Hemos incluido en las primeras partes de nuestro libro a los intelectuales que, salvo raras excepciones, merecen según nuestro criterio el calificativo de poetas. Este calificativo, hablando honradamente, ¿es aplicable a Manuel Blanco Cuartín, Daniel Barros Grez, Adolfo Valderrama, Belisario Guzmán Campos, Rafael Allende, Efraín Vásquez Guarda, Ricardo Montaner Bello, Alfredo Irarrázaval, Armando Hinojosa, Roberto Alarcón Lobos, Pedro E. Gil, Andrés Silva Humeres, etc., etc., personas que han hecho o siguen haciendo versos festivos o satíricos, o que han vaciado en la fábula sus enseñanzas o moralidades?
¿Son poetas estos escritores? ¿Son escritores estos poetas? Si nos ceñimos estrictamente a la significación, al alcance que la palabra poseía merece de los señores maestros y profesores de literatura de nuestros colegios, y a los textos oficiales de poética implantados en los mismos, tendremos que inclinar la cabeza con una afirmación a la primera pregunta, aunque haciendo una salvedad.
La poesía se divide en tres géneros principales, de los cuales el lírico es el primero. En la parte principal de nuestra obra hemos colocado exclusivamente a los poetas líricos, es decir, a aquellos que (extractemos un instante) «expresan de un modo lleno de animación el estado interior de su alma, sus impresiones, sus ideas, sus reflexiones y los afectos más blandos así como las más violentas pasiones de su corazón».
¿Están en este caso los versos de los escritores citados? Indudablemente que no. Siguiendo la rutina de cualquier tratado de literatura, admitimos que el género lírico, principal y primero, se subdivide en géneros secundarios, de segundo orden, entre los cuales figuran en último término las composiciones festivas, ligeras o humorísticas, las fábulas, etc. Estos géneros de segunda categoría son los que cultivaron o cultivan Blanco Cuartín y demás satélites, géneros que, por ser de esta naturaleza y de este orden, no hemos contemplado al organizar la parte más importante del presente libro. Tendríamos, pues, que los escritores aludidos son «poetas, pero de género secundario, y en Selva Lirica caben, exclusivamente, los poetas líricos de género principal.
Hechas estas observaciones, sigamos con la segunda pregunta. ¿Son escritores estos poetas? Sí; en realidad son simples escritores, y éste es el calificativo más propio, sin que por esto sea menos digno de su talento. Son escritores festivos en verso, y no poetas. Un poeta es algo más intenso, más delicado, menos epidérmico que el escritor festivo o que los autores de fábulas.
Pues no es lo mismo vaciar el alma, la esencia del espíritu, en el molde de los versos profundos, dolorosos y vividos, que jugar con las palabras como quien maneja bolas de billar, haciendo ruidos huecos, retrueques y carambolas, o que hacer frasecitas para enseñar máximas o aforismos azucarados por la retórica.
No tienen igual valor las tristezas, los dolores, las fatigas, las ternuras o el amor, asomados como una sombra empapada de alma a los ojos, que las piruetas de los labios, las sacadas de lengua, las contorsiones de los párpados y las cejas y los cambios ridiculos de facción, o el deseo de moralizar en verso comparándonos con los animales, y que no persiguen otro objeto que provocar la hilaridad en las barrigas sensibles del grueso público o abrir más los sentidos de los estudíantes de moral. La poesía está reñida con la burla, con la sátira, con la risa en los dientes.
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La poesía festiva y satírica nació durante el período de la Colonia, allá por el año 1780. Encendió las primeras luces de este género de versificación, el español Fray Juan de Barrenechea y Albis con una humorística epopeya: La Tucapelina, que firmó con el seudonimo de Pancho Millaleubu. Le siguieron: don Manuel Fernández Ortelano, autor de varias narraciones jocosas de mediocre valor literario; el célebre dominicano Fray Francisco de B. López, el Quevedo chileno; el padre Escudero; el Capitán Lorenzo Mujica; el cura Clemente Morán; Fray Manuel de Oteiza, y los menos conocidos: Antonio Campusano y Jerónimo Hurtado de Mendoza.
Fuera de las célebres producciones del padre López (epigramas, sátiras, chistes, improvisaciones festivas, etc.), movidas por la aguda picardía del inmortal Quevedo, y de las décimas del Capitán Mujica, no encontramos en la literatura de aquella época algo que les supere en calidad.
