(N. en Quillota, el 21 de Diciembre de 1889). Con su poesía «Saudades), premiada con la segunda medalla en el Certamen abierto, bajo el patrocinio del poeta inglés Swinglehurst, por «El Mercurio» de Valparaíso, y en que Lagos Lisboa obtuvo el primer premio, ingresó Lillo al grupo de nuestros poetas nuevos.
Sus versos, a veces imperfectos con esa imperfección de los que trabajan por el oído e ignoran la retórica y los cánones métricos, tienen vibraciones tropicales y movimientos lujuriosos. Un naturalismo desenfrenado lastima con frecuencia su expresión exterior, haciéndola rastrera y menuda.
Estimamos, sin embargo, que los primeros poemas de Lillo, por su musculatura ideológica aunque todavía implume, son una promesa para el futuro.
Muchas de sus composiciones líricas han sido modeladas bajo extrañas influencias.
La lectura o la atracción de ciertos autores, como J. Asunción Silva, ha extraviado su temperamento, original por naturaleza y artístico por su origen.
Tiene en preparación dos libros de versos, Anforas de Tristezas y Anforas de Armonía.
Han pasado las rientes mascaradas pletóricas de vida y de alegría y en el hondor de la tristeza mía aun revuelan sus locas carcajadas. El desfile gentil de las mesnadas, al rumor de su ingenua algarabía, perdióse en la confusa lejanía por las calles vibrantes y soleadas.
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He vuelto a mi retiro silencioso y viendo en el cuadrado luminoso del viejo espejo mi actitud sombría, el rictus de mi boca se ha acentuado y a mi propio dolor he preguntado: ¿En dónde está el Pierrot que antes reía?
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SAUDADES
En esta noche, que al recuerdo incita, llena el alma de angustia dolorosa, voy a soñar contigo, Sulamita; y a recordar tu encanto, vaso de perfección y de dulzura donde escancié mi llanto. Entera estás en mí; si alguien te nombra da un vuelco el corazón, cierro los ojos y florecen los tuyos en la sombra. Divina turbación luego avasalla todo mi pobre ser, y el alma herida de tu recuerdo, se estremece y calla. Principio y fin de todos mis pesares, motivo eterno del cantar de todos mis cantares.
¡Ojos lascivos, de promesas llenos, inefable cadena de tus brazos, gloriosa comba de tus blancos senos! ¡Cómo volvéis a mí, en rondas perfumadas, encantos de tus ojos, dulzuras de tus labios y sutiles caricias de tus manos amadas! Por eso, hoy que me hiere esa angustia infinita del que quiere matar lo que no muere, voy a soñar contigo, Sulamita, y a recordar tu encanto, vaso de perfección y de dulzura donde escancié mi llanto. ………………………………………