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              Julio Vicuña Cifuentes





(N. en la Serena, el 1º de Marzo de 1865).
Fui a visitarle, a conocerlo, en su residencia veraniega de San Bernardo.
Desde el primer momento se dibujó ante mí la simpática figura de un sabio cultor de las letras, a la vez artista y poeta.

Yo no iba prejuiciado por la idea de habérmelas con un académico de tomo y lomo: por sus libros y por sus ex-alumnos ya me sabía que don Julio no es un escritor emparedado dentro del cuadrilátero de la Gramática, la Retórica, el Diccionario y la Vulgaridad.

Todo eso, bueno para hablar y escribir correctamente, al estilo de Pero Grullo, o un poco mejor.

Pero no me imaginé que llegar a su morada, es como penetrar a un cenáculo de ambiente «muy antiguo y muy moderno», recordando una expresión de Rubén Darío.

Allí estaba el genuino artista que en todo momento salta los muros del Cuadrilátero para extenderse y remontarse hacia los amplios dominios de la Belleza.

En aquel momento sorpresivo y exquisito se aludio a nuestra antigua poesía clásico-romántica; se rememoró en detalle la indiscutible influencia de Rubén Darío en la pléyade de escritores que se albergaban bajo la tienda del díario “La Epoca”; se aplaudio la gestación y desarrollo de la poesía histórica,-nacionalista y criolla,-de Dublé Urrutia, Lillo y Orrego Barros; se musitó el nombre de Ricardo Fernández Montalva como si se evocase a un hermano ido, con frases de espon - taneidad sincera, bañada en invisibles lágrimas; se habló de Isaías Gamboa para loar con entusiasmo su temperamento de hombre bueno y de poeta exilado y peregrino; se admiró la talla enorme de nuestro más vibrante lírico, Pedro Antonio González, que a vivir hoy sería uno de los mentores de nuestra juventud intelectual; leyéronse en «La Revista Cómica» poemas olvidados de Luis A. Navarrete y Abelardo Varela, ambos precursores de Marcial Cabrera Guerra en la obra de infundir en nuestro medio literario las primeras ráfagas de cultura artistica, francesa y moderna.

Por fin, llegamos a la falange numerosa y compleja de nuestros poetas de hoy que marcha, con pie firme, por el sendero de las divinas ensoñaciones.

Aún se fue más allá; se defloro frescas páginas de obras de poesía nueva.-Y todo en un ambiente familiar, tranquilo y sereno: nada de zurriagazos; sólo quería disfrutarse con fruición, de las bellas modalidades poéticas, que es lo único digno de recogerse cuando se entra en los dilectos dominios del Arte.

Aunque la jornada literaria del señor Vicuña Cifuentes no difiere mucho de las de la generalidad de nuestros escritores estudiosos, ella es un ejemplo de renovación, de liberación espiritual. Nuestro poeta, a quien las últimas generaciones de colegiales y universitarios recuerdan con simpatías y veneraciones de maestro, salió de los rancios estancamientos de la congregación clásico-romántica y avanzó hasta irruir, con elegantes bríos de triunfo, por el campo multiforme de la parvada modernista, aunque sin apearse de su corcel romancesco, ni soltar el flordelisado escudo.

Don Julio Vicuña Cifuentes desciende de una familia patricia e ilustre. Es hijo del escritor don Benjamín Vicuña Solar. Desde el año 1882 publicó en periódicos de la Serena sus primeras producciones. Después en Santiago continuó su labor literaria en diarios como «Los Debates», «La Libertad Electoral», «El Mercurio, «El Díario Ilustrados, y en otras publicaciones como la «Revista del Progreso», «La Revista Cómicas, de que fue director, la «Revista de Chiles, de que fue propietario, la «Revista Nuevar, y la «Revista Chilena de Historia y Geografías.

Ha sido uno de los fundadores de las asociaciones literarias el «Club del Progresos, el «Ateneo de Santiagos, el «Folk-lore Chilenos y la Sociedad Chilena de Historia y Geografía».

Durante varios años desempeñó en forma brillante la cátedra de castellano en el Liceo Miguel Luis Amunátegui.

Es miembro del Consejo Superior de Letras y Músicas y de la Comisión Permanente de la Biblioteca de Escritores de Chile».

También es miembro académico, perpetuo, de la «Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile».

