Nace en Valparaíso, Octubre de 1877 y 2 de Febrero de 1948 a los 71 años.
Vigor descriptivo, grandilocuencia sin énfasis, expresión fácil y robusta: hé ahí los rasgos culminantes de sus poemas que interpretan la belleza magnífica de la Gran Naturaleza y exponen ideales de amplias y luminosas proyecciones.
Si hubiéramos de asimilarlo a la escuela de algún maestro del arte, lo enrolaríamos en la del Pontífice del Parnaso, Leconte de Lisle.
Algunos de sus poemas tienen la precisión y rigidez de marmoreos bajo-relieves.
Por poco no es un impasible, de quien pudiera expresarse lo que Guyau y Darío dijeran del autor de la soberbia Trilogía parnasiana:
«De los griegos tenía la concepción de una especie de mundo de las formas v de las ideas, que es el mundo mismo del Arte; habiéndose colocado por una ascensión de la voluntad, sobre el mundo del sentimiento, en la región serena de la idea, y revistiendo su musa inconmovible el esculpido peplo, cuyo más ligero pliegue no pudiera agitar el estremecimiento de las huma aas einociones, ni aún el aire que el Amor mismo agitase con sus alas».
Rocuant es un poeta objetivo y pictórico por excelencia.
Colora o modela imágenes de un mundo exterior panteistico.
No nos habla de sí, ni hace alardes filosóficos o morales.
Sólo materializa sin calor su pensamiento, en un lenguaje robusto, harmonioso y espléndido.
BIBIOGRAFÍA. - Ha publicado, en verso: Brumas (1902), con prólogo de Marcial Cabrera Guerra e ilustraciones de Santiago Pulgar; y Poemas (1905); y en prosa: Impresiones de la vida militar (1908).
Ultimamente ha reunido sus poesias en dos libros: Las victorias silenciosas en que pinta las luchas y los triunfos del espíritu y el corazón; y Cenizas de horizontes, en que revive sus visiones de la naturaleza.
Sus prosas forman cuatro volúmenes: Los líricos y los épicos, impresiones de algunos poetas; Tierras y cromos, impresiones sobre pintura; Las blancuras sa gradas, impresiones sobre escultura; y Los ritmos anunciadores, estudios relativos al'arte musical.
EPILOGAL. - Los poetas hispano-americanos, sobre todo los noveles, acostumbran enviar con insinuante dedicatoria, un ejemplar de sus libros recién publicados a los viejos maestros o pontífices del Arte residentes en Europa.
Al recibir estos exóticos “especimens”, los maestros guardan para sus obsequiantes descortés y cruel silencio, o se dignan, -como quien escribe para Indias, - retribuirlos con unos cuantos renglones epistolares o con breves impresiones críticas.
De tal manera, junto con hacer resonar sus nombres en los últimos rincones del Globo, los pontífices aprovechan oportunidades para insinuar a la juventud consejos de sana doctrina, cuando no tendenciosas iniciaciones de los más inauditos rumbos.
Muchos de nuestros literatos han recibido esas lejanas misivas que aunque sirven a menudo de pasto a la vanidad y suelen incautar a los crédulos, merecen por lo curiosas y estimuladoras no olvidarse del todo.
Hé aquí algunos párrafos entresacados de las que ha recibido el poeta Rocuant:
- Valientes, vigorosos y aurorales, tienen sus versos la idea y la forma, el perfume y la savia, la sonrisa y el gesto.
A veces aspiran a ser un pétalo, a veces una montaña, pero siempre traen entre las ruinas su jirón de ideas, como los navíos exploradores traen la albura de las nieves entre el cordaje.
Poemas clarinean un nombre que yo conocía y apreciaba ya, pero que saludo ahora con un entusiasta aplauso». - MANUEL UGARTE, París.
- He leído sus Poemas y con verdadero placer puedo decirle que su fisonomía intelectual y moral se destaca cada vez más de sus versos.
