Siglo XVII
               

Alonso Figueroa y Córdova
                      Antonio Acuña y Cabrera
                Tomás Marín González de Poveda
                            El Mestizo Alejo





El Parlamento de Boroa -1651


En
abril de 1649, es nombrado Gobernador de Chile el capitán Alonso de Figueroa y Córdoba, quien interesado en iniciar rápidamente una campaña militar contra los mapuches, solicitó refuerzos al Perú.

Coincide esta petición con la ascensión al poder del
nuevo virrey en Perú García Sarmiento de Sotomayor, el que decide no confirmar al gobernador en su puesto y nombra al maestre de campo Antonio de Acuña y Cabrera como su reemplazante quien se apersonó en Concepción en mayo de 1650.

Antonio de Acuña y Cabrera asesorado por los jesuitas instó a las tribus del sector de Valdivia y Osorno a hacer la paz, a lo cual los caciques respondieron favorablemente, incluso los de Chiloé, animando al gobernador a celebrar un parlamento en la localidad de Boroa en enero de 1651.

En el
parlamento se ratificaron los mismos acuerdos que las paces de Quillín, pero además los indios debían reconocer como territorio español al norte del Bío-Bío, además de auxiliar a los españoles en sus requerimientos territoriales, tener de ellos la promesa de dejarse convertir por misioneros, deponer las armas y cultivar la tierra.

El iluso
gobernador Antonio de Acuña y Cabrera creyó que la guerra de Arauco tocaba a su fin, sin embargo, un imprevisto detonó la mecha de la insurrección, un navío español, el San Jorge, conduciendo el real situado a Valdivia encalló en la costa de Osorno y los indios Cuncos viendo que los españoles traían gran cantidad de bastimentos, provisiones, se les despertó la codicia y mataron a todos los tripulantes, 18 españoles, dos mujeres, un clérigo y algunos negros e indios, a fin de ocultar su crimen. 

El gobernador supo de este incidente en
marzo de 1651, apenas mes y medio del evento de Boroa, por medio de algunas tribus temerosas del castigo español y que denunciaron a los culpables. 

Iracundo,
Antonio de Acuña y Cabrera ordenó el castigo a los culpables al gobernador de Valdivia, Diego González Montero pero cuidando de no tocar a las tribus restantes. 

El
gobernador recibió de parte de los indios Cuncos a tres caciques culpables y fueron sometidos a castigo, sin embargo González advirtió un cambio en la disposición de los que eran hasta entonces sus indios amigos. 

En efecto, meses después los mismos
Cuncos mataron una avanzada de doce españoles.


Desastre de Río Bueno - 1652

En enero de 1652, la familia de la esposa del gobernador, influyó en Antonio de Acuña y Cabrera a hacer nombramientos de sus familiares en puestos claves en la frontera.

José de Salazar fue nombrado jefe de la plaza de Boroa, y Juan de Salazar fue nombrado maestre de campo. 

De esta forma varios cuñados y familiares se acercaron a la sombra del mandatario a medrar de los cargos. 

Demás está decir que estos
militares desconocían el temple guerrero de sus enemigos. 

Los familiares se hicieron asesores permanentes de
Antonio de Acuña y Cabrera quien se dejó convencer de que el castigo hecho a los cuncos era insuficiente. 

En
1653 se aprobó una expedición de tipo punitivo a cargo de los cuñados del gobernador.
 
En
enero de 1654, Juan de Salazar partió desde el fuerte de Nacimiento con un ejército de 900 españoles y entre 1.500 a 3.000 yanaconas.

El ejército cruzó hacía el
sur del río Bueno pero la resistencia de los huilliches los obligó a retroceder de vuelta al norte para cruzar de nuevo el río.

El
11 de enero intentaron cruzarlo cuando una fuerza de 3.000 cuncos se presentó en la otra orilla con la intención de no dejarles pasar. 

Juan de Salazar demostró una tremenda ineptitud táctica al ordenar construir un angosto puente de balsas e instruir a la vanguardia a comenzar el ataque una vez puesto el pie en la otra orilla.

Los
cuncos dejaron pasar unos 200 soldados y auxiliares, y los cercaron causando una matanza.