En 1916, fue elegido miembro de número (son 18) de la Academia Chilena, correspondiente de la Real Academia Española, en reemplazo del inolvidable escritor don Adolfo Valderrama.

Ha publicado: «La muerte de Lautaro», cuadro trágico en un acto y en verso; una traducción en versa castellano de las Poesías Americanas del poeta brasileño Antonio Gonçalves Díaz; «Contribución a la historia de la Imprenta en Chile»; «Coa» (1910); «Mitos y supersticiones» (1915); Romances populares y vulgares (1916), y Discurso de recepción del autor en la Academia Chilena (16 de Julio de 1916).

«Coa» es un estudio y vocabulario de la jerga de los delincuentes chilenos, escrita medíante informaciones de los directores y alcaides de gran parte de los establecimientos penales de nuestro país, informaciones que han sido cuidadosamente verificadas y depuradas por el autor.

Esta jerga,-que no es propiamente un díalecto sino simple alteración del significado usual de las palabras y aún introducción de nuevos vocablos en la lengua común,-es empleada por individuos que en ella «gustan de entenderse, especialmente delante de los extraños, por cautela algunas veces, por comodidad otras, y a falta de razones más calificadas, por divertirse con la perplejidad de los no iniciados».

Es oportuno recordar una observación de Lombroso: Los delincuentes hablan como salvajes, porque son salvajes que viven en medio de la civilización y de ahí es que empleen, como los salvajes, la onomatopeya, el automatismo, la personificación de objetos abstractos.

El autor ha recogido el material de su obra «Mitos y supersticiones» (342 páginas) de la tradición oral chilena, durante los años 1890 a 1910.

Esta esforzada y meritoria contribución al Folklore chileno, que contiene referencias comparativas a los mitos y supersticiones de otros países latinos, es una obra que puede calificarse de fundamental, ya que los artistas y escritores encontrarán en ella los motivos o argumentos de más de una novela, cuento o poema.

El libro Romances populares y vulgares (tomo VII de la Biblioteca de Escritores de Chile, año 1912) recogidos también de la tradición oral chilena, ha sido completado con oportunas acotaciones escritas con erudición y elegancia, en forma de hacer su lectura muy amena e interesante.

Aún el Romancero español no supera al nuestro en gracia, animación y picardía.

Algunos de estos romances o corridos son netamente chilenos; los demás, de origen peninsular, han sido importados a nuestro país durante los tiempos de la Conquista y la Colonia y tienen el mérito singular de haberse chilenizado al pasar por la criba de la idiosincrasia de nuestro pueblo, sea conservando casi literalmente el texto primitivo, sea adoptando la fraseología de nuestra lengua huasa.

El romance popular se ha propagado de generación en generación medíante la tradición oral, o mejor dicho, por medio del recitado y más generalmente sirviendo de letra al canto, aunque no con la música sentida y monótona que los caracteriza en España, sino con la de nuestras tonadas alegres y bullangueras.

En cuanto al romance vulgar, que consiste en narraciones de alguna extensión trasmitidas oralmente y rara vez impresos en pliegos sueltos, siempre en- versos asonantados como el anterior, -no se canta por lo general «sino que, según observa el señor Vicuña Cifuentes, se recita a la vera del fuego, «para acortar la noches, mientras las mujeres escarmenan e hilan la lana, o aspan y desvanan el hilo, para tejer el sayal, la frazada de cordoncillo, o el poncho doble o la vistosa manta payá; y los hombres arreglan sus aperos de labranza o sus avíos de montar, enseban las coyundas, soban el cuero para las ojotas, remiendan los costales y capachos, cosen los pellones, trenzan los lazos o tuercen el crin en la tarabilla».

El discurso con el cual el señor Vicuña Cifuentes tomó posesión de su sede académica contiene, en síntesis, un concienzudo estudio de nuestra poesía popular, tan acabado como jamás se haya hecho, aun no olvidando el del atildado escritor don Adolfo Valderrama.

Se trascriben más adelante algunos corridos y cantares, de esos que saltan espontáneamente de la imaginación de nuestro pueblo o que han sido adoptados por corresponder al carácter de éste, ya levantisco, ya enamoriscado, ya burlón y picaresco, ya chanceador y dicharachero.

Se han entresacado de aquel brillante discurso, en donde el señor Vicuña Cifuentes los ha engarzado al desdoblar los infinitos repliegues de la psicología de nuestro ocurrente roto, tan patriota como varonil, tan sufrido como imprevisor en su pobreza, tan fatalista como busca-vida en los múltiples lances de su existencia, que constituye, a pesar de sus defectos, uno de los más sólidos basamentos étnicos de que pueda enorgullecerse un país.




