A ti, caro Marcial, que tantas veces me das alas y aliento para sentirme fuerte en los reveses y espaciar en la luz el pensamiento: -que, como franco amigo, mi mano estrechas con hidalga mano; y que compartes mi dolor contigo, más bien que como amigo, como hermano: -que me infundes valor en la tarea de dar forma y color, voz y armonía, al Verbo eterno de la eterna Idea que a través del abismo Dios me envía: -que me infundes la fe sagrada y loca con que mi audaz buril de artista enano esculpe y talla en miserable roca las gigantes visiones del arcano: -que amas cuanto le arranca mi alma incierta, azotada sin tregua por el cierzo, a la Biblia infinita, siempre abierta, del Dios del Universo: -A ti te ofrendo en la nostalgia muda de mis ensueños santos, este poema de dolor, de duda, sin rúbrica, sin nombre, que lleva confundidas en sus cantos las lágrimas del niño y las del hombre!
II
Hace ya mucho tiempo!-Mas yo entero conservo el cuadro trágico y profundo que en el instante del adiós postrero presentaba el anciano moribundo.
Temblorosa la voz; la frente mustia; reflejaba en la lóbrega mirada una expresión de pavorosa angustia: quizás la Eternidad!.... quizás la Nada!...
El me llamó con misterioso acento junto a su solitaria cabecera, reconcentrando su postrer aliento para estrecharme por la vez postrera.
Resbaló por sus párpados escuálidos una lágrima trémula y ardiente, que enjugó con sus tristes rayos pálidos el último fulgor del Sol poniente!....
De sus huesosas manos amarillas yo recibí con ansiedad suprema, cayendo ante su lecho de rodillas, los revueltos fragmentos de un Poema.
En ellos con su sangre estaba escrito su negro rumbo por la Tierra esclava, donde, mártir como él, como él proscrito, también como él, yo sin cesar vagaba!....
Flotan sobre estos trágicos fragmentos todas las sombras que la noche encierra, y todos los sollozos que los vientos arrastran con sus alas por la Tierra!
Son ellos el recóndito gemido que sin cesar mi corazón escucha, en sus horas de afán como de olvido, en sus horas de paz como de luchá!...
FRAGMENTO VI (DEL MISMO POEMA)
Ay! ¡Cuántas veces, ante el libro abierto, no me hallaron la noche con la aurora, en actitud febril, meditabunda, de ardientes gotas de sudor cubierto; y la frágil razón enloquecida, luchando con afán, hora tras hora, por encontrar la solución profunda de los grandes misterios de la vida!
Por el inmenso abismo de la Historia dilaté la mirada. Y en tropel agitaron mi memoria las negras sombras de la edad pasada. Artes y ciencias; religión, gobierno; cuanto la humanidad en su camino tuvo el delirio de llamar eterno, no era más que un montón de ruinas frías, al cual iba a llorar solo el Destino, que, sin cesar, con el rumor profundo de sus alas sombrías alzaba el himno funeral de un mundo.
¡Cuántas revelaciones en el silencio con que el tiempo rueda hacia la eternidad desconocida! ¡Cuántas persecuciones de las que apenas el recuerdo queda, no han pretendido con horrendo grito, no han pretendido en su furor insano, con la hoguera encendida, detener en su vuelo al infinito al pensamiento humano!
¡Ay! de unas mismas leyes; encadenados al eterno yugo, ví desfilar los siervos y los reyes; ví desfilar el mártir y el verdugo. Ví rodar, confundidos, al reposo de un mismo sueño, de una misma nada, la virtud, con su lúgubre sollozo; y el vicio, con su torpe carcajada.
Vanos fantasmas solamente han sido los pueblos que han cruzado por la tierra asordando el espacio con su ruido. Estéril fue su miserable esfuerzo al disputarse en espantosa guerra la eterna posesión del universo.
El ancho mundo es un fatal proscenio en donde el hombre sin cesar pregona la religión del crimen; en donde el rol que representa el genio es el de un rey sin trono y sin corona, que está con los que gimen. Rey del espacio que al espacio sube, soñando en su abandono encontrar en el rayo y en la nube su corona y su trono.
Errando por inmensas soledades, sin darse paz, la humanidad batalla. Es que en su seno lleva un germen de sombrías tempestades, que sin cesar estalla, que sin cesar renace y se renueva.
Mas jay! La inmensidad, desierta y muda siempre le muestra, inexorable y fría, en vez de la verdad, la eterna duda; la perdurable noche, en vez del día.
El ideal se aleja de sus ojos, cual visión fugitiva, acrecentando, abajo, los abrojos; y las sombras, arriba.
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Revista Chilena.com
Pedro Antonio González
Nació en Nirivilo, Talca, en el año 1863 y fallece en Santiago el 3 de Octubre de 1903.
He aquí a uno de los primeros bardos de Hispano América.
Por la senda a lo largo de la cual marchan los atormentados de la vida, ascendió hasta una nueva cima del Parnaso en donde rola entre los predilectos de Polimnia.
El eglógico Garcilaso, el purísimo fray Luis de León, el ingenuo Becquer, el canoro Núñez de Arce, el opulento Darío, el delicado Nervo, el jupiteriano Díaz Mirón, el selvático Santos Chocano, el luncso José Asunción Silva, el legendario ValleInclán, el elegíaco Juan R. Jiménez, los españolísimos Manuel y Antonio Machado, todos ellos, cada cual con personalidad propia, son sus émulos, hermanos de raza lírica, compañeros de inmortalidad.
Pedro Antonio González Valenzuela fue en todo excepcional.
No escribió como algunos muchachos precoces, antes de haber vivido.
La influencia de fray Pedro Armengol Valenzuela, su tío-hoy Obispo de Ancud y lumbrera del clero de este país, - lo llevó a seguir sus primeros estudios en un colegio de los Padres de la Merced de Santiago; pero el niño que ya sentía sublevarse el pensamiento propio esquivó la protección de los mentores religiosos y fue a continuar sus estudios en el Liceo de Valparaíso, cuyo Rector era el poeta Eduardo de la Barra.
La situación del estudiante continuó inestable.
Volvió a la Metrópoli, e ingresó como interno al Colegio del Salvador de Rojas Carreño, hasta titularse Bachiller en Humanidades.
Asistía intermitentemente a los cursos de Derecho de la Universidad del Estado, a la vez que hacía clases y pasos de Literatura y filosofía en colegios particulares, especialmente de niñas.
Se instruía y enseñaba para ganarse el pan.
Meditaba, filosofaba, escribía poemas.
Vivía esos días grises en que el brioso cerebro protesta sorda y orgullosamente de la ayuda del estómago.
Una muchacha adorable, una de sus propias alumnas, se enamoró, más que del hombre, de los versos del poeta: el matrimonio los unió transitoriamente.
El espíritu errante del bohemio siguió allá arriba, en el azur, fascinado por el resplandor hiperbóreo de las constelaciones.
Acaso él se desilusionó antes que su compañera.
Eso no podía continuar y se separaron.
Quedó el bardo solo.
En una estrecha huhardilla de ultra-Mapocho, se escondía como un anacoreta en su santuario, sin un hijo, sin un perro, sin más compañía que una maritornes vieja, zarrapastrosa, que le cuidaba maternalmente.
La bugía lloraba la tristeza de aquella alcoba.
En el misterioso silencio se oía el volver de las páginas de un libro de filosofía o el arañar de la pluma sembradora de ideas.
Fumaba, fumaba y hundía su mirada en el humo voluptuoso.
Y las carillas, en montón, cuajadas de estrofas, no iban por lo general a ninguna imprenta, sino que solían quedar abandonadas a la suerte de las cosas inútiles.
Así fue como en más de una ocasión se extraviaron páginas recién escritas.
