Nació en Petrópolis (Brasil), el 3 de Octubre de 1892, época en que su padre, el escritor Carlos Luis Hübner, era Encargado de Negocios de Chile en aquel país. Es autor de una parte de la obra Prosa y Verso publicada en 1909. Con Vicente García Huidobro fundó la revista «Musa Joven», ya fenecida. Durante algún tiempo fue profesor de estética en el Conservatorio Nacional de Música y Declamación. Hübner es todo un temperamento de artista. Suele declamar sus poemas en público.
Pose elegante, gallardía, voz ondulosa y simpática, todo le acompaña. Y sus frases armoniosas son como un raudal de poesía exquisita, sentimental y dolorosa, que deleita al auditorio como un susurro de ráfagas en una tarde abrileña. Su memoria es prodigiosa; al menos así lo demuestra al exteriorizar sus propias obras. Tiene inédito un libro que aún lleva en los repliegues y nexos de su cerebro, en el que los poemas vibran, crecen, ondulan y se reforman hasta la estancia definitiva, como nebulosas proteiformes que giraran vertiginosamente hasta condensarse, no dejando al estamparse en el papel sino escasas huellas de escoria.
Si contempla la Naturaleza es para extraer de ella gestos de sufrimiento, es para desentrañar lo íntimo y recóndito de las cosas, es para infundir calor a lo gélido, luz a lo caótico, movimiento y vibración a lo estático y rígido, consiguiendo el esplendor poético velar toda flagrante antinomia. Esta poesía de Hübner me llena el gusto: es armoniosa, alada y plena de encanto lírico. Está en el justo medio exigido por el Arte. No sé hasta qué sendas de perfección pueda llegar todavía este bardo que se debe más a su intuición poética que a la reflexión lógica y al estudio de los códigos literarios.
En sus últimos trabajos, se nota más intensificada y definida esa su tendencia a desentrañar el dinamismo de las cosas, las íntimas vibraciones y sensaciones de la Naturaleza a través de ese dinamismo poético, al través de lo misterioso e incognoscible que flota en el Gran Todo, desde el átomo al cosmos, sube el aroma místico, el perfume de las almas buenas, el perfume de las divinas tristezas.
Como no se dedique demasiado a escribir artículos de prensa, Hübner continuará descollando entre nuestros líricos nuevos.
La montaña es el molde del enorme sollozo que hizo el mundo en sus ansias por llegar a la altura: si los hombres se olvidan de aquel esfuerzo hermoso, no lo olvida la nieve que la premia en albura.
El hombre con sus artes y el árbol con sus flores hasta la alta montaña no suben.... Sus anhelos la hicieron levantarse “sobre tantos dolores para vivir la adusta soledad de los cielos.
De sus cimas descienden blancos ríos de vida que, hora tras hora, rompen la gracia de sus moles: la montaña, en su obra pausada, se suicida para darnos un agua que han limpiado los soles.
Los vulgares, mirando la quietud que la baña, la creyeron sin vida; pero sufra un segundo el corazón de fuego que tiene la montaña y temblarán, humildes, las llanuras del mundo.
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LA LUZ
La luz tendió en la tarde serenos gobelinos, se hizo pronto una hoguera en que el mundo iba a arder, cayo después en lluvia de azul por los caminos: ¡yo la he visto variar como alma de mujer!
Vi al arroyo anegarse en la luz del oriente, en pupilas de niño sorprendí su claror, entró a la pieza triste de una convaleciente: ¡la luz se ha dado a todos como Nuestro Señor!
La luz con unas nubes hizo encendidas fraguas, disfrazó a los torreones con un ancho albornoz, creó en el viento náyades surgiendo de las aguas: ¡la luz formó de nada sus mundos como Dios!
Por la luz, unas flores me enseñaron dulzuras y una tarde violeta me dijo que soñara y unas hojas formaron frases claras y puras: ¡sin la luz toda cosa su misterio guardara!. …………………………………………
LOS INSTANTES
Oh Tiempo, tuve los momentos con que mis ansias hoy humillas y los lancé a los cuatro vientos, sin conocer que eran semillas....