Versos bien cortados la mayor parte, generalmente de ocho sílabas, con ideas oportunistas pero sin trascendencia moral ni social, con efectos de retruécanos superficiales más que de fluidez psicológica, formaron un conjunto que, para ser los primeros balbuceos de una cuerda nueva y desconocida, tuvieron el gran mérito de ser como una orientación hacia el nacionalismo, más bien dicho hacia el criollismo, si pudiéramos llamarlo.
Así, la sal de los epigramas, la elasticidad de los chistes, tenían sabores y movimientos intensamente locales, a pesar de la honda influencia que ejerció en ellos el espíritu de la literatura y de la sangre aventurera de los españoles.
Era como una especie de sorda tendencia hacia la liberación de razas, hacia la formación de un terruño propio con modalidades propias.
Pero, la verdadera poesía chilena, fruto del humorismo y de la sátira, comenzó a perfilarse más o menos el año 1840 con:
Revista Chilena.com
Versificadores festivos y satíricos Los Fabulistas Para completar nuestro estudio sobre la poesía, agregamos algunos párrafos sobre aquellos autores que han cultivado o cultivan en verso, con más o menos acierto y celebridad, el género festivo y satírico. Al mismo tiempo incluimos pequeñas notas sobre nuestros fabulistas. Lo hacemos así, tomando en consideración que para el desarrollo de sus facultades humorísticas o con tendencia a moralizar, dichos autores usan de los mismos moldes de que se valen los cultores del arte serio y profundo.
Manuel Blanco Cuartín (Nació en Santiago, en 1822). Este ilustre patriota y hombre de letras, publicó fuera de una gran cantidad de versos hilarantes y teñidos de espíritu mordaz, las siguientes obras: Blanca de Lerma y Mackendal; Poseías Líricas; Lo que queda de Voltaire y La Poesía Lírica Moderna. En seguida agregamos algunos datos sobre los versificadores chilenos que continuaron con ingenio la labor de Manuel Blanco Cuartín:. en 1834). - Nuestro más culto satírico: su sátira es noble, sin
Adolfo Valderrama Sangre, elegante, diplomática.
Fanor Velasco (N. en 18.43).-En los periódicos «La Linterna del Díablo», «El Charivarís y «La Campana» dejó las huellas de un sutil espíritu festivo.
Daniel Caldera Autor de los dramas El Tribunal de Honor y El Ultimo Ramses, cuyo humcrismo tenía un fondo amargo y brutal: nació en sus obras la amarga ironía burlesca del pueblo.
Juan Rafael Allende (N. en 1850). - Su sátira tenía sacudimientos cómicos a veces y otras fuertemente trágicos. Se hizo célebre con sus periódicos «El Padre Cobo» y «El Padre Padillas. Publicó: La República de Jauja (comedía) y José Romero (drama). Es autor de otras piezas teatrales como El que dirán, La comedía en Lima, El General Daza, Moro Viejo, El Huérfano, Víctima de su propia lengua, y Las Mujeres de la Indía. Fue también poeta popular. Luchador incansable, actuó en todos los hemisferios de la vida espiritual. Hizo buenos lirismos, novelas, artículos de fondo y sátiras en verso. Levantó ronchas y tuvo enorme popularidad, única quizás en su época y dentro de su esfera de acción. Su musa festiva, hinchada de pimienta y ácidos corrosivos, iba contra ciertas informalidades de la política y contra cierto régimen social y religioso. Su obra corre impresa en la infinidad de hojas periodisticas de las que fue irreemplazable director.
Efraím Vásquez Guarda (N. en 1862) - Leonardo Eliz habla: «En sus poesías se descubre a la simple vista sus tendencias de escuela la sátira, ayuda y cáustica por una parte, y la ironía jocoseria de Enrique Heine, por otra».