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                                            (Escrito después del Poema Cantares)


Pero volvamos al estudio de la personalidad del señor Vicuña Cifuentes como poeta lirico. Escribió sus primeras poesías allá en 1882-1887, año en que obtuvo un accesit en el Certamen Varela por su colección de rimas becquerianas.
También es conocido su «Canto al Cóndor», el que, como dijo el académico Don Manuel Salas Lavaqui en su discurso de contestación al ya citado del señor Vicuña Cifuentes, «halaga el sentimiento del pueblo, se aviene con su manera de pensar, se grava sin dificultad en su memoria y será repetido de generación en generación hasta hacerse tradicional».

Después, hasta el año 1910, se ocupó preferentemente en atender su cátedra de castellano y en reunir el enorme material que le ha servido para componer sus libros ya mencionados y otros, sobre Folklore, que se propone publicar.

Últimamente, nos ha dado la sorpresa de escribir a los 52 años de edad poesías tan lozanas y modernas como si aún no pasaña de los treinta.
Este hecho singular ha entusiasmado a nuestra juventud intelectual, que saluda en él a uno de nuestros poetas de verdad, seguro y firme, como un luminoso monolito de azules fulguraciones sobre la cima tradicionista y académica en que desde hace poco se encuentra.

De esta última época son sus bellas poesías «La Mimosita», «La Dama y el Caballero» y muchas otras que algún día formarán un libro de sabor antiguo y moderno.
«La perfecta alegría» es un poema en que se ha alcanzado esa difícil sencillez que caracteriza a las obras de verdadero arte.
En él parece fluir la palabra, el estilo de «Las Florecillas de San Francisco de Asís» que éste emplea al reprimir serena y dulcemente al Hermano Menor, «el enamorado de todas las cosas», cuyos mal contenidos arranques de amor al saber y a la vida le impiden, según el Seráfico Padre, disfrutar la única paz de este mundo, la perfecta alegría, espiritual y beatífica.
En este poema el autor ha alcanzado la espontánea sencillez de las «Florecillas», divina fruición de que no logró disfrutar Rubén Darío en su perhecha composición «Los Motivos del Lobo», cuyas estrofas se resienten de algunas periferomas neológicas que desvirtúan un poco el ambiente pretérito del manso lenguaje de Francisco.

Una palabra más sobre «La Mimosita», esa delicada flor que una mano grosera arrojó al fango, vilmente.
El doloroso drama que esta composición encierra como un palpitante trozo de mala vida y la suave musicalidad de sus estrofas flexibles y armoniosas, llevarán a las almas buenas un estremecimiento piadoso.
La Mimosita, flor deshojada... La Mimosita, presa de amor y de infortunio...
En alas de más cle una canción, tierna y dolorosa, flotará el nombre de La Mimosita, ya bajo la enramada de los humildes hogares campesinos, ya entre las regias colgaduras de las señoriales mansiones.




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EL HUASO PERQUENCO




                                                       Aya va el guaso Perquenco
                                                      en su cavayo alasán:
                                                      ocho sorda'o' lo siguen
                                                      y no lo pueden arcansar.
                                                      Trre' muerte' 'icen que deve
                                                      ar gorpe de su puñal:
                                                      uno era un viejo avariento
                                                      con cara'e necesi'a';
                                                      'l otrro un'ermano trraidor
                                                      que lo vino a denunciar,
                                                      y tam'ién una mujer
                                                      que lo quería engañar.
                                                      Corran, corran lo' sorda'o',
                                                      corran, corran sin parar.
                                                      Yo sé qui ar guaso Perquenco
                                                      ninguno lo va a arcansar.
                                                      A medía noche llegó
                                                      cerca de la Rinconá,
                                                      a la casa di un compaire
                                                      (aya) jué a desensillar:
                                                    -Que se levanten las niña',
                                                      que se levante mi a'ijá';
                                                      aquí está er guaso Perquenco
                                                      para oír una tona'.