Es muy interesante averiguar las influencias extranjeras que han contribuído a formar a usted.
Creo encontrar de Musset y Byron bastante; de Hugo algo, un poco de los decadentes franceses y tal vez de os parnasianos.
Creo que los italianos no lo han impresionado mucho, ni siquiera Carducci, a pesar de haber escrito a usted su <<A Satán>>.
Pero si se inspira en algunos maestros, usted no imita a ninguno y este es su gran mérito.
<<Alma Mater>> es una bella profesión de fe panteísta, cuyo soplo recuerda, a veces, a Lucrecio.
Hay muchas estrofas de una entonación magnífica, fuertes y armoniosas.
Lo que los distingue a ustedes los sud-americanos modernos de los de la madre patria es que, con la frecuentación de las literaturas extranjeras, ustedes han perdido la costumbre del énfasis castellano, pero guardando siempre las nobles y poderosas sonoridades de la vieja lengua.
Usted tiene un gran vuelo. Su horizonte abraza dominios más vastos que la lírica simplona de los juveniles amores, de los cantos de ruiseñor y de los tristes adioses.
En su lírica entra toda su concepción del mundo y de la vida, toda una «Weltanschauung», iluminada por la luz rosa de la poesía y eterizada por una visión de arte».-MAX Nordau, París.
...Y después de leerlos sin interrupción he quedado encantado de la suavidad de la lengua, de la pasión estética que los anima y de su soberbio colorido.
Reciba mis felicitaciones.
En el mundo joven y nuevo donde usted tiene la dicha de vivir, son ustedes los poetas como los anfiones y los orfeos de la Grecia primitiva, ustedes mecen a los sones de la lira la renaciente latinidad.
Solamente le recomendaría a usted que no se preocupara mucho de los pensamientos del viejo mundo.
Inspírese, sobre todo, en la espléndida naturaleza que lo rodea y las espontáneas impresiones de esas tierras libres que florecen al sol.-FEDERICO Mistral, Maillane.
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EL SUEÑO DEL ARBOL
El árbol yerto a la primera y leve escarcha cristalina del otoño se estremece, despierta y se remueve creyendo florecido algún retoño.
A la brisa más fría, cual si fuera a los cálidos soplos con que anima la tierra y el azul la primavera, inclina su amplia, rumorosa cima.
Y si esa leve ondulación desprende el hielo nocturnal de alguna rama, lo imagina una hoja que desciende y se pierde a lo lejos en la grama.
Y desde el tronco a la más alta fibra de su ramaje tembloroso queda soñando que un rumor de flores vibra entre las hojas, que la brisa enreda.
Mas luego viene el día; se difunde celeste luz en el confín, y el manto de la soñada floración se funde, gota por gota, en silencioso llanto.
Así también el corazón que espera, en los instantes de fervor, de brio, ve surgir claridad de primavera que anima todo el horizonte umbrío.
Al verla, sueña revivir, sonríe con alegría de estival orgullo, y siente que su vida se deslie en esperanza de amoroso arrullo.
Vas la verdad, sus claridades vierte y se disipa el ilusorio estío, queda el ensueño detenido, inerte, y vuelve el mustio corazón al frío.
Vuelve a sentir que su alegría expira, que se han desvanecido los renuevos, que era su floración una mentira, mentira el rosa de los sueños nuevos.
Y perdida la luz que del hastío lo llevó a la esperanza postrimera, deja correr en lágrimas de frío el soñado calor de primavera.