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Hasta aquí los representantes del humorismo antiguo, de la sátira añeja, del chiste con resabios de época de la independencia. Alfredo Irarrázaval Zañartu inicia en 1887, con sus Renglones Cortos (versos) un movimiento que podría decirse de renovación, de modernización del género festivo, de ampliación de los elementos de que se echaba mano para hacer reír al público y para satisfacer una espiritual tendencia caricaturadora. Arroja a un lado la forma pesada de nuestros abuelos, se sacude el polvo de la idea amarrada a cierto yunque ocasional, accidental y de mera costumbre, satura sus composiciones de un aire sutilísimo y emprende una cruzada de depuración del ambiente civil, no del acto individual como lo habían hecho antes sus predecesores. Con él empieza esta nueva etapa que es, hasta hoy, la más vigorosa y la que se acerca más a los dominios del arte:
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Alfredo Irarrázaval Zañartu (N. en Santiago, en 1867).- En 1885 publicó sus primeros versos «A los Héroes de Iquique», poema en que (según un biógrafo eminente) «pecando contra la gloria del héroe de la Esmeralda, la crítica le dio una lección que él no quiso acatar como fallo inapelable de la opinión y se rebeló contra ella pretendiendo hacerse justicia propia contra el Director de «El Imparcial de Santiago». Tres años más tarde dirigió el periódico satírico-humorístico «El Gil Blas» y algún tiempo después fundó y redactó en compañía de un hermano suyo el díario «La Tardes, famoso por sus artículos de combate en defensa de los intereses nacionales y de depuración administrativa. Más tarde ingresó a «El Ferrocarril» donde colaboró con brillantes artículos sobre problemas económicos y hacienda pública. En el díario «La Época» empezó a publicar sus versos más notables de género festivo. Sus Renglones Cortos y Guitarrazos, forman una colección de rimas chispeantes de gracia y picardía, en las cuales satiriza, maliciosamente a ciertos personajes de pseuda importancia en su época, y narra, con picante ingenio y mordaz ironía, las costumbres ridiculas y añejas de nuestro pueblo, describiendo, con un naturalismo sorprendente y una vivacidad luminosa, el lado flaco de sus caracteres, sus extraños procedimientos en la vida ordinaria y sus defectos corporales que le sugieren en verso los más endíablados símbolos. Con La Procesión del Pelícano y un sinnúmero de poemines humorísticos que publicó en aquel díario y en «La Lira Chilena), quedó Irarrázaval Zañartu consagrado como el más agudo, el más satírico, el más genial de nuestros escritores jocosos, tanto que su nombre rodó con vientos de reputación por las repúblicas de toda la América latina, sin encontrar un émulo, ni un adversario digno de su cuño. La politiquería y la clerigalla imperantes, tal como hoy, en los tiempos en que le cupo actuar de periodista, y las bajas pasiones ocultas entre ciertas capas sociales, obligaron al escritor a romper la monotonía secular del ramplón romanticismo con sus clásicos mamotretos, en que vegetaban casi todos nuestros poetas-momias, para levantar, por primera vez en el país, el canto nuevo, desconocido y varonil del verdadero humorista. Fue Irarrázaval Zañartu quien encendió los fuegos de artificio de la poesía jocosa, festiva, hilaridante; de la poesía que se mofa finamente de los defectos humanos con la sana índole de moralizar. Irarrázaval, conserva en Chile, sin disputa, la primogenitura del buen verso festivo-satírico. Es de lamentar que la política y la diplomacia hayan robado a las letras nacionales a este distinguido abanderado.
Roberto Alarcón Lobos Ha publicado pocas pero sabrosas y chispeantes tiradas de versos en el semanario «La comedía humana» y en la revista «Zig-Zag» de que fue Director. Algunas de sus parodías humorísticas despertaron la atención del grueso público por sus caricaturas del lenguaje criollista y los tipos netamente locales que por ellas desfilaron. Es conocido en las letras con el pseudonimo de Galo Pando. P. S.-Acaba de fallecer este escritor (1917).
Desiderio Lizana En las Fiestas Cervantinas del presente año salió premiada la composición que preparó al efecto; Sancho en el Cielo. Versifica con soltura y prosaísmo. Tiene la facilidad y el gracejo del pallador. Su obra es perecedera como todo producto del esfuerzo fácil, hecho para agradar y hacer reír a las masas. Es notario público de Santiago.
