Revista Chilena.com


           











 

                  Vicente Huidobro





(N. en Santiago, el 10 de Enero de 1893).
Este muchacho artista es un carácter. Cuando otros, a su edad, con su posición social y sus millones, se entregan a la esterilidad de una vida estragada de ocios blandos u obscuros libertinajes, él, demasiado poeta y con algo de un Quijote moderno en el alma y en las pupilas, alza la pluma como una bandera de luminosos ideales, depone sus prejuicios de estirpe, y escribe sus libros que son como una rebelión para su cuna, puesto que canta a los desheredados del mundo, blasfemando contra las cadenas sociales; que son una amenaza, pues su prosa centelleante tiene apóstrofes sangrientos y escupitajos contra los falsos ídolos que ensombrecen las alturas; y que son un triunfo, pues sus versos los aplaude la vigorosa generación actual de ahora, y los gruñen sordamente, como perros sarnosos, los veteranos vencidos de peluca y pluma de ave de nuestra literatura.

Vicente Huidobro es un orgulloso. Contra toda marea, contra todo prejuicio, lanza sus libros robustos, de versos que huelen a pólvora y a adelļas para los pelucones literarios de esta edad medía que estamos renovando; y que son, para nosotros, apocalipsis de acentos nuevos, jornadas de alma y sensaciones imprecisas de un arte propio y firme.

Huidobro es un temperamento: pagado de sí mismo, nada teme ni nada le importa. En uno de sus más ardientes libros dice: “Tengo completa fe en mí mismo. Tengo tal seguridad de las cosas que si el mismísimo D'Annunzió-me atacara literariamente, lo sentiría mucho por éls. Y más adelante agrega: «Siempre he tenido la seguridad de que yo haré mi obra y llegaré al triunfo; por eso no temo gritar alabanzas con todos mis pulmones a los que creo las merecen. Si ellos hacen su obra, yo también haré la mía. Si ellos llegan al triunfo, yo también estuy seguro de llegar).

Nosotros creemos lo mismo. Llegará. : Los versos de este poeta son disparejos, ásperos y gruesos, pero musicales. Se nos figuran gusanos de espíritu inflamados de materia gris. Son musicales como la música de los oleajes y de los truenos. Cortantes, como las espadas de doble filo. Penetrantes, como el aire de una noche siberiana. A veces tropiezan y vuelven a remontar el vuelo. Otras, se cansan de andar en las alturas y corren como arañas por los muros bajos. Pero siempre son altivos: en las caídas se ven mejor sus inflexiones supremas.

Su poesía tiene la pujanza de sus veintitrés años. Es un simbolista de fuerza pasinosa. Su poema «Cuando yo me haya muerto», debería llevar la firma de un Mallarmé o de un Rollinat.

Sus ojos de poeta tienen una profunda intuición. Lo que no ve, lo que no presencia, lo adivinan sus párpados cerrados por el peso de la concentración psíquica, a larga distancia y a través de lo impalpado, de lo desconocido, y ante el influjo de un milagro intuitivo sorprendente. . Esta es una cualidad más del poeta, que a muchos causa una sonrisa despectiva y dudosa.

: El olímpico ademán de sus versos produjo escozor en la piel acetrinada de ciertos zoilos jornaleros de la prensa, que le abrieron las puertas de una popularidad prematura.

Ninguno tan laborioso, tan entusiasta, tan fiel a sus ideales, como. Huidobro. Nació para poeta, morirá en gracia de poeta. El lo ha dicho con un gesto de orgullo en su dedicatoria de La Gruta del Silencio: «Dei Gratia Vates).

Su regia mansión de la Alameda de las Delicias, en Santiago, fue, hasta hace poco, el cenáculo más concurrido por todos los intelectuales sin distinción de rango, de escuelas literarias o artísticas y credos religiosos.
Para todos ha habido en ella una charla común y un común afecto, que han hecho insensibles e inolvidables las veladas.

