A rivalizar con los portaliras de este país llegaron Gabriela Mistral, Victoria Barrios, Olga Azevedo, Berta Quezada, Aída Moreno Lagos, Juana Inés de la Cruz. (Este último es un pseudonimo que nada tiene que ver con el nombre de la sermoneadora sor y poetisa mejicana). Autora del volumen lírico Lo que me dijo el silencio... (1915). Juana Inés de la Cruz explota el tema mínimo. Escancia en vaso pequeño. No preguntéis si hay corrección académica en sus versos. A propósito de este libro, un crítico palmetario podría aprovechar la ocasión para escribir un severo estudio sobre infracciones a la gramática y a la retórica.
Pero no es eso lo que honradamente debe aquilatarse en un primer libro de juventud que es a la vez fruto de inexperiencia. En estado embrionario, si se quiere, en las cándidas páginas de este libro flota algo que es como la exigua exteriorización de un estro romántico que plañe del amor y de la vida en un tono elegíaco, semejante al de Juan Ramón Jiménez.
Juana Inés de la Cruz habla, a medía voz, de un romance Casi platónico, casi extraterreno. Su frase es titubeante; pero entraña el germen de un estilo nutrido de expresiones vagas, imprecisas, como la sensación que ella trata de producir de lo misterioso, de lo indefinible.
Su literatura es aún reminiscente; pero ya se diseñan en ella muñones de alas propias, Gabriela Mistral, ya consagrada, posee un estilo varonil; Juana Inés de la Cruz, incipiente aún, es intensamente femenina.
En 1915 publicó Horas de Sol, colección de prosas breves.
El llorar de un crepúsculo viene a mí estremeciéndome con temblores de estrella y rumores de fuente. Palidecen las rosas... Vagas incertidumbres me cogen, lentamente, y en su regazo me hunden. Pienso en el desflorado amanecer de un sueño que refleja sin fiebre la luna de un espejo...
Un puñado de rosas nos lanzaron al rostro la juventud, la vida y nuestros sueños de oro.
Marchitaron las rosas y todas sus espinas clavadas se quedaron en nuestras hondas vidas.
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Todas mis inquietudes audazmente sinceras en estos versos, hijos de mis buenas quimeras, dirán cómo he cambiado de aquel ayer a hoy; amé, lloré, reí, canté a un justo dolor. Y voy a la conquista de un nuevo Vellocino. Te espero en el cercano recodo del camino. ………………………………………