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LA VISION DEL CALVARIO
Como el mar que recoge su callada marea, huía de las playas del cielo de Judea, un crepúsculo enorme.... De las cumbres ancianas, al rítmico horizonte de las aguas lejanas del lago Tiberiades, una calma sombría dilata ba silencio de pálida agonía. Jesús, que iba muy triste, cruzando la montaña, creyó ver, en imagen luminosa y extraña, que el crepúsculo enorme bajaba de un Calvario erguido allá en la altura del éter solitario; que la fría tristeza de la luz mortecina, velada por sutiles girones de neblina, descendía al abismo, derramando a su paso, como estela de heridas, las rosas del ocaso; que el crepúsculo enorme se abatía doliente, y cubrían la angustia de su lívida frente los bucles de las sueltas tinieblas vespertinas clavadas por los rayos, agudos como espinas, de los astros remotos.... Inmóvil, casi inerte, miraba dibujarse la visión de su muerte; y al ver, en los confines del poniente, la fosa de la luz que se hundía desnuda y dolorosa, al borde de la noche, formidable y obscura, se postró de rodillas y lloró de amargura. Mas, luego, cuando su alma, clareada por un rayo de su ensueño celeste, volvió de su desmayo, levantóse tranquilo, holló, en la arena, rosas, y se fue por las mudas montañas tenebrosas.
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MARMOLES
¡Labra el mármol, amigo! Cuando en mi sien vacila una idea insegura-como gota que oscila, próxima a evaporarse al borde de la flor- el verso me parece una veste ligera, y tener en relieves de blancura quisiera, de esa chispa de ensueño, el desnudo esplendor.
La escultura es el ritmo y el aleteo.... Traza relieves una línea, y en la piedra se enlaza el ensueño que intenta su vuelo describir; pero ya detenido, sus fervores palpitan, y en el blanco tumulto de las formas agitan de sus alas el raudo, presuroso batir.
El ritmo anima. el mármol que es mole de blancura, el que va por los frisos, en la suelta locura de bacantes helenas olvidadas del tul; el que sueña en estatuas de grandes ojos ciegos, y el que avanza con pasos de intercolumnios griegos, por la serena falda de una colina azul....
Yo sé que aún no esculpes tus sueños, que la arcilla te suple la pureza que en los mármoles brilla, que ignoras de los bloques el claro resonar, y que rota la espátula y perdido el escoplo, sólo enlazas la línea como lírico soplo cuando animas la greda con tu leve pulgar.
¡Y quiero que tú esculpas! Yo quiero que tú bregues con la luz del realce, la sombra de los pliegues y la línea que busque gloriosamente un fin; y quiero que a tu gama de blancos sueños áticos, cuando modules gestos, ya heroicos o ya extáticos, Corneille le dé sus bronces y sus sedas, Racine.
A veces, en mi anhelo, imagino tu esbelta figura de esforzado.... En blanca blusa suelta, hirsutos los cabellos, a la luz del taller, persigues con atento mirar desde tu banco, lineales melodías por el silencio blanco del mármol en que sueñas un cuerpo de mujer.
¡Ya tomas el escoplo! Al beso de la línea, la piedra se estremece, y candida, virgínea, esboza cuerpo eréctil, sin velos de pudor, que luce de tu ensueño la nívea hermosura, desnuda, esplendorosa, vestida en su blancura de frío, de pureza, de luz y de candor.
Y vívidos, radiantes de alegría los ojos, sigues, bajo la lluvia de los blancos despojos que saltan a los golpes de tu hierro vivaz, los últimos contornos, que la piedra te esconde, pero que tú ya sientes, sin saber aún por dónde, correr en melodía tumultuosa y fugaz.
Al verte así, en momentos en que nada te arredra, fecundando la núbil blancura de la piedra, ansío que a los sueños que llevas en la sien, -ya esculpas tus idilios en pálidas baladas, o eternices tus luchas en tragedias nevadas,- Carpeaux les dé sus ritmos y sus sombras, Rodin.
Amigo, sueña! jarde! Suba el sol o tramonte, no quieras con tus manos palpar el horizonte que en torno de los ojos te despliegue lo real: vivir de sueño níveo es una vida intensa, y si en él tu vehemente anhelar se condensa, tendrá que ser glorioso, tendrá que ser triunfal.
