(N. en Santiago, en 1896). Es un poeta de mérito y, sobre todo, inconcebiblemente modesto. No está de más advertir que la modestia entre los intelectuales chilenos es como un hallazgo, como una piedra preciosa difícil de encontrar.
En cambio, la pretensión, el exhibicionismo, la vanidad.... Con qué angustia recuerdo, las palabras del sabio: Vanidad, vanidad y todo vanidad!.
¡Con qué repugnancia he visto cerca de mí a hombres como Ernesto Guzmán, Alberto Ried y Pedro Prado, que juntos deben sumar cerca de ciento diez años, fabricarse en menos de un mes una antología de poetas y ponerse a la cabeza de los que figuran en ella, convirtiéndose así en jueces de sus propias obras, en sancionadores de sus propios actos!.
¡Con qué desprecio he mirado a un Antonio Bórquez Solar, ambular de imprenta en imprenta en solicitud de columnas para sus versos de costra, y cómo me he estremecido de vergüenza por nuestro pobre Chile al verlo proclamarse el primer poeta del habla castellana! ¡Con qué tristeza he visto a muchachos de talento como un Carlos Díaz, transformado en un Pablo de Rokha, símbolo reflejo de una estética sancho-pancina, receptáculo de la secreción de toda una primitiva generación de pulpos, hacer bocina con sus manos para aullar a todo pulmón su servilismo ad. mirativo por un Nietzsche, y olvidar las enseñanzas rudimentarias de este gran filósofo que en uno de sus libros exclama: «El que se ve obligado a bablar más alto de lo que está acostumbrado, exagera ordinariamente las cosas que quiere comunicar». «Un hombre parece tener más carácter cuando sigue su temperamento que cuando sigue sus principios». «Acaba uno de recibir la sabiduría de un filósofo y se va por las calles con el sentimiento de estar reformado y hecho un gran nombre, pues sólo encuentra personas que no conocen esa sabiduría; por consiguiente tiene algo desconocido que decir sobre todo. Cuando llega uno a conocer un código, piensa en seguida en ser juez»!.
¡Con qué indignación he contemplado el matonaje de un Benito Rebolledo, imponer a bofetadas su arte de última hora, que tiene toda la rusticidad de un hombre inculto que ve mucho, muchísimo, pero a quien le falta todo ese sentimiento artístico que no puede cotizarse en el mercado y que no puede construirse o formarse con procedimientos químicos o con recetas de cocina!.
¡Con qué laudables intenciones observo díariamente a un Carlos Canut de Bon, gritando lo que no es ni será nunca con los minúsculos cornetines de sus cabellos de cenobita prófugo en la metrópoli, y con las matracas de su macfarland, cuyos faldones se abren en una súplica de ala, en una solicitud de descanso eterno!.
Por último ¡con qué indiferencia he visto a un Pedro Gil, cuarentón convertido en dómine inconsciente, blandir los puñales mohosos y carcomidos de una gramática propia para defender a un Anatolio Bórquez Solar, y atacar una obra que no conocía; y, más tarde, después de recibir el precio de su artículo mercenario, declarar ante un poeta romántico, que su defensa a Bórquez ha sido producto de la amistad y de la conmiseración que siente por él!... Juvenal Rubio se inicia recién en la poesía. Sus primeros tanteos prometen una bella jornada espiritual.
No pertenece a ninguna escuela literaria. No hay influencias extrañas en él. Escribe como siente su corazón, como su cerebro piensa, como ven sus ojos; y sus versos nevados por un sentimiento casi elegiaco, hablan de pasiones angustiosas recogidas en las calles ciudadanas y desentrañadas bajo el cielo sereno de los campos y sobre las verdes colinas que los senderos cruzan como un alivio para el caminante.
Su estilo es sabroso, despojado de todo amaneramiento ideológico, de todo neurosismo metafórico.
Sus poemas se hacen burdos o delicados según el ambiente en que actúan. Así, en los bajos fondos de la urbe, serán ásperos cantos de miseria, de dolor y escepticismo, y, en plena serenidad campestre, arrulla: dores salmos al amor, a la vida y a la esperanza. La métrica suele flaquear en sus versos; sufre dislocaciones que destruyen el ritmo exterior y distraer la armonía interna que debe perdurar en toda circunstancia sobre la poesía lírica. Con más sólida preparación, Juvenal Rubio llegará a ocupar un buen lugar en nuestra literatura.