Salazar desesperado ordenó al grueso rebasar el puente para ir en ayuda de los cercados pero, el puente no resistió y se cortó llevándose a decenas de soldados arrastrados a la orilla enemiga donde perecieron masacrados a lanzazos. 

El resto de los cercados, unos
100 españoles y 4 capitanes y unos 100 auxiliares murieron cruelmente masacrados y a la vista del inoperante Juan de Salazar. 

Para los indios sublevados,
Juan de Salazar quedó como un cobarde y el gobernador Antonio de Acuña y Cabrera como un inepto. 

A
Salazar se le instruyó un sumario, pero fue absuelto por influencia de la esposa del gobernador, incluso, se le permitió nuevamente comandar un ejército de 400 a 700 españoles y 1.000 a 1.700 auxiliares para vengar su afrenta y honor. 

Mientras tanto el comandante de la
plaza de Boroa fue advertido por indios amigos que una gran insurrección estaba a las puertas. 

Envió a un indígena de
Talcamávida a entrevistarse con el mismo gobernador Antonio de Acuña y Cabrera no solo no recibió al mensajero sino que lo hizo azotar públicamente en la plaza de Santiago, pensando que el indígena estaba confabulado con militares opositores.

En
febrero de 1655, Juan de Salazar y su ejército acampó en Mariquina en donde recibió alarmantes noticias de asesinatos de españoles a lo largo de toda la frontera, incluido robo de ganado y mujeres blancas en algunos fortines. 

Pronto las noticias fueron cada vez más angustiantes y graves. 

Antonio de Acuña y Cabrera se unió a Salazar en Mariquina, pero los dos se mantuvieron indecisos, sin saber como enfrentar el grave conflicto que se les venía encima. 

El
gobernador en una cuestionable maniobra, se retiró hasta el fuerte de Buena Esperanza, una plaza que era clave para cualquier veterano, su intención era alcanzar Concepción. 

Ordenó el despueble de esa plaza con una fuerza de
3.000 soldados hacia Concepción y se plegó una larga columna de pobladores que salvaron con lo puesto solamente. 

José de Salazar no fue menos que su pariente y estando en el fuerte de Nacimiento ordenó su despueble a pesar de las rogativas de los veteranos por no hacerlo y aguantar un asedio hasta el invierno. 

No solo no dio oídos a los consejos más experimentados de
los capitanes si no que continuó con los preparativos de huida donde fueron masacrados más de 200 soldados y un sinúmero de mujeres y niños fueron abandonados.

Los
fuertes de Talcamávida y Colcura fueron sitiados y sus pobladores muertos, el fuerte de Arauco fue sitiado con graves padecimientos de sus pobladores,

Boroa corrió igual suerte quedando sitiados sus moradores.

Los indios sitiaron Concepción y estuvieron a punto de tomar la ciudad. 

Tal fue la indignación por la
ineptitud e indecisión mostrada por Antonio de Acuña y Cabrera y sus familiares que el Cabildo de Santiago resolvió deponerlo, cosa nunca vista antes en Chile, y colocar como gobernador interino al ya anciano veedor

Francisco de la Fuente Villalobos con la esperanza de que las buenas relaciones pasadas con los indígenas hicieran algo a favor de los españoles,  resultó ser tan inepto en lo militar, que sus medidas solo condujeron a que los representantes de la Real Audiencia reconfirmaran en su cargo a Antonio de Acuña y Cabrera.

Tal era la
confusión y el descalabro que la Real Audiencia se puso a las espaldas del inepto gobernador a dirigir las acciones militares como si fuera una marioneta. 

Algunas acciones tal como una
victoria en las afueras de Concepción sobre montoneras mapuches abrieron un poco la situación permitiendo desalojar el fuerte de Arauco y reconcentrar en Concepción una mejor fuerza para una futura ofensiva. 

Súbitamente los indígenas se retiraron de la
frontera en aparente calma, llevándose a sus comarcas el botín, mujeres, niños y soldados españoles prisioneros como esclavos e internándose en su territorio sabiendo que el español no podría hacer nada por ahora.

De haber habido un líder de peso, probablemente
los mapuches habrían finiquitado la conquista española.


Batalla de Conuco - 1656

Dadas las circunstancias que se vivían en el gobierno de Chile, el Virrey del Perú, Luis Enríquez de Guzmán, manda a llamar al gobernador Acuña y Cabrera. 