Pedro E. Gil Tiene cerca de cuarenta años de edad. Como malabarista de la frase, reconocemos un talento en Pedro Gil. Es el primer malabarista americano. Vital Aza, el viejo maestro español, debe de haberle escrito poco antes de morir: «Ud. mueve perfectamente sus instrumentos en la pista, tiene figuras hermosísimas y actitudes elegantes, conserva el equilibrio y la apostura, la elasticidad y la inflexión, pero no sé por qué parece que sus instrumentos están vacíos, que son de lata de cartón, que son fraudulentos, pues no demuestran ningún esfuerzo intimo en Ud. Resumen: un arte mecánico, un arte al alcance de todos por lo fácil y cómodo; no tiene un gesto que revele al gran artista que habría sido yo, si la muerte no se hubiera interpuesto entre mi cerebro y el mundo, y de que he dado pruebas elocuentes ante un público de intelectuales que me buscaba con verdadera fiebre». Y en realidad los versos de Pedro E. Gil son muy correctos, castizos; juega con las palabras díabólicamente; hace con ellas figuritas, piruletas que son un encanto, que agradan y hacen reír por el ingenio calemburesco del escritor; que hacen abrir los labios con el aleteo de una sonrisa, sin llegar al corazón; pero, sus versos son vácuos, carecen del fondo picaresco necesario, falta en ellos la idea que los haga perdurar en la conciencia de los oyentes, y que los libere del doloroso olvido en que van cayendo desde hace más de dos lustros. Pedro Gil E. fue uno de los primeros colaboradores de «Pluma y Lápiz», en los dos períodos de su publicación. Desde la primera época de estas revistas, en 1900 más o menos, donde hizo sus primeras armas, ha seguido escribiendo versos y prosa en la prensa nacional y extranjera con fecundidad asombrosa. Reunidos sus artículos y versos alcanzarían a unos seis volúmenes. Son un modelo de pureza de estilo y de riqueza de vocablos, dignos de mejor suerte. Ha escrito diversas piezas teatrales: entre otras, «El Rey Consorte», pequeña comedía que fue injustamente premiada por la Sociedad de Artistas y Escritores en el concurso literario abierto en 1914. Dicen que el premio se repartió en familia. Nosotros nos lavamos las manos con el público y la prensa que aplaudieron estrepitosamente la comedía dramática «Cielito» de Daniel de la Vega y recibieron fríamente la obra de Pedro Gil. Como periodista Antuco Antúnez ha ocupado puestos en «El Mercurio) y en «Zig-Zag» de Santiago. Hoy hace de su talento una profesión: colabora en «Sucesos» y «Monos y Monadas».
Armando Hinojosa Es más joven tal vez que el anterior. Empezó, niño aún, su carrera literaria en la difunta y trajinada «Lira Chilena», cultivando el género lírico-romántico. Algunos años más tarde enarcó sus alas hacia un nuevo horizonte, quizás el definitivo, brindándonos con primicias en verso, salerosas y picantes, que le auguraron una feliz consagración.. En la revista «Zin-Zag», que ha dirigido dos veces, y en «Cocoroco» obtuvo un verdadero triunfo con sus caricaturas en verso y prosa de políticos distinguidos y personajes de nuestro mundo social, y con el ingenio satírico desplegado por su pluma en el análisis de tópicos de actualidad. Ha colaborado en casi todas las revistas del país y en muchas del extranjero. Ha sido corresponsal de «El Díario Ilustrado», en su último viaje por Europa, de donde trajo un verdadero arsenal de conocimientos que enriquecerán, sin duda alguna, sus producciones literarias. Sus composiciones son correctas en el decir, pero el chiste es a veces demasiado grueso. Parece que la línea glotona de su físico estuviera en armonía con la de su espíritu. Como dramaturgo, ha, hecho representar diversas obras que se han salvado y obtenido aplausos en las tablas por sus ribetes de jocosidad. Su última obra Castillo de naipe no ha sido aún estrenada en público. Se ha entregado de lleno al periodismo y al servicio de la política.
Andrés Silva Humeres (N. en Concepción, en 1883). - Su vena jocosa le ha hecho conquistar algunos laureles. Su monologo Un sablazo, recitado por el conocido actor español Joaquín Montero, en el Teatro de Concepción, 1909, le revistió de una gran popularidad que aunque no alcanzó a extenderse fuera de los límites de dicha capital, lo colocó, por su mérito, en uno de los primeros lugares del pequeño grupo de versificadores risueños que encabeza Armando Hinojosa. Ha colaborado en diversas publicaciones nacionales, y ha sido cronista de El País», díario de su pueblo natal. En su lírica seria, que también cultiva con cierta facilidad y sentimiento, aunque con prosaísmo, se adivina la influencia de Campoamor y Juan de Dios Peza. La obra de Silva Humeres es esencialmente vagabunda, podríamos decir, ambulante. Ha escrito mucho y conservado poco. Sus versos, reunidos, podrían alcanzar a formar tres volúmenes, que enriquecerían sin duda alguna la literatura festiva de nuestro país. Hoy presta más dedicación al comercio que al arte. Es de sentirlo por las galerías intelectuales.
Pedro J. Malbrán Es el más joven de nuestros humoristas. La gracia de sus versos contiene mohines de la más cómica espiritualidad. Provocan a risa sus ideas apretadas de observación y chistes. Hace caricaturas de las palabras, modismos, filosofías y vulgaridades del ciudadano, con la pícara intención de burlarse ele ciertas reglas y previsiones inútiles para la humanidad y cediendo a una especie de fatalismo optimista que deja enredado en los versos, como vellones de su propia personalidad. Publicará próximamente un libro.
