(En Concepción, 12 de Octubre de 1887). Es un poeta de entonación robusta y severa. Por el cordaje de su lira pasa tanto el venticello apacible como las ráfagas huracanadas de la selva araucana.
Es el cantor del copihue, esa flor de lis salvaje, color de nieve o de sangre, emblema de una raza vigorosa y sufrida.
Verdugo es, ante todo, personal. Se le ha visto copiar, a modo de epígrafe de una composición suya, unos escogidos versos de Francisco Villaespesa.
Pero, en nada imita al poeta español. Verdugo es siempre Verdugo. Es un criollo neto; y lo es por su decir, por los motivos, colorido local y armonía triunfal de sus canciones.
El y Augusto Winter son acaso nuestros mejores evocadores de las bellezas de Arauco. Verdugo tiene buena cohorte de seguidores. Se le imita la expresión del pensamiento dentro de un estilo sencillo, flexi. ble y fogoso.
Un joven crítico penquista ha dicho de él que, al revés de cuando empezó a escribir, se preocupa hoy más que del vaso, del divino licor.
No está de más hablar aquí de «Chantecler», revista que alcanzó su mayor prosperidad bajo la dirección del poeta Verdugo. Se fundó este simpático hebdomadario humorístico e ilustrado en Concepción, el 23 de Abril de 1910.
Soy una chispa de fuego que del bosque en los abrojos, abrió sus pétalos rojos bajo el nocturno sosiego; soy la flor que me despliego junto a las rucas indíanas, la que, al surgir las mañanas en las cumbres soñolientas, guardo en mis hojas sangrientas las lágrimas araucanas!...
Nací en las tardes serenas, de un rayo de sol ardiente, que amó la sombra doliente de las montañas chilenas; yo ensangrenté las cadenas que el indio despedazó, las que de llanto cubrió la nieve cordillerana: ¡Yo soy la sangre araucana que de dolor floreció!...
Mis flores rojizas son pupilas en asechanzas; son como puntas de lanzas entre el polvo del malón... Y, cuando sin compasión me arrastra el viento en la vega, soy arrebol que se pliega y que presagiando está no que la tarde se va sino que la noche llega!
Hoy que el fuego y la ambición arrasan rucas y ranchos cuelga mi flor de sus ganchos como roja maldición; y, con profunda aflicción, voy a ocultar mi pesar en la selva secular donde los pumas rugieran, ¡donde mis indios me esperan para ayudarme a llorar!...
Copihue blanco
Yo llevo en mí el alma extraña de un cisne de la laguna; yo soy un rayo de luna que se extravío en la montaña... La palidez que me baña es palidez de dolor y si en mi diáfano albor hay algo triste y doliente, ¡es porque soy solamente una lágrima hecha flor!
En mis flores cristalinas, en las mañanas nubladas, se esconden amedrentadas las almas de las neblinas; y al pic de aquellas colinas donde rodó el español ante el último arrebol que tiñe de rojo el cielo, ¡soy como un blanco pañuelo que se despide del sol!
Yo florezco entre las brumas donde, ignorados y juntos, lloran los indios difuntos y se lamentan los pumas... Yo brillo como haz de espumas sobre el obscuro chamal, y en la noche sin igual de las indígenas trenzas quedan mis flores suspensas como estrellas de cristal.
Copihue rosado
En el doliente concierto de la agonía araucana yo soy como una campana que se halla tocando a muerto. Bajo el boscaje desierto ve el indio en mí un arrebol. Y, cuando enfermo de alcohol se echa a dormir en las quilas, yo le dejo en las pupilas una mentira de sol…
Por mis pétalos risueños, donde una aurora agoniza, corre la sangre enfermiza de los mapuches pequeños. Todo el color de sus sueños lo llevo yo en mi interior; por eso duda mi flor cuando en el bosque revienta, si soy lágrima sangrienta o soy sangre sin color!...
Brotada al pic del osario de una raza ya sin vida, soy una aurora nacida para servir de sudario! Todo el bosque es un Calvario; parecen tumbas las cunas y, alumbrados por las lunas, como almas de indios errantes lloran los cisnes distantes al borde de las lagunas.
Por eso mis flores muertas, al rodar por los Senderos, tienen algo de luceros y algo de heridas abiertas; más en las selvas desiertas valor yo al indio le doy pues recordándole estoy con mi color tan extraño ¡que aún corre sangre de antaño bajo las lágrimas de hoy!!! ………………………………………
Sol de Primavera, tú que por los valles y por las montañas y por los alcores enciendes la hoguera que hace estallar besos y germinar flores,
Sol mágico y rubio que cambias en verdes cristales las olas salobres, y ante cuyo efluvio caen en las éras, como en un diluvio, las rubias espigas, el pan de los pobres;
Tú, pintor divino, que de un duraznero pintas una aurora de seda y de rosas, y que en el más triste y helado sendero pones el murmullo de un río parlero y tejes el vuelo de las mariposas;
Tú, Dios que transformas los árboles viejos, cuajados de nidos, en cajas de música y alcobas nupciales, donde el viento refrena su furia;
Tú, Sol, Tú, que agrupas las fieras en bosques henchidos de savia y lujuria; Tú, que te sonríes irónicamente sobre los idilios del adolescente, Sol de Primavera, alma de quimera, adentro del alma déjanos, Sol de Primavera!....
