(N. en Vallenar, en 1878). Ante todo, una observación. Los «Estudios» que contiene este libro no son el resultado de una fría labor de gabinete o del simple análisis de papeles y datos, como si se tratara de confeccionar metódicas estadisticas de biblioteca. Mil veces, no. Esta es una obra viva, engendrada al calor del ambiente, fervoroso y fraterno, creado por nuestros poetas jóvenes. Se han escrito estas páginas conviviendo con nuestros poetas; oyéndoles recitar sus últimas producciones; estimulando ante ellos sus aciertos iniciales o definitivos; fustigando ante ellos mismos sus claudicaciones punibles o sus desviaciones morbosas y desfallecientes. Así hemos abrazado al Hermano que ha vuelto y al que se na ido; así hemos celebrado con entusiasmos de juventud, los triunfos de nuestros compañeros de cruzada artística.
Pues bien: Honorio Henríquez Pérez no ha venido al cenáculo de «Selva Lírica», No parece sino que nunca saliera de su celda de periodista empedernido. Llegué a imaginarme que el escritor estaría ya semi-asfixiado por el vaho de la tinta de imprenta... Y abrí su tomo de versos, El Surco, (1916). Muchas veces la lectura de un libro desvirtúa lamentablemente el concepto que de su autor se tenía por los pregones de la fama. Con Honorio Henríquez me ocurrió a la inversa: lo creí completamente absorbido por sus funciones de llenador de columnas y de redactor rápido y urgido. Esa opinión mía hube de reformarla después de la lectura de El surco, libro de remozó, que significa un feliz reverdecimiento de la arboración espiritual de su autor. Al voltear de sus páginas ligeras, se experimenta una sensación de frescura, como una brisa oxigenada que viniera de las «serranías de dombo azulenco» y pasara murmullando por sobre el fárrago, cansado y tedioso, de la urbe. Llamaradas de sol, ráfagas de ventoleras montañesas, aromas de margaritas silvestres, quietudes de remansos lejanos y escondidos, todo mezclado con el cuotidíano vaivén, los súbitos zarpazos, las silenciosas angustias de un vivir encasillado, isócrono, monotono. Eso significan los retoños líricos de Honorio Henríquez.
Ha publicado: «Prima Facies, libro de cuentos y narraciones (1907); «Por Senderos de Amor», novela (1914); «Por la Gloria de San Ambrosior, novela (1916), premiada esta última por el Ateneo Nacional de Buenos Aires. Es autor, además, de «El Palacio de los Zánganos), novela; del libro de cuentos «De esta Tierra», premiado por el Consejo Superior de Letras, en 1912; y de otras obras sobre crítica, derecho e historia.
Escursión vespertina. De la siega vengo. Vi caer las espigas. Y las vi sobre el suelo amarillas y flácidas; sus bucles sin reflejos; desmedrado el encanto de su oro principesco. co. S Erizada la gleba. Ya sin jugos los surcos. No latía la tierra como un vientre fecundo. Madre de todos, madre que das el pan y el jugo, que dejas fecundarte porque eres hembra. Tuyos son los besos del agua y del aire errabundo en el amor sin copulas que da vida a los frutos. Segado vi tu seno. El segador hirsuto cortaba haces de espigas con el placer sañudo de un hombre que arrancara haces de bucles rubios. Es ley. Savia del trigo, eres el pan del mundo hostia blanca en los templos, para el hambre, mendrugo. Pensamientos sin fin. Pensar en lo más hondo. Cómo a vivir comienzan la semilla y el óvulo, la célula y la espiga. Y, palpitando en todo, el oculto misterio y el eterno trastorno. Quién supiera pensarlo, si no lo ven los ojos, cómo surge la vida del seno doloroso y del seno inconsciente. Madre que das retoños, tierra que das espigas, bendito el humano asombro, bendita fuerza del músculo, bendito el fecundo soplo y bendita la simiente porque sois y porque somos. Sal, osado pensamiento del principio de la vida, del principio de las cosas. Semilla, tú das espigas, espiga tú das el trigo; y el trigo nos da la harina. La evolución creadora en la mies sube, en la vida baja, y es fecundo rastro bajo el sol, cuando germina, bajo el suelo, cuando muere. En todo, luz y energía, celeste soplo en el niño y áureo color en la espiga. Se destiñe el crepúsculo; se agiganta mi sombra; mi ánima se recoge y mi pensamiento explora. Excursión interminable al ansia que nos transforma, a la fe que nos constriñe, al dolor que nos asombra, al cielo que nos cobija, al pensar que nos traiciona, a la tierra que nos nutre, a la tumba abierta y fosca y a la cuna que se mece sobre el manto de las horas. Más allá, más allá. Siempre lejos, más lejos, donde la vida acaba, se hunden mis pensamientos. Y estallan las auroras y estallan los misterios en el cielo infinito, en el surco reseco, en el vientre minúsculo, en la leche del pecho, en el alado espíritu y en el vientre materno. Salve el tallo sabroso, salve la tierna espiga segada a fior de tierra para nutrirnos. Cima y abismo en que se enlazan el misterio de la vida y el de la muerte. Salve la mutilada espiga, jugo sacro, dulce vaso, soñadora hermana espiga. Virgen blanca, como hostia, rubia, como el oro rubio, santa, como una madre, buena, como un mendrugo. Espiga, te vi caída en la hora del crepúsculo. El sol que te dio vida mañana secará el surco y te quitarán el trigo y serás pan blanco y puro. Porque en ti se confunden las tres leyes del mundo, trinidad de la vida: hostia. pan y mendrugo. ………………………………………