Se recuerda que una vez la vieja maritornes, creyendo hacer el bien de poner orden en la revuelta buhardilla, barrió todo un manojo de manuscritos destinados a formar lo que hubiera sido el primer libro de González.
Después de forjar uno de sus admirables poemas, agitado aún por el estremecimiento de las ideas, aún encendido su barbudo rostro de ermitaño por el fuego de la inspiración, llegaba súbitamente la hora de hacer alguna clase de filosofía y el poeta se lanzaba a la calle en busca de sus discípulos.
González tuvo buenos amigos.
Estos fueron a sacarlo de su obscuro retraimiento.
Enrique Oportus lo llevó al Club Radical, donde saludó a la juventud con aquella arenga en que le dice a modo de estribillo: «Habla; toma el buril; pulsa la lira».
Antonio Bórquez Solar lo acompañaba por las calles o lo coreaba en el mascullar versos, a la luz de la luna.
Marcial Cabrera Guerra entró furtivamente a la alcoba del bohemio a registrar sus dispersos papeles.
El diario «La Ley» engarzó en sus columnas varias composiciones tendenciosas del nuevo bardo como una nota curiosa, extraordinaria.
Los literatos de antiguo cuño se escandalizaron.
La juventud llegó al asombro.
Se trataba de un poeta único, cuya inspiración desplegaba las alas de un espíritu enorme.
Aquello fue como la aparición de un rutilante meteoro.
La época era de transición.
Clásicos y románticos a la usanza española iban de retirada para dar paso a las renovadoras tendencias de los bardos de Francia.
Las silvas sociológico-científicas de Guillermo Matta no saciaban el gusto de los amantes del arte poético verdadero.
Parecían un eco lejano las clarinadas epopéyicas de Eusebio Lillo y Luis Rodríguez Velasco.
El romanticismo de Guillermo Blest Gana y Ricardo Fernández Montalva emocionaba con sus últinios sollozos.
Algo influían en los de casa los poetas hispano-americanos, ejemplarizados a su vez por Lamartine, Hugo y Musset y un tantico por Baudelaire, Banville y Gautier.
La juventud se aprendía de memoria versos de Juan de Dios Peza, Manuel Gutiérrez Nájera y Salvador Díaz Mirón, a la vez que aplaudía sin reserva las curiosas páginas de «Abrojos» y «Azul» (Valparaíso, 1888), que el nicaragüense Rubén Darío publicara en Chile regalándolas a esa juventud como primicia de un lirismo aún desconocido.
Tal era nuestro ambiente artístico cuando Pedro Antonio González entregó a la admiración de nuestro mundo literario su primer libro, Ritmos, (1895), en el cual vibra un estro netamente lírico.
Orquestales rumores de selvas y retumbos de olas; blancos rayos de luna y fascinantes sonrisas de ondinas; lágrimas de huérfanos después del quejido de un miserable; latigazos a los medradores de la pobreza y la ignorancia; relampagueos de verdad frente a la mentira y el dogma; profesiones de fe ante el positivo mérito del superhombre; cantos epopéyico a la bélica pujanza de la raza aborigen; todo eso se agita en sus poemas como una ráfaga de lirismo humano y vivido que se remonta con alas de filosofía sobre la grosera materialidad de las cosas terrenas.
González deleitábase extrayendo el alto espíritu metafísico de las obras que devoraba allá en su buhardilla al claro-obscuro de la vela.
De «Los Miserables» de Hugo extraía él tanta esencia de filosofía como de cualquiera obra de Schopenhauer.
Ebullían en su cerebro concepciones sombrías; su pensamiento necesitaba silencio, aislamiento, abandono.
La inspiración, esa llama que permite desentrañar la oculta belleza, venía a aletear sobre su frente, y entonces surgía el poeta espontáneo, único en sus perfecciones y defectos, que se lo debe todo a sí mismo.
En este mérito de, originalidad, no superan a González ni Díaz Mirón ni Gutiérrez Nájera, ni Guido Spano ni el mismo Darío, todos los cuales han recibido de los bardos franceses los blasones de su heráldica literaria.
Para encontrarle par en América es menester recordar a José Asunción Silva, aquel soñador que se inspiró en el rayo de luna que armiñaba su senda, no en los sabidos versos de los otros, ni en la rutina malogradora del retoricismo.
Bienhechora fue la sacudida que Ritmos causó en los espíritus sedientos de nuevos rumbos.
Admirándolo, la juventud empezó a olvidar la frialdad del clasicismo y la artificiosa sensiblería romántica.
Así fue como González, precedido por Rubén Darío con su Azul, y secundado por Bórquez Solar con su Campo Lirico y por Francisco Contreras con su Raúl, demolió en gran parte la muralla china que limitaba nuestro estrecho ambiente artístico, y abrió las brechas por las que más tarde habían de penetrar las irisadas libélulas del modernismo.
Hora es ya de evocar la última etapa de la extraña jornada funambulesca de Pedro Antonio González.
Había realizado una obra no voluminosa, pero sí suficiente para ser comprendida en sus amplias proyecciones y definir la regia personalidad de un maestro, de un renovador.
Pronto debía sorprenderlo ese momento negro en que el hombre detiene el paso en mitad del sendero y se sienta en el ribazo para mirar de cerca el infinito.
El ajenjo y el tabaco habían envenenado su fuerte organismo, sin degenerar la potencialidad de su estro.
Como Verlaine había plantado su tienda al margen de la sociedad; como el Pauvre Lelián concluyó por aceptar un sitio en el hospital, posible antecámara del cementerio.
Sin haber vestido la chaquetilla gris del presidiario, como el autor del antinómico libro «Sagesse,Pedro Antonio González isentia apagarse su pupila» después de realizar su jornada de lirismo verdadero, transcendental, muy cercano a lo perfecto.
Llegaba para él la hora de emprender el viaje irretornable, sin otro dolor que el de alejarse de sus hermanos de arte, sin otra queja que la de sentir extinguirse para siempre aquellos íntimos poemas inéditos que hormigueaban en su cerebro.
El poeta Isaías Gamboa, colombiano muy querido aquí, recogió al estrechar por última vez la mano del gran lírico el motivo de un poema, que es como el adiós de dos hermanos.
Se acababa tanto amargo vivir, tanto abandono de sí mismo, tanto martirio de bohemio...
Sus prosélitos, sus amigos, otros pobres poetas, lloraban ante aquel lecho de caridad parecido al esquife de un náufrago.
Era la hora crepuscularia y por rara coincidencia, la desfalleciente luz del Sol retocada por los primeros blancos fulgores de la I una, penetraba por los cristales de la sala común en que moría aquel estilista soleado y lunoso.
En el gran pórtico de nuestra Escuela de Medicina, los estudiantes que solícitos habían mitigado el dolor del moribundo, montaron guardia de honor ante el túmulo del negro bajel, con la misma admiración y el mismo pesar con que otro tiempo los estudiantes mejicanos velaron la noche fúnebre de Manuel Acuña.
Quien cuidó del poeta, como de un hermano querido, su amigo de veinte años, Marcial Cabrera Guerra, logró sus más sentidos versos frente a la tumba que se abría, allá en el barrio de los nichos, para guardar los despojos de un Inmortal.
Así pasó por la vida el poeta que, habiendo plantado su tienda al margen de la sociedad, le entregó generosamente esos jirones de su alma lírica que se llaman Ritmos, El Proscrito, Noctámbulas.
El Monje, El Toqui, La Razón y El Dogma, Nuevos Ritmos, Asteroides.
Algunos de estos títulos corresponden sólo a trozos de vastos poemas que la muerte presurosa no dejó terminar ni pulir.