Eran semillas pequeñitas y no vi el germen interior que en gestaciones infinitas florecería en gran dolor.
Eran semillas uniformes que no intenté seleccionar: unas son árboles enormes, otras pudriéronse en el mar.
Unas cayeron en el seno de los que quise: no las vi llevar un germen de veneno que arrancó lágrimas por mí.
Otras, llevadas por un viento, tomaron vuelo de ansiedad: no sé a qué fueron y las siento esperarme en la eternidad.
Y miro aún mis manos llenas con las semillas, sin saber cuál lleva un germen de azucenas, cuál el dolor de una mujer.
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EL ÁRBOL
Árbol que, como el hombre, te alimentas de lodo, pero que alzas al cielo los brazos retorcidos y, apretado a tus ramas, mantienes alto todo lo que amas: hojas nuevas, botones, flores, nidos;
quiero tu paz severa, tu fe en orar en vano, tu esperar; cuando emigran, que las aves regresen, tu silencio más hondo que mi cantar humano y tu ardor por cubrirte de flores, que fenecen....
Tú te bastas: tú creas la flor que lleva un germen que en cualquier campo sano perpetuará tu ser: el hombre, tras de angustias de amores que le enfermen, pondrá en su sangre obscuras influencias de mujer.
Tú das tu sombra a todos los seres; tu perfume por el amor del viento se puede disfrutar; pero el hombre, en sus ansias de darse, se consume por ofrecer un bien que no puede formar.
Buscándolo, recorre los valles; su destino obscuro le hace ser eterno vagabundo y tú, inmovilizado junto a cualquier camino, le dices que encontraste tu sitio en este mundo.
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LA NUBE
Nube que, como una alma golpeada por los vientos hostiles, has buscado todas las formas suaves y has quedado más bella moldeada en sufrimientos y has vertido a los llanos la sombra de las aves.
te he mirado morir, en lo alto, sin un grito, consumiéndote entera en un lento calor, con la más bella forma de entrar a lo infinito, dejando el aire lleno de alimentos de flor.
Y, si te vi llorar, fue tu llanto fecundo y el agua de tu entraña calmó ajenos ardores: ¡llanto del hombre, ido por las venas del mundo, no infiltres hasta en almas remotas tus dolores!
Toma ejemplo en la nube que, cuando era pantano, se llenaba de estrellas y esperaba la hora: el sol de lo alto actúa sobre tu barro humano y algo tuyo se lleva la luz de cada aurora.
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PLEGARIA
Virgen, tus ojos lánguidos y vagos rezan, como las llamas de los cirios....
Virgen tus manos pálidas y trémulas piensan, como las manos de los ciegos.
Por tu fervor, mi beso se hizo hostia y llevó toda mi alma a tus entrañas.
Nuestras vidas serán como dos mar que se unirán apasionadamente.
Mis estrofas serán como esas naves que parten silenciosas en las noches
y me entraré contigo en el silencio de las pasiones grandes.
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LA TIERRA
Tierra ardiente y morena que amas al sol, y buscas que su rayo acaricie toda tu entraña abierta y que, en el lento espasmo de sus caricias bruscas, quedas en gozo llena de palidez de muerta; tierra, callada cómplice del amor, que transformas tu sangre en savia y guardas la semilla en tu seno, que por ser tan fecunda sufres y te deformas y que pones en todo lo que nace un veneno para hacer nuevos seres del cadáver caliente: tierra: el hombre, tu hijo, quizá como tú fuera, si la luz de la luna, melancólicamente, el bautismo de ensueño no pusiera en su frente que hizo un poeta triste de un hijo de ramera.
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¿EN DONDE ESTÁ?....
Antiguo amor, te has levantado en mis recuerdos con un murmullo de dolor. Me hablas de aquella de quien el viento del camino ha destruido toda huella. Dices que inquiera donde se ha ido, que es la única alma que mi alma comprendiera. Me haces oír cómo lloraba de tristeza la tarde en que me vio partir. Me haces llorar cuando me dices que en la vida jamás la volveré a encontrar. Antiguo amor, te has levantado en mis recuerdos con un murmullo de dolor!...