(N. en Copiapó; 1891). Pocos poetas, a la publicación de un libro, han recibido una descarga tan furibunda de la crítica, como Héctor Arnaldo Guerra cuando lanzó a luz en 1913 sus Poseías Líricas. Se ensañaron en tal forma los descontentadizos dómines de la prensa que no sólo se limitaron a vapulear la obra sin consideración alguna, sino también la propia, la sagrada persona del autor de ese libro. Y bajaron hasta los charcos para satisfacer sus injustas e insólitas venganzas. Y el poeta, ante la turba que ladraba a sus umbrales, se cruzó de brazos desafiadoramente y les arrojó al rostro el profundo desprecio de su silencio.
Desde esa fecha se ha encastillado. Trabaja en la sombra. No por temor a los perros del barrio, sino por orgullo, por fe en sí mismo; para no darles el placer de que muerdan sus talones.
Nada más inicuo que el proceder de algunos escritores al dejar caer sobre la obra de un autor joven, que es sinceramente artista y del mérito, la férula de sus ataques más sangrientos. Es repugnante blandir la pluma por sectarismo o por crueldad. Es justificable limpiar los campos de la broza, cuando ésta es pura broza; pero es indigno arrancar con ella perfumadas florecillas que pueden ser adorno de esos mismos campos.
Poesías Líricas, es un pequeño volumen de versos repletos de juventud dolorosa, romántica y humanitaria. Obra de los quince años no luce la bizarrías del tecnicismo oficial del arte moderno ni las sutilezas del afrancesamiento allegado a muchos de nuestros jóvenes poetas. No hay tampoco en ella esa precocidad filosófica que deja el estudio o la lectura de los grandes maestros, pero hay mucho corazón, mucho lirismo, mucho sentimiento, dignos de una acogida fraternal.
Se ve en sus versos al poeta emocionado ante el dolor, el amor y la belleza. Se ve en sus torturas vaciadas en un molde contiguo a su mano, que no aspira a deslumbrar con formas hinchadas de moda sino a cumplir con el secreto mandato de su sinceridad artística.
Héctor Arnaldo Guerra, poeta superior a muchos otros que se sientan impunemente, olímpicamente, en sillones de ateneos y academias nacionales, labora en el orgullo de su retiro deliberado, hermosos poetas que en época no lejana nos darán una prueba de la ligereza e injusticia (le los zoilos que lo atacaron y el mérito innegable, del temperamento incorruptible de su alma de artista. Estudia leyes en la Universidad del Estado.
(Doloroso mármol de Ernesto Concha, escultor chileno).
Miseria es una lágrima vertida En el altar de la miseria. ¡Pasa por sobre esa escultura dolorida como un trágico gesto de amenaza! Es la visión de los humildes. Esos desamparados que la vida arroja como envoltura de mezquinos huesos para que alguna cárcel los recoja. Los que no sienten la caricia sana de los hogares. Los que van uncidos al yugo vil de la injusticia humana que instituye opresores y oprimidos. Los que han hambre de pan. Los que amenazan... en el suburbio mísero en que gimen... Y olvidados de todos se entrelazan, soñando en redimirse por el crimen.
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Miseria es una flor. Con religioso ademán la contemplo, blanca y pura, entreabriendo su cáliz tembloroso bajo el azul radíante de la altura. Es la visión del porvenir. En ella no queda rastro de lo humano. Es una flor de quimera que se torna estrella para poder besarse con la luna. Y luego, nada. Junto a mí solloza el pedazo de mármol. La tristeza, que lo animó, como una mariposa, ha venido a posarse en mi cabeza. Mis párpados se cierran. Se ilumina el paisaje de azul. Muere la tarde gloriosamente. Sobre mi retina hay un ensueño luminoso que arde. Arriba el grupo doloroso brilla pleno de luz, pleno de amor, sonriente, por ostentar la enorme maravilla de un sol de redención sobre su frente. Y luego, nada. Junto a mí solloza el pedazo de mármol. La tristeza que lo animó, como una mariposa, ha venido a posarse en mi cabeza. ………………………………………
Como una blanca rosa deshojada sobre el gélido mármol yace inerte, triste flor de miseria, abandonada en los brazos helados de la muerte. Joven y bella y alba cual la nieve, conserva aún su divinal frescura: ¡Es que la muerte a veces no se atreve a marchitar de un golpe la hermosura! Sus ojos de un color negro de duelo, por los que vaga un halo de tristeza, al apagarse, contemplando el cielo se han quedado con lánguida fijeza. Y así desnuda, en el marmóreo lecho a cuyo borde la arrojó la vida, con las manos cruzadas sobre el pecho, en actitud solemne v recogida, la que fuera en el mundo pecadora, y vendiera al placer su ebúrneo seno, es Magdalena mística que implora la piedad del apóstol nazareno. ………………………………………