                                                  ………………………………………





                                            

EL VAQUERO




                                                             Da gusto ver un vaquero
                                                             por l'oriya 'e un espinal,
                                                             'etrras di una vaca negra
                                                             sin periya ni señal.
                                                             Unos 'icen qu'es di aquí,
                                                             otrros 'icen qu'es di ayá,
                                                             yo conosco vien la vaca,
                                                             qu'es de negro, escuro imán.
                                                             Qu'én tuviera un laso gueno.
                                                             qu'én la pudiera piyar,
                                                             pa meterl' a un guen potrrero
                                                             pa que pudiera engordar,
                                                             para sacar charqu' y grasa
                                                             para 'acer un charquicán,
                                                             y con algunos amigo'
                                                             pa po'erla merendar.
                            
                                                  ………………………………………




                                              

CANTARES




                                                         ¿Donde habrá como la madre,
                                                         que en todo pone cuidado.
                                                         Cuando la madre se muere
                                                         quedan los hijos botados!

                                                         Preso en la cárcel estoy
                                                         por andar por mal camino;
                                                         por no hacerle caso a mi madre
                                                         este ha sido mi destino.

                                                         Nadie diga que no cree,
                                                         aunque sea pecador,
                                                         porque la virgen María,
                                                         siempre está en el corazón.

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                                                         Dicen que el mundo es redondo
                                                         y que se mueve a compás:
                                                         la casa en que yo nací,
                                                         está onde mismo no más.

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                                                         Ayer se me perdio un freno
                                                         en casa e ño Meneses:
                                                         todos son hombres honrados,
                                                         pero el freno no aparece.

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                                                         Como campanas de palo
                                                         son las razones del pobre:
                                                         aunque suenen noche y día,
                                                         nadie aquí abajo las oye.

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                                                        ¡Que viva misiá, Juanita,
                                                         cogoyito de limón,
                                                         candadito de mi pecho,
                                                         llave de mi corazón!

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                                                        ¡Qué viva Tula mil veces,
                                                         cascarita de granada.
                                                         Yo me muero por Ud.,
                                                         y a Ud. no se le da nada!

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                                                         Mi estimado caballero,
                                                         cogollo de albahaca en vega,
                                                         no tenga confianza en nadie,
                                                         la más amiga la pega.

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                                                        ¡Qué viva el señor don Lucas,
                                                         varillita de membrillo!
                                                         con ella: le diera yo,
                                                         a ver si afloja el bolsillo!

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                                                         Al señor don Juan de Dios,
                                                         cogollito de cilandro;
                                                         si fuera hermano del burro,
                                                         no se pareciera tanto.

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                                                         Mi madre era Aguilera
                                                         viuda de Gómez,
                                                         y yo me llamo Anselmo
                                                         Rojas Mardones.

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                                                         La mujer que a mí me engañe
                                                         se ha de poner pantalones,
                                                         el trabuco en las alforjas
                                                         y el cuchillo en los corriones.

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                                                         Si la mujer sale mala,
                                                         no retarla ni pegarle:
                                                         mandarla a la casa e prenda
                                                         y el boleto pa su madre.
                           
                                                  ………………………………………






                                   

LA PERFECTA ALEGRÍA




                                                 El enamorado de todas las cosas,
                                                 hermano del lobo, del agua, del yermo,
                                                 el enamorado de todas las cosas,
                                                 de amor está enfermo.
                                                 Temblando de frío bajo la capucha,
                                                 van dos mendicantes camino de Asís:
                                                 el abrigo es poco, la inclemencia es mucha,
                                                 y hay fieras hambrientas en el campo gris.
                                                 Ciegos por la lluvia, no ven la posada,
                                                 que el más viejo evita, huyendo la entrada
                                                 Alegre está el fuego que tiene delante.

