Poetas Acráticos





Durante la Colonia (1541-1810) habría sido extemporáneo el surgimiento de un poeta ácrata. No había Pueblo; no había ciudadanos.
La Monarquía y la Clerecía española dominaban con poderes absolutos: la esclavitud y la servidumbre en todo su apogeo. Indios, mulatos, esclavos eran intermediarios entre la bestia y el hombre. Y toda esa recua permanecía fatalmente en la ignorancia, sin leer, sin escribir, sin hablar...
Con todo, en momento oportuno, el espíritu rebelde había de engendrar un Mesías: Camilo Henríquez.
Nacido en la ciudad de Valdivia (20 de Julio de 1769), fue enviado por sus padres al Perú, en donde el niño genial ingresó al Convento de San Camilo de Lelis, en Lima, denominado también Padres de la Buena Muerte.
Devoró libros de teología, historia, medicina y ciencias políticas.
Se familiarizó con los filósofos franceses del siglo XVIII, en cuyas obras bebió el espíritu de la libertad política y religiosa. Una acusación de cuasi apostasía, ante el Santo Oficio de la Inquisición, de Lima, no lo amedrentó.
Llegado a Santiago en 1811, fue el primer patriota que se atrevio a proclamar la oportunidad de independizar en absoluto a Chile de la Dominación española, en un manifiesto revolucionario que circuló manuscrito, firmado con el anagrama Quirino Lemachez.
Fundó, con otros patriotas, el primer periódico chileno: «La Aurora» (13 de Febrero de 1813). Desaparecido este periódico el 1.o de Abril de 1813, fundó otro: «El Monitor Araucano»,-A raíz del desastre de Rancagua, emigró a la República Argentina, en donde redactó la «Gaceta Ministerial», «El Censor» y «Las Observaciones», hacia los años 1817-18.-
Regresó al país en 1822, y fue diputado-secretario del Congreso Nacional de ese año.-Escribió: «La Camila», «La procesión de los tontos», «Inocencia en el asilo de las virtudes», dramas; «El catecismo de los patriotas», «Ensayo a causa de los sucesos desastrosos de Chile» y «Bosquejo de la democracia», traducido de Bisset. Murió en 1825.
En estas obras, y singularmente en sus numerosas poesías patrióticas, flota el espíritu rebelde que Henríquez supo comunicar a sus contemporáneos.
Fue, en verdad, un ácrata, un ángel satánico, que se rebeló contra el régimen monárquico imperante.
Con todo, hay que reconocer que el fraile de la buena muerte no usó el verso sino como medio de hacer propaganda libertaria.
Las estrofas fluían de su pluma espontáneamente, pero resultaban urgidas, inarmónicas. Antes que poeta fue un prócer, un gran patriota.
Es su espíritu acrático el que supervivirá a través de todos los tiempos.
Los espíritus-barreras no aparecen sino de tiempo en tiempo: cuando sube la marejada de los prejuicios, errores y rutinas.
Hacia el año 1843, Francisco Bilbao apasiono hondamente con la publicación de su estudio «Sociabilidad Chilena» en el periódico mensual «El Crepúsculo».
-Era un espíritu ardiente y poético,--dice José Victorino Lastarria en sus Recuerdos literarios, -pero su poesía brillaba como una manifestación del acendrado misticismo que formaba el fondo de su sentimiento: no podía dejar de ser creyente, y faltándole su antigua fe en el catolicismo romano, se asilaba en el evÁngelio, para condenar aquella creencia, y buscaba la satisfacción de su misticismo en la metafísica mesiánica de Lamennais y otros socialistas teológicos».
Y agrega Lastarria: «La verdadesa proyección del siglo XVIII estaba en el proceso que, Bilbao formaba, en su escrito, antes de formular su síntesis nueva, a nuestro pasado católico y feudal, a nuestra revolución, a los gobiernos que la habían comprendido o contrariado, al gobierno y al partido pelucón que reaccionaban contra ella y que restablecían y afianzaban el pasado español y colonial».
El estudio «Sociabilidad Chilena) provocó un escándalo histórico.
El escrito de Bilbao fue acusado de blasfemo, inmoral y sedicioso. Un fiscal formuló la acusación ante los Tribunales.
De ahí nació la celebridad de aquel estudio filosófico: hubo de hacerse de él una segunda edición. Se siguió el ruidoso proceso, y ante la Corte Suprema tuvo ocasión el apóstol de aplicar este estigma: «Aquí dos nombres, el de acusador y el de acusado, dos nombres enlazados por la fatalidad histórica, y que rodarán en la historia de mi patria.
Entonces, veremos, señor Fiscal, cuál de los dos cargará con la bendición de la posteridad. La Filosofía tiene también su código, y este código es eterno. La filosofía os asigna el nombre de retrógrado. ¡Eh, bien! innovador, he aquí lo que soy. Retrógrado, he aquí lo que sois!... >>
El Tribunal invocó una Ley de Indías, una ley colonial, y condeno al estudio «Sociabilidad Chilena a ser arrancado del periódico que lo contenía y enseguida quemado por mano de verdugo...


