Si colocáis sobre la cabeza de este poeta nazareno el turbante legendario de los hijos de la Vedia Luna, os figuraríais encontraros delante de un joven Ministro turco apaciguado y silencioso ya a fuerza de luchar en las montoneras y altibajos de la política y de los negocios públicos.
Su aspecto exterior revela intensamente la espiritualidad, el modo de ser y obrar de su poesía, única entre nosotros por la dulcedumbre y el rumor inefable de sus ritmos.
La labor de este poeta es bien definida, sin vacíos obscuros, sin esas evoluciones imprevistas y asombrosas que levantan dudas o protestas, cuando nó negaciones rotundas de originalidad.
En 1900, más o menos, apareció Magallanes Moure entre ese grupo radioso que Cabrera Guerra destacó soberbiamente en su revista «Pluma y Lápiz», y que hoy ocupa el recinto de los consagrados en nuestro Parnaso.
Desde los primeros versos se nota en el poeta una tranquilidad de conciencia, una manera mesurada y dulce, inconfundibles, al formular sus himnos que cantan con la misma expresión íntima al amor, al mar o a los cielos.
En 1902 apareció en Santiago su libro Facetas, con prólogo de aquel mal versificador, buen Ministro de Estado y magnífico ironista que se llamó Efraín Vásquez Guarda.
En este libro como en el siguiente Matices (1904), que prologó el malogrado artista colombiano Isaías Gamboa, fuera de esa cualidad peculiar de dulcificación, de delicadeza y de ternura, que encontramos en toda la obra de Magallanes, no presentíamos al gran poeta que más tarde iba a incorporarse al núcleo de los virtuosos:
Eduardo Marquina, Francisco Villaespesa, Juan Ramón Jiménez y Amado Nervo, con sus canciones inauditas, sus himnos emocionantes al Amor que nadie ha cantado como él con esa suavidad, ese sentimiento exquisito y esa intimidad sobrehumana y el arrullo inefable «de un secreto dicho al oído» de que habla Ibsen.
Facetas y Matices representan el período de su evolución del romanticismo al modernismu: ideas semiarrancadas a las antiguallas líricas, sometidas a la estructura de un molde substancioso de carne joven y envueltas en un ropaje lustroso y moderno que le dan un aspecto viril de mansa rebelión.
En Matices encontramos la dualidad pecaminosa del poeta y del pintor sin rumbos definidos, extraordinarios.
¿Quién prima sobre quién?
La dulzura, el sentimiento del primero se colocan de un golpe al costado del colorido y las pinceladas del segundo.
En una fusión de arte se neutralizan los esfuerzos de ese dúo intelectual, esparciéndose al viento, en inútiles vaivenes, los oros de su núcleo.
• O se es buen pintor o se es buen poeta. • O se es alto en ambos grados. • O no se es nada.
Pues, si es maldad ser un artista mediocre, es un verdadero delito ser dos artistas mediocres a la vez.
Pero, Magallanes Moure, con sus últimos libros ha salvado a gran distancia esa maldad y ese delito inconsciente que cometiera hace más de un lustro y que mereció algunas frases ceremoniosas de péñolas europeas interesadas en una réclame segura para sus libros; frases a las cuales prestan fe ciega y rinden culto homenaje muchos de nuestros escritores consagrados, que sacan a relucir triunfantes y olímpicos esos certificados o condecoraciones artificiales de montana, cuando la conciencia del crítico nacional suele mostrarle sin interés clandestino los lunares y cojeras de sus obras artísticas.
En 1910 publicó La Jornada, poemas hermosos que, por una diestra metamorfosis a que fueron sometidos por su autor, alcanzaron a dos ediciones consecutivas.
Canta en los versos de este volumen a todo aquello que lo arrastra honradamente a esa necesidad imperiosa de vibrar con las sensaciones multiformes que se experimentan en el preciso momento azul de la tensión psíquica.
En ellos no hay temas escogidos, problemas teosóficos de abstrusa resolución, propuestos al espíritu por una imaginación ardiente.
No hay ideas que revelen el trabajo acerbo, la fiebre laboriosa del obrero que modela fatigosamente la argamasa para la resurrección fugitiva....