Este no cumple con la orden y en respuesta es nombrado
Gobernador de Chile Pedro Porter Casanate, quien relevó prácticamente a la fuerza al porfiado gobernador saliente Acuña y Cabrera, instándole a cumplir la orden del virrey del Perú. 

Asumiría en
diciembre de 1655 cuando ya se gestaba la segunda fase de la rebelión indígena en el marco de la guerra de Arauco.

El estado en que se recibía el
reino, era semejante a lo ocurrido con Oñez de Loyola, se habían perdido los fuertes de Talcamávida, Colcura, Arauco. 

Se conservaban aun
Boroa, Valdivia, Chillán y Concepción a duras penas y solo con la porfía de sus defensores. 

Casanate no era soldado, sino marino instruido, de carácter aguerrido y valiente, prudente e inteligente, muy enérgico y honesto a toda prueba. 

El
Virrey del Perú vio en él las cualidades necesarias para la extrema situación que se vivía en el reino de Chile. 

Cuando
Pedro Porter Casanate llegó a Chile y se impuso de la situación, echó rápidamente a un lado a los pegajosos jesuitas y su iluminada doctrina del Padre Valdivia y se dedicó a planificar el más fuerte golpe posible que se le pudiera dar a los indios rebeldes.

El nuevo
gobernador, debutó con una victoria en Conuco, a unos 4 kilómetros al sur del pueblo de Rafael, el 20 de enero de 1656.

Los
Españoles lograron escarmentar duramente a los indígenas comarcanos que les presentaron batalla, sufriendo cuantiosas pérdidas entre la indiada. 

Cabe hacer notar que
los mapuches y sus aliados no podían reunir grandes huestes por estar aun con una población algo reducida y por no ser coherentes entre sí.

Según la cultura popular, el
padre Diego Rosales difundió la leyenda de haber visto a San Fabián, santo cuya festividad se celebraba aquel día y se dice que descendío del cielo montado en un caballo blanco y blandiendo una espada de fuego  exterminó a los indios.

Por este motivo, el gobernador construyó en el lugar, un
fuerte que llamó San Fabián de Conuco etapa que aparece una figura relevante de la Guerra de Arauco en tiempos de la Colonia.

Existía en el
ejército de Pedro Porter Casanate un soldado mestizo, cuyo nombre entre los españoles era Alejandro de Vivar y entre los mapuches, Ñamku ("aguilucho").
Su figura paso a la historia como
El mestizo Alejo,  quien se lució en la batalla de Conuco.

Como se hicieran evidentes entre sus pares sus dotes y participación solicitó que se le
ascendiera a oficial, pero la negativa fue tan rotunda, brutal y contundente que resolvió pasarse al enemigo.


Batalla de los Sauces - 1656

Pedro Porter Casanate salió de Concepción en febrero de 1656, con unos 700 soldados españoles, sin yanaconas y delegando el mando de la fuerza al capitán Francisco Núñez de Pineda, veterano de la guerra con los mapuches.

Las fuerzas de
Casanate liberaron Boroa en marzo del mismo año, librando una batalla en Los Sauces, al este de Purén, con una brillante victoria española. 
Se resolvió
liquidar el fuerte y devolverse a Concepción con los sobrevivientes de Boroa.

Pedro Porter Casanate quedó sorprendido de la fiereza del pueblo mapuche y estimó sabiamente que debía ser muy cuidadoso en planificar sus acciones.


Batalla de San Rafael - 1657


La deserción del
mestizo Alejo, trajo funestas consecuencias para los Españoles.
Alejo adiestró a los mapuches en la guerra de guerrillas, ya ensayada antes por el hábil Butapichón y otros, pero dándoles una perspectiva más eficiente, además buscó alianza con los cuncos, pehuenches y picunches.
 
Alejo enfrentó a los Españoles, en la batalla de San Rafael. antiguamente denominado Molino del Ciego, sorprendiendo con 1.000 de sus huestes a una avanzada de 200 españoles al mando del capitán Pedro Gallegos, quienes se fortificaron en una loma, mientras despachaba emisarios al fuerte de Conuco para refuerzos. 

Hábilmente,
Alejo atacó de frente la posición española mientras mandaba destacamentos por la retaguardia para desbocar a los caballos que les eran inútiles a los españoles en esa posición.