La obra de Pedro Antonio González, conocida ya en todos los países de habla castellana, ha ejercido y ejercerá sin duda una influencia considerable en el concierto de la lírica moderna.
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LUCRECIA BORGIA (TRIPENTÁLICA).
Era la noche. Sembraba el miedo con el desmayo la cauda obscura de un pavoroso, fatal querube; zumbaba el noto, rugía el trueno, vibraba el rayo, de golfo en golfo, de monte en monte, de nube en nube.
Lucrecia Borgia, tras la postrera y ardiente danza, fue a reclinarse junto a su lecho de oro y caoba. Y hundió sus grandes ojos azules en lontananza por la ventana medio entreabierta de una amplia alcoba.
Sin miedo al rayo que desgarraba los nubarrones se alzó de pronto con un extraño vaivén satánico y aspiró ansiosa con sus lozanos, rojos pulmones, el formidable, vertiginoso soplo huracánico.
Lanzó al espacio con voz sonora dos carcajadas que retumbaron en los lejanos, vagos confines, como las locas notas de plata de las cascadas, como los regios compases de oro de los clarines.
Y entonó un himno de estrepitosas, raudas cadencias, que dilataron por la siniestra noche sombría, sus arrebatos, y sus transportes y sus demencias, mientras inmóvil, tras las tinieblas, Satán reia....
II
Yo cruzo altiva, como una diosa de mármol griego, por los soberbios, resplandecientes, vastos salones, dejando en torno, con mis miradas llenas de fuego, hechos pavezas, hechos cenizas, los corazones.
Yo, cuando danzo, dejo en el aire rumores de alas, yo toco apenas con mis pies raudos la muelle alfombra. Yo me deslizo tras los compases, tras las escalas, como un querube, como un ensueño, como una sombra.
El foco de oro de las arañas lanza a porfía sus claras ondas, llenas de ritmos, llenas de efluvios, como una rauda, trémula lluvia de pedrería, sobre el penacho de mi diadema de bucles rubios.
Yo lo soy todo, porque soy bella. Yo soy satánica. Yo llevo el soplo de la soberbia borrasca loca; yo llevo el soplo de la candente llama volcánica, que despedaza, que pulveriza la dura roca.
Yo arranco al fondo de los sepulcros y los ocasos sombras que crecen y que se empujan y que batallan. Yo desparramo con mis miradas, ante mis pasos, dudas que lloran, odios que rugen, celos que estallan.
Es mi gran triunfo ver sobre el polvo que altiva piso caer al hombre bajo mis plantas, rendido y tierno; y allá a lo lejos mostrarle el fondo de un paraíso; y en sus transportes, en vez de un cielo, darle un infierno.
Cuando entro al templo como una reina, como una diosa, tiemblan las novias que se desposan en los altares; se pone blanca como la nieve su tez de rosa, se bambolean sobre su frente los azahares.
Es mi gran triunfo clavar en ellas mi dardo extraño, y herir de muerte sus ilusiones, sus alegrías; y en las tinieblas crepusculares del desengaño, contar a solas, una por una, sus agonías.
¡Oh! negra Noche, yo te bendigo cuando tú velas. Yo te bendigo cuando sacudes tus hondas calmas, Somos amigas, somos hermanas, somos gemelas: tú arrojas sombras en los abismos, y yo en las almas.
Las dos cruzamos con unos mismos, lóbregos pasos, robando al astro y a la esperanza sus rayos pulcros; tú por el cielo, como la esfinge de los ocasos; yo por la tierra, como la esfinge de los sepulcros.
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A PASTEUR
Fue ruda tu batalla: fue gigante! pero tu alma fue audaz: fue ciclopea! Te empujaron en triunfo hácia adelante los grandes huracanes de la idea!
En vano la fatidica ignorancia despertó de su estúpido marasmo; y esgrimió con insólita arrogancia la burla imbécil y el brutal sarcasmo.
No pudo con sus golpes derribarte y en cambio tú la derribaste entonces: era la fe tu escudo y tu baluarte: tú tenías el temple de los bronces.
Tu victoria titánica de Sabio, a fuerza de ser grande fue quimérica; escucharon el verbo de tu labio muda la Europa, atónita la América!
*
Tú cruzaste el magnífico proscenio del formidable siglo diecinueve, vibrando los relámpagos del genio que en gigantescas órbitas se mueve.
Con fe que abisma, con valor que pasma, seguiste al cosmos en su vasta elipsis: ibas en pos del colosal fantasma de una nueva y grandiosa apocalipsis.
Oíste palpitar la Vida informe en otro centro múltiple y diverso, como una obscura, nebulosa enorme, allá en la inmensidad de otro universo.
Tenías la pujanza legendaria de las soberbias águilas inquietas. Tenías la visión crepuscularia de la pupila audaz de los profetas!
Tu palabra lumínica y sonora dilató por los ámbitos su imperio; y estalló como un trueno y una aurora sobre la vasta noche del misterio!
Delante de tu espíritu profundo se alzó del hondo arcano el microcosmos, como un mundo del fondo de otro mundo, como un cosmos del fondo de otro cosmos!
*
De nación en nación, de labio en labio, en una tempestad de aplausos grandes, trajo la fama tu blasón de Sabio del raudo Sena a los inmensos Andes.
Pero trajo también, de coro en coro, en el soberbio, poderoso trueno de su clarín titánico y sonoro, como un emblema, tu blasón de Bueno
El anciano y el niño ante tu paso demandaron con fe siempre creciente, doblando la rodilla, alzando el brazo la bendición de Dios sobre tu frente.
Fuiste genio y apóstol. Fue tu norma disputar palmo a palmo el hombre enfermo a la tétrica muerte, que transforma la tierra en tumba y el hogar en yermo
Cruzaste bajo el sol que brilla en calma como un nuevo Mesías el abismo, en profundo monólogo con tu alma, en diálogo sublime con Dios mismo.
No hay grandeza mayor que la que encierra la misión que da paz, que da consuelo enjugar una lágrima en la tierra es mostrar una aurora allá en el cielo!
* *
Cesó ya tu misión fecunda y noble; te disparó la muerte su guadaña. Caíste ya, Caíste como el roble que al rodar bambolea la montaña!
Cesó ya tu misión fecunda y bella. Volaste lejos de la vil escoria. Volaste a constelar como una estrella el inmenso horizonte de la Historia!
Salve a ti que alumbraste el gran proscenio del siglo diecinueve en cada rastro! Salve a ti que aquí abajo fuiste un genio Salve a ti que allá arriba eres un astro!
Tú serás inmortal mientras que ruja y encienda los crepúsculos profundos, el viento apocalíptico que empuja sobre sus vastas órbitas los mundos!
………………………….
EL ALBUM
Oh, cuántas veces no me dijo a solas: - ¿Por qué está siempre tu semblante adusto? Hallas a Dios para contigo injusto? No amas el bien, la luz, la creación?
No tienes corazón ni pensamiento? Heredó para siempre tu alma extraña la salvaje aridez de la montaña donde meció tu cuna el aquilón? Tus comprimidos, macilentos labios nunca dan paso a una fugaz sonrisa. Por tus pupilas nunca se divisa un dulce rayo de pasión vagar. Tú pareces un náufrago sin rumbo que adonde quiera que a estrellarse vaya, sin fe en el porvenir, sin fe en la playa, se deja por las olas arrastrar.
Tú cruzas por la tierra como cruza la noche pavorosa por el Cielo. Horror, silencio, oscuridad y hielo es lo que tú derramas donde estás.
Tu no sueñas, no luchas. Tú no albergas ni una sola ilusión. Tú no ambicionas ni oro, ni amor, ni aplausos, ni coronas. Como un fantasma por el mundo vas.
