(En Taltal, el 6 de Mayo de 1893). En sus primeros trabajos poéticos se nota, en cuanto a la forma, la fisonomía de las modernas tendencias literarias: es aún el escritor que se inspira en sus lecturas, porque sabe poco de la vida y no ha observado sino el exterior de las cosas.
Cuando hacía el servicio militar, como aspirante a oficial, escribió su libro Desde el vivac (1915), compuesto de impresiones del cuartel y de la vida campesina. De esa época data su evolución hacia los motivos chilenos. Ahora trata asuntos de color y sabor coloniales y logra esbozar los rudos gestos de la psicología del pueblo. „Bien por el poeta que explotando los nativos filones, casi vírgenes aún, hace genuino arte nuestro.
Mientras una valiente muchachada labora poesía introspectiva, aspira el ya un poco oxidado perfume de las flores baudelerianas o se entrega simplemente a una fetichista, admiración por el excelso Rubén Darío, es loable que haya por estos lados cultores de la idiosincrasia chilena, de los repliegues característicos del alma chilena, de los momentos heroicos y sorprendentes de nuestra Historia.
Nuestra Metrópoli, «la ciudad remota, olvidada entre los dos gestos más rotundos que tuvo el planeta,-los Andes y el Pacífico», -como dice Eduardo Zamacois, ofrece motivos de poesía con sus mujeres bellas de belleza única en su piedad y recogimiento religiosos; con su cerro de roca viva en medio de la urbe, sus iglesias graníticas coloniales, sus casonas señoriales y solariegas cuya herrumbre española, entre trasplantados estilos, evoca todo un pasado homérico y legendario.
No esperemos que un observador penetrante como Zamacois venga a decirnos como cosa, aunque no nueva, olvidada, que Santiago es una ciudad alegre, hecha de risas, que puede llamarse París como “la ciudad sin noche”.
No esperemos que de fuera vengan a sorprender la caballeresca lealtad de nuestro «roto» tan extremada que en sus riñas sangrientas jamás hiere al adversario por la espalda. No aguardemos que un extranjero venga a hablarnos de nuestro «huaso) sobrio y rudo para las agrarias faenas; de nuestra gente brava, alegre, imprevisora; de nuestra «baya» regocijadora, escanciada por sus devotos en hondos «potrillos»; de nuestra cueca zandunguera, briosa, ágil, vibrante, llena de ardorosos zapateos y picarescos agachadillos.
No esperemos, repito, que un Zamacois, varonil y galante, venga a conquistarnos nuestras mujeres diciendo de ellas, que son “parcas de estatura y de carnes, poco ventaneras, con dentaduras bellísimas y anchos ojos andaluces, ojos de obsidíana, negros y brillantes, cual si la luz, lejos de penetrar resbalase sobre la gran tiniebla de la pupila”.
¡Es menester, jóvenes bardos, desentrañar los tesoros que ofrecen los veneros intocados de nuestra Leyenda, de nuestra Naturaleza, de nuestra Vida!
Amo esos viejos tiempos de cajas y tambores en que un abuelo mío se decía marqués, y en que se recogían los señores oidores en invierno a las nueve y en verano a las diez.
Hoy ¿quién no siente agrado mirando a un caballero sujeto entre un enorme y negro corbatín? Entonces se podía ser bueno y embustero con decir dos palabras en sabroso latín.
Entonces los bostezos eran largos, muy largos, y los días se hacían mucho menos amargos, jugando al carga burro al calor del brasero, a pesar que esos tiempos iban como tortuga y las damas virtuosas mostraban sus arrugas y los hombres gentiles su modo zalamero.
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Amo también la casa de estilo solariego: mojinete de piedra y puerta claveteada, donde vivio un hidalgo que se llamó don Diego y hubo un olor a máte con azúcar tostada.
Porque dentro esas casas de sombríos zaguanes, con patios de naranjos y huertos perfumados, nunca faltó una abuela que entre sus mil afanes desgranara un rosario a los seres amados.
¡Cuántas cosas de amores enfriaron sus losas! ¡Cuántas veces al huerto se recogieron rosas el día en que la niña soñó ser abadesa!...
Mientras desde el portón le hizo su última broma con la alegre carita que en las tardes asoma el negrito que lleva la orgullosa calesa… ………………………………………
-Que no ves que la misa me ha secado el gaznato -decía en tono afónico el sacristán mayor- Rosario, «mucha espuma» tiene este chocolate, las monjas capuchinas lo dejaban mejor.
Bien sabía la vieja mulata que lo bate, que si disminuía la espumita, el señor diría: «poca espuma» tiene este chocolate, las monjas capuchinas lo dejaban mejor.
Aunque muestra el muy pícaro una risa vedada que medio disimula su nariz, colocada sobre el vaho aromático que despide el limón.
Mientras sigue sumiendo en el líquido hirviente junto con su bocaza despoblada de dientes una y otra tostada del fondo del tazón. ………………………………………
LA FONDA
Ya la gran fonda ostenta sobre el muro oscilante el rumboso letrero: «Aquí está Silva». Trueca esto con el estruendo del eco revibrante y zandunguero de una bien entonada cueca.
Las cantoras se han puesto chillones trajes claros y embadurna a sus flácidos rostros cl colorete; de las orejas penden unos enormes aros y los moños sustentan rosas y gallardetes.
En una carretela puesta festivamente con disfraces de yedras, arrayanes y flores, arribó de los campos toda esta buena gente.
Hoy mueven en cabriolas los pics guarosamente, y más de algún pañuelo de a cuadros en colores se agita y barre el piso, desesperadamente. ………………………………………
CUECA
Es el instante criollo y festivo de una muchacha con anca muy gruesa cuando un pañuelo de rojo muy vivo flota por sobre su huraña cabeza.
Y más nerviosa que nunca, prosigue entre los huifas de su zapateo, y esa insistencia con que él la persigue pone en su cuerpo febril contorneo.
Llega a su colmo lo alegre en la vida pues la pareja ya va muy unida; y por fin atrévese el buen mocetón, y en un postrer ademán, la rodilla en tierra, ofrece a la guapa chiquilla todo el albergue de su corazón!... ………………………………………