(Santiago, 8 de Octubre de 1886) La calidad artística es susceptible de graduación. Una gama podría organizarse con los valores poéticos de los di. versos porta-liras que forman el ambiente lírico de una época.
La nota más baja la da el traductor, el que modestamente vierte un poema en verso o en prosa de uno a otro idioma. Le sigue por la ascendente escala el que se limita a fabricar versos, para lo cual repite añejos lugares comunes, busca consonancias a manera de vulgar payador, rumia lo que mal ha digerido en los ya sabidos libros de los otros, demuestra sólo ciencia académica harta de áridos cánones y desusados ejemplos retóricos. Un escalón más arriba y sólo allí principian los dominios del arte lírico verdadero, aquel que enseña a escanciar esencia de divina belleza poética para ofrecerlas en regias ánforas a los modernos espíritus sedientos de nuevas y delicadas ambrosías.
Sólo a esa altura se encuentra al Garzon de Ida que ministra a Zeus una copa del sagrado licor! Es en este último plano donde descuella Pedro Prado, el del estilo mitad en verso, mitad en prosa rítmica. Es acaso el más poeta de nuestros poetas jóvenes. Su inspiración revela serenidad y beatitud en grado excelso.
De él está lejos el satánico sensualismo baudelaire-verlaineano. Honesto de toda honestidad, escribe poemas plenos de vida, fuerza enaltecedora y honda religiosidad artística. No se propone versificar, sino plasmar sus concepciones en frases armoniosas que bien pueden resultar prosa o verso, según acudan o no ritmos, y consonantes como al acaso sin que los puntos de su pluma los esperen «a outrance». Pedro Prado tiene un estilo original, sin que ello signifique haya escapado a la influencia de autores precursores o contemporáneos.
Con todo, hay en las páginas de este escritor cierto luminoso misterio, cierta precisa vaguedad, cierto esplendor de sana alegría; y todo ello es tan suyo, que sería aventurado decir de él que hubiese parafraseado el augusto trascendentalismo de Walt Whitman; las subjetividades indefinidas y casi amorfas de Maeterlinck o los arrebatos semi-líricos en prosa rítmica del spleenático Jules Laforgue, del impetuoso Theo Varlet o del metafórico Paul Claudel.
Sin duda, nuestro poeta ha parodíado algunos de los rasgos característicos de su manera de escribir; sin duda, ha bebido en los maestros del simbolismo sus principios de libertad en el arte, de su afición a explorar nuevos veneros poemáticos, y esa tendencia suya a sugerir más que a nombrar y describir. Pero, hay algo en su obra que no es susceptible de parodía: su honradez artística y su ingenua sinceridad, cualidades que le permiten desdoblar ante cualquier extraño todos los repliegues de su alma compleja para exhibirnos en un ambiente de noble pureza, subjetivas sensaciones e íntimos estremecimientos que en otro resultarían una lamentable profanación.
No diremos que Pedro Prado haya formado escuela; pero es la figura central de un núcleo que lo admira y le sigue.
En medio del maremágnum de poetoides versificadores, él arrojó sus Flores de Cardo que se remontaron y esparcieron libre y silenciosamente, como invitando a los vocingleros líricos a acallar su estridente algarabía, como evangelizando que conviene hablar con más naturalidad para mejor expresar lo que hemos pensado y sentido en un religioso y callado recogimiento. Empero, sería más admirado y seguido si nuestro poeta tuviera alas, queremos decir si en sus poemas deleitara el despliegue, alado del ritmo y de la rima. No es que propiamente sus poesías,-escritas muchas veces en prosa llena de gracia lírica,--se remonten sin alas a manera de las «flores de cardo», que no vuelan por impulso propio, sino de la ráfaga huracanada o de la blanda brisa que las sube por los espacios azules y al fin las abandona a su propia inercia.