Logró desbaratar la
defensa española y los indios prácticamente masacraron a unos 190 españoles, dejándose unos cuantos para sacrificios y canjes. 


Otras batallas del Mestizo Alejo.

Alejo, en otra victoria obtenida en Los Perales desbarató a unos 250 españoles al mando de Bartolomé Pérez Villagrán. 

Sin embargo, en
Lonquén fue rechazado cuando atrincheró a un destacamento de 280 españoles al mando de Bartolomé Gómez Bravo quien pereció como un valiente en el campo. 

Alejo tuvo la suerte de no ser perseguido. 

El
gobernador Pedro Porter Casanate, tomadas las providencias que le produjo un terremoto que destruyó Concepción, salió de la reconstruida ciudad a fines de 1657 con una fuerza de 1.200 soldados con los que llegó al fuerte de Conuco. 

En
año nuevo desbarató una fuerza de caballería indígena de 500 huestes y luego realizó correrías punitivas en los alrededores del destruido fuerte de Curaco y Hualqui, Renaico y Mulchén, donde liberó a cautivos españoles y sustrayéndoles a los indios numeroso ganado, causándoles a los indígenas unas 600 bajas en total.

En
1659, el gobernador intentó la captura del mestizo Alejo sin lograr su objetivo, pues se había refugiado en la alta cordillera con los pehuenches al mando del cacique Inaqueupu.

Nuevamente, una
epidemia de viruela asoló a los indígenas en ese invierno de 1660 y Alejo solo pudo reunir unos 300 hombres para la campaña que se traía entre manos, con la intención de tomar Concepción.

Acampó aguas arriba del
río Andalién en preparativos de la batalla. 

Fue a interponerse el
capitán Juan de Zúñiga con 200 españoles.

Alejo fingió retroceder a la carrera con sus fuerzas siendo perseguido por Zúñiga y cuando repechaban una loma escarpada, se volvió sorpresivamente con sus guerreros, que efectuaron una matanza entre los desprevenidos españoles, dejando en el campo al mismo Zúñiga y 60 soldados españoles. 


La caída del Mestizo Alejo


Sin embargo, no iban a ser los
españoles quienes finiquitarían al gran mestizo Alejo, sino que serían sus propias concubinas. 
El
mestizo había capturado a dos hermosas españolas y cometió el error de favorecer a las españolas y repudiar a dos indias que eran sus concubinas. 
Estas celosas, lo mataron cuando dormía en su ruca, completamente ebrio. 

Las asesinas, junto a las
cautivas Españolas, temiendo por sus vidas, fueron a entregarse al gobernador Pedro Porter Casanate, quien las premió con una pensión vitalicia.


Batalla de Curanilahue - 1661

Para esa primavera, un nuevo líder ocupó la vacante de Alejo, se llamaba Misqui, quien sin poseer las mismas dotes que el mestizo tenía más arrastre entre su gente. 

Logró
acaudillar unos 1.500 hombres reuniendo sus fuerzas en el sector denominado Curanilahue, cercano al Salto del Laja.
 
Una
fuerza española al mando del maestre de campo Jerónimo de Molina con 600 soldados coincidió en el sector sin ser advertido por las huestes de Misqui. 

Molina advertido por un indio amigo de la concentración enemiga en el sector llamado Curanilahue, que tenía al alcance de la mano, resolvió efectuar un ataque nocturno por sorpresa a la luz de la luna. 

El ataque se efectuó en
forma de tenaza y logró desbaratar la defensa mapuche dejando a 600 indios muertos y más de 200 prisioneros.

Misqui logró escabullirse, aunque ya no volvería a ser una amenaza, fue capturado y ahorcado sumariamente en Yumbel, muy cerca del campo de batalla. 

Pedro Porter Casanate apenas alcanzó a cosechar los frutos de la victoria en Curanilahue, pues enfermó gravemente, alcanzó a realizar la paz con las tribus rebeldes y murió el 27 de febrero de 1662, dejando ahogada la tremenda rebelión desatada por su antecesor, Acuña y Cabrera.

En
agosto de 1661, poco después de la batalla, , Manuel de Salamanca derrotó una columna de 1.500 guerreros que pretendían unir fuerzas con los pehuenches.
 