*
Un día en que su labio, como siempre, junto a mi oído murmuró lo mismo, mi corazón se estremeció en su abismo, y la sangre a mi frente se agolpó. Temblando entonces le pedí una pluma. Y su acero bruñido y reluciente, al vivo impulso de mi fiebre ardiente, sobre su Álbum, vibrando, resbaló.
No sé lo que escribí. Me acuerdo apenas de que en ritmos diversos, y con palabras de entusiasmo llenas, yo escribí muchos versos. De que canté la abnegación sublime del corazón que olvida la inmensidad de su dolor profundo para enjugar el llanto con que gime la orfandad desvalida que sin pan ni vestido cruza el mundo. De que alcé un himno a la primer mirada que a un mismo tiempo de dos almas brota. y en un mismo volcán sus alas quema; que, tornando la noche en alborada, de un corazón nace una dulce nota y de dos corazones un poema. De que alcé un himno a la esperanza mía de hallar un ángel que con fe me adore: un ángel dulce que conmigo ría, un ángel tierno que conmigo llore.... No sé lo que escribí. Me acuerdo apenas de que en ritmos diversos, y con palabras de entusiasmo llenas, yo escribí muchos versos....
Dejé la pluma y me quedé sombrío.... El moribundo Sol, ya desde lejos, en sus mustios y lánguidos reflejos enviaba al mundo su postrer adiós. Ella tomó con loco afán el Album. Y dando fin a sus amargas mofas, leyó mis melancólicas estrofas, en la vaga penumbra, a media voz,
Palideció de súbito su frente. Huyó la risa de sus labios rojos. Brilló una lágrima en sus grandes ojos, y triste y silenciosa me miró. Y desde entonces, ay! siempre que a solas siempre que a solas a su lado me hallo, Ella se pone roja y yo me callo, Ella se turba, y me estremezco yo.
………………………………………
EL PACTO Tendía la Noche su lóbrego velo, cubriendo de luto la Tierra y el Cielo. Y habló entre sollozos el buen pobre diablo, sufriendo la bruma que entraba en su establo: -Satán! Yo soy tuyo, si acaso me enseñas alguna venganza de las que tú sueñas. Hirióme de muerte mi Diosa de lodo. Y huyó de mi templo manchándolo todo.
Satán oyó el ruego del buen pobre diablo; y alzóse del antro del mísero establo. Y bajo el susurro del ábrego frío, le dijo en la lengua del mal:--Tú eres mío! Pero antes escucha. Tú harás mi consejo, pues tengo más siglos que el mundo más viejo. Mira mi grandeza, mira mi pujanza, déjame a mí solo tomar la venganza. Y tú, si te agobia tu negro destino, levanta la copa y apura su vino!
Después dijo a solas el buen pobre diablo, sufriendo la bruma que entraba en su establo: -Lírico latino, dame de tu vino. Permite que apague la sed que me ofusca, libando el Falerno de tu ánfora etrusca. Hosanna a las vides de pámpanos rubios que allá en la Campania te dan sus efluvios! Hosanna al Falerno que alegra tus noches allá en el Invierno! El pone en tu lira de timbres de plata el canto que triunfa, el llanto que mata! Permite que sueñe que mato mis penas en las Saturnales del viejo Mecenas. Del viejo Mecenas que elije de amigos a todos los grandes poetas mendigos! Permite que sueñe que tengo los goces que sólo el Falerno le roba a los Dioses. No importa que digan mi cruel vaticinio las hoscas Sibilas allá en su triclinio. ¡Bien vale el Infierno un ánfora llena de hirviente Falerno!
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MI VELA Cerca de mi vela que apenas alumbra la estancia desierta de mi buhardilla, yo leo en el libro de mi alma sencilla por entre la vaga y errante penumbra. Despide mi vela la llama de un cirio a fin de que acaso con ella consagre mi cáliz sin fondo de hiel y vinagre delante del ara de mi hondo martirio.
A mí no me queda ya nada de todo. Mis viejos recuerdos son humo que sube, formando en el éter la trágica nube que marca la ruta de mi último éxodo.
Yo cruzo la noche con pasos aciagos, sin ver brillar nunca la estrella temprana que vieron delante de su caravana brillar a lo lejos los tres reyes magos.
Quizás soi un mago inaldito!-Yo ignoro cuál es el Mesías en cuyos altares pondré con mi lira de alados cantares mi ofrenda de incienso, de mirra y de oro!
Al golpe del viento rechinan las trancas detrás de la puerta de mi buhardilla. Y vierte mi vela -que apenas ya brilla- goteras candentes de lágrimas blancas!...
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ROXANA Y ESTATIRA
La Reina Roxana se turba y suspira delante de la alba princesa Estatira. Fulguran sus ojos con el centelleo de las esmeraldas del límpido Egeo, del límpido Egeo que desde la Jonia, se quiebra en las playas de la Macedonia
Mitad de Alejandro, la Reina Roxana es tal cual su esposo también soberana. Mas ella ve alzarse tras su poderío la hija del viejo Monarca Darío. La Hija de ojos de lánguida inercia, del viejo Darío, Monarca de Persia.
La hermosa Estatira se yergue y florece tal cual la azucena que al sol resplandece. Parece que fuera la voz de Estatira, la voz de una Musa, la voz de una Lira. Al són de las copas del Chipre que vácia la llama Alejandro la Estrella del Asia.
Es por su nostalgia y es por su belleza la hermosa Estatira dos veces princesa. Son de oro bruñido, son de Oro de Oriente los bucles que rizan su ebúrnica frente. Sus grandes pupilas son cual dos lagunas que rielan dos Soles, que rielan dos Lunas. Sus dientes son perlas que cuaja la onda que irisa las playas del mar de Golconda. Su cuello es más terso que el cuello febeo que ondulan las garzas del golfo Eritreo. Detrás de sus leves, indianos tisúes, su talle se cimbra tal cual los bambúes.
La hermosa Estatira parece una Musa del trágico cielo del reino de Susa. Sus lágrimas brotan -sin que ella lo evite - de un lago más negro que el lago Asfaltite. Evoca en silencio la sombra que hiela de su ínclito padre vencido en Arbela. De su ínclito padre que al fin fue por eso la víctima roja del Sátrapa Neso. No aleja su cuita ni el Genio de Pella que su ánfora de oro levanta por ella. Del Genio de Pella que en los Porvenires le ofrece el imperio de inmensos Ofires... La hermosa Estatira no ve el puñal rodio que blande Roxana detrás de su odio!...
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HETAIRICA
Virgen báquica y tísica, bebe: cobrará tu alma azul el sosiego; tendrá rosas tu cutis de nieve, y tu sangre latidos de fuego.
Melancólica y lívida y brava, sin que nadie a tu espíritu llame, tú, cien veces, con pasos de esclava, has marchado hacia el tálamo infame.
No has perdido tu olímpico rango: a pesar de tu insomnio estás bella: si en tus plantas hay gotas de fango, en tus sienes hay rayos de estrella.
Tu cabello es undívago y rubio; y tu voz es un coro de escalas; y tu aliento es un diáfano efluvio; y tus hombros son gérmenes de alas.
Tu magnífico talle gallardo lleva en torno el vapor de una nube, donde flota el perfume del nardo y el ensueño auroral del querube....
*
Virgen báquica y tísica, bebe: cobrará tu alma azul la esperanza; hará estelas de luz tu pie breve bajo el raudo compás de la danza.
Son una arpa divina tus nervios. Para ti son los regios coriambos; los dáctilos ardientes, soberbios; los triunfales, pindáricos yambos.
Ni qué mórbida Venus fantástica, ni qué huríes, ni qué bayaderas: nadie tiene la música plástica de tus rítmicas y anchas caderas. Tu alma azul bate el ala y suspira cuando escucha el adónico cálido, que en la olímpica y sáfica lira canta el bardo neurótico y pálido.