No!; las flores poéticas de Prado ascienden en razón de su propio aromador espíritu y no van a sepultarse como aquellas otras, lejos del sendero, allá en los ocultos rincones bajo el polvo del olvido....
En vez de «flores de cardo», anhelamos en sus poemas el revoloteo de mariposas azules, mariposas errátiles, multimatizadas mariposas.
Es ineludible--y nos permitimos decírselo es ineludible que el divino licor sea presentado en ánfora regia. La forma vaga se escurre como una nébula de pase. Es menester que el espiritual perfume esté contenido en vasijas adecuadas para almacenarlo en la memoria y poder gustarlo en cualquier momento aunque no esté a mano el libro.
Así, olvidando a Whitman y sus seguia han pensado, nos parece, Poe, Baudelaire, Verlaine, Mallarmé, Prudhomme, Dierx, Fort, Dario, J. Asilva. Banchs, Herrera y Reissig, y muchos otros artistas de médula cuyos prodigios rítmicos han contribuido a enaltecer sus prestigios de selectos poetas.
BIBLIOGRAFÍA.- Flores de Cardo, poesías (1908); La casa abandonada, parábolas y pequeños ensayos en prosa (1912); El llamado del mundo, versos y prosas (1913); La Reina de Rapa Nuy, novela acerca de la isla de Pascua (1914); Los pájaros errantes, poemas y divagaciones (1915); Los Diez, prosas con ilustraciones del autor (1915); Ensayos, sobre arquitectura y poseía (1916). Actualmente, es uno de los redactores de la Revista «Los Diez., ediciones mensuales de filosofía, arte y literatura, cuyo primer número apareció en Septiembre de este año.
Todo su fruto da, pero no hay ninguno que a otro sea igual.
El fruto de las rosas, no el rojo botoncillo granadino sino la misma flor. El del trigo: la dorada espiga, nuestro pan.
Hombres hay que son como el trigo; como las rosas otros hombres hay.
Los que el pan amasan a todos exigen que lo mismo hagan y porque de los que dan flores sólo prueban el fruto tan amargo y diminuto, zánganos les llaman y les tratan mal.
Y los que dan flores, porque a las espigas-flores de los que el pan amasan, flores no llaman, les creen unos pobres, infelices, parias!
No pidáis que den todos un fruto igual, que todos, todos frutos dan; pero algunos dan flores y otros dan pan.
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MI PATRIMONIO
Gracias, padre, por ésta, la tuya, roja, ardiente y pura, por esta mi sangre! Gracias por mi alma reflejo de la tuya, y aún blanca!
Grandiosa fue tu herencia, celoso de ella cuidaré. Nunca el malgastar de lo que sólo se pierde una vez y luego a otros habrá que legar. Que ya he encontrado en el reino de la Tierra donde invertir mi patrimonio de vigor, en la razón de mi ser y de la vida en la suprema razón, en el amor!
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VIVE
Vivir no es dejar pasar las cosas al través de las horas sin saber el por qué.
No el quedarse a la orilla viendo de las aguas el pasar, tan sólo oyendo su cantar.
Éntrate en ellas y ya no será tu imagen la allí refleja, sino tú misma la del agua presa!
Sentirás su fresco bienhechor que el alma eleva,
e inclinando un poco la cabeza beberás, apagarás tu sed y goce de la vida comenzará el saber, que a perdonarlo todo lleva el comprender.
No te quedes a la orilla, mujer, tú, la que serás mía; éntrate en esas aguas, vive tu vida!
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LAS PARRAS
Hijo: ya la viña ha perdido todo su verdor, y sus hojas, como llamaradas de sangre, así tan rojas, vénse a la puesta del sol.
Si tú vieras las parras.... Tienen alma en su rígida silueta atormentada. En los nudosos troncos, bases de las vidas, no hay nada que diga de reposo.
Es llegado el tiempo de la poda brutal de los sarmientos. Y habrá aún cepas que engarzando la debilidad de los zarcillos caerán abrazadas a la tierra.