                                                 El siervo León,
                                                 turbado y arisco,
                                             -¿Acaso, murmura, por hoy no es bastante,
                                                 hermano Francisco?-
                                                 Francisco en silencio las lluvias encara,
                                                 velando su rostro bajo la capucha.
                                                 Dos leguas camina; de pronto se pára,
                                                 y dice al hermano, que humilde le escucha:
                                               -Si el fraile Menor percibe los rastros
                                                 que dejan dos aves volando a la vez,
                                                 y el curso adivina que llevan los astros,
                                                 y sabe el origen del bruto y del pez.
                                                 Si tiene del árbol concepto seguro,
                                                 y el antro conoce medroso y obscuro
                                                 do habita el díamante que acendra el carbón;
                                                 si ha visto el oasis que oculta el desierto,
                                                 hermano León,
                                                 tu fe no se engría,
                                                 y escribe que en esto no existe por cierto
                                                 perfecta alegría.
                                                 De nuevo en silencio sigue su camino,
                                                 y vibra de nuevo su acento divino:
                                               -Si el fraile Menor eleva sus ruegos,
                                                 y ascienden al trono del Dios de Israel,
                                                 y puede, por ellos, dar vista a los ciegos
                                                 y voz a las mudos que siguen tras él.
                                                 Si alumbra al demente, da al sordo el oído,
                                                 y sana al leproso, y cura al tullido,
                                                 y levanta al muerto de tres días, con
                                                 el poder arcano que su empeño ayuda,
                                                 hermano León,
                                                 tu fe no se engría,
                                                 y escribe que en esto no existe sin duda
                                                 perfecta alegría.
- 
                                                 Sacude la lluvia que moja su cara,
                                                 y otra vez camina, y otra vez se pára:
                                             -Si el fraile Menor no esquiva el ejemplo
                                                 y busca sencillo la paz del erial,
                                                 con sus propias manos edifica el templo,
                                                 y labra la tierra y teje el sayal.
                                                 Si ayuna a pan y agua, sus carnes macera,
                                                 con fervor predica la pobreza austera,
                                                 les habla a los sordos con el corazón,
                                                 allega a los tibios al celeste foco,
                                                 hermano León,
                                                 tu fe no se engría,
                                                 y escribe que en esto no existe tampoco
                                                 perfecta alegría.
-
                                                 Con la frente baja que el cansancio inmuta,
                                                 los dos mendicantes prosiguen su ruta.
                                                 Y dice el hermano Leon:--¡Yo bendigo,
                                                 Señor, mi ignorancia, si viene de ti!
                                                 Mas, obra otro nuevo prodigio conmigo
                                                 y muestra a mis ojos la luz que no vi.
                                                 Si no está en la ciencia que ilumina al sabio,
                                                 si no está en la gracia que fluye del labio
                                                 del santo eremita morador del risco,
                                                 ni está en la plegaria que sube hasta el cielo,
                                                 hermano Francisco,
                                                 dame mejoría,
                                                 y dime en qué existe, sin dejar el suelo,
                                                 perfecta alegría.
                                                 Francisco sonríe bajo la capucha,
                                                 y dice al hermano, que dócil le escucha:
                                               -Si el fraile Menor, manchado de lodo,
                                                 al convento vuelve, vacilante el pie,
                                                 y el portero, airado, murmura «beodo!»
                                                 y su faz golpea y le grita «vé!»
                                                 y el fraile Menor lo sufre paciente
                                                 puesta en Dios el alma, fija en Dios la mente,
                                                 y de amor del hombre lleno el corazón,
                                                 sin dejo que amargo su pecho contriste,
                                                 hermano León,
                                                 ya has mejoría,
                                                 y escribe que en esto no hay duda que existe
                                                 perfecta alegría.-
                                                 Eleva los ojos al cielo un momento,
                                                 y otra vez resuena su inspirado acento:
                                               -Si el fraile Menor, cual lluvia temprana,
                                                 redime las almas de esterilidad,
                                                 purifica el lecho de la cortesana
                                                 con el fuego amable de su castidad.
                                                 Y el mundo ignorante le llama
«¡perjuro!»,
                                                 o le dice «loco!», o le grita «impuro!»,
                                                 y el fraile bendice su tribulación,
                                                 y en ella, piadoso, su celo acrisola,
                                                 hermano León,
                                                 ya has mejoría,
                                                 y escribe que en esto reside la sola
                                                 perfecta alegría.
                                                 Así dijo el santo con la faz serena,
                                                 y aun su voz parece que en el mundo suena.
                                                 Temblando de frío bajo la capucha,
                                                 los dos mendicantes llegaron a Asís:
                                                 la limosna es poca, la miseria es mucha
                                                 la celda está obscura y el huerto está gris.
                                                 León, junto al fuego, su túnica seca;
                                                 Francisco, la cara rugosa y enteca
                                                 oculta en sus manos. Del pecho doliente
                                                 se exhala un gemido.
                                               ¿Qué nuevos pesares anublan su frente?
                                               ¿Qué aflige al ungido?
                                                 El enamorado de todas las cosas,
                                                 hermano del lobo, del agua, del yermo,
                                                 el enamorado de todas las cosas,
                                                 de amor está enfermo.