Las consecuencias de la última gran
rebelión mapuche fueron terribles para los criollos, entre 1655 y 1661 según Carvallo y Goyeneche: los indígenas secuestraron 1.300 criollos, saquearon 396 estancias, robaron 400.000 cabezas de ganado, y significaron una pérdida económica significativa a particulares y a las arcas reales.

Se perdieron las
plazas fuertes de Arauco, San Pedro, Colcura, Buena Esperanza, Nacimiento, Talcamávida, San Rosendo, Boroa y Chillán; y con ellos más de la mitad del armamento del reino.


La guerra a fines del siglo XVII


El
gobernador Francisco de Meneses desbarató un conato de rebelión en abril de 1664 y nuevamente los indígenas ofrecieron la paz, esta vez Meneses exigió como condición que cada tribu dejara un hijo de cacique en territorio español a cargo del pecunio del gobernador.
 
En el periodo comprendido por los años
1665 a 1695, no hubo una guerra propiamente como tal, sino un aletargamiento prolongado, los indígenas probaron alternativamente la mano de uno u otro gobernante en este periodo. 


Parlamento de Malloco


En
enero de 1671 Juan Henríquez de Villalobos firmó con un grupo de mapuches el Parlamento de Malloco donde se creará la figura del Capitán de amigos como una forma de ayudar en la evangelización de los mapuches; sin embargo esta fórmula creara nuevos problemas, comenzando por un levantamiento general de los indígenas en 1672. 

Fue dirigidos por el
toqui Ayllicuriche, sin embargo fue sofocado de un solo y firme golpe con la pérdida de 1.000 personas e idéntico número de prisioneros que se vendieron al Perú.
 
En esta época existieron también renegados como un
tal Garrido que se pasó al lado mapuche y se convirtió en bandolero, pero fue atrapado y ahorcado en 1675. 

A su vez gobernadores como
Marcos José de Garro Senei de Artola renunciaron a la evangelización y mantuvieron siempre la espada en la mano y arriba de la cabeza de la población nativa como amedrentamiento.


La guerra al sur de la frontera de Arauco.

A pesar del relativo "aletargamiento prolongado" de la guerra en el resto del territorio, a fines del siglo XVII en la zona entre Valdivia y Chiloé, se mantuvo una frontera “de guerra viva” con el territorio sur huilliche, en la zona continental aledaña a Chiloé.

En este conflicto,
los españoles, mediante una presencia esporádica en la zona, procedían a realizar malocas esclavistas, ya que el gobierno de Chiloé veía este territorio como una "tierra por pacificar” y recuperar por estar dentro de su jurisdicción. 

Estas malocas eran realizadas con salidas desde
Chacao, Carelmapu y Calbuco y eran apoyadas por los indios canas que eran descendientes de los huilliches de Osorno, pero que habían huido a Chiloé junto con sus encomenderos. 

Posteriormente, estas
malocas dejaron de realizarse sólo porque la Capitanía General lo ordenó.

Las
Malocas son invasión de hombres blancos en tierra de indígenas, con pillaje y exterminio.


Parlamento de Choque Choque.


En
1692, otro conato de rebelión más seria se vislumbró durante el gobierno de Tomás Marín González de Poveda, donde nuevamente los jesuitas con su influencia pretendieron realizar una especie de guerra espiritual con los indígenas, provocando hondas irritaciones en el seno de la adormecida comunidad indígena por los desatinos provocados por los sacerdotes que pronto se transformó en una rebelión. 

Tomás Marín González de Poveda tenía prohibición real de hacer la guerra militar contra los mapuches a causa de la influencia de los mismos jesuitas ante la corte. 

Sin embargo, se alzó un
cacique de la región de Maquegua, llamado Millapán quien realizó varios asesinatos a españoles. 

Poveda, viendo que la insurrección iba creciendo, se dio cuenta que si no actuaba pronto la situación se desbordaría, así que, después de negociar con autoridades eclesiásticas y con el apoyo de la población, mandó hacia el sur una fuerza expedicionaria de 1.600 soldados españoles y 2.000 indígenas amigos llegando hasta el paraje de Choque-Choque.

Viendo la determinación
española, y la fuerza que la sustentaba, los indios optaron por evitar el combate y se apresuraron en dar la paz en el Parlamento de Choque-Choque en diciembre de 1694.

                       




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