En noches rigurosas del invierno serán la gloria roja de las llamas. Ya no habrán de vestir con un nuevo verdor a cada parra.
Por cada herida noches y noches, largos días sangrarán en lágrimas de vida. Qué quieres! Las hojas sobrarían; no es menester de ellas en vendimia.
Ha pagado su tributo toda rama que robara savia a racimos obligados a las parras.
Después, al llegar la primavera, se esfuerzan por salir de cada yema unas cuantas hojas....
Hijo, así los hombres que todo lo sofocan, que tienen por sobras a las hojas, las verdes ilusiones que dan sombra!
No viven las hojas a expensas de los frutos, son los frutos los que viven a expensas de las hojas Nacen primero ellas y de la luz y el aire llévanles el jugo.
Cada racimo en cambio de una herida son días que se quitan a la vida!
Y la viña .... en cuán desoladora perspectiva! Las parras con todo el rigor de simetría a uno y otro lado igual como los seres que carecen de paz, porque han renunciado a la alegría de sentirse personales en la vida!
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LAS MANOS
Manos de la amada dignas de una reina si una reina digna de ellas fuera!
Manecitas breves con florecillas de azul entre la nieve y con menudos dedos que en sonrosadas uñas se florecen.
Manos compasivas, cariñosas, con cuánta bondad siempre se posan sobre mi frente; manos blancas, cuando ayudáis a bien sufrir, sois unas santas.
En el tiempo bueno, magas divinas, palmoteando aumentasteis la alegría, locas manos de niña.
Y siempre os extendéis prestando ayuda nobles manos menudas.
Previsoras sin que os rinda la fatiga sois las hormiguitas de la vida.
Manos blancas de azuladas venas haced que mi vida sea buena.
Manecitas mías otorgadme mi parte de alegría y si hadas sois, llenad de flores . nuestro común jardín de los amores.
Cuando muera haced que mis párpados se cierren, pero haced que se cierren lentamente, así mis ojos turbios vuestra imagen lleven más allá de la muerte! ……………………………….
LAS OREJITAS
Rosas, pequeñitas, nacaradas, los poetas se olvidan de vosotras caracolillos de la mar salada, cuando sois la puerta donde peregrinos siempre llegan a golpear con palabras en busca de amor para sus almas.
Decidme, en la noche callada cuando todo se duerme quietecito, ¿qué le contáis a la bien amada? «Nosotras recogemos el murmullo de un algo muy vago y muy profundo que acaso sea el ensoñar del mundo, y cantamos runruneo de palabras que han quedado encerradas, que si dichas por ti muy en voz baja a gloria sábenle a tu amada, que con sus ojos abiertos en la sombra las escucha encantada».
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LAS PATAGUAS
Yo que conozco mi patria como el hortelano los rincones de su heredad, he buscado en ella algún símbolo hermoso para ofrecerlo a los que forman el alegre corro de la juventud americana. Traigan otros el laurel obscuro o las hojas temblorosas de la palma, y vuelvanse todos portadores de su rama de olivo; que yo también traigo mi brazada de leña, y he aquí que la arrojo dichoso en medio de esta hoguera santa que ablanda los corazones, como panales que derriten por fin la miel de que van llenos. Ah! mis amigos, cuán dulce es la amistad de los jóvenes y cuán deseable su bulliciosa ingenuidad! Al creer en la poesía, permitid que yo, poeta libre como las aves locas, os comente mi envío.
Allá en los lejanos campos de mi tierra, donde los árboles bajan a lo más profundo de las hondonadas a beber el agua clara, alientan multitud de bellezas y de enseñanzas que se ofrecen a los ojos agradecidos de los perspicaces. Allí vive un árbol hermoso, que no hiere el hacha de los leñadores y que por ser el preferido de las aves, va cubierto de nidos que penden de las ramas como los verdaderos frutos de la patagua. Las pataguas son gigantes de troncos inmensos que, al penetrar en la tierra, se bifurcan como las pezuñas hendidas de los bueyes.