Un día,-cualquier día, sobre terso alabastro, el golpe de tu escoplo temblará como un astro, y serán esculturas los sueños de tu fe; los sueños que, vestidos de blancuras pentélicas, se elevan de tu frente, cual las trombas angélicas que evapora en celeste claroscuro Doré.
Y en tanto, si no esculpes, si al mármol milenario aún no has dado golpe de cincel visionario, y a veces desesperas y lloras de dolor, tal vez, sin que lo sepas, un gesto de tu arcilla es ya un instante plástico en que lo eterno brilla sujetando tu gloria en inmóvil temblor!
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MOMENTO ROJO
¿A dónde irá mi senda sobre el abismo? Pienso en el mar, en mi rumbo, en la luz, en lo inmenso.... Van pasando las olas celestes, espumantes, rasgadas por la proa; se aduermen los distantes confines en la bruma; oscilan los cañones enormes de la nave, por bajo los bullones de las nubes altísimas, y el aire desmelena los penachos del humo. ¿Llegaré? La cadena que va al timón chirría; por los negros y ralos cordeles que aseguran las vergas y los palos, cruza un ave, y como ella que divaga, perdida en el aire, en la luz y en el agua teñida por el cielo celeste, mi esperanza despliega sus alas invisibles, y soñando se entrega al viento de la tarde.
El sol desciende, pasa la línea de occidente, y su fulgor abrasa, por debajo, la comba de las nubes. La orilla de cada pliegue blanco o ceniciento brilla con un viso de púrpura que suavemente deja caer sus bermellones sobre el agua azuleja. El mar, clareado, sube, y hasta donde se pierde reluce sin un punto de gris, de azul, de verde: ¡todo es luz escarlata! Qué recuerdo lo agita? Qué remueve el afán de sus aguas? ¿Qué excita el fervor de sus sueños, y lo une al arrojo con que cruza los aires este momento rojo? Es tan humano el ritmo silencioso que impulsa el avance del agua purpurada y convulsa, que me turbo, y mis ojos, en los laxos o erectos latidos de las olas, ven surgir, resurrectos, los sueños porque un día se dieron a este abismo los corazones locos de pasión o heroísmo. ¡Cómo lucen y tiemblan! ¡Cómo pasan aquellos humildes y dolientes! ¡Cómo siembran destellos triunfa les estos otros! ¡Cómo este grupo deja de su lánguida vida, una estela bermeja, en tanto aquel que lucha, se crispa, se revuelve, se levanta, se hunde, pero intrépido vuelve a subir cual si fuese tras la luz ilusoria que sonríe en los rojos laureles de la gloria! Por aquí ruedan unos que van a donde quiera llevarlos el capricho de un impulso cualquiera; y por allá, por largas sendas desconocidas, como revuelto grupo de hojas mustias caídas en el obscuro otoño de la pasión, van esos que encendió la sedienta locura de los besos en ansias purpuradas, y que un leve suspiro barrió como puñado de cenizas.... Aspiro la esencia del instante visionario; me lleva, me arrebata el prodigio. El oleaje se eleva con luminosa insania de heroicidad, con brío que yo siento en mi sangre como si fuera mío. Es un ritmo en que dichas y dolores enlazan raudamente sus lágrimas a sus rosas, y pasan camino del olvido; es ímpetu que sueña con alzarse del lodo, y oscila y se despeña; es el himno ignescente que en la flor es perfume y destello en el astro, el himno que consume las fuerzas interiores de todo ser; es llama que en su floral instante por algo eterno clama! ¡Oh los verdes laureles! ¡Oh la inútil porfía de todo lo que lucha sangrando de alegría! ¿Qué me quiere esta hora? ¿A qué las remembranzas de sueños extinguidos y muertas esperanzas? ¿A qué la imagen loca de la vida que llega, en un minuto fúlgido, a caer en la brega, como el mar que en su anhelo por salir de sí mismo, no avanza y se revuelve sobre su propio a bismo?
