemido suave la anunciación de algo vago que flota en las cosas todas, un ensueño no preciso, una claridad blanca, un rostro plácido y dormido, el cacarear de los gallos y el mugir de los rebaños en los caminos vagando... Es sonreír a la vida ilusionado a la acción es la imagen de algún triunfo que me hará más fuerte más sabio y mejor ¡es la derrota de la muerte!
La claridad avanza lentamente todos los objetos toman su valor ¡va a salir el sol! ¡va a salir el sol! Los pájaros cantan ¿por qué no canto yo? ¡va a salir el sol!
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PLENITUD
Gota a gota deslíe la soledad su amargura, soy solo soy mío!
En fuerza de atesorar rebalso como una copa llena.
Hay un sufrimiento intenso en mi continuo crear.
Una vez soñé mi cabeza tan erguida por sobre la multitud: parecía un monumento. como son las montañas: era una época lejana no puedo recordar.
Aquella agilidad pasmosa con que llegan a ti las cosas!
Sufro aislamiento, siento el agotamiento del continuo diálogo interior. Soliloquio tormentoso que nos da un raro goce... pero es mejor, mejor sufrir en ese escarbar continuo que platicar con amigos…
Todos son banales y no nos entienden nada, mas, están siempre en acecho para rebatir y luchar: hay ventaja en callar.
Cuando sientas, corazón, este mismo dolor no busques mujer, ni amigo; camina al campo pensando, descubre tu testa, al viento que te acariciará ufano; él se sentirá tu hermano, volverás calmado y sonriendo y de nuevo ilusionado.
Gota a gota deslíe la soledad su amargura soy solo, soy mío!
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AGUILA
Tu, actitud de reposo conmueve; tu actitud de vuelo es un hosanna a la fuerza. Y en tus ojos al parecer inexpresivos hay una cólera sorda que los inunda.
Con tus garras oprimes la peña y con los ojos atentos escrutas el horizonte.
Las montañas envuelven tu soberbia... y tu busto amado estaba en los pendones de los antiguos dominadores.
Te bastas a ti misma con tu orgullo, frío, y cuando mueres ¿acaso alguien encuentra tu cadáver?
Tú no puedes cantar apenas lanzas gemidos: canta el inocente que no ha sufrido.
Tú no invitas a nada, apenas ves pasar la vida sobre una presa cazada.
Tu vida es triste y sincera: no tienen los festines trágicos aspectos de comedía... son apenas el trabajo de esperar la otra muerte escrutando el horizonte...
Qué afán vigiloso en tus pupilas arde: es la espera inútil que sufrimos todos.. ¡Esperar! He ahí la vida y morir bajo el sol una tarde! con la angustia continua de vivir...
Yo te saludo, ave hermana, tienes las altiveces mías; a quién sino a ti, que nada humano tienes, dedicaré la poesía mía?