*
Tú, altivo poeta, cantor de alegría, que pasas por llanos, montañas y lomas, entre el estallido de una algarabía formada con ruidos de brotes que estallan, de ríos que cantan y amor de palomas;
Tú, que arrojas flores en los cementerios y sobre la muerte que acecha escondida, realizas los hondos misterios del polen que vuela, cantando fecundas canciones de vida;
Tú, que en los crepúsculos sangras dulcemente... y pones con esos tus tintes risueños, vigor en los músculos y en el alma ensueños;
Tú, piadoso y bueno, que tiñes de verde las mustias campiñas y que, entre las flores, los frutos incubas; Tú, amante, que infiltras calor en las viñas y doras las uvas, las uvas que un día alivian de ricos y pobres la melancolía;
Sol de Primavera, alma de quimera, adentro del alma ponnos alegría, ponnos sentimientos, ponnos poesía, Sol de Primavera!...
*
Pero ¡ay! y mañana... Cuando nuestros ojos no tengan el brillo que Tú les pusiste; cuando sobre el hielo de nuestros despojos crucen mariposas en un vuelo triste…
Tú, Sol, más piadoso con tus resplandores que nuestros amigos y nuestras esposas, harás brotar flores sobre nuestras fosas; cuando nuestras manos estén temblorosas y no puedan robarse las rosas que Tú desplegaste sobre las locuras de los soñadores; cuando en nuestro cuerpo, ramaje marchito ya no haga su nido la bella Quimera, entonces,... entonces, si ya estaba escrito, miserere nobis, Sol de Primavera!!... ………………………………………
LA VOZ DE LA SELVA
Mientras llora una estrella que se mueve sobre la cordillera que dormita arrebujada en su chamal de nieve en el rincón más triste de la ruca, sola y recién nacida una indiecita como una águila nueva se acurruca…
Al asomar la vida en sus pupilas, el alma maternal desplegó el ala para ser sangre en flor entre las quilas o lágrima en el agua que resbala…
Por eso es su dolor y su mutismo y por eso sus sienes son tan blancas como una flor que muere en un abismo o un copihue que nace en las barrancas.
*
A pleno sol, con la intemperie en guerra, llena de agilidad y de donaire, creció la virgen indía de la sierra como una flor besada por el aire.
Para ella, en el bosque ensombrecido, se abría cada triste madreselva, como si fuera el último latido del corazón sin sangre de la selva.
Y bajo los fulgores de las lunas, eran también para sus ansias locas, los nidos, que al copiarse en las lagunas, colgaban de los flancos de las rocas como si fueran delicadas cunas.
Para ella las águilas inmensas y para ella desplegando el broche, sangraban los copihues en sus trenzas como un sol por encima de una noche.
*
Veinte veces la flor se hizo retoño en el misterio que la selva fragua, veinte veces las lunas del otoño reflejaron sus iris en el agua.
Y una bajo el cristal de las lagunas y otra sobre el sopor de los barrancos se seguían el vuelo las dos lunas a la manera de dos cisnes blancos.
Veinte años... Y al fulgor de los crepúsculos las ramas de un maitén entre las brumas se le antojaban los fornidos músculos de un mocetón degollador de pumas.
Y soñaba... sufría... deliraba con mirarle venir, salvaje y bello, del interior de la montaña brava a dejarle una flor sobre el cabello…
Pero inútil...las hojas se cayeron, las aves de los robles emigraron y sus amores que sin sol nacieron como estrellas lejanas se murieron... como estrofas en flor se marchitaron...
Y entristecida por sus ojos pasa la visión de sus ansias intranquilas como si los dolores de su raza se hubiesen hecho carne en sus pupilas...
Y en las noches, soñando pesadumbres, se adormecia con su pena aleve, creyendo ver en las lejanas cumbres el perfil de una lágrima de nieve...
*
Una tarde por fin en esa hora en que el silencio las quebradas puebla; en la que el río al arrastrarse llora arrebozado en su mantón de niebla; y en la que enfermo de una pena extraña, palpita bajo el chal de la tiniebla el roto corazón de la montaña; una tarde, la indía adolescente sintió que un brazo trémulo y ardiente pasaba al rededor de su cintura, que de su cabellera en el torrente iban cayendo besos de ternura…
Escuchó que una voz le adormecía, que una caricia, al fin, la atormentaba y que su angustia, la de ayer, cedía a otra angustia infinita que llegaba.
¡Ah! pero no era el mocetón moreno nacido en medio de la selva brava lleno de flores y de fuerzas lleno; no era el muchacho por su amor soñado a quien veía entre sus ansias locas atravesando por el río a nado matando pumas y escalando rocas.