Eres diosa que huellas coronas cuando el talle gallardo y apuesto al vaivén de la danza abandonas, bajo el soplo del raudo anapesto....
*
Virgen báquica y tísica, bebe: cobrará tu alma azul la alegría. Eres hija del Sol, eres Hebe: sé la estrella auroral de la orgía.
Hierve el vino en las copas de plata, y su espuma con ritmo sonoro, desde el fondo hasta el borde dilata sus burbujas de púrpura y oro.
El hará que tú dances y ondules a compás del ardiente deseo, bajo un nimbo de ensueños azules, ante el ara del gran Jineceo.
El hará que más bella que un astro entre aromas de rosa y de malva, a tu lecho oriental de alabastro marches tú bajo el nimbo del alba.
El hará que tus labios cerezos de tu boca de virgen enferma, tengan risas y arrullos y besos cuando el bardo en tus brazos se duerma
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LAS ONDINAS
La Luna a lo lejos se quiebra en la falda tal cual una perla sobre una esmeralda. Vestidas de espuma las castas ondinas cantando abandonan sus grutas marinas. Sus grutas marinas que argenta y que dora la luz de una extraña, fantástica aurora. Sus muros de nácar se envían reflejos como rutilantes, bruñidos espejos. Las estalactitas de sus columnatas pregonan el triunfo de sus escarlatas. Su musgo se hiende tal cual una alfombra en que se desmayan la luz y la sombra. Las castas ondinas modulan compases, batiendo sus bucles de undívagos haces. Su veste impregnada de rica ambrosía deslumbra y arroba con su pedrería. Parece que danzan al són de sus trovas las trémulas algas, las trémulas ovas. Las castas ondinas, dejando sus tálamos, ensayan en coro sus mágicos cálamos. Saludan en ellos a la Primavera que espléndida gira por toda la esfera. Sus trovas divinas van una tras una como almas de alondras en pos de la Luna!....
¡Hossanna, oh rosada, gentil Primavera, que en tu hálito traes la vida a los seres! Tú cambias el éter en una pradera con tus amarantos y tus rosicleres.
Por ti, bella reina de las estaciones, delante del áurea y errática duna, al lánguido ritmo de nuestras canciones nos mecen los golfos en su media luna.
Por ti allá en la aurora, por ti allá en la tarde, la nube del bosque de sándalo y nápalo, al fúlgido rayo del fuego con que arde, nos orla con nimbos de púrpura y ópalo.
Tú esparces en torno, viajera celeste, las hebras de plata con que recamamos los pliegues del alba y undívaga veste que al céfiro alado por ti desplegamos.
Nosotras amamos los pálidos manes de las caravanas que el piélago eterno ve hundirse a los golpes de los huracanes que contra su ruta desata el Invierno.
El lóbrego Invierno con sus tenebrarios apaga los faros de los promontorios, y todos los iris que allá en los estuarios enciende el enjambre de los infusorios.
El es el caudillo del agria cohorte de las cataratas y los arrecifes. El hunde en los antros las quillas sin norte de los solitarios y errantes esquifes.
Nosotras al ritmo de lánguidas flautas y sobre las alas de los huracanes, llevamos los manes de todos los nautas al mágico alcázar de los Egipanes. Su mágico alcázar se eleva en los flancos de un terso y esbelto peñón submarino. Lo alzaron en vagos crepúsculos blancos los pólipos todos con su arte divino,
Sus altas columnas de rojos corales se apoyan abajo sobre áureos cimientos. Y arriba sustentan bruñidos cristales que irradian los lampos de los firmamentos.
Su trono de amianto despliega doseles de flámulas que arden cual los carmesíes; y quiebra en el nácar de sus escabeles el haz de sus perlas y de sus rubíes.
El haz de sus perlas esparce las huellas con que ante las vetas que cuajan diamantes argentan las blancas, lejanas estrellas sus limpios Orientes allá en sus Levantes.
Y su haz de rubíes estalla y alumbra, orlando al contacto de sus arreboles, la trémula niebla, la vaga penumbra, con ortos de luna i puestas de soles.
Los manes evocan allá en su beleño la erótica virgen de eróticos opios que tras de los prismas de su último ensueño cruzó allá en la Tierra sus caleidoscopios.
Y plañen entonces las trágicas notas de un desconocido y exótico canto que se hunde en las vagas distancias remotas dejando las hondas estelas del llanto!
*
¡Oh Tú, misterioso, divino Monarca de los Egipanes que todo lo puedes detrás de la noche del piélago lóbrego! ¡Escucha las voces que a un tiempo te alzamos los pálidos Manes que juntos regamos tu mágico alcázar con llanto salóbrego!
El brillo del nácar que en su amplio recinto tu alcázar encierra ni ahora ni nunca podrá con sus iris llegar a empañarnos la imagen ardiente de la hospitalaria y erótica Tierra que sobre las alas de todos los sueños acude a besarnos.
Las irradiaciones que trémulas brotan de la pedrería que argenta la niebla de que tus vasallos tomaron tu velo, no tienen el fuego del ósculo de oro con que el Mediodía desposa a la Tierra con el luminoso Monarca del cielo.
¡Nosotros amamos la Tierra lejana! Su imagen ardiente va en pos de nosotros como una inefable y alada quimera. ¡Va en pos de nosotros nimbada del alba del último Oriente que hirió nuestros ojos al darle la santa mirada postrera!
¡Qué azul que fue el alba del último Oriente que al fin contemplamos! ¡El sol, --Rey de Reyes,--se irguió entre las nubes en medio del coro que unísono al éter, de pie en nuestra popa, nosotros le alzamos debajo del vasto diluvio de rosas de su ánfora de oro!
¡Qué azul que fue el alba del último Oriente que hirió la ribera! ¡El mar parecía debajo del palio del Dios de la aurora la enorme llanura, la selva sin linde, la inmensa pradera de una gigantesca, multimatizada, fantástica flora!
Nosotros, cantando, tendimos al viento las velas latinas, y el viento nos trajo los ritmos que a un tiempo las olas ensayan detrás de las rocas que en fila decoran como aras marinas las playas remotas en donde la Luna y el Sol se desmayan.
Mas, jay! De improviso se hicieron las sombras allá en el Ocaso. Graznaron los rancos y lóbregos cuervos allá en lontananza. Y atónitos vimos rodar hecho astillas -pedazo a pedazo,- el árbol divino de nuestra florida, suprema esperanza.
Y náufragos todos en las soledades sin luz ni equilibrio del piélago insano que alzaba y hundía sus montes de espuma, también fuimos todos el desventurado, salvaje ludibrio del rayo y el trueno, la sirte y el Bóreas, el agua y la bruma.
Y vimos entonces flotar nuestros cuerpos -ya todos sin vida.- Los cuerpos que un tiempo ligó a nuestros Manes un íntimo lazo. Los cuerpos que un tiempo colmó de deleites la virgen querida que a solas nos daba detrás del misterio su cálido abrazo.
Las castas Ondinas, ¡oh excelso Monarca de los Egipanes! al fin se apiadaron de nuestra nefasta, misérrima suerte. Y nos condujeron a tu ínclito alcázar en los huracanes, cruzando el sendero que bajo la noche transita la muerte.
Las castas Ondinas, oh excelso Monarca del mar cristalino, son dignas princesas de tu ínclito alcázar! ¡Hossanna por ellas! ¡Parece que fueran las cándidas hijas de un genio divino, o de las espumas, o de las auroras, o de las estrellas!
Mas, ¡ay! No podemos nosotros amarlas, porque ellas son seres que se desvanecen cuando uno las palpa, cuando uno las toca. No tienen el fuego del beso vibrante que dan las mujeres que ponen la gloria de todas las mieles en su húmeda boca.