Pero esos troncos soberbios han sido formados por numerosos vástagos que fueron aproximándose, estrechandose, penetrando los unos en los otros hasta fundirse en un solo madero nudoso, el más imponente de los bosques centrales de mi patria. Como los jóvenes Arbolillos, emergiendo de puntos diversos, se inclinaron hacia un centro común, se ha formado, y queda bajo el árbol viejo, una concavidad que los leñadores aprovechan. Ahí, cada patagua, como en un lugar de sacrificio, albergará el fuego del montañés para librarlo de las ráfagas violentas.
Y no temáis que las llamas hieran su vitalidad. La unión es tan estrecha, que resbalan en esa carne como sobre la peña dura. Y más que amparadoras del fuego lo son del agua sana. De aquí, tal vez, el origen de su nombre. Sabed que todas las fuentes más cristalinas, que todos los arroyos más frescos nacen del pie de una patagua. Ninguna merece como ésta el nombre de. agua de la vida, porque en sus márgenes los hombres, que la prefieren entre todas, levantan sus casas, que el viajero ve reflejarse en la pureza del cristal como flores de humanidad.
¡Bendito sea el árbol siempre verde que se ofrece a los nidos, que ampara el fuego y que mana el agua de la vida! ¡Estos son sus verdaderos frutos; y todos ellos se deben a aquella unión poderosa que atrajo a los vástagos dispersos para fundirlos en el Señor de la Selva!
Yo os ofrezco una rama de patagua florida. Sus flores blancas son como pequeñas campanas. ¿Qué otra forma podían tener?. Reciba cada cual la suya, colóquela en su corazón y quede alerta al constante repique que llama a los jóvenes a desear el fuego y el agua de la unión!
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LÁZARO
«¿Quién me llama?» Y Lázaro, saliendo de la tumba, miró a Jesús y lo comprendió todo. «¿Eres tú ¡oh sol! el que alumbras? ¿Eres tú, o todo es un sueño? María, mi hermana! Marta, hermana mía....!»
Hablaba lenta y vagamente, como un canto que brotará de las aguas. Sus miradas sin brillo iban errantes por el ardiente paisaje de Judea; su voz estaba impregnada del opaco silencio de la muerte y su faz, serena y pálida, comenzaba a rizarse como un lago dormido a la llegada del céfiro.
Una frágil apariencia revestía su cuerpo. Transparentaba su carne los truncos, futuros designios; adivinábasele un empeño interrumpido de transformarse en lirios y en miel de los higos, en agua y en aire alado.
Marta y María contemplaban atónitas el curso revelado de un misterio. Un terror ardiente y una alegría enloquecedora corrían como fuego por sus venas. Allí, el hermano y el devenir del hermano: allí, Lázaro vivo y el anuncio de sus lirios. Tan solo la muerte no estaba en parte alguna. La muerte es un instante fugaz, el vuelo de un segundo, el cambio de un estado.
« Lázaro, anda!». exclamó Cristo. Lázaro pareció no oír, e inmóvil en la puerta del sepulcro, dijo al Nazareno: « Como tú me llamaste, me llamaban « las raíces de las vides y de los olivos, « para resucitar en aceite y vino. « Con igual imperio que el tuyo, « el agua me inducía a disgregarme « y huir con ella. « Empecé a comprender con el morir « el sentido de la voz de las cosas, « y todas ellas no cesaron de llamar. « Innúmeras vocecillas llenan los sepulcros: « Lázaro, ven! Lázaro, canta! Lázaro, « sube por nosotras y en nuestro perfume vuela « exclamaban las silvestres flores de mi tierra. « Oh! poder de las voces veladas de la tumba! « Yo, solícito, en mitad de todas ellas, « como arena insegura que entre los dedos pasa, « me sentía escurrir. Era un caer sin fondo, « blando como el sueño de un niño. « Qué de secretos descubiertos « en el comienzo de mi transfiguración! « El dolor de mi sangre # camino de ser roca! « El triste revolar de los cabellos, « alentando sobre mi frente como las hojas secas. « cuando el viento campesino se colaba « por las rendijas de la loza». « Las hormigas trepaban sobre mis piernas « como yo, de muchacho, por las suaves « colinas de Bethania, y mordían mi carne « como pican los mineros « a las montañas del oro. « Cuando vivimos, es un dolor el dar; « cuando muertos, una gran alegría. « Es el único camino que nuevamente « conduce a la vida. « Mi carne se entregaba gozosa « a la santa labor de las hormigas!