Es el poeta más fecundo de la generación a que pertenece. Lleva publicados seis libros: Ecos del Alma (1910), poesías de los dieciséis años; Canciones en la Noche (1913), poesías; La Gruta del Silencio (1913), Poesías; Pasando y Pasando.... (1914), crónicas y comentarios; Las Pagodas Ocultas y Adán (poema) 1916.

Cerca de medio centenar de salmos, parábolas y otros poemas en prosa, constituyen el penúltimo libro de V. Huidobro, que lo coloca en uno de los lugares avanzados de nuestra actual literatura.

En esta, obra vibrante de lirismos y concepciones plasmadas en el molde de los símbolos e ideales más bellos, de tendencia sutil y moralizadora, vemos alzarse la figura bizarra de un escritor lleno de juventud, que va per un camino propio cosechando admiraciones y aplausos de los grandes y mordiscos e indiferencia de los envidiosos y de los pigmeos.

La Gruta del Silencio es un libro bello y alucinante que muchos babearon porque no lo comprendieron y que ha sido el zarpazo más audaz de rebelión contra los tiranos códigos de la métrica, la idea afeminada y homogénea, y la aguanosa claridad de la expresión clásica.

Su poema Adán significa un retroceso en su labor artística; es un libro pretencioso, ingenuo y mediocre que apenas se salva por algunas chispas de ingenio poético.

En 1913, Huidobro estreno con éxito, una comedía Cuando el amor se vaya, escrita en colaboración con Gabry Rivas, poeta tropical.

Fue fundador y director de las revistas de arte puro «Musa Joven» y «Azul», que fallecieron después de una fructífera cruzada en pro de las bellas artes.

Grandes escritores nacionales y extranjeros le han felicitado y estimulado por sus obras.

Tiene listos para publicar tres libros de diversa índole artística, entre éstos El Canto Imperceptible, versos.

Habría figurado con brillo en la primera serie de esta obra si su poema Adan, último libro de este poeta, hubiera acusado la originalidad que le es característica y no la influencia de escritores que están a su misma altura. Hace poco ha sido nombrado adicto a la Legación de Chile en Italia.
                       



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ELEGIA A CARRIEGO (I)





                                              Se rompió el organillo de Evaristo Carriego...
                                              El silencio se duerme en el suburbio largo
                                              y lloran como nunca los ojos de aquel ciego
                                              que aguardaba en la puerta con un aire amargo.

                                              Cómo te habrán sentido el triste, el vagabundo,
                                              con qué pena tan grande te habrán llorado; acaso
                                              ahora se encuentra solita en el mundo
                                              la costurerita que dio aquel mal paso.

                                              Quién sabe si parada junto a su puerta, alguna
                                              muchachita se acuerda de cuando tú pasabas
                                              y fija sus miradas llorosas en la luna,
                                              recordando el encanto con que tú la mirabas.

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                                              Cuando tú te alejaste lloró la sensiblera,
                                              la linda vecinita que consolabas tú,
                                              la que hacían llorar los chicos de la acera
                                              cantándole el «Mambrú».

                                              Las casas del suburbio cuchichearon su pena,
                                              lloraron los faroles sus lágrimas de luz,
                                              tu alma para todos era una madrecita buena,
                                              tus versos bendecían y amaban cual Jesús.

                                              Cuando tú te alejaste una flor pueblerina
                                              lloró, lloró la luna hasta quedarse marchita,
                                              y entre las cuerdas dulces de una mandolina
                                              se suicidó una blanca vidalita.


(I) Evaristo Carriego, gran poeta argentino, cantor exquisito de la vida popular, Murió a los treinta años, asesinado por la fiebre y los delirios de la gran cosmopolis bonaerense.
    