¡Al fin a la Tierra devuélvenos pronto, sublime Monarca! ¡La virgen amada ya espera y aguarda tal vez pensativa el dulce retorno de nuestra soberbia y espléndida barca al puerto lejano de nuestra adorada ribera nativa.
¡La virgen amada! ¡Las castas Ondinas nos traigan sus cálamos! Y te cantaremos en tu inclito alcázar las mágicas trovas de los paraísos que sobre la Tierra y allá en nuestros tálamos florecen al beso que turba el silencio de nuestras alcobas!
¡La virgen amada! ¡La vista se embriaga, la vista se embebe cuando uno contempla -detrás del misterio fantástico y mudo,- las tintas de rosa que bañan apenas la ebúrnica nieve con que resplandece'su busto estatuario, su cuerpo desnudo!
Nosotros amamos sus formas mortales, sus formas terrenas. Su solo contacto nos ritma los nervios como una caricia. Su solo contacto como una caricia nos ritma las venas. ¡Y cual su contacto no existe en tu alcázar ninguna delicia!
……………………………….
DANTESCA Dante!-Legión inmensa! Los millones de alfanjes de su acento -que las divinas cóleras condensa- cruzan como relámpagos el viento! Son fulgurantes hachas forjadas en el Etna o el Vesubio bajo todas las rachas de todos los ciclones del diluvio! Dante!-Los viejos astros que alumbran el misterio del planeta, saludan desde su órbita los rastros de su gran cabellera de cometa! Sus versos se levantan en soberbio derroche, como águilas que rugen y que cantan encima de la noche! Clarines de Dios mismo, sus versos iracundos truenan sobre el abismo allá en las soledades de los mundos!
*
Oh, la margen serena de la límpida fuente de Castalia, donde vierte la hiel de su honda pena delante de los vértigos de Italia! Oh, la Selva sombría de la montaña verde donde bajo la luz del claro día como en un vasto Dédalo se pierde! Oh, la mística yedra que despliega su cúpula sin nombre! Oh, la quietud de piedra donde comienza Dios y acaba el hombre! Oh, las mudas congojas! Oh, los obscuros miasmas! Oh, las espumas rojas de los monstruos fantasmas! Oh, la luz del idilio! Oh, la luz con que alumbra la antorcha de Virgilio la fúnebre penumbra! Es la luz de las raudas alas de oro con que ensaya Beatriz su primer vuelo sobre la inmensa tempestad del coro de los solemnes órganos del cielo.
*
Dante! -Ni las Sibilas-desde el Túsculo- ni los pálidos Druídas-desde el Elba- vieron brillar jamás el gran crepúsculo del profundo horizonte de su selva. La inmensidad tranquila. de los soles dispersos dibuja en el cristal de su pupila miriadas de miriadas de Universos!
*
Aléjase del limbo de la enorme montaña. Lleva la Primavera como nimbo. Virgilio lo acompaña. Los dos descienden solos de topacio en topacio, debajo del misterio de los polos del eje de zafiros del espacio. Y cruzan pavorosos firmamentos donde la sombra con la luz batalla, en medio del silencio de los vientos de una gran tempestad que rueda y calla. Y dialogan y vuelan por arcanos profundos donde náufragos rielan cadáveres de soles y de mundos. Y ambos penetran luego por la cárdena boca de anchas lenguas de fuego de una siniestra y formidable roca.
* Oh, los nueve gigantes caracoles de la sangrienta pira de la extraña columna de crisoles que allá en los antros del Infierno gira! Oh, la espantosa base del fulgurante electro Que a los abismos, Satanás les hace con sus alas fantásticas de espectro! Oh, la lóbrega noche de su limen! Oh, la ardiente mazmorra donde el pálido crimen su torpe infamia para siempre borra! Oh, los inmensos focos Oh, los largos caminos Oh, los vértigos locos de los incapaces torbellinos! Oh, las treguas y calmas Que invoca las blasfemia tras el ruego! Oh, la eterna carrera de las almas Bajo el diluvio de un ciclón de fuego! Oh, los negros afanes! Oh, los profundos ayes subterráneos! Oh, los rojos volcanes Que estallan bajo el arco de los cráneos!
*
Dante!-Su colosal deslumbramiento carece de riberas: sube de firmamento en firmamento, de esferas en esferas; sube de cataclismo en cataclismo, y de escombro en escombro, y de abismo en abismo, y de asombro en asombro! Su colosal deslumbramiento sube más allá de los altos luminares en alas de la nube de una pena más honda que los mares,
*
Oh, la voz del idilio! Oh, la voz con que calma el alma de Virgilio la nostalgia recóndita de su alma! Oh, los ósculos frescos con que sobre la roca de los lívidos antros gigantescos besa el céfiro azul su frente loca! Oh, los alegres giros del espacio sonoro! Oh, los claros zafiros de las inmensas lejanías de oro!
*
Trepan los dos viajeros a la cumbre de un monte, por una gradería de luceros que se pierde en el pálido horizonte. Ascienden tras su blanco simulacro las místicas escalas, bajo el silencio sacro del gran recogimiento de sus alas. Atraviesan la meta del pórtico de nácar del Oriente. Se alejan del planeta con un arco de estrellas en la frente.
*
Oh, los siete sublimes caracoles de la brillante pira que como una explosión de siete soles en el zenit del Purgatorio gira! Oh, los remordimientos con que evocan la Tierra los arrepentimientos que abren las puertas que la culpa cierra! Oh, los raudos Jordanes con que apagan los ojos el foco abrasador de los volcanes que alimenta el dolor con sus abrojos! Oh, las velas del barco que boga en lontananza bajo la luz del arco del iris de la alianza! Oh, los rítmicos vuelos de las almas inquietas hacia los siete cielos de los siete planetas! Oh, las estrepitosas avalanchas de sus cándidas alas de paloma, ya limpias de las manchas de los cien tabernáculos de Roma!
*
Siguen los dos viajeros melancólicos por el éter opaco; cruzan los archipiélagos cólicos de las constelaciones del Zodiaco. Vuelan como dos pálidos querubes, al compás de dos citaras sonoras, sobre dos blancas nubes, y bajo dos magníficas auroras! Las siluetas enormes con que cubren su larga y ancha meta parecen las dos alas uniformes de un águila más grande que un cometa!
*
Oh, la dulce ternura con que al fin de su vuelo se despiden los dos allá en la altura ante el místico pórtico del cielo! Oh, las inmensidades sin órbita y sin polo cuyas profundidades cruza Virgilio, que se torna solo!
*
Dante! -Por sus oídos pasa un viento sedeño cuajado de recuerdos y de olvidos que flotan en la bruma de un ensueño. Desciende columpiándose en sus ondas al compás de una lira de alabastro, un ángel de alas blondas bajo el nimbo de un astro. Es Beatriz.-Es la amada virgen pálida que él vió cruzar un día por el suelo como la melancólica crisálida del más hermoso querubín del cielo!
Oh, las siete armonías de las siete parábolas iguales que trazan-como siete pedrerías- los siete firmamentos colosales! Oh, las cadencias de los siete vuelos con que en las alas de Beatriz recorre las siete escalas de los siete cielos que se alzan en la luz como una torre. Oh, la aurora que brota de los ortos del ardiente incensario cristalino que baten los arcángeles absortos delante del gran Triángulo divino. Oh, la constelación de los altares! Oh, los órganos de oro! Oh, la diáfana voz de los cantares de las once mil vírgenes del coro! Oh, los arrobamientos con que asisten las almas eucarísticas a los florecimientos de las eternas primaveras místicas! Dante!-No existe nada más sublime que la enorme grandeza con que abruma y oprime el Triángulo divino su cabeza! La Tierra con su espíritu recorre. Ve sus montes mayúsculos. - Juntos no igualan la soberbia torre de los siete crepúsculos!