Al campo me fuera y en el pasto verde tirara mi cuerpo como algo inservible, como un jergón viejo, como el esqueleto de algún perro hambriento que murió ignorado en una dolida mañana de invierno, y así me quedara por muy largo tiempo, sin nada... sin nada en el alma, dormidos los huesos. Estas tardes brutas tan llenas de sol semejan el alma de las prostitutas enfermas de anemia, borrachas de alcohol... ………………………………………
Señor Invierno, Señor de las mañanas heladas, nos sumes en un sopor de nostalgias angustiadas. Yo te quería ver, y a la oración te vi pasar con tu cansancio de llover y tu blancura de nevar. Ibas sonriendo, y agoreros cuervos y búhos te seguían; rezó su salmo el aguacero y las estrellas se perdían... Mi calle tuvo los temblores de una romántica mujer, la que ha perdido sus amores que nunca más han de volver, En esa calle solitaria quedó tu hastío y tu sopor, y el ritmo gris de tu plegaria sollozó en cada corazón. Señor Invierno, Señor de las mañanas heladas, en la fuente de mi amor no dejes nieve estancada, Señor Invierno, Señor! ………………………………………
OPTIMISMO EN EL SENDERO
Sendas maravillosas de mi aldea interior, haced que en vuestras piedras nunca viva el dolor. Estad siempre risueñas como una primavera; que jamás falten rosas en las enredaderas. Sed báculo y alivio para los peregrinos, sabrosas como el pan y dulces como el vino. Ningún romero sentirá la pesadez de la fatiga, porque sus árboles darán una serena sombra amiga, y si alguno sintiera dolorosa emoción habrá paz y consuelo para su corazón. El sol en mis senderos será mansa oración, que tendrá el optimismo de una fresca ilusión! ………………………………………
GERMINAL
Es una tarde pesada en que el sol cayendo a plomo, parece una luz plateada sobre la visión de un cromo. Los altos trigales rubios con las espigas henchidas, sienten pasar los efluviost sobre las aguas dormidas. El rudo patrón abarca la labor desde el atajo y todo el peonaje enarca su dorso sobre el trabajo. El lento sudor que brota de la sien que el sol fustiga, va cayendo gota a gota hasta humedecer la espiga. De vez en cuando el labriego se enjuga la frente mustia con un ademán que es ruego, que es súplica y es angustia. Un hondo suspiro altera su rostro grave y adusto y yergue en la sementera la majestad de su busto.
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Margarita, la muchacha amada por Juan Andrés, su frente morena agacha sobre un manojo de mies. Tiene incendiado el cabello por la luz que arriba brilla y muestra como el destello de un sol en cada mejilla. Sus duras carnes palpitan bajo la falda de sarga mientras sus ojos se agitan por la emoción que la embarga. Y mira al mozo que la ama con su amor de campesino y ve en sus ojos la llama de un pensamiento asesino. De un pensamiento que brota al ver esa forma amada y que es una ardiente nota sobre su vista cansada... ... Ya no lo ve pero siente, la muchacha, la rudeza con que esa mirada ardiente en todo el cuerpo la besa.
El rojo sol ya se apaga tras la montaña vecina y en el alto espacio vaga como una luz purpurina. ...Ya terminó la faena y algún labriego cansado, con sus torpes manos, llena de manojos el sembrado, Mientras la vieja inquilina de vuelta de la tarea, lentamente se encamina hacia el hogar de la aldea. Solo una moza se espera en actitud indecisa mirando la sementera donde la luz agoniza. De pronto sus labios rojos se sienten como oprimidos y siente besar sus ojos por unos labios queridos... ...Ni una débil queja inicia su ser que el amor inunda y se entrega a la caricia sobre la tierra fecunda, Ante la selva que emana aquel perfume que excita como una flor soberana sobre la tierra bendita. Y en las dulcísimas calmas confunden su mutuo anhelo y así se vengan sus almas de la injusticia del cielo.
…………………………… Una fiebre de ternura besa la huella manchada, que mojara la amargura de toda la inquilinada. . Mientras las aves veían del verde prado al extremo, dos bocas que se oprimían con un delirio supremo... ………………………………………