Cambia la luz: amengua. Es el viento, un suspiro. Van por el agua undosa reflejos de zafiro que se elevan y se hunden. Desciende la infinita serenidad del cielo sobre la mar. Palpita, a lo lejos, perdida en la luz azulosa, una gaviota, alígera, como una mariposa, y, por lo más remoto del confín solitario, recogiendo hasta el último destello visionario, el momento de púrpura se aleja y, desvaído, se desliza con todos sus sueños al olvido.
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DIA GRIS
Otoño. La garúa sus finas chispas llueve sobre la mar. El agua cenicienta se mueve apenas. No hay oleaje, ni espuma, ni murmurio en toda la ribera, es un mar de mercurio que a veces hunde el borde, arrastra los pedriscos y de un golpe se quiebra en los agudos riscos afelpados de musgo. Hace el gris que se liguen los confines del agua con los del cielo. Siguen mis pupilas la ruta de unas aves, y pienso como, cual ellas, mi alma, sobre el abismo inmenso, se ha cernido buscando los efluvios. de ideas que suben de las altas y las bajas mareas....
La vez postrer, quería una frase de aliento de tus olas, ¡oh mar! y sólo el frío viento me respondió, ¿Te acuerdas? La sombra vespertina obscurecía el fondo de tu agua cristalina, y algo extraño bajaba con las tintas inciertas, algo como ilusiones, que con las alas yertas de tanto levantarse y azotar las combadas alturas silenciosas, cayeran desmayadas.
Había alma en el aire. Y tú que te esparcías ligero, bullicioso, y que riendo ponías en la sien de la ola una chispa de idea, callaste ante la noche, callaste, y tu marea -así como el romano gladiador que, vencido, rodaba por la arena, y luego, enardecido, descubría su pecho, sus mórbidos relieves, y esperaba en silencio los pavores aleves de la muerte cercana, así, muda y bravía, tu marea sus pliegues, sus músculos henchía, y en su avance postrero, en la última bravura del agua reluciente, bajo la noche obscura quedó como quedaba, sin soltar un gemido, en la ruda palestra, el gladiador caído! Al mirarte postrado, no insistí en mi plegaria a tu fuerza creadora, y en una solitaria peña gris de la orilla, con la frente en las manos me sumí en un abismo de dolores arcanos. Cuánto tiempo ha corrido? No lo sé. Hoy mi acento ignora las pueriles tristezas y el lamento; hoy respiro el aroma de la luz, hoy me ligo a todo lo que sueña y se levanta, y sigo en el vértigo eterno, la vida de las cosas, ardiendo con los astros, muriendo con las rosas. Pero a veces la senda es tan obscura.... ¿Dónde el lejano destello que nos guía se esconde? ¿A qué volver los ojos? Tras lo azul que describe su línea de horizonte ¿qué palpita? ¿qué vive? Yo amé desde muy niño tus aguas verdes, lilas, con las que tu grandeza besa ba mis pupilas; amé tus voces muertas en estos peñascales, que oía yo en las leves arenas musicales, cuando en altas cascadas las vertía en mis manos al soplo de la brisa, y desde esos lejanos instantes de mi vida, siempre hollé tu ribera cuando quise en mis dudas un aliento cualquiera. No seas hoy como antes: habla, responde, dime cómo a la vida obscura se la exalta y redime!
Calla el mar, sueña o duerme? Su inmensidad apenas se arruga y desarruga; húmedas las arenas, al pisarlas no crujen; cerca de mí se atreve a triscar una onda, y su vellón de nieve blanquea entre los riscos.... Miro, al confin, la curva de las aguas tranquilas; va, ligera, una turba de nubarrones grises, y, al ras del mar, el viento, haciendo en la neblina fugaz desgarramiento, traza una leve y larga línea azul.... Continúa descendiendo la fina, temblorosa garúa.