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Al lado de los escritores rutinarios, esclavos de las reglas académicas, que antes de tener una idea o una sensación propia, saben que pueden llenarse una carilla o una tirada de catorce versos, con tal o cual lugar común y tal o cual figura retórica, están los pensadores, los caracteres audaces y viriles, las almas integérrimas, los espíritus-barreras que derrumban dogmas y prejuicios con la rigidez de un ariete o erigen nuevos y fecundos principios que desafían al error con la firmeza de una pirámide.
Al lado de los carneros de Panurgo, corre desenfrenadamente el brioso corcel de Mazzepą.
Dejando atrás a los pusilánimes, a los mediocres, a los fraccionarios, a los serviles parodíadores, avanzan Víctoriosamente los fuertes, los personales, los buscadores de ignoradas bellezas y originales rumbos.
Entre estos espíritus evolucionadores, está el poeta ácrata, el poeta rojo, el poeta que levanta el amenazante pabellón de los descontentos sobre las cabezas estremecidas por agitaciones huelguistas o revolucionarias.
El poeta acrata es el rapsoda de la Anarquía.
Es el amigo del Hombre y del Pueblo.
Es el portaoz de la rebelión contra el Poder y la Fuerza Armada.
Es el portavoz de la gleba y de la hampa.
Es el son de combate de lo abyecto.
Es el grito amenazante del hambre y del dolor.
Es la protesta de la mugre, del sudor y de la sangre.
El poeta ácrata celebra el triunfo del puñal, el adoquín y la dinamita; propone la extirpación de la burocracia y de la oligarquía y aún la destrucción del régimen social existente.
Pero veamos qué puede ser el poeta ácrata entre nosotros.
Toda la América, esa reserva de energía con que cuenta la humanidad, es republicana y libre.
Algunos de sus Estados se sienten enfermos del abuso de libertad: al máximum de libertades ha correspondido el desmembramiento y la anulación del principio de autoridad, sin el cual no hay gobierno ni armonía política posible.
Por una imperfecta adaptación a países nacientes de viejos estatutos políticos, ha habido en América tiranuelos y mandarines como también revoluciones y caudillajes.
El afán de trasplantar e imitar los progresos de Europa ha hecho evolucionar violentamente a estas repúblicas nuevas, a las cuales se le encuentra muy incivilizadas cuando se las parangona con monarquías caducas e imperios milenarios.
Entre los útiles trabajadores cosmopolitas que llegan a las playas americanas,-pobres los bolsillos y ricas las cabezas de energía y de técnica,-suelen arribar propagandistas de ideas libertarias. y agitadores de profesión que sin importarles un ardite el mejoramiento de nuestro pueblo, aparentan interesarse por su causa con el propósito único de explotar a unos cuantos incautos.
Tal es el principal aspecto del ambiente que, para el desarrollo de la poesía acrática, existe en América.
En esta situación, es menester distinguir entre ácratas falsos y ácratas de verdad.
El novel poeta que en las barateras ediciones de Maucci y Sempere, lee y asimila a Gorki y Bakounine; se sugestiona y escribe versos en que habla del látigo siberiano, creyendo que los atroces sufrimientos del pueblo slavo se repiten en Chile, hace indudablemente obra acomodaticia y falsa.
El joven que usa corbatín rojo, frecuenta las bibliotecas, concurre a los meetings y perora ante cualquier prójimo que desee oírle, pero que se escurre cobardemente cuando se trata de ayudar al «compañero» caído o al «compañero» miserable, ese es un falso ácrata, un ácrata teórico, un ácrata bibliómano: un ocioso.
Empero, es necesario reconocer que en Chile, como los demás países americanos, existen miserias y opresiones, abusos y expoliaciones, desigualdades e iniquidades, en las diversas etapas de la vida política y privada, que en las ciudades se manifiestan como rebalse de la ambición y del egoísmo de los poderosos, y en las aldeas, campos y haciendas, verdaderos señoríos feudales, subsisten como resabios de nuestra época colonial.
La explotación del obrero por el Capital, sobre todo por el extranjero, existe en Chile.
Ese abuso se sufre principalmente en las minas y las pampas.
Es triste la condición del trabajador de las salitreras a donde llegan los hombres más esforzado de nuestra raza: allá se les trata como a bestias de carga, se les esquilma en las pulperías, se les envenena con alcoholes, y junto a los cachuchos, pierden la salud y la vida.