Sus pensamientos son fluidos, llvianos e intensos.
Tienen la misma esencia, el mismo perfil y la misma substancia de las flores de Marquina.
Pero, los versos de Magallanes incorporan una personalidad que no tiene aquél.
Es la marca de propiedad que los distingue, es el blasón revelador de su prosapia.
Nos referimos a su estilo eternamente sereno, augustamente apacible, profundamente enternecedor.
Hasta ahora no hemos encontrado entre nosotros otro poeta que, como Magallanes, haga del Amor una filosofía tan sana, tan mística, tan saludable y tan emocional.
Sus versos se nos figuran inspirados al calor de una lámpara oriental bajo la suavidad temblorosa de un crepúsculo rosado.
La última labor poética de Magallanes le acerca en forma visible a Mauricio Maeterlinck, por el desenlace sugerente de sus ideas.
Arde en éstas el encanto misterioso, el silencio inaudito de las lejanías azulosas, el esplendor remoto y espectral, que conmueven y alumbran los versos del gran maestro belga.
Manuel Magallanes, como buen poeta, es un excelente crítico de arte.
En «El Mercurio», en «Zig-Zag» y otras revistas, ha publicado con el pseudónimo de M. de Avila, magistrales estudios sobre diversos pintores nacionales y extranjeros y análisis profundos de las obras de algunos de nuestros poetas, escritores y músicos.
En 1905 fue director de la revista santiaguina «Chile Ilustrado».
Es Director del Ateneo de Santiago y miembro de varios Ateneos americanos.
Como dramaturgo ha hecho representar, entre otras piezas, su hermosísima comedia El pecado bendito, que pudo naufragar por falta de conocimientos de su autor en el desarrollo del movimiento escénico, pero que se salvó brillantemente debido a la sutileza y al encanto de sus diálogos saturados de una miel de poesía exquisita.
En 1912 la Compañía Borrás estrenó con gran éxito su comedia La Batalla, una verdadera joya de arte teatral que fue un triunfo elocuente para su autor.
En 1914 se nos presenta el filósofo delicado, el estilista incorruptible, vaciando su temperamento artístico refinado en las páginas de Qué es amor, colección de bellos cuentos, de los cuales «Sol de estío» obtuvo uno de los primeros premios en el certamen de «El Mercurio en 1913.
Prepara en la actualidad un nuevo libro de poesías y algunas obras dramáticas.
Ha figurado en política y ha sido primer alcalde de la Municipalidad de San Bernardo.
Es uno de los innumerables hermanos del círculo artistico “Los Diez».
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APAISEMENT
Tus ojos y mis ojos se contemplan en la quietud crepuscular. Nos bebemos el alma lentamente y se nos duerme el desear.
Como dos niños que jamás supieron de los ardores del amor, en la paz de la tarde nos miramos con novedad del corazón.
Violeta era el color de la montaña. Ahora azul, azul está. Era una soledad el cielo. Ahora, por él la luna va.
Me sabes tuyo, te recuerdo mía. Somos el hombre y la mujer. Conscientes de ser nuestros, nos miramos en el sereno atardecer.
Son del color del agua tus pupilas: del color del agua del mar. Desnuda, en ellas se sumerge mi alma, con sed de amor y eternidad.
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EN LA SOMBRA
La viva luz del fósforo brilla en la obscuridad e ilumina tu rostro... ¡No he de olvidar tu sonrisa jamás! A la breve vislumbre me quisieron mirar tus ojos entornados... ¡No he de olvidar tu mirada jamás!
Nuestras vidas .fundíanse en el beso total. Suspirabas inquieta. ¡No he de olvidar tu ternura jamás! De pronto tu belleza se hundió en la obscuridad. De tu voz en la sombra ¡no he de olvidar el acento jamás!
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HIMNO AL AMOR
Como la luz, eres, Amor. Todo lo envuelves, todo lo bañas y a todo das calor.
Eres rayo de sol en la alegría y en el ensueño suave resplandor; eres penumbra en la melancolía y eres noche sin fin en el dolor.
