(N. en Valparaíso, el 22 de Octubre de 1891). Demostró desde muy niño inclinaciones artísticas y una gran piedad por las turbas oprimidas.
Su prosa y sus versos, acerados y firmes, son clarinazos de redención social, de odio para la vida ciudadana que destruye los más hermosos ideales con su marea de prejuicios y su materialismo asfixiante. Por eso ama la quietud de los pueblos campesinos, en donde los hombres, el amor y las conciencias, se adormecen bajo la sana caricia de la espiritualidad. Este artista, apasionado fervoroso de Pezoa Véliz, es un intuitivo y a la vez un asimilador como ninguno de nuestros poetas.
Desconocedor absoluto de los cánones retóricos del clasicismo y del engranaje complicado del modernismo poéticos, perfila sus estrofas y desenvuelve un cuento o un poema como un buen estilista.
Sus versos poseen el corte y la substancia de los de Víctor Domingo Silva; a veces tienen el gesto agrio de los de Pezoa Véliz, y, otras, el individualismo casero y apacible de Evaristo Carriego. Cada poeta o escritor que despierta simpatías en él, tendrá que asomar inexorablemente su idiosincrasia artística por las puntas de la pluma de Carrera. Esta falta de originalidad y sobra de asimilación le han perjudicado enormemente, pues, entre los intelectuales, goza sólo de una buena fama de «dilettanti».
Es un laborioso sin énfasis ni ambiciones bastardas. Trabaja silenciosamente, ahogada su voz de un santo cristianismo, en la montaña de una empresa imposible. Es un fervoroso del arte en todas sus manifestaciones.
En sus tiempos de muchacho quiso gritar a todo pulmón, su amor inmenso por la casta maldita de la esclavitud contemporánea sin cadena y con amos; pero, rendido por su impotencia, enmudeció y arrojó al núcleo indiferente sus carillas incendiarias, que, como tantas y tantas otras, rodaron en el vacío.
Ha colaborado en una infinidad de periódicos y revistas del país. Como periodista de combate fundó y dirigió sucesivamente en La Calera, cuatro órganos de carácter socialista y político que murieron por inanición.
Espera restringir los gastos de la vida ordinaria para publicar tres libros: uno de poesías, otro de cuentos y una novela inspirada en una estrofa de Pezoa Véliz, que se titulará La vida es así...
Actualmente es redactor de «El Mercurio de Valparaíso». --------------------------------------------------------------
Ella me hablaba así: confiada, ingenuamente, como nos hablarían los niños si nuestra imperfección no nos vedara comprender sus profundos balbuceos.
Me decía de las desolaciones de su alma, de sus incertidumbres, del dolor que vació en ella la maldad de los hombres y de su incapacidad para odiar.
Hablaba como un niño que ha sufrido, pero que aún es niño.
En el ambiente estaban plasmadas sus palabras: yo las percibía con todos mis sentidos: las veía. Las palpaba.
Penetraban en mí por mis oídos, por mi boca, por mis ojos, y por mis poros. Me besaban con el aire.
Eran la idea hecha materia y musicalizada por su acento. (Su acento, fresca enramada de armonía, para el ardor estival de su espíritu).
Yo escuchaba la música de sus palabras, bebía sus ideas, comía sus ideas, y me nutría de su alma.
¿Qué fue de ella? No sé... Talvez se diluyo en la sombra
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¡Siempre juzgué que no era de este mundo!
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LAS NOCHES DEL BARRIO
Cuando ya anochece, salen mis vecinas a pasear un rato fuera de la casa, hacen los galanes coro en las esquinas y algunos abusan de la luz escasa.
Pronto forman grupos; brotan galanteos; hay voces que ríen y hay voces que cantan, y otras que comentan esos devaneos de las parejitas, que ya se adelantan.
Aunque se prohíben las murmuraciones, circulan las frases de doble sentido, y no es raro que alguien forme discusiones pidiendo que expliquen «algo que ha oído».
No falta, en el grupo de los despechados, algún envidioso (del que no hacen caso) que critique a «aquellos dos desvergonzados que van tan campantes, cogidos del brazo».
Tampoco escasean los guapos audaces que provocan serias escenas de celos, y como se exaltan con gritos y frases, vienen desafíos a riñas y duelos.
Entre ellas acallan al que así molesta, y hasta le amenazan con «dejarlo a un lado». -«Nunca falta un torpe que turbe la fiesta!» -«Y eso que se cree tan bien educado...)
Vuelve la confianza; surgen confesiones; el calor da audacias a toda sonrisa; los diálogos tienen rumor de oraciones, y entre risa y besos, Amor canta misa.
Como algunos temen a los indiscretos buscan la penumbra de amables rincones, y a solas se dicen los dulces secretos que siempre desbordan de sus corazones.
Estallan las ansias; el grupo se anima; en todos los ojos brilla la embriaguez, la mano acaricia, la palabra mima, el corazón salta: ¡No des un traspiés!...
Los minutos corren... Pronto se desgrana el grupo. «Es muy tarde, y hay que separarse». Se entreabre una puerta y una voz de anciana dice: ¡Son las once, niñas! a acostarse!»
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Impera el silencio, la quietud estática. Luego, alguien que silba. Se abre una ventana. Y una parejita reanuda la plática, mientras a lo lejos suena una campana.
Rumor de suspiro, de beso o de queja de almas que se abrazan en locos anhelos... Cierre sigiloso... Sombra que se aleja.
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Después... Padre nuestro que estás en los cielos»…