(Murió en Santiago, el 29 de Septiembre de 1915). Quemadas las sienes por el polvorazo suicida, cayo en la capital, en medio de la vía pública, para no levantarse más, este quijote avanzado del amor, este sentimental trovador adolescente, que era una esperanza luminosa para las letras nacionales.
Marcial Pérez Cordero, poeta de los últimos y de fina prosapia, cuya poesía dolorosa era el reflejo de su vida atormentada por los más extraños presentimientos y angustias que le impulsaron a vaciar en sus versos las visiones de su espíritu agorero, arrancadas a la escéptica filosofía del mundo, murió a los dieciocho años, trágicamente, estrangulando con sus dedos convulsos por la desesperanza, la aparición impiadosa y quimérica que le arrojaba al abismo.
Cayo para siempre, envuelto en la agitada fiebre de la ciudad asesina que enfermara su espíritu de soñador empedernido, que destruyera el sueño único y fatal de su vida y que colocara en su mano resuelta el arma del suicida que mata para vindicar los derechos del corazón y para destrozar prejuicios y mezquinas debilidades. Sus versos fuertes y jóvenes, cantan su paso agobiado por el mundo implacable, y tienen el pesimismo desdeñoso de quien contempla desde lo alto de una montaña, el menudo y deleznable organismo de la tierra y la humanidad.
Sus amigos, como un homenaje póstumo a su recuerdo y su talento, imprimieron en un libro: De vida, de amor y de muerte, los poemas de este malogrado artista.
La tarde desgajada sobre las calles mudas, rimando su tristeza con mi eterno dolor; yo, tras de la lejana solución de mis dudas, nacidas a la vera de mi callado amor.
Sorprendi los secretos que arrancabas al piano, al pasar silencioso bajo de tu balcón, y tras las celosías vi el mármol de tu mano bordando la ternura de un melodioso son.
Tenías hacia el ciclo los ojos levantados, de una cinta de seda tus cabellos atados, y en tus labios un gesto mimoso y regalón.
Te miré largamente tras de las celosías, y olvidando la pena de mis cansados días, con un beso invisible me alejó del balcón. ……………………………………
RITO DE AMARGURA
Otra copa de acíbar derramó su veneno sobre la albura nívea de mi precioso altar ý me ahondó la herida, mi color escarmeno, y los ojos rebeldes se niegan a llorar.
El altar está mudo, sus rosas desmayadas, la lámpara que un día su quietud alumbró tiene lo tembloroso de las noches lunadas que un secreto martirio de dolor empapó.
La hostia está tronchada en su cáliz sombrío, la hostia que, tu pecho junto del pecho mío, en las tardes serenas me hiciste comulgar.
Mis labios están secos, mis sienes abrazadas desgarrado el recuerdo de las horas pasadas, y los ojos rebeldes se niegan a llorar!
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BOSQUEJO DE MUERTE
Una sombra de ataúd vierte en su cara morena la enfermiza laxitud que sus nervios envenena.
Todo el frío de un alud nieva en su frente serena, que nimba la extraterrena luz de la eterna quietud.
Y desgarrando la herida, el sarcasmo de la vida le recuerda esa mujer...
La bella, la tan amada, ¡aquella que despiadada no lo quiso comprender!...
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EL CAMINO GRIS
Si camino la vida de fracaso en fracaso, si no vislumbro nada que no sea incisivo, si para mi caída no se tiende ni un brazo, si todo me es huraño y heladamente esquivo, si todo lo que veo va chorreando veneno, ¡cómo habré de ser bueno, cómo habré de ser bueno!
Si bebí la amargura de una pena infinita, si tuve aquí en el pecho un corazón de seda que todo desgajado ni siquiera palpita, del cual nadie se acuerda, del cual nada me queda,
¡si yo sé de la historia triste de Nazareno! ¡cómo habré de ser bueno, cómo habré de ser bueno!
Si la inquietud enorme de mi vida cansada va curvando mi espíritu, va minando callada- mente mi alma, de una quimera enamorada.
Si todo lo que veo va chorreando veneno, si yo sé de la historia triste de Nazareno, ¡cómo habré de ser bueno! ¡cómo habré de ser bueno! ………………………………………