« Jesús, tú que todo lo das, « y con placer, en vida; « tú que juntas con el vivir la única « alegría de la muerte ¿mueres o vives? « ¿o quedas más allá de la muerte y de la vida?»
Y Lázaro lloró y dijo: «Yo lo sabía; « sí, yo lo sabía cuándo durmiendo estaba; « pero toda mi conciencia de la tumbas « rueda a lo más hondo del olvido. « Ay! para siempre he perdido « el saber que alcanzara en mi agonía. « Por eso lloro....)
Y como llorara, los ojos opacos de Lázaro adquirieron brillo y quedaron con la luminosa y humedad mirada de los vivos.
Y Lázaro exclamó, en medio de sus lágrimas: « Si por la muerte gimo, « como por un bien perdido, « por la vida que retorna, río.» Y volvía la sangre a sus mejillas y a sus labios; y el fuego del amor, a su corazón.
Cayendo de hinojos bajo el plateado follaje de los olivos, dijo: con una voz que parecía arañar los corazones: « He pasado y pasamos por la vida « y por la existencia que se sigue a la muerte. « Y cuando rige el imperio de una de ellas « sé borra de la otra la memoria. « Gracias, muro inconmensurable del olvido, « atalaya de ambos mundos que en la muerte te elevas!: « Oh! recia muralla impenetrable « que nadie escala si no renuncia « a sú saber antiguo! « Gracias, porque quien no recuerda « el embeleso de la muerte « puede abrazar a la vida con placer. « ¿Qué muerto no estuvo entre los vivos? « ¿Qué vivo no fue entre los muertos? « Y así como nadie guarda memoria « de su estadía en el materno vientre, « nadie alcanzará jamás a recordar « cuando muerto, a la vida, « cuando vivo, a la muerte..
« Para mí se evapora la ciencia del no ser « como el rocío que cae por la noche « y que el sol bebe con avidez. « Ya ignoro los goces del sepulcro; « ya las doradas colinas y las rojas « amapolas, y los ojos de María « me ciegan de amor. « Llueve a torrentes el olvido « sobre mi ser.
« Vuelvo como viajero que retorna « de islas remotas, cien veces mas bellas « que los paternos lares. « Y, porque regreso, vengo « sumido en un goce que mece más suave « que las ondas azules. « Vuelvo a mis duros terrones « con amor prodigioso que todo lo enaltece, « y veo que ellos se alzan más deseables « que las islas maravillosas del otro lado del mar.
« Cuánto a la vida vivifica el olvido! « Envuelto en su manto clemente, « siento que todo es posible para mí. « Brota otra vez límpida y hermosa « una esperanza interminable!»
Entre las yerbas, Marta y María yacían agotadas; estremecidos los apóstoles, veían llorar a los judios; pero sólo el Nazareno comprendía la voz de Lázaro....
« Muerte dulce, vida intensa, esposas mías! « Por vosotras dos se ha estremecido mi corazón; « pero al volver a tu lado, « oh! vida en juventud perenne, « arribo como llegaría el viudo « a quien le fuese dable gozar otra vez « de las ardientes caricias « de su primer amor desvanecido!»