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LA ARAÑA NEGRA





                                              ¡Oh la araña negra, la mala suerte!
                                              la fosca anunciadora de la muerte.
                                              Las que crian las Parcas en su pelo,
                                              las que escuchan al tiempo arrastrarse por el suelo.
                                              Ahí está quieta en la pared clavada
                                              como una pelusa de plumero.
                                              Parece que en mí fija su mirada,
                                              parece que medita. Luego anda ligero
                                              y luego corre más.
                                              Mueve veloz las patas cual remos sin compás;
                                              luego, se para,
                                              contorsiona sus patas alámbricas y raras
                                              y yo siento como si el alma me arañara.
                                              Después se queda allí medio estirada
                                              cual si estuviera en el papel bordada.
                                              Dime, araña, ¿qué tienes?
                                            ¿Para qué junto a mí vienes?
                                            ¿qué me quieres anunciar?
                                            ¿Qué tiene la araña que me hace temblar
                                              cual fuese la tejedora
                                              del hilo de la vida y me viniera a espiar?
                                              Está escuchando al tiempo y siente cada hora
                                              que resbala retratando un momento
                                              como un cuadro que se cae y se rompe.
                                              Me parece que siento
                                              hasta su más pequeño movimiento
                                              repercutir en mí. Vuelve a andar ligero
                                              (me atraviesa los huesos un lento escalofrío).

                                              Alargando las patas se mete a un agujero
                                              y yo creo sentir que se lleva algo mío.

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                                              ¡Bah! son meras alucinaciones
                                              del ajenjo, son torpes obsesiones.

                                              Ella sabe los secretos
                                              de las rendijas,
                                              de las calaveras y los esqueletos;
                                              sabe los secretos de la flor y el nido
                                              y sus telas prolijas son como el olvido;
                                              han cubierto ataúdes,
                                              maldades y virtudes.
                                              Sus telas han enlazado el bien y el mal,
                                              la escoria y el rosal,
                                              lo pequeño y lo ideal.

                                                  ……………………………………

                     



                      

CUANDO YO ME HAYA MUERTO





                                         Habrá presentimientos en las cosas
                                         y en la muda quietud de los objetos;
                                         me vendrán obsesiones intensas, dolorosas,
                                         y sentiré unas ansias de contar mis secretos.

                                         Arañaré las sábanas en rudas crispaciones,
                                         la nariz afilada tomará albor de lino,
                                         a todos los presentes les pediré perdones
                                         y sentiré sollozus en el cuarto vecino.

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                                         Mi alma se quedará mirando el cuerpo inerte
                                         como quien mira un traje que recién se ha quitado,
                                         y por una ventana se escapará la muerte
                                         sin ruido y yo velando me quedaré a mi lado.

                                         Veré cómo mi cuerpo se enfría poco a poco;
                                         veré cómo me ponen un traje negro y grave,
                                         un Cristo entre las manos, acaso el que coloco
                                         sobre mi velador; el de mirada suave.

                                         Me cruzarán las manos ya frías sobre el pecho,
                                         me enjugarán el último sudor de muerte helado;
                                         la huella de mi cuerpo se quedará en el lecho
                                         que guardará mis penas postreras apiadado.

                                         Me pondrán en la caja y en la capilla ardiente
                                         donde lloran las velas y hay olor a alcanfor.
                                         Y veré cómo entra, reza y sale la gente....
                                         Acaso de los míos besar querré el dolor.

                                         Después vendrá el entierro, me sacarán de casa
                                         para jamás volver, aunque mi amor lo quiera;
                                         alguien habrá que al ataúd se abraza
                                         y la quitan por fuerza y la arrastran afuera.

                                         Mi espíritu irá siempre detrás de los que he amado
                                        ¡qué horrible si yo quiero besarlos y no puedo!
                                        ¡Qué horrible ir viendo cómo de mí se han olvidado
                                         y sólo me recuerdan cuando me tienen miedo!

                                         Y luego los sobrinos: «El ánima del tío»,
                                         y arrancarán veloces en las noches obscuras....
                                         Allá en el cementerio yo temblaré de frío
                                         y la luna de Otoño me envolverá en blancuras.

                                         Se sentirán mis pasos en las piezas desiertas
                                         y se sentirán golpes, suspiros, raspaduras;
                                        ¡qué susto pasar frente a las ventanas abiertas
                                         que se quedan a veces en las piezas obscuras!

                                         Creerán ver mi cara detrás de los cristales
                                         y pasarán corriendo o mirando de reojo,
                                         verán en todas partes mis huellas, mis señales,
                                        iqué gritos tan horribles cuando suene un cerrojo!