*
Le da Beatriz su bendición. -Lo deja al umbral de los siete paraísos, y en medio de un relámpago se aleja, desplegando sus alas y sus rizos. Se pierde allá en la altura de la atmósfera diáfana y sonora en una esfumatura de lágrimas de aurora!
*
Él, parte bajo el sol.-Vuela sereno. Arrastra sin desmayo como escabel el trueno, como dosel el rayo! La eterna inmensidad donde se mueve lo ciñe con los soles que él le arranca! Sus alas son dos ampos de la nieve que lleva Dios sobre su barba blanca!
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DANTESCA Dante!-Legión inmensa! Los millones de alfanjes de su acento -que las divinas cóleras condensa- cruzan como relámpagos el viento! Son fulgurantes hachas forjadas en el Etna o el Vesubio bajo todas las rachas de todos los ciclones del diluvio! Dante!-Los viejos astros que alumbran el misterio del planeta, saludan desde su órbita los rastros de su gran cabellera de cometa! Sus versos se levantan en soberbio derroche, como águilas que rugen y que cantan encima de la noche! Clarines de Dios mismo, sus versos iracundos truenan sobre el abismo allá en las soledades de los mundos!
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Oh, la margen serena de la límpida fuente de Castalia, donde vierte la hiel de su honda pena delante de los vértigos de Italia! Oh, la Selva sombría de la montaña verde donde bajo la luz del claro día como en un vasto Dédalo se pierde! Oh, la mística yedra que despliega su cúpula sin nombre! Oh, la quietud de piedra donde comienza Dios y acaba el hombre! Oh, las mudas congojas! Oh, los obscuros miasmas! Oh, las espumas rojas de los monstruos fantasmas! Oh, la luz del idilio! Oh, la luz con que alumbra la antorcha de Virgilio la fúnebre penumbra! Es la luz de las raudas alas de oro con que ensaya Beatriz su primer vuelo sobre la inmensa tempestad del coro de los solemnes órganos del cielo.
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Dante! -Ni las Sibilas-desde el Túsculo- ni los pálidos Druídas-desde el Elba- vieron brillar jamás el gran crepúsculo del profundo horizonte de su selva. La inmensidad tranquila. de los soles dispersos dibuja en el cristal de su pupila miriadas de miriadas de Universos!
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Aléjase del limbo de la enorme montaña. Lleva la Primavera como nimbo. Virgilio lo acompaña. Los dos descienden solos de topacio en topacio, debajo del misterio de los polos del eje de zafiros del espacio. Y cruzan pavorosos firmamentos donde la sombra con la luz batalla, en medio del silencio de los vientos de una gran tempestad que rueda y calla. Y dialogan y vuelan por arcanos profundos donde náufragos rielan cadáveres de soles y de mundos. Y ambos penetran luego por la cárdena boca de anchas lenguas de fuego de una siniestra y formidable roca.
* Oh, los nueve gigantes caracoles de la sangrienta pira de la extraña columna de crisoles que allá en los antros del Infierno gira! Oh, la espantosa base del fulgurante electro Que a los abismos, Satanás les hace con sus alas fantásticas de espectro! Oh, la lóbrega noche de su limen! Oh, la ardiente mazmorra donde el pálido crimen su torpe infamia para siempre borra! Oh, los inmensos focos Oh, los largos caminos Oh, los vértigos locos de los incapaces torbellinos! Oh, las treguas y calmas Que invoca las blasfemia tras el ruego! Oh, la eterna carrera de las almas Bajo el diluvio de un ciclón de fuego! Oh, los negros afanes! Oh, los profundos ayes subterráneos! Oh, los rojos volcanes Que estallan bajo el arco de los cráneos!
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Dante!-Su colosal deslumbramiento carece de riberas: sube de firmamento en firmamento, de esferas en esferas; sube de cataclismo en cataclismo, y de escombro en escombro, y de abismo en abismo, y de asombro en asombro! Su colosal deslumbramiento sube más allá de los altos luminares en alas de la nube de una pena más honda que los mares,
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Oh, la voz del idilio! Oh, la voz con que calma el alma de Virgilio la nostalgia recóndita de su alma! Oh, los ósculos frescos con que sobre la roca de los lívidos antros gigantescos besa el céfiro azul su frente loca! Oh, los alegres giros del espacio sonoro! Oh, los claros zafiros de las inmensas lejanías de oro!
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Trepan los dos viajeros a la cumbre de un monte, por una gradería de luceros que se pierde en el pálido horizonte. Ascienden tras su blanco simulacro las místicas escalas, bajo el silencio sacro del gran recogimiento de sus alas. Atraviesan la meta del pórtico de nácar del Oriente. Se alejan del planeta con un arco de estrellas en la frente.
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Oh, los siete sublimes caracoles de la brillante pira que como una explosión de siete soles en el zenit del Purgatorio gira! Oh, los remordimientos con que evocan la Tierra los arrepentimientos que abren las puertas que la culpa cierra! Oh, los raudos Jordanes con que apagan los ojos el foco abrasador de los volcanes que alimenta el dolor con sus abrojos! Oh, las velas del barco que boga en lontananza bajo la luz del arco del iris de la alianza! Oh, los rítmicos vuelos de las almas inquietas hacia los siete cielos de los siete planetas! Oh, las estrepitosas avalanchas de sus cándidas alas de paloma, ya limpias de las manchas de los cien tabernáculos de Roma!
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Siguen los dos viajeros melancólicos por el éter opaco; cruzan los archipiélagos cólicos de las constelaciones del Zodiaco. Vuelan como dos pálidos querubes, al compás de dos citaras sonoras, sobre dos blancas nubes, y bajo dos magníficas auroras! Las siluetas enormes con que cubren su larga y ancha meta parecen las dos alas uniformes de un águila más grande que un cometa!
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Oh, la dulce ternura con que al fin de su vuelo se despiden los dos allá en la altura ante el místico pórtico del cielo! Oh, las inmensidades sin órbita y sin polo cuyas profundidades cruza Virgilio, que se torna solo!
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Dante! -Por sus oídos pasa un viento sedeño cuajado de recuerdos y de olvidos que flotan en la bruma de un ensueño. Desciende columpiándose en sus ondas al compás de una lira de alabastro, un ángel de alas blondas bajo el nimbo de un astro. Es Beatriz.-Es la amada virgen pálida que él vió cruzar un día por el suelo como la melancólica crisálida del más hermoso querubín del cielo!
Oh, las siete armonías de las siete parábolas iguales que trazan-como siete pedrerías- los siete firmamentos colosales! Oh, las cadencias de los siete vuelos con que en las alas de Beatriz recorre las siete escalas de los siete cielos que se alzan en la luz como una torre. Oh, la aurora que brota de los ortos del ardiente incensario cristalino que baten los arcángeles absortos delante del gran Triángulo divino. Oh, la constelación de los altares! Oh, los órganos de oro! Oh, la diáfana voz de los cantares de las once mil vírgenes del coro! Oh, los arrobamientos con que asisten las almas eucarísticas a los florecimientos de las eternas primaveras místicas! Dante!-No existe nada más sublime que la enorme grandeza con que abruma y oprime el Triángulo divino su cabeza! La Tierra con su espíritu recorre. Ve sus montes mayúsculos. - Juntos no igualan la soberbia torre de los siete crepúsculos!
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Le da Beatriz su bendición. -Lo deja al umbral de los siete paraísos, y en medio de un relámpago se aleja, desplegando sus alas y sus rizos. Se pierde allá en la altura de la atmósfera diáfana y sonora en una esfumatura de lágrimas de aurora!