                                                  ………………………………………




                                          

LA MIMOSITA



                                                 Ojos de gacela de la Mimosita,
                                                 rizos de azabache de la Mimosita,
                                                 manos nacaradas de la Mimosita...
                                               ¿En donde ahora están?
                                                 Los alegres cantos de su voz sonora,
                                                 sus tristes lamentos, si apenada llora,
                                               ¿qué oídos, ahora,
                                                 los escucharán?
                                                 Las vecinas cuentan que se fue muy lejos,
                                                 que vendrá muy pronto; que no volverá;
                                                 la humilde casita de los muebles viejos
                                                 con una herradura clausurada está.
                                                ¡Misterio! ¿Qué habrá?
                                                 Las vecinas cuentan que se fue muy lejos,
                                                 que reía alegre; que llorando va.
                                                 Una vieja fea que se dice tía,
                                                 con ella, sin duda, cual antes, irá:
                                                ¡Pobre Mimosita! Con tal compañía,
                                                ¡quién puede decirnos donde parará!
                                                 Nadie la verá,
                                                 y esa vieja fea que se dice tía
                                                 a buenos lugares no la llevará.
                                                ¡Qué recuerdo!... Un hombre de mirada aviesa
                                                 rondaba su casa, un mes hace ya.
                                                 Ella le temía; su boca de fresa
                                                 así me lo dijo, cuando estuve allá.
                                                ¿Vendrá? ¿No vendrá?
                                                 Sin duda aquel hombre de mirada aviesa
                                                 la llevó robada y no volverá.
                                                 Era rico el hombre. Cadenas, sortijas,
                                                 lucia con aires de fastuosidad,
                                                 y dicen que hay madres que venden las hijas,
                                                 y hombres que las compran en tan tierna edad
                                                ¡Qué perversidad!
                                                 Era rico el hombre: cadenas, sortijas,
                                                 habrán sido el precio de su castidad.
                                                 Ojos de gacela de la Mimosita,
                                                 rizos de azabache de la Mimosita,
                                                 manos nacaradas de la Mimosita,
                                                 no os quiero evocar.
                                                 Lejos del encanto de su voz sonora,
                                               ¿quién sabe si ríe? ¿quién sabe si llora?
                                                 Mejor es ahora
                                                 su historia olvidar.

                                                  ………………………………………







                        

LA DAMA Y EL CABALLERO




                                     -Lo maté por desmandado, por celos no lo maté,
                                       lo maté por arrogante,-no por amor de mujer,
                                       que en hembra mal maridada-nunca puse el interés,
                                       ni agradaron a mis ojoslas tocas de la viudez.
                                       Hombre mozo en tierra llana-no halla gloria ni placer,
                                       doncella el tálamo pide,-doncella con doncellez;
                                       barragana no la busco,-porque no la he menester.
                                       Si otra cosa se os ofrece,-mandar, señora, podéis.
                                       Esto dijo el caballero,-puesto en el estribo el pie,
                                       y con descompuestas voces-¡Menguado, la lengua ten!
                                       grita la dama, cogiendo por las riendas el corcel.
                                     -Malas manos envenenen el agua que has de beber,
                                       y cuando vayas de caza-te desconozca el lebrel.
                                       Malos sueños te visiten-cuando yazgas con mujer,
                                       y la hembra con quien cases-por dinero sea infiel.
                                       Por traidores a tus hijos a la horca mande el rey,
                                       y a tus hijas arrebaten-villanos la doncellez.
                                     -Aunque así fuere, señora,-dijo el apuesto doncel,
                                       mejor será lo que dices que lo que osaste ofrecer.
                            
                                                  ………………………………………



                                     LA OCASION



                                        -La rosa que ayer tarde en el jardín cogiste,
                                          ya no estaba en tu pecho al volver del salón:
                                        ¿quién pudo arrebatártela, si tu no se la diste?
                                        -La ocasión, madre, la ocasión.
                                        -En tus mejillas rojas hay la huella de un beso,
                                          (los besos dejan huellas cuando pecados son)
                                        ¿quién pudo, sin tu gusto, consumar este exceso?
                                       -La ocasión, madre, la ocasión.
                                       -Tu rostro languidece, se te acorta el vestido
                                          y ya te viene estrecho al talle el cinturón,
                                        ¿quién pudo ajar tu honra, si tú no lo has querido?
                                       -La ocasión, madre, la ocasión.
              
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