Eres sombra propicia en pleno día, en mitad de la noche eres albor; eres contradicción y armonía, destruyes y eres creador.
Como la luz, eres Amor. Todo por ti se transfigura: el fango en brillo y la carroña en flor.
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Como el agua, eres, Amor. Todo lo rozas, todo lo penetras y a todo das frescor.
Eres loco torrente en la alegría y en el ensueño lago encantador, lluvia sutil en la melancolía y ola amarga del mar, en el dolor.
Eres canto de gloria en la sequía, eres calma y ternura en el ardor; eres la onda bravía y el arroyo adulador.
Como el agua, eres, Amor. Por tí se enternece la roca, rómpese el hierro y ábrese la flor.
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Como la tierra, eres, Amor. Todo lo acoges, todo lo fecundas y a todo das vigor.
Eres jardín florido en la alegría y en el ensueño bosque adormidor; huerto de otoño en la melancolía y desierto infinito en el dolor.
Eres montaña ríspida y sombría, eres sendero alegre y seductor, eres estéril serranía y eres campo de labor.
Como la tierra, eres, Amor, Por ti la simiente germina, y el fruto surge en la violada flor.
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Como el fuego, eres, Amor. Todo lo enciendes, todo lo devoras y a todo das ardor.
Eres chispa riente en la alegría y en el ensueño lánguido fulgor; eres tibieza en la melancolía y frialdad de muerte en el dolor.
En mi hogar fuiste lumbre y poesía y te trocaste en rayo abrasador. Fuego del alma mía, purifícame, oh purificador!
Como el fuego, eres, Amor. Y las almas en círculo alado giran en torno de tu roja flor.
Aguza su llama la vela, como la hoja de un puñal. Inmóvil como ella, mi alma piensa en el término fatal.
Sin tu amor que a la vida me amarra fuera hasta dulce de pensar.... ¿La muerte? Olvidarse de todo, y descansar , y descansar.
Mas, tu amor, que hace un bien de la vida, de la muerte hace un mal, un mal tan horrible, que ante el tiembla el alma como llama que al viento está.
Seguirán tus ojos amados bebiendo sombra y claridad Buscarán otros ojos los tuyos.... ¡Los míos no te verán más!
Tus labios, tus labios queridos como ahora sonreirán, y otros labios acaso los besen.... ¡Los míos nunca, nunca más!
Tus brazos en viva guirnalda de amor se entrelazarán, y quizás a otro cuerpo se ciñan.... ¡Los míos a ti, nunca más!
Este amor que a la vida me amarra con mi vida también se irá. Otros hombres podrán amarte.... ¡Y yo nunca, nunca más!
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EL ESTANQUE
En el vacío estanque caía la cascada del agua alegremente. Como una carcajada plena de regocijo, caía el agua adentro y los trenzados chorros en incesante encuentro daban los claros timbres de una cristalería que rodara hecha trizas. La buena agua reía llenando aquel estanque, y según se elevaba la onda temblorosa, en ella se ahogaba la risa de los chorros, hasta que una vez lleno, el estanque durmióse dulcemente sereno.
Los grillos ensayaban sus ásperos acordes y las flores silvestres, erguidas en los bordes del agua perfumaban su sueño. Suavemente la luz languidecía en la tarde silente.
Entonces desde el fondo del estanque dormido surgió un débil murmullo, un rumor parecido al murmullo de sedas que produce la brisa cuando va a campo abierto: armonía indecisa como la de un suspiro; música de un aroma, perfume de una música que como incienso toma vaguedades de ensueño. Y aquel rumor suave, que pudo ser el último gorjeo de alguna ave, o el lejano recuerdo de alguna voz amada, o el rumorear del aire, o el lenguaje de un hada, fue llenando mi espíritu de una melancolía dulce, así como el lánguido desfallecer del día.
El estanque durmiendo su sueño misterioso decía en un susurro: «Oh! tu amor delicioso, buena agua! Amada mía, cómo me has poseído por entero! Al principio tus risas despertaron en mi seno alegrías inmensas; agitaron dentro de mí los claros cascabeles de oro de la suprema dicha. Tu lenguaje sonoro de voces cristalinas, llenó mi ancho seno con la divina música del amor grande y bueno.