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Él, parte bajo el sol.-Vuela sereno. Arrastra sin desmayo como escabel el trueno, como dosel el rayo! La eterna inmensidad donde se mueve lo ciñe con los soles que él le arranca! Sus alas son dos ampos de la nieve que lleva Dios sobre su barba blanca!
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ASTEROIDES
Grita, Criticastro!--Grita contra el poeta que lleva sobre su espalda bendita un par de alas que agita, un par de alas que lo eleva!
No le importan tus asombros, ni mendiga tus mercedes! Él-sin mirar tus escombros- conduce sobre sus hombros un mundo que tú no puedes!
Resígnate al triste marco del fango donde resbalas! Tú no ves desde tu charco ni la gran sombra del arco que él describe con sus alas!
Dobla tu rodilla, sierva! Agradécele de hinojos que a un patán de tu caterva él le deje sin reserva ir a hozar en tus rastrojos!
Está demás tu zozobra, demás la hiel de tu vaso. Él a ti nada te cobra por ninguna sola sobra de las que te arroja al paso!
Tus zahurdas son abortos de unas sienes siempre estrechas, que nunca hirieron absortos los astros desde los Ortos con el oro de sus flechas!
Tus zahurdas son hijastras de unas sienes siempre obtusas, que en vano azotas y arrastras contra el pie de las pilastras del gran Templo de las Musas!
Escúchame bien!-Tú ignoras que los criticastros bufos aunque rueden cien auroras, y cien faunas y cien floras no serán más que Tartufos!
*
De allá del Oriente venía una Musa, flotando en un rayo del alba difusa. Hundióse mi lira, cuando ella no vino, allá, en el silencio de allá, del camino. Por ti solamente, como antes de ahora, de nuevo mi lira saluda la aurora. Quién sabe si acaso también tú te alejas y en otro silencio sumida la dejas! En otro silencio que sea de muerte, de modo que nadie después la despierte!
*
¡Oh, vieja Tierra del Asia que nunca, nunca te agostas! En ti mi mente se espacia, y en moldes de oro al fin vacía los perfiles de tus costas!
Hacia ti mi mente vuela, recorriendo de una en una las etapas de la estela con que al Pacífico riela la melancólica Luna.
En ti nacen sin afanes, sin dolores, sin infamias, las Evas y los Adanes, en vaporosas Ceilanes y en vagas Mesopotamias.
Detrás de las nieblas tuyas bajo palios de rubíes, cantan dulces Aleluyas en las áureas liras suyas Saras, Querubes y Huries.
En ti, pálidos Moiseses, al golpe de sus cordones y al conjuro de sus preces, les arrancan muchas veces agua viva a los peñones.
En ti, Mahomas y Budas, y Cristos y Zoroastros, van con las sienes desnudas, en pos de las turbas mudas, encendiendo nuevos astros!
No bastan los abrojos de la Tierra! La turba grita todavía: iguerra! Aun la turba ruin no desentraña que es siempre algún tirano quien la engaña, Oh, pobre turba-multa que aún ignora que es la paloma que el halcón devora! No surja un redentor allá en sus penas que lime con sus manos sus cadenas. No surja, nó, con su misión divina! Tendrá -si no la Cruz-la Guillotina! Tuvieron yampor dilatar su ruta- unos la hoguera y otros la cicuta!
*
Detrás de la niebla que el céfiro mueve y enluta la margen del lago de acero, el cisne despliega sus alas de nieve y entona a la Luna su canto postrero: -Yo he soñado, blanca Luna, que tus lagos son más blancos que el plumaje vaporoso de mis alas sin mancilla. Yo he soñado, blanca Luna, que no surten tus estancos más que arroyos cuya espuma los ahuyenta cuando brilla. Cuando asoma tu alto disco, mi pupila queda absorta. Me parece que yo entonces me remonto, me sublimo; me parece que ya el vuelo de mis alas me transporta de la tierra que es el barro, de la tierra que es el limo. Me parece que ya el vuelo de mis alas me arrebata más arriba de la bruma, más arriba de la sierra. Me parece que en tus lagos mi garganta de oro y plata rompe un himno que no ha oído lago alguno de la Tierra.
Misterioso piloto que conduces la barca de ciprés en que navego, muéstrame el faro que con su haz de luces marca el puerto a que voy y al cual no llego.
En vano, en vano la pupila giro en torno de la noche que me abisma! A ti no más te veo cuando miro! Tú eres más negro que la noche misma!
Hay en el solitario cementerio esfinges melancólicas de piedra delante del umbral del gran Misterio, pero ninguna como tú me arredra!
*
Qué ardiente que estalla el rayo en tus pupilas brillantes cuando en mi cálamo ensayo en las vendimias de Mayo la canción de las bacantes!
Si parece que quisieras imitar sus locas danzas, columpiando tus caderas en las lúbricas quimeras de un espasmo que no alcanzas!
Si parece que sin tino te arrojaras en mis brazos, aunque riendo del destino, en el frenesí del vino yo' te hiciera al fin pedazos!
El Invierno está sombrío, melancólico Lutero! No des al mar tu navío mientras el Sol del Estío no despeje el derrotero.
No todas las estaciones son propicias a los nautas: unas tienen aquilones que derriban pabellones rompen quillas, borran pautas.
Aleja tu fantasía de la idea que te asedia. Mide y pesa tu osadía! No arranques, nó, todavía de su sueño a la Edad Media!
Ella alzaría una racha de sus templos seculares. Ella empuñaría un hacha, porque aún está borracha del vino de sus altares.
Allá en el brumoso país de la Luna Yo, he visto una Virgen que va sin cendal. Es ella una Virgen que como ninguna se acerca a mi puerta, se asoma a mi umbral.
La nítida espuma del lago no iguala la tez de la Virgen de labios de miel. No hay cisne que tenga más cándida el ala, ni armiño que tenga más blanca la piel.
El mármol de Paros-que Apolo saluda- con ser que es de Paros no iguala su albor. Parece que fuera la Virgen desnuda de carne de nieve, de sangre de icor.
¡Oh, raudo Río Salobre! Suban tus ondas o bajen, nunca en tu espejo de cobre pone una estrella su imagen.
Tú en tu espejo sólo finges nubes que en él, cuando pasan, no dibujan más que esfinges en las siluetas que tražan.
Siempre tú pregas y bregas; el guijo tu espejo trunca; y a tu término no llegas, jamás, jamás! nunca, nunca!
Si algún día vas a hundirte en un piélago remoto, ya no habrá ninguna sirte que tu espejo no haya roto.
¡Qué trenos-cuando caminas- no brotan de los acordes con que interrogas las ruinas que bate el cierzo en tus bordes!
Allá en las noches de Invierno cuando el gran silencio hieres parece que al Cielo eterno tú alzaras cien Misereres!
Cien Misereres que entonces hundieran en los ocasos el ay! de todos los bronces que el dolor hizo pedazos!
Te conozco, raudo Río, aunque siempre tú te escondas! Tú eres mío! Tú eres mío! Son mis lágrimas tus ondas!
El hielático Terral desde los Andes sopló, y a su paso no dejó ni una rosa en el rosal
La golondrina después volo del alero azul donde colgó el primer tul del nido que está a mis pies.
Desde entonces yo sentí crecer el frío polar del mundo crepuscular que llevo dentro de mí.
*
Siento que mi pupila ya se apaga bajo una sombra misteriosa y vaga. Quizá cuando la Luna se alce incierta Yo estaré lejos de la luz que vierta. Quizá cuando la noche ya se vaya ni un rastro haya de mí sobre la playa. Parece que mi espíritu sintiera las recónditas voces de otra esfera. No sé quién de otro mundo al fin me llama de este mundo que no amo y que no me ama!