El poeta que observa nuestra democracia y nuestra aristocracia; que convive con nuestros trabajadores en las bahías, fábricas, pampas y labrantíos, y canta después de oír el doloroso ritmo del corazón popular, es un poeta acrático de verdad, un ácrata sincero. Y estos no son numerosos aquí.
No pueden ser muchos: al fin y al cabo, aquí hay campos, costas, mares y montañas,-infinitos caminos y horizontes,-para cuantos quieran trabajar, para los hijos del país y para los hijos que emigran de los viejos países pletóricos.
Acaso por esta circunstancia observó Alejandro Sux, al referirse a nuestro talentoso escritor Baldomero Lillo, que las modernas concepciones filosóficas han tenido entre nosotros algo de cobardía en las exposiciones y un temblequeo de inseguridad en la argumentación; que nuestros gestos valientes han sido pocos y que nuestros escritores rebeldes han tenido que replegarse en retirada hacia el silencio.
Sux no nos habría lanzado tan amplio reproche si antes hubiese comparado la situación demográfica de América con los países que han servido de cuna a la filosofía del anarquismo.
Y ni siquiera equiparó las condiciones étnicas de su país con el nuestro. Es verdad que en la República Argentina la poesía acrática ha alcanzado más esplendor que en ninguna otra sección del Nuevo Mundo.
Entonces ¿de qué se enorgullece Sux? Alberto Ghiraldo y Mario Chilopegui ¿acaso interpretan las vibraciones del corazón argentino? ¿No es verdad que han explotado principalmente una poesía exótica, trasplantada, para satisfacer el gusto de las masas de inmigrantes que descontentos de sus propios países, arriban a la Argentina como a una tierra de promisión?
En cambio, nosotros no hemos tenido ambiente tan propicio para semejantes alardes en verso.
Ante todo, somos chilenos; hemos luchado con el océano y la montaña, y lo que somos lo debemos, casi exclusivamente, a nuestro esfuerzo.
Así se explica que nuestros poetas acráticos no hayan pretendido reformar el Mundo.
Han cantado sencillamente el dolor de nuestro pueblo,-proietario, minero o inquilino,-y lo han hecho con sinceridad.
Esto no quita que de vez en cuando aparezcan versificadores vacuos y destemplados que tratan de asombrar con ridiculas hipérboles y ramplonerías.
También es digno de notarse un verdadero fenomeno de metamorfosis literaria, entre nosotros.
Muchos noveles escritores hicieron sus primeras armas disparando venablos sobre el loberío humano, a bien, tratando de arrebatar su quijada de asno a los modernos Caínes.
Pero muchos comprendieron que sus propagandas líricas sonaban a hueco, o sencillamente que habían errado sus naturales caminos.
Otros, abandonaron sus rojas campañas y rasgaron el trapo anarquista, sólo porque se avergonzaron de ser un número en la masa del pueblo.
Sin embargo, estos desertores dejaron ocasionalmente memorables huellas de haber vivido con sinceridad sus emociones de poetas rebeldes.
Aún resuenan armoniosamente las clarinadas de La Nueva Marsellesa de Víctor Domingo Silva, quien tuvo el gesto de declamarla ante una efervescente muchedumbre en huelga, en un malecón de Valparaíso.
Antonio Bórquez Solar ha tenido rasgos brillantes y originales como poeta acrático: Los Pobres es. uno de los mejores trabajos de su libro «Campo Lírico», y su composición Los Huelguistas mereció que el renombrado escritor argentino Manuel Ugarte la aplaudiera en su abra. «Las nuevas tendencias literarias» (1908).
Carlos Pezoa Vélis empezó a escribir el intenso drama del alma popular. Sus poemas El organillo, Pancho y Tomás, Alma chilena, trasudan sangre, infiltran pena, destilan llanto... y aquellas inolvidables impresiones en prosa que el poeta recogió en las pampas calicheras...
De Carlos R. Mondaca y Alfredo Guillermo Bravo, baste decir que se han olvidado ya que en otros tiempos ensayaron la poesía acrática, con encomiable éxito.
En este punto, merecen recordarse especialmente Domingo Gómez Rojas y Manuel Rojas. El primero concluyo por repudíar su opúsculo de poesías libertarias Rebeldías líricas (1913), que fue muy celebrado por los anarkos. Hoy es uno de los poetas que figuran en el círculo de oro de este Libro Lírico.
En cuanto a Manuel Rojas (nacido en Buenos Aires, hijo de padres chilenos, el 8 de Enero de 1896), también ha desertado: salió de la obscuridad de los barrios arrabalescos y de un golpe se conquistó un puesto honroso entre nuestros líricos jóvenes. Despunta como un poeta delicado y cuidadoso de la forma.