¡No! No era él...Era el patrón del fundo que llegaba hasta ella con las ansias de un cóndor moribundo que abre las alas cuando ve una estrella.
Era él, que en sus ojos seductores iba a coger con repugnante injuria, no la pálida flor de los amores, sino la roja flor de la lujuria.
Y la pobre mapuche adolescente partió a la grupa del corcel, risueña, sin ver que allá... una garza, tristemente, como un pañuelo trémulo y viviente con sus dos alas le iba haciendo seña.
Y al galopar, su negra cabellera bajo la tarde cuya luz se escombra, parecía una indómita bandera cantando rebelión entre la sombra…
A su vista, encorvadas las espaldas, bajo el peso de un siglo de amargura, pasaban las montañas de esmeraldas en una fuga eterna hacia la altura.
Moría el sol. Siguiendo sus costumbres, bajo la luz de la naciente luna los pájaros salvajes de las cumbres fueron volando a la montaña bruna y al extinguirse ese tropel extraño atrás quedose rezagada una de aquellas viejas águilas de antaño...
Y al proyectar su sombra sobre el suelo abierta el ala donde el viento azota, no sé si dibujó una cruz de duelo o bien un pabellón que va en derrota…
Y llegaron por fin. Su alma de niña sintió al mirar caer todas sus galas como si un ave enorme de rapiña le arrancase las alas.
Y en su alma azul, que convertida en yermo, sintió la laxitud del que se expatria, creció lo mismo que un copihue enfermo la nostalgia infinita de la patria.
Y con el son de su natal lenguaje hecho para los cánticos de guerra o para los amores del salvaje, el viento que venía de la sierra le decía que todo en el boscaje la llamaba al cariño de su tierra y a modo de una rara melodía, en los suaves rumores del ramaje escuchaba una voz que le decía:
Soy la voz de tu montaña siempre cubierta de niebla; soy la tristeza que puebla las quilas de tu cabaña... Soy el sol, ese que baña tus lagos al aclarar, el que te viene a cuidar tu alegría y tu pureza, ese que vio tu tristeza cuando empezaste a soñar.
Soy la luz que en el bohío brilla un instante y se apaga; girón de luna que vaga como un fantasma en el río... Soy la gota de rocío que temblaba a tu pasar, soy la luz crepuscular, la que besó tus sonrojos la que dio llanto a tus ojos cuando empezaste a soñar.
Soy el torrente sereno que lleva caudal al río el que en las tardes de estío beso tu cuerpo moreno. Soy la niebla en cuyo seno venías sola a llorar, soy el viento del quillar que, en las tardes invernales, lloraba entre tus chamales cuando empezaste a soñar.
Soy un sol que tu no viste, el que en las selvas indíanas te vio alegre en las mañanas y en las tardes te vio triste; soy la luna que seguiste hasta perderse en el mar, la que al mirarte llorar en tus lagunas risueñas te iba llamando con señas cuando empezaste a soñar...
Y al perderse esa voz, en su pestaña se quedaban las lágrimas suspensas lo mismo que un raudal en la montaña, por sus pupilas lánguidas e inmensas era toda su raza herida y rota, que sollozaba un siglo de vergüenzas en un solo momento de derrota.
Y así, al tender con honda pesadumbre sobre las cordilleras su mirada creía contemplar en cada cumbre el perfil de una ruca abandonada…
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El viento, el Trovador de los barrancos ha sollozado una canción extraña; dejando el lago azul, los cisnes blancos se han escondido misteriosamente al pie del robledal que el sol no baña, porque se lia visto aparecer doliente una mancha de sangre en la montaña…
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Huyendo de su amante en la espesura la doliente mapuche seducida, dio a luz un hijo, gota de amargura que se extendio en el vaso de su vida,
y al escucharse su primer vagido, bajo las pardas rucas de la selva como un trozo de nieve florecido se abrió una madreselva.
De los ojos del pálido indiecito la tristeza, esa herencia de la raza, parecía escaparse, como un grito... La indía lo miró... Una amenaza trazó en el aire con sus manos locas y vengando a su patria en sus dolores en un beso de amor unió sus bocas. Le mostró el sol, le corono de flores ¡y lo azotó en las rocas!
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Al fondo de un barranco abandonado el indiecito de los claros ojos rodó como un copihue ensangrentado. La montaña erizando sus abrojos se abrazó del crepúsculo morado y se cubrieron de fulgor sus moles cual si en audaz, desorientada marcha, toda una gran constelación de soles rodase por debajo de la escarcha.
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La indía marchando por la verde alfombra lloraba el precio de su cruel rescate y su chamal flotaba, entre la sombra como una gran bandera de combate;
porque en la patria sus anhelos fijos las bravas indías del Arauco bravo saben ser asesinas de sus hijos antes que ser las madres de un esclavo. ………………………………………