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ANTE LO IRREMEDÍABLE ROGUEMOS POR OLVIDO Y POR SILENCIO
Oh! si yo pudiera darte mi corazón! Tuyo es, porque tú impulsaste su rítmico latir. Te pertenece como las flores que plantó tu mano. Te pertenece con todo lo que a tu alma debe impulso o debe amparo.
Tuyo, yo; pero no, tú misma; tuyo mi corazón, pero él no alienta en tu pecho ni en tu vida! De las flores que plantó tu mano ninguna te ha dado su color, que tan sólo por tus ojos resbaló! Ninguna te empapara en perfume que intangible en el aire disipó! No fundieron contigo su existencia, no amasaron su carne con tu carne las flores! Tuyo es mi corazón; pero no es mi sangre la que riega tus venas. Tuyas mis palabras que el amor me dicta y vierto en tu alma; pero no las fuentes de donde ellas manan!
Si algo nos perteneciera por entero, nuestro vivir perduraría eterno! Si los graves árboles, que solícitos fueron con nuestro amor; si los mundos lejanos, que en una noche de silencio contemplamos, entraran en nosotros, moriría nuestro cuerpo como parte pequeña de ese todo que seguiría viviendo en los árboles, y en aquellos mundos lejanos que míranse en silencio! Y yo seguiría viviendo en ti, no en recuerdo, sino en dolor, en ansias, en secretos, en la sombra invisible de mi cuerpo que, unido al tuyo, por siempre llevaría esa absoluta entrega de mi vida.
Pero no se puede! No lo puedo yo! Nadie lo puede! Es rígida la senda establecida: « Tú vivirás tu vida; las ajenas las verás vivirlas a veces como un juego a tus ojos ofrecido, otras, como rocas impasibles que rodean a tu playa y a las que nunca amasarán tus aguas. Agua, la propia; rocas, las ajenas. A tan diversa consistencia alcanzar el juicio por la tuya y por sus almas!»
Puedo hacer la entrega de mis versos; la entrega de mí mismo, yo no puedo!
Y di, tú, qué verás en ellos, adorada mujer? Los verás completos? No habrá un detalle a tu modo de sentir ajeno? Me creerás un loco? Sufrirás viéndome envuelto en un dolor que no adivinas por entero?
Mujer, roguemos por olvido y por silencio! Lo que quisiera daros, yo no puedo. Mujer, porque venga a mí el olvido y el silencio, roguemos.
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LOS PÁJAROS ERRANTES
Era en las cenicientas postrimerías del otoño, en los solitarios archipiélagos del sur. Yo estaba con los silenciosos pescadores que en el breve crepúsculo, elevan las velas remendadas y transparentes. Trabajábamos callados, porque la tarde entraba en nosotros y en el agua entumecida.. Nubes de púrpura pasaban, como grandes peces, bajo la quilla de nuestro barco. Nubes de púrpura volaban por encima de nuestras cabezas. Y las velas turgentes de la balandra eran como las alas de un ave grande y tranquila que cruzara, sin ruido, el rojo crepúsculo. Yo estaba con los taciturnos pescadores que vagan en la noche y velan. el sueño de los mares. En el lejano horizonte del sur, lila y brumoso, alguien distinguió una banda de pájaros. Nosotros íbamos hacia ellos y ellos venían hacia nosotros. Cuando comenzaron a cruzar sobre nuestros mástiles, oímos sus voces y vimos sus ojos brillantes que de paso nos echaban una breve mirada. Rítmicamente volaban y volaban unos tras los otros, huyendo del invierno, hacia los mares y las tierras del norte. La peregrinación interminable, lanzando sus breves y rudos cantos cruzaba, en un arco sonoro, de uno a otro horizonte. Insensiblemente, la noche que llegaba iba haciendo una sola cosa del mar y del cielo, de la balandra y de nosotros mismos. Perdidos en la sombra, escuchabamos el canto de los invisibles pájaros errantes. Ninguno de ellos veía ya a su compañero, ninguno de ellos distinguía cosa alguna en el aire negro y sin fondo. Hojas a merced del viento, la noche los dispersaría. Mas no; la noche, que hace de todas las cosas una informe obscuridad, nada podía sobre ellos. Los pájaros incansables volaban cantando, y si el vuelo los llevaba lejos, el canto los mantenía unidos. Durante toda la fría y larga noche del otoño pasó la banda inagotable de las aves del mar, En tanto, en la balandra, como pájaros extraviados, los corazones de los pescadores aleteaban de inquietud y de deseo. Inconsciente, tembloroso, llevado por la fiebre y seguro de mi deber para con mis taciturnos compañeros, de pie sobre la borda, uní mi voz al coro de los pájaros errantes. ….………………………………………...
PALABRAS DEL RELATO DEL HERMANO ERRANTE
Amarás a Dios, huirás de imágenes de Dios.
No hay en el cielo cosa alguna, las estrellas, el sol, la luna, que puedan representarlo.
Y no hay en la tierra nada, ni en el mar, ni en la montaña, ni en la selva, ni en el alma humana.
Amarás a Dios, sin encontrar jamás la justa oración; sin poder balbucear una palabra que sea luminosa de revelación
Amarás a Dios, y no tendrá un eco en tu corazón; y no valdrá el fuego del éxtasis, en tu amor, para penetrar la sombra de Dios.
Amarás a Dios, el desborde de tu gran pasión te llevará a los hombres y a los tiernos animales del Señor.
Amarás a Dios. rogarás todo el curso de la vida por verlo y por oírlo; y morirás. Cuando no vean ya tus ojos, cuando tus oídos ya no oigan, volverás a Él; volverás a Dios. Muerta tu alegría y tu dolor; muertas tus ansias; muerto tu amor, entrarás, ignorando, silencioso, en la sombra de Dios.
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ORACION DEL HERMANO ARQUITECTO
Pequeña casa que yo dibujo! Muros imaginarios; puertas por las que las hormigas no pueden entrar; ventanas abiertas sobre piezas de ilusión!... A través de los cristales ningún rostro espía; tras ellos ninguna luz se enciende. Como un juguete, mis ojos sonrientes te observan, sombra que mis manos concretan. Y un día, no lejano ¡oh milagro de la voluntad! como liviana semilla en hoja alada, volarás hasta caer en tierra. En ella echarán raíces tus cimientos; se elevarán tus muros al compás del canto de los albañiles, y tus alegres ventanas serán ojos abiertos llenos de asombro ante el vasto horizonte. Cuando en las piezas vacías resuenen los últimos golpes dados en la techumbre, cuando el polvillo fino de la postrera labor terminada aún vague por el aire lento, en el principio de tu vida, todo te será hostil; los mismos pájaros huirán de tus fríos aleros; el sol, con sus más vivos rayos, hará sensible tu advenediza apostura, y tu flamante apariencia será una pretensión más para las sabias y viejas casas que desde los alrededores te contemplan displicentes. Más el día llegará en que un hombre y su familia bulliciosa recorran tus aposentos, y suban y bajen inquietos como las ardillas. El pobre hombre, fácil al engaño, al ensayar una sonrisa olvidada, creerá que sus viejas tristezas quédanse afuera, y que dentro de tus muros va a iniciarse para él una nueva vida desligada de todo antiguo cansancio. Como una estrella más, aparecida en la noche, brillarán tus luces encendidas para las aves nocturnas. Y los atrasados caminantes, que vayan por la falda de los montes vecinos, verán cómo pestañea y guiña la roja claridad como una señal amiga. Ellos no saben que las ramas de los árboles ocultos en la noche, que mueven vientos silenciosos, al ir y venir con sus vaivenes en frente de tus ventanas, fingen tan amable engaño. La lluvia, que en toda la enorme sucesión de los inviernos tenía costumbre de encontrar tierra libre en el sitio que ocupas, murmurará de tu presencia y buscará vengarse. En mil pequeños regatos bajará por la larga pendiente de los tejados y ¡ay de que encuentre los más pequeños resquicios! turbará en la alta noche vuestro sueño como si cien relojes caprichosos se largasen a andar en el entretecho. Ella, que viene a reverdecer la tierra, ya se ingeniará porque vuestra estéril techumbre reverdezca. Ella hace de una casa construida para los hombres un refugio para musgos y yerbas locas. En grietas invisibles, en tres granos de polvo robados al camino por el viento que todo lo revuelve, ulla hará que arraiguen y prosperen. Una noche, en que la locura insistente de las ráfagas sacuda un postigo olvidado, desde el hueco de una teja vana, una lechuza, para expiar el merodeo de los ratones, pedirá reiteradamente silencio. En la humedad que mantiene la sombra constante de los rincones, formará sus pequeñas viviendas toda una tribu de negros escarabajos y, arriba, en el ventanuco más alto e inútil, arañas cuidadosas tejerán hermosos visillos que las preserven del frío y de las miradas de las golondrinas. Con el alba de una tardía primavera, habrá nacido bajo tu techo un niño que llorará sin descanso. Él va a ser en tu interior como un obscuro pensamiento que se insinúa. Y una tarde cenicienta de un otoño dorado, el pobre hombre aquel que creyo empezar en ti una nueva vida, observará por última vez, antes de morir, las paredes desnudas de su habitación. Por largo tiempo sólo se oirán llantos, quejas y lamentaciones, y entre ellos unos silencios, hondos y desconcertantes, que turban golpes siniestros dados sobre una caja hueca. Después abandonarán tu abrigo. Todos volverán la vista para contemplarte antes de llegar al recodo del camino. Todos, menos el niño que nació bajo tu techo. El irá feliz; la idea del cambio le producirá un ingenuo placer que embargará todos sus pensamientos. Nuevas familias llegarán, pidiéndote refugio. Habrá parecidas esperanzas e iguales amores; otros niños nacerán, y otros hombres y mujeres contemplarán el último crepúsculo desde tus ventanas. Yo mismo, que ahora te dibujo ¡oh pequeñita casa de ilusión! yo también dejaré un día de arrojar una sombra, porque bajo la tierra, que ya me cubrirá, todo es tan obscuro que mi sombra con toda otra sombra irá confundida. Yo no viviré; mientras tú ¡casa de mi fantasía! seguirás amparando a las yerbas locas, a las arañas y escarabajos. Cuando cien y cien primaveras hayan pasado, la tierra que te forma ic habrá hecho blanda y viva. Crecerán demasiadas yerbas sobre tus muros desnudos y, como ventanas improvisadas, grietas y agujeros dejarán pasar a lluvia, el sol y el viento. Una noche, tus maderos podridos cederán, y parte de la techumbre se derrumbará con estrépito sobre los aposentos abandonados. Pero aun así buscarán refugio entre tus ruinas los amantes y los lacones. Por diez veranos aún han de madurar las mieses antes de que en el tio que ocupabas no haya otra cosa que un montón de tierra. Tú también habrás muerto ¡tú también morirás! Y sobre esa altura ventada como un túmulo a tu memoria, la primavera hará florecer todas; flores de los campos. Morirá hasta tu memoria ¡oh pequeña casa de ilusión! tal vez un poco tes; quizás un poco después de la memoria que de mí yo deje. Y con la parte de tierra que tú y yo a la tierra habremos devuelto, llegarán otros hombres a amasar con nosotros sus casas. Ah! entonces con cuanta avidez ambos, nuevamente, por los abiertos nos de las ventanas, contemplaremos aquellos olvidados horizontes....