Ahora es el momento de tratar a nuestros verdaderos ácratas, a los que nacieron ácratas y no han claudicado.
Estos hombres visten generalmente la blusa del proletario y trabajan ya en las pampas del Norte, ya en las hulleras del Sur, ya en las fábricas, ya en las linotipias de los diarios metropolitanos o en las cajas de cualquier oscuro periódico de provincia.
Algunos usan melena desgreñadas y sueltos corbatines rojos. Son estudiosos, son conscientes.
Azuzan y arrastran a las masas populares cuando se trata de contener los avances de la burguesía arribista, las inhumanas explotaciones del Capital, o los excesos de los poderes oligárquicos.
En los mítins, sus versos agresivos y fustigadores suelen provocar acusaciones sórdidas y estallidos de tormenta.
Aún se recuerda con horror el movimiento social de 1905, en la capital de Chile: con ocasión de haberse ausentado de ésta los 3 batallones de la guarnición militar, para formar parte en unas maniobras, se levantaron pobladas de los más bajos fondos sociales.
Necesitaban reclamar algo impreciso, tal vez el pan, tal vez el mejoramiento de su condición abyecta; la 'protesta no iba dirigida a un hombre, a un representante de la autoridad; no, los puños crispados, los semblantes furibundos, los labios enardecidos, se dirigían a la Autoridad, a la Sociedad entera, a los palacios en que se alberga el Poder.
Entonces, el burgués tomó las armas y muchas cabezas de aquella bestia policéfala cayeron. La tragedía no cesó hasta la llegada del Ejército.
No menos memorable es la huelga de Valparaíso, en 1907; y la más grande, la de Iquique, el 21 de Diciembre de ese año.
Los sufridos pampinos de Tarapacá se levantaron en demanda de protección y de justicia.
Llegaron a Iquique no a destruir el Poder, sino a solicitar su amparo.
Se temió a la bestia humana y un General ordeno al Ejército cañonear a la multitud: centenares cayeron.
La sangre allí derramada será en lo sucesivo el mejor argumento de la causa del pueblo.
He aquí a algunos de nuestros verdaderos ácratas:




           

MAGNO ESPINOZA
No tiene biografía conocida, como ocurre con casi todos sus compañeros.
Alguien ha dicho de él: «Por lo heroico de su vida, por la vigorosidad de sus ímpetus y por la nobleza de su temperamento, merece, más que muchos, ser mencionado con cariño y respeto.
Respeto por el hombre; cariño por el artista».



LUIS OLEA
Fue uno de los inspiradores del aludido movimiento social de 1905. En el periódico en verso «El Cantor del Pueblo» (Coquimbo, 1908) aparece un soneto suyo que es un latigazo a la fuerza armada. Antes había dado a luz numerosas publicaciones acráticas en opúsculos populares. Murió en Bolivia hacia el año 1908.



ALEJANDRO ESCOBAR Y CARVALLO
En 1904 germino un considerable movimiento acrático. Acaso influyo en él la estadía en Chile de los anarquistas Pedro Gori e Inocencio P. Lombardozzi. En ese año «el compañero» P. Solís Rojas publicó sus opúsculos de Poesías Ácratas en los que figuran numerosos versos de Escobar y Carvallo, como también de Luis Olea, Luis E. Recabarren, Magno Espinoza, Marcial Cabrera Guerra.
Lució felices disposiciones este escritor rebelde. Hoy es simplemente un teósofo. Sus antiguos compañeros de bohemia lamentan su alejamiento del anarquismo.



EDUARDO GENTOSO
También se ha distinguido por sus versos democráticos y batalladores.



FRANCISCO PEZOA
N. en el año 1885. Es el más representativo de nuestros poetas acráticos contemporáneos. Desde hace quince años ha tomado parte activa en el movimiento social de este país.
Es un ácrata tratable. Y también un bohemio que tiene sobrado talento para señorearse en los barrios sub-urbanos. Se preocupa grandemente de su cultura, la que, dada su condición de proletario, es enorme. Traduce del francés, inglés e italiano. Ha estudíado a fondo la ciencia sociológica y los más importantes movimientos obreros habidos en Europa y América. Es autor de más de trescientos manifiestos y proclamas. En Ateneos y Centros Obreros ha dado centenares de conferencias acerca de las más variadas materias relacionadas con el mejoramiento moral y económico del Pueblo. Sus estudios han versado especialmente sobre las llamadas cuestiones sociales, sobre anarquismo, socialismo y sindicalismo, y sobre las doctrinas neo-Malthusianas.
En «El Rebelde», «La Protesta», «El Productor», «Luz y Vida» y otros periódicos anarquistas aparecidos en Chile desde el año 1895 ha colaborado con artículos y traducciones.
En Iquique, alguien editó un Cancionero Revolucionario con versos selectos de Pezoa. Por él se ve que la poesía roja es un matiz de la poseía popular. Estos versos de Pezoa se cantan generalmente adaptándolos a la música de las canciones populares.
Las mejores composiciones poéticas de Pezoa son: El ladrón, Anarkos, De vuelta del mítin, Canto de venganza. Esta última se ha divulgado con el nombre de «La Pampa» y con música de «La Ausencia», al extremo de ser cantado en los movimientos obreros de Chile, Argentina y Uruguay.
En las pampas argentinas, en las salitreras, en las minas de Bolivia y en las obras del Canal de Panamá, han vibrado en gargantas estremecidas por el dolor las estrofas de este anarko, a la vez poeta doctrinario y cancionista.



ANTONIO ACEVEDO HERNÁNDEZ
(N. en Angol, 1887) También cabe mencionar aquí a Antonio Acevedo Hernández que empezó escribiendo, en verso lírico, algunas arengas libertarias. Casi toda su labor tiene una marcada índole acrática. Los solos títulos de sus obras dan idea de esa tendencia: Su «canto alegórico» forma parte de una colección de versos líricos, «Poemas de la Impotencia». Sus «Elegías), recuerdan el tono sentimental de Juan R. Jiménez. «Por la patria» es un apóstrofe contra la guerra. Dra. mas sobre problemas agrarios: «En el rancho» (veinte representaciones en un año); «La puñalada» y «El Inquilino» (representado). Dramas ibsenianos: «Degenerado» (representado) y «Super-mito». Trilogía del Suburbio: «Almas Perdidas» (tres actos; representado); «Carcoma» y «María Luisa». Dramas ideológicos o de tesis: «El Dueño» y «El Salmo de la Vida». Leyenda dramática: «Camino de Flores» (representada). Novelas: «La raza fuerte», estudio sobre el pueblo chileno, prologado por Armando Donoso; y «Tierra adentro», idilio campesino.
Seis años atrás Acevedo Hernández era casi un analfabeto. Hoy marcha a ocupar un buen puesto entre nuestros autores dramáticos. Por falta de dinero no ha publicado ninguno de sus libros, de los cuales se ha mencionado anteriormente solo los que, a juicio del autor, merecen editarse, pues conviene saber que este ácrata ha tenido la valentía de echar al fuego aquellos de sus manuscritos que le tenían descontento.



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