Después, según tú ibas entrando en mí, tu risa desfalleció, tu alegre voz se tornó sumisa cual la voz de una esposa que ama. Aquí, en mi seno, tu alma clara, durmióse con un dormir sereno y mi ser poseído por tu ser transparente en un dulce desmayo sumióse lentamente.
Los batracios ritmaban sus místicos acordes y las flores silvestres erguidas en los bordes del agua conserva ban aún en sus corolas una tenue luz húmeda. En sus ásperas violas los grillos preludiaban la canción del crepúsculo.
Cayó sobre mi frente un insecto minúsculo y ahuyentó mis ensueños.... Me alejé silencioso bajo los grandes árboles, llevándome este hermoso pensamiento que siempre florecerá en mi mente: Como el Agua, el Amor. Como el Estanque, el Hombre.
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ELEGIA
(En la muerte del poeta Isaias Cambra).
Así, en la sombra, hermanos, acerquémonos para hablar del hermano que se ha ido.
¿Recordáis su semblante atormentado? Eran sus ojos, que agobió el hastío, tristes como la llama de una lámpara que ardiera en pleno día; cual dos cirios ante un rayo de sol. Y en lo más hondo de sus hondas pupilas, el fatídico desfile de las negras obsesiones. Y se cumplió el destino.
Así, en la sombra, hermanos, agrupémonos para hablar del hermano que se ha ido.
¿Recordáis sus canciones melancólicas? Como una sombra errante tras el níveo y tembloroso velo de la niebla, lentamente camina por el lívido paisaje de sus cantos la Tristeza Con el temblor de un largo escalofrío va el dolor al través de sus canciones. Y se cumplió el destino.
Así, en la sombra, hermanos, estrechémonos para hablar del hermano que se ha ido.
Como ave moribunda, ávidamente se fue en busca del sol, y en lo sombrío de la selva cayó. Como las aves fue a ocultar en el bosque el cruel martirio de su muerte. Revuelan nuestras almas errantes, ignorando que escondido rincón de tierra guarda sus despojos. Y se cumplió el destino.
Así, en la sombra, hermanos, abracémonos para llorar a nuestro hermano ido.
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AMOROSA
Deja tu mano confiadamente bajo la mía. Quiero deleitarme palpando tu piel fina, suave al tacto y al espíritu. Deja tu mirada sobre la mía. Tu mirada es suave como tu piel, y cuando tú la posas sobre mis ojos, siento suavizarse todas las esperanzas de la vida.
Porque tu encanto es ése, amada mía, Tú haces que para mí las cosas sean todas amables. Tú haces que yo encuentre dulcemente adorables las violentas llamaradas del sol, plácidamente onduladas las líneas del paisaje, serenamente melodioso el canto de la naturaleza. Cuando tengo tu mano entre las mías y en tus ojos se bañan mis miradas, me parece que todo es suave como tú, y advierto que hasta las rocas ásperas poseen contornos como curvas femeninas.
Cuando tu mano está bajo mi mano mi adormecido espíritu se olvida de maldecir la obra de los malos.
Porque tu encanto es ése, amada mía, hacerlo suave y endulzarlo todo.
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SUEÑOS, SUEÑOS MIOS
Sueños, sueños míos de felicidad.... Dadme, mis sueños, esa dicha, que me negó la realidad.
Voy al sueño como a una cita porque sé que la he de encontrar en la penumbra del misterio con su belleza en claridad.
Sueños, sueños míos de felicidad, obscureced aquellas lámparas que brillan con luz espectral.
En silencio nos enlazamos. Ella sonrie sin hablar. Yo en sus labios pongo mis labios y ella en mis ojos su mirar.
Sueños, sueños míos de felicidad, llevadnos por el buen sendero que al país de la sombra va.
El fulgor de sus ojos buenos languidece con el mirar. El sabor de sus tiernos labios se acrecienta con el besar....
Sueños, sueños míos de felicidad.... Id más al fondo, más al fondo, donde no llegue el despertar.