                                        ¡Cómo se arroparán los niños la cabeza
                                         por no verme parado a los pies de la cama,
                                         y mi espíritu cómo llorará de tristeza
                                         al contemplarse huérfano de los seres que ama!

                                         Tal vez alguna vieja sirvienta visionaria
                                         contará haberme visto cruzar los corredores,
                                         me pintará de alguna manera extraordinaria
                                         envuelto en una especie de flotantes vapores.

                                         Y después, cuando mueran los seres más queridos
                                         al lado de la muerte los estaré aguardando
                                         y qué goce tan grande cuando otra vez unidos
                                         en los hondos misterios yo los vaya iniciando.

                                         Vendrá una noche en que alguien llorosa y ya cansada,
                                         la única persona que no olvide jamás,
                                         pregunte por mí al aire, quejosa y desolada,
                                         y acaso habrá algún cuervo que grazne: ¡Nunca más!
     
                                                 ………………………………………

                                         
                                            

EL POEMA PARA MI HIJA




                                             Hija, tú que eres un retoño de mi vida,
                                             tú que eres una continuación de mí mismo,
                                             de mi silencio y de mi melancolía;
                                             tú que tienes la dulzura de lirio
                                             de tu madre, mírame largamente
                                             con tus ojitos llenos de alborada,
                                             llenos de una tristeza que se presiente
                                             porque el talento es una gran desgracia.

                                           ¿Qué quieres que te diga
                                             cuando abres el interrogativo de tu mirada?
                                           ¿Quieres saber algo de tu vida
                                             y por qué de repente te has encontrado aquí?
                                             Tú eres una refundición de ella y de mí,
                                             tú eres el retrato y la firma de nuestro amor,
                                             tú tienes de los dos:
                                             tienes de mi tristeza meditativa
                                             y de la fuente clara de tu sonrisa.

                                                         ……………………………………………..

                                             Hija, tú has encendido
                                             una luz en mi corazón,
                                             tú has sido un florecer divino
                                             en el desdoblamiento de mi amor.

                                             Tú me perdonarás mi dolor de Arte,
                                             mi amor a las alas de cisne,
                                             mi fervor a lo triste y lo grande,
                                             mi terror a la vida que sigue.

                                             Amo y medito sobre el milagro astral
                                             de los hombres divinos,
                                             tiemblo ante todo lo sobrenatural
                                             y lloro como un perro a lo desconocido.

                                             Mi tristeza de ensueño enorme y dolorosa
                                             registra por el alma en busca de algo,
                                             va como una princesa loca
                                             que recorre el palacio con los ojos clavados.

                                             Ama la luna escuálida
                                             que cruza en un blanco derroche,
                                             la reina tísica y pálida
                                             presa en la cárcel de la noche.

                                                …………………………………………………………...

                                             Hija no creas en la ironía de los blasones
                                             sé tú misma toda tu aristocracia,
                                             la gran aristocracia de los bosques
                                             que se resume en levantar sus ansias.

                                                ………………………………………………...

                                             El otro día al cruzar la Alameda
                                             vi unas niñitas jugando a la rueda
                                             y una niñita pobre que miraba de lejos
                                             con ojos codiciosos y llenos de dolor;
                                             su madre la arrastraba y ella volvía los ojos
                                             como diciendo: «Por qué no puedo jugar con ellas yo»?
                                             Y su madre decía:
                                           «Ven, ese es el juego de las niñas ricas».
                                             Pensé en ti, hija mía,
                                             maldije los blasones
                                             y pensé que tú habrías jugado
                                             con la niñita pobre.
                
                                                     …………………………………



                                                    

                           
                             
                           LA OBSESION DE LOS DIENTES


                                                  Tenía los dientes tan finos y delgados,
                                                  como las hojas de una margarita,
                                                  y al reír con los labios desplegados
                                                  al abrir su boquita,
                                                  me venía el deseo importuno
                                                  sentía la obsesión malvada
                                                  de arrancárselos uno a uno
                                                  jugando al «me quiere, mucho, poquito, nada».

                                                     ……………………………….