LOS FABULISTAS
No existen en Chile verdaderos fabulistas. Existen sí fabulistas eventuales, de fábrica. Porque Eduardo de la Barra, Letelier y Guzmán Campos, entre otros, aparecieron a la luz pública no por inclinación propia, no por espontánea voluntad, sino estimulados o empujados por el premio que les ofrecieron en el certamen de la Academia de Bellas Letras (1875) y por don Federico Varela, el año 1887, en su famoso Certamen Literario. Dichos autores lograron obtener cierto éxito porque supieron encubrir con sus talentos el harapo de mediocridad que palpita en cada una de sus fábulas. Por eso se ve en ellas, más que una obra espiritual y de estudio psicológico, el producto de una labor de obrero, del profesional de la versificación. Sin embargo, son dignos de ser mencionados por ser los únicos representantes de un género literario caído en desuso, innecesario, y bueno para solaz de los estudíantes de instrucción priMaría. A continuación va una reseña sobre nuestros fabulistas:
Daniel Barros Grez (Nació en Colchagua, el año 1834). Fue un poliglota consumado: conocía cerca de veinte idiomas. Sus Fábulas Originales, le revelaron como el mejor de los autores de esta clase de composiciones. Escribió en vida cerca de quinientas, algunas de las cuales pueden colocarse al mismo nivel de las de Harzenbuschi, por el relieve naturalísimo de los elementos que figuran en sus pequeñas piezas en verso. Sus obras principales son: El Huérfano (novela); Pipiolos y Pelucones (romance histórico); Cuairo Remos (novela), que fue todo un éxito; La Guerra con España (estudio); Cuento para los niños grandes; Excepciones de la Naturaleza; Manual de Topografía; Estudios sobre el verbo hacer; La Dictadura de O'Higgins (drama); El vividor; Como en Santiago; La Colegiala; El Testarudo; El cuasi-casamiento; El ensayo de la comedía, La Vocación y El Logrero, comedías; y El Número 3. Obtuvo diversos premios en algunos Certámenes públicos. Dejó inéditas y se publicarán próximamente: Apuntes para un Diccionario de Chilenismos y Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana, la más importante de sus obras.
Sandalio Letelier (N. en Talca, en 1835).----Publicó en diversos diarios algunas fábulas y versos líricos que acusaban en él un fuerte temperamento artístico. Preocupaciones comerciales horadaron posteriormente su personalidad.
Eduardo de la Barra Se dio a conocer como fabulista de buena pasta el año 1887, figurando en el Certamen Varela con sus Fábulas Originales, que obtuvieron el primer premio, al mismo tiempo que sus Poseías Sugestivas, Rimas y Tratado de Métrica. Fue Rector del Liceo de Valparaíso.
Abraham Jorquera (N. en Santiago), en 1841).-«Fabulista de sátira aguda y cáustica» ha dicho alguien. En plena edad madura empezó a escribir poesías líricas empapadas de un romanticismo con entonaciones tropicales.
Belisario Guzmán Campos (N. en Santiago, en 1847).--Escritor en verso, jubilado. Su Fibulas, a decir de Eliz, «ierecieron un accésit y los conceptos del jurado de: ser magistrales y de honrar a un escritor de genio», en el Certamen Varela del año 87. Es un representante de la mediocridad-ambiente.
José Tomás 2.° Matus (N. en Talca, en 1859). Abogado y escritor jurídico de nota. En el Certamen Varela obtuvieron mención honrosa sus versos líricos Renglones Medidos; y fueron recomendadas sus Fábulas Políticas, notables por los caracteres regionales, bien definidos, que atraviesan por ellas. En 1887, mereció un accésit en el Certamen Universitario con su estudio: Del nombramiento de los funcionarios judiciales.
Ricardo Montaner Bello (N. en 1868). Cultivó el género lírico, mediocremente, como tantos otros. También la fábula, alcanzando con un manojo de éstas una mención honrosa en el Certamen Varela. Conquistó, cuando joven; un sinnúmero de premios en diversos lances públicos. Ayer: fuegos artificiales, polvareda, humo. Hoy: nada, nada, nada.
Rosa Girard de Escudero El último ejemplar de este género de literatura primitiva, ad-hoc. Con sus Fábulas Fantásticas, elogiadas por el jurado del Certamen Varela de 1887, alcanzó a encender en el público una lucecilla de mérito. Murió para